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Dr. Eric B. Watkins es pastor de la Iglesia presbiteriana Covenant en St. Augustine, Florida.

Cómo superar el orgullo en el ministerio

Cómo superar el orgullo en el ministerio
Pocas cosas son más peligrosas en la vida de la iglesia que líderes orgullosos. Algunos de los problemas más difíciles con las que se encuentran muchas iglesias giran en torno a hombres que sienten el derecho de tener el cargo de diácono, anciano o pastor. La mayoría de mi ministerio lo he desempeñado en la plantación de iglesias y es bien sabido que las plantaciones tienden a atraer hombres que tienen un alto concepto de sí mismos y prerrogativa a liderar.
Aunque, antes yo parecía señalar vigorosamente a otros, debo admitir que el desafío más grande que he enfrentado como pastor ha sido el orgullo de mi propio corazón. El orgullo demasiado a menudo puede convertirse en grilletes que muy sutilmente rodean nuestros tobillos y no solo obstaculizan que corramos con efectividad la carrera de la fe, sino que también que podamos servir bien.
Esto no es solo cierto para los pastores, que a menudo piensan demasiado sobre sí mismos y envidian el ministerio de otros pastores; también puede ser una verdad para diáconos y ancianos, o dicho de manera simple, hombres de la iglesia que creen que tienen el deber de llevar a cabo uno de esos oficios.
Me gustaría sugerir que cada uno de los cargos de diácono, anciano y pastor, en una faceta u otra, refleja a la persona y la obra de Cristo en sus cargos de profeta, sacerdote y rey. Estos tres cargos del Antiguo Testamento fueron todos cumplidos únicamente por Jesús. El Catecismo Menor de Westminster enfatiza esto bastante bien en las preguntas 23 a la 28. Jesús es el profeta perfecto, el sacerdote perfecto y el rey perfecto. Los cargos del Nuevo Testamento de diácono, de anciano y de pastor no solo continúan ciertos aspectos de los tres cargos del Antiguo Testamento, también funcionan dentro de la iglesia para desplegar perpetuamente el ministerio de Cristo en forma visible. En un sentido muy profundo, Jesús era el diácono, el anciano y el pastor perfecto.