Cristian Morán


Galatas 1


Galatas 2


Galatas 3


Galatas 4


Gálatas 5


Gálatas 6
…todavía no era conocido en persona en las iglesias de Judea que eran en Cristo; sino que sólo oían decir: El que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en un tiempo quería destruir. Y glorificaban a Dios por causa de mí. (Gálatas 1:22-24)
Probablemente lo más irónico en la muerte de Gaudí, arquitecto de la famosa Sagrada Familia en Barcelona, fue el hecho de que, tras ser atropellado por un tranvía, no recibió atención médica oportuna ya que su aspecto descuidado le hizo pasar por un mendigo. Su nombre era asociado a una obra admirable, pero su rostro, por el contrario, no gozaba de la misma fama. Al llegar al final del primer capítulo de Gálatas, Pablo nos cuenta que —como en el ejemplo anterior— su persona no era tan conocida como los hechos asociados a su vida. Hasta aquí ha señalado que casi no había tenido contacto con Jerusalén, y una muestra de ello era que los creyentes de la región no le conocían en persona. Lo que conocían bien, sin embargo, era el gran cambio que había vivido. Habiendo sido nada menos que una amenaza mortal para la iglesia, se había convertido en un promotor y defensor de la fe que la hacía vivir. ¿Cómo había sucedido esto? Dios era el responsable. No era Pablo (como él mismo lo ha dicho) quien había decidido cambiar, sino que Dios, soberanamente, había convertido su corazón y lo había comisionado para ser apóstol —¡nada menos!—. ¿Puedes imaginar el impacto que causó esta noticia en los creyentes de la época? Un día huyen de Pablo como quien escapa de un tigre, y repentinamente, no oyéndose más rugidos furiosos, se dan vuelta para encontrarse únicamente con un tierno gatito que ronronea. Indudablemente deben de haber suspirado aliviados, pero la noticia no se reducía a que ahora dormirían más tranquilos. No. Que Pablo hubiese muerto habría causado el mismo efecto, pero la noticia era más grande justamente porque, a diferencia de la muerte, su conversión daba también una señal clara y fuerte del inmenso poder que Dios ejercía por medio del evangelio. ¡Tenían grandes razones para estar alegres! No sólo habían vuelto a comprobar que Dios tenía el control de todo, sino que el evangelio, ese mensaje por el cual sufrían, estaba demostrando que no podía ser detenido. ¡Alegrémonos, por tanto, nosotros también! ¿No son nuestras vidas un testimonio de que Dios es poderoso? ¿No somos, acaso, como trofeos que exhiben su gloria? Cierto, todavía debemos cambiar mucho, pero recuerda que aun tu más pequeño anhelo de ser mejor para Él es sólo obra de sus manos y una muestra de su trabajo perseverante.

Galatas 7


Galatas 8


Galatas 9


Gálatas 10
…aquel que obró eficazmente para con Pedro en su apostolado a los de la circuncisión, también obró eficazmente para conmigo en mi apostolado a los gentiles. (Gálatas 2:8)
Si tuviéramos que resumir en una sola frase el resultado de las gestiones hechas por los enemigos de Pablo para desacreditarlo a él y a su mensaje, bastaría con recurrir al dicho «ir por lana y salir trasquilado»: No sólo fracasaron en sus intentos, sino que además terminaron expuestos bajo una luz negativa. Eran ellos quienes habían apelado a la autoridad de los líderes de Jerusalén: habían asignado la máxima importancia al veredicto de estos dirigentes. Los líderes, sin embargo, no tuvieron desacuerdo alguno con Pablo, y en consecuencia, quienes aparecieron como rebeldes fueron los detractores del apóstol: oponiéndose a él, se opusieron implícitamente a los líderes que pretendían respetar. El texto de hoy es relevante porque, además de describir la armonía que hubo entre Pablo y los demás apóstoles en medio de esta delicada situación, nos da una muestra de la importancia que se le reconoció a la evangelización de los no judíos. Se reconoció, de un lado, que Dios les había abierto la puerta de la salvación sin exigirles renunciar a su nacionalidad, pero se comprendió, además, que no serían miembros de menor categoría: entrarían en igualdad de condiciones. La prueba, en este punto, es la «dignidad» que se le reconoció al trabajo de Pablo: el apóstol estaba desempeñando un ministerio comparable al de Pedro, y esto era nada menos que por disposición de Dios: «…se me había encomendado el evangelio a los de la incircuncisión, así como Pedro lo había sido a los de la circuncisión». Había, por tanto, una designación que lo respaldaba, y no sólo eso, sino también una capacitación con que Dios había confirmado su vocación: «…aquel que obró eficazmente para con Pedro en su apostolado a los de la circuncisión, también obró eficazmente para conmigo en mi apostolado a los gentiles». Los líderes de Jerusalén habían entendido esto, y Pablo, consciente de ello, puede concluir diciendo: «al reconocer la gracia que se me había dado, Jacobo, Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra de compañerismo, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión». Meditar en esto debería movernos a la gratitud. Dios no sólo quiso abrir el evangelio a las naciones, sino que incluso dispuso de los medios necesarios para hacerlo llegar con eficacia. Hoy el mundo entero puede conocer a Cristo para ser salvo, y pensando en esto, es importante que nos hagamos la pregunta: ¿Estamos nosotros, al igual que Dios, interesados y activos en la proclamación del evangelio a toda la humanidad? ¿Estamos nosotros, como iglesia y como individuos, aprovechando cada recurso y ocasión que tenemos para hacer que el incansable trabajo de Pablo encuentre eco en nuestros días? No nos durmamos en la seguridad de nuestra salvación. Dios tuvo la gran misericordia de proveernos mensajeros, y para quienes vendrán en los días venideros, somos nosotros quienes debemos asumir el relevo: no permitas que se rompa la cadena.

Gátalas 11
Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo mismo que yo estaba también deseoso de hacer. (Gálatas 2:10)
Sin duda, un efecto positivo de la controversia suscitada por los detractores de Pablo es el hecho de que, gracias a la reacción del apóstol, hoy podemos enterarnos de cómo la iglesia abordó los asuntos más delicados. Por un lado, la seriedad con que actuaron es aleccionadora, y por otro, el consenso al que llegaron refuta el cuestionamiento que algunos han hecho a la unidad de la iglesia en los temas centrales. Los apóstoles, como podemos ver, hablaron a una voz, y es importante observar que, en este caso, también lo hicieron mostrando interés en un tema que, para algunos, es menos que secundario: las necesidades de los pobres, y especialmente las de aquellos que se encuentran al interior de la familia cristiana. Pablo acaba de sugerir que los líderes de Jerusalén no habían cuestionado ni rectificado su ministerio, pero, no queriendo que nadie le acuse de ocultar detalles, señala, finalmente: «Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo mismo que yo estaba también deseoso de hacer» (2:10). En otras palabras, «Lo único que nos pidieron hacer fue algo que yo ya tenía en mente». Pablo y los demás líderes estaban alineados; sus prioridades eran las mismas. Le estaban haciendo una solicitud, pero ésta no alteraba la dirección de su trabajo sino que la confirmaba. Y es que, pese a la división de labores que acababan de establecer («…que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión»; 2:9), eso no significaba que se desvincularían: la pobreza de los unos (en este caso, muy probablemente los creyentes judíos de Jerusalén) sería la preocupación de todos (incluidos los gentiles). Los apóstoles, por tanto, dejan esto muy claro, pero nos enseñan, también, que la prioridad de la predicación no excluye la atención a las necesidades materiales genuinas de la gente. El evangelio que hemos creído se dirige al corazón, pero hablando con franqueza, un corazón transformado por el evangelio no es indiferente ni se abstiene de hacer el bien en todas las formas posibles —la fe viva jamás deja de engendrar obras—. ¿No es el propio Pablo, en esto, un excelente ejemplo? Originalmente, ¡él había perseguido a la iglesia! Debemos, entonces, evaluar nuestra comprensión del evangelio y sus alcances. Ya sugerimos que, como mensaje, éste apunta a nuestro espíritu, pero eso no significa que debamos neutralizar el potencial impacto que, por medio nuestro, puede tener en el mundo físico. Es más: deberíamos buscarlo. ¿No es Jesús, acaso, el ejemplo supremo? Examinemos nuestro corazón y pongamos atención a las verdaderas razones por las cuales hemos dejado, en la práctica, un aspecto tan importante como éste. Recuperémoslo, y quizás, en el futuro esto también se convierta en parte integral de nuestra predicación.

Gálatas 12


Gálatas 13


Gálatas 14


Gálatas 15
Pues mediante la ley yo morí a la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio de la ley, entonces Cristo murió en vano. (Gálatas 2:19-21)
Con el ánimo de reír, la estupidez de una persona «x» es descrita a veces como la de aquel que, habiendo encontrado en la calle una factura impaga, se dirigió a cancelarla pese a no ser suya. Que alguien haga esto, para ser francos, nos parece impensable, pero más impensable —o descabellado, si lo prefieres— nos parecería que dicha persona se dirigiese a cancelar nuevamente una factura que ya se encuentra pagada. Pablo, en nuestro texto, está lidiando con algo así. Los judíos han insistido en aferrarse a la ley para que Dios les apruebe, pero lo que el apóstol les muestra es que esto, gracias a la obra de Cristo, no tiene sentido alguno. Volvamos atrás por un momento. La lógica de la ley, como explica Pablo, implica que, si me aferro a ella, soy hombre muerto. Mi pecado —omnipresente— hace que no pueda cumplirla, y en consecuencia, lo que la ley termina haciendo es condenarme —condenarme a muerte—. Cristo, sin embargo, tomó mi lugar en la cruz, y al hacerlo, mi sentencia se cumplió. La deuda quedó pagada, y como resultado, la ley ya no puede exigir más de mí: para ella, estoy muerto. Cristo, no obstante, volvió a levantarse, y así como mi vida se unió a la suya para concluir en la cruz, ahora, gracias a su resurrección, me concede a mí una vida nueva. Por eso es que Pablo dice: «ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí». Mi vida, por lo tanto, es la vida suya, y lo más maravilloso es que, como dice el texto, el fundamento de todo no es otro que el amor y la gracia de Dios: este es el concepto con el que, finalmente, Pablo cierra su argumento —y lo hace de manera categórica—. Que Dios nos apruebe es una manifestación de su misericordia, y así, cualquier intento de volver a la ley (o las buenas acciones como moneda de canje) equivale a pisotear la gracia y sugerir que Cristo murió innecesariamente. El texto de hoy nos llama a examinar de cerca el sentido con que vivimos delante de Dios. ¿Es tu vida un continuo esfuerzo por acumular méritos para que Él te acepte? ¿Sientes, por ejemplo, que la efectividad de tus oraciones depende estrechamente de cuán bien te has comportado en los últimos días? Es agobiante vivir así, pero la buena noticia es que no necesitas hacerlo. Si te encuentras en esta situación, atrévete a bajar los brazos. Cristo hizo lo que a ti te correspondía (tanto en su vida como en su muerte), y hablando con franqueza, intentar ocupar su lugar no sólo es innecesario, sino también inútil. Recurre, por tanto, a su misericordia, y en lugar de seguir haciendo esfuerzos, descansa sirviéndole en gratitud.

Gálatas 16


Gálatas 17


Gálatas 18


Gálatas 19
...si la herencia depende de la ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio de una promesa. (Gálatas 3:15-18)
Un hecho común de la vida es nuestra inclinación natural a interpretar la realidad sin una adecuada conciencia de la historia que nos trajo hasta aquí. Teóricamente sabemos que hay una historia, pero muchas veces actuamos como si antes de nosotros no hubiese existido nada —o al menos nada diferente—. De algún modo, en los días de Pablo esto se manifestaba en el uso que los judíos le daban a la ley. Ellos trataban de cumplirla con el fin de que Dios les recompensara, pero Pablo, consciente de este error, les muestra que estaban pasando por alto un importantísimo hecho histórico anterior: que Dios había hecho una promesa, y que las bendiciones ofrecidas a su pueblo descansaban en ella sin exigir algo a cambio. La ley, entonces, no podía considerarse una condicionante, y esto no sólo porque había sido promulgada con un evidente desfase (siglos más tarde), sino porque contravenía la promesa en su calidad de tal. Pablo dice: «...si la herencia depende de la ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio de una promesa»(v. 18). El apóstol, así, centra toda nuestra esperanza en el pacto hecho por Dios con Abraham, pero a fin de recalcar que, de forma permanente, las promesas serían nuestra única base de acceso a la «herencia», añade un detalle: que los destinatarios de ellas serían Abraham y su descendencia, pero no toda su descendencia física sino una descendencia específica: Cristo («descendencia», ciertamente, también hacía posible pensar en más de un individuo, pero es el Espíritu, aquí, quien por medio de Pablo nos aclara cuál era el sentido final de las palabras divinas). Cristo, de este modo, es vuelto a confirmar como nuestra única esperanza, y lo que esto significa, concretamente, es que sólo acogiéndonos a Él podemos gozar de la bendición prometida por Dios (seamos judíos o gentiles). Asegurémonos, por tanto, de conocer bien la Biblia y no caer en la inconveniencia de ignorar la historia de nuestra salvación. El apóstol nos recuerda un conjunto de enseñanzas fundamentales, y entre ellas, deberíamos recordar por lo menos tres: Primero, que nuestro acceso a la bendición de Dios está basado únicamente en su gracia. La salvación de la cual gozamos fue producto de una promesa, y lo que nosotros hemos hecho es simplemente ser espectadores. Segundo, que la venida de Cristo no es una ocurrencia tardía de Dios. Cristo integró el plan desde el comienzo, y por lo tanto, no es una solución alternativa ideada con posterioridad sino Aquel al cual todo apuntaba. Y tercero, que es inútil presentarnos delante de Dios en nuestro propio nombre. El descendiente que obtendría lo prometido no era otro que Cristo, y por lo tanto, si queremos acceder a ello, no tenemos más opción que aferrarnos a Él. ¿Seguiremos intentando deshacer este firme nudo? Pablo ha razonado con claridad: No insistamos en buscar espacio para adjudicarnos una parte del crédito que sólo a Dios le pertenece.

Gálatas 22


Gálatas 21


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Gálatas 23


Gálatas 25


Gálatas 26


RESEÑA: EL FIN DE LA RAZÓN

El fin de la razón: una respuesta al nuevo ateísmo. Ravi Zacharias. Editorial Vida, 144 páginas.


RESEÑA: BIBLIA PARA NIÑOS HISTORIAS DE JESÚS

Biblia para niños historias de Jesús — The Jesus Storybook Bible. Sally Lloyd-Jones (Ilustraciones por Jago). Editorial Vida, 352 páginas.


Gálatas 27


Gálatas 24


Gálatas 29


Gálatas 30


RESEÑA: EL MOMENTO TRASCENDENTAL

El momento trascendental. W.J. Grier. Estandarte de la Verdad, 140 páginas.


Gálatas 28
...Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. Pero el hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa. (Gálatas 4:22-23)
«Por la boca muere el pez». Seguramente has escuchado este refrán que nos recuerda un importante principio: Ten cuidado antes de decir algo que te podría meter en problemas. Los judaizantes, en la época de Pablo, se habrían ahorrado una buena vergüenza si lo hubiesen tenido en cuenta. Ellos se refirieron insistentemente a la ley, hasta que Pablo, consciente de lo que ésta enseñaba, no tuvo más remedio que jugar contra ellos en la misma cancha: «Decidme, los que deseáis estar bajo la ley, ¿no oís a la ley?» (v. 21) Sobre la misma ley el apóstol ya había aclarado que ésta nos condena y nos conduce a Cristo (3:10, 24), pero ahora, yendo incluso más lejos, va a tocar otra clase de fibra: la aparente seguridad de tener a Abraham como ancestro biológico. «…está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre» (v. 22). Es como si Pablo les dijera: «Eso es lo que enseña la ley que a ustedes tanto les atrae. ¿No lo habían notado?» Evidentemente lo sabían, pero el punto es que habían llegado a convencerse de que la relación sanguínea en sí misma les concedía un vínculo con Dios. Olvidaban, curiosamente, que el «hijo de la sierva» (Ismael) también era descendiente biológico de Abraham. Los judíos, desde luego, se amparaban en que la nación provenía de Isaac (no de Ismael), pero Pablo no sólo descarta la ventaja del vínculo sanguíneo para ambos hijos sino que traslada el foco nada menos que a la causa de los respectivos nacimientos: una decisión humana en el caso de Ismael, y una promesa en el caso de Isaac (Gn 16:1-4; 17:15-21). ¿Qué mensaje quería enviar a sus oponentes? Les estaba diciendo que sólo una promesa había dado origen a la línea familiar escogida (antes de eso, Sara era estéril), y estaba insinuando, por otro lado, que la intervención humana sólo había dado origen a un pueblo como los demás. Es el mismo mensaje que, de otro modo, resonaba en 3:18: «…si la herencia depende de la ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio de una promesa». Ambas son mutuamente excluyentes. No podían, entonces, atribuirse un lugar en el pueblo de Dios y continuar descansando en sus acciones humanas: hacer esto les pondría en el lado de Ismael. La pregunta, por tanto, sigue siendo: ¿En quién descansas tú? ¿Descansas exclusivamente en Cristo, en quien se cumplió la promesa? Hagámonos esta pregunta a diario. Tenemos la tendencia natural a olvidarlo, así que mejor oremos: pidamos que Dios mismo nos enseñe a descansar.

Gálatas 32


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…jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo. (Gálatas 6:14)
Cuando te llamen para sacar un tornillo y no sepas de qué tipo es, mejor lleva todos los destornilladores que tengas. La tarea, desde luego, no es compleja, pero llevarla a cabo será cuestión de elegir la herramienta adecuada. Pablo, al acercarse al final de su carta, nos da la impresión de estar aplicando exactamente el mismo principio. Hasta aquí ha desplegado un arsenal impresionante de argumentos, pero como si aún no bastase, parece preguntarse: «¿Qué más puedo hacer para persuadir a estos gálatas?» Quiere asegurarse de que el mensaje penetre, y para ello, está llenando su carta de todas las herramientas posibles. Dice: «Mirad con qué letras tan grandes os escribo de mi propia mano» (v. 11). Comúnmente, quien anotaba todo era su secretario y Pablo sólo hacía presente su propia caligrafía al final. Con ello garantizaba la autenticidad de la carta (2 Ts 3:17; Col 4:18), pero al mismo tiempo, como vemos aquí, podía también añadir énfasis. Parece decir: «¡Esto es tan importante que incluso quiero escribirlo yo mismo!» Y a juzgar por lo que sigue, el apóstol quiere llegar realmente al fondo. Emitiendo su opinión personal, es como si dijera: «No sigamos con rodeos». ¿Qué querían, en verdad, los judaizantes? ¿Se interesaban verdaderamente en la ley? Pablo insinúa que no: «…ni aun los mismos que son circuncidados guardan la ley, mas ellos desean haceros circuncidar para gloriarse en vuestra carne» (v. 13). Se interesaban, más bien, en sí mismos. Querían parecer rigurosos, y para eso, sólo veían a los gálatas como potenciales trofeos. Pablo dice de ellos: «Los que desean [quedar bien con otros] tratan de obligaros a que os circuncidéis simplemente para no ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo» (v. 12). Querían que el mundo los aprobara, mientras que Pablo, lejos de poner el foco en sí mismo, dice que sólo se enorgullecerá de Jesús, cuya cruz explica su desinterés por la aprobación humana: «…jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo» (v. 14). Eso es lo que realmente importa: no lo que está haciendo el hombre (circuncidarse o no), sino la «nueva creación» llevada a cabo por Dios —y que exige, para empezar, que la cruz rompa nuestro vínculo con el mundo—. Pablo, así, comienza finalmente a despedirse, y siendo consecuente con su enseñanza, pronuncia una bendición sobre quienes realmente se aferran a Cristo: el pueblo de la «nueva creación» (v. 16; 3:7, 29). ¿Puedes decir que esa bendición es tuya? Que tu test sea el versículo 14. Necesitamos apropiarnos de sus palabras, y para eso, convirtámoslas primero en oración.

Gálatas 45


Día a día con el cristo resucitado


RESEÑA: BAJO EL ABRIGO
Nota del editor: Aunque Acceso Directo generalmente procura dar a conocer libros recomendables, creemos que la Biblia también nos llama a distinguir el cristianismo bíblico de aquellas corrientes que lo desvirtúan. La siguiente reseña da cuenta de una de dichas corrientes.
Cada vez que leemos un libro (o escuchamos alguna enseñanza) que tiene por objetivo mostrarnos cómo debe vivir el creyente, una de nuestras preocupaciones debe ser asegurarnos de que tal enseñanza se base en una visión bíblica de la forma en que se relacionan nuestro comportamiento y nuestra aceptación ante Dios. Si nuestro comportamiento, como lo enseña la Biblia, es descrito como una consecuencia de haber sido aceptados por Dios, estamos hablando del evangelio, pero si se nos enseña que nuestra aceptación ante Dios depende de dicho comportamiento, estamos ante una perversión del evangelio que, en términos concretos, no es otra cosa que una aproximación legalista a Dios.

Bajo el abrigo. John Bevere. Casa Creación, 237 páginas.


RESEÑA: JESÚS ENTRE OTROS DIOSES

Jesús entre otros dioses: la verdad absoluta del mensaje cristiano (Edición para jóvenes). Ravi Zacharias. Editorial Betania, 148 páginas.


RESEÑA: EL LADO OSCURO DEL ISLAM

El lado oscuro del Islam. R.C. Sproul & Abdul Saleeb. Editorial Patmos, 86 páginas.


RESEÑA: CUANDO LA VIDA Y LAS CREENCIAS CHOCAN

- María escucha a Jesús pese a que Marta la espera en la cocina (Necesitamos conocer a Dios).
- María llora la muerte de Lázaro (Lo que conocemos de Dios se pone a prueba en los problemas).
- María unge a Jesús para la sepultura (Lo que conocemos de Dios determina nuestra capacidad de servir a otros).
Cuando la vida y las creencias chocan: cómo el conocimiento de Dios hace la diferencia. Carolyn Custis James. Editorial Vida, 291 páginas.


RESEÑA: HAZ COSAS DIFÍCILES

Haz cosas difíciles. Alex y Brett Harris. Editorial Unilit, 217 páginas.


Recuperemos la «versión extendida» del evangelio


RESEÑA: SED DE DIOS
El año que viene (2016) se cumplirán 15 años desde la publicación de este libro en español (30 desde su publicación en inglés), y aunque ya se trata de un libro «viejo», no deja de ser un clásico que exige una nueva mención.

Sed de Dios: meditaciones de un hedonista cristiano. John Piper. Publicaciones Andamio, 336 páginas.


RESEÑA: GUÍA DEL LECTOR DE LA BIBLIA

Guía del lector de la Biblia: la Biblia paso a paso. Christopher Wright. Ediciones Certeza Unida, 221 páginas.


RESEÑA: LA CREACIÓN RECUPERADA
«La religión es algo que debes vivir en privado». Esta, probablemente, es una de las frases que más claramente encapsula la visión que hoy se tiene de la religión en general. No se ha llegado tan lejos como para restringir la libertad de creer en lo que uno quiera, pero, cuando se trata del impacto que las creencias tienen en nuestro deambular por este mundo, la historia es diferente. Se asume inflexiblemente que creer es un asunto limitado a la mente.

La creación recuperada: bases bíblicas para una cosmovisión reformacional. Albert Wolters (con Michael Goheen). Poiema Publicaciones, 210 páginas.


Apocalipsis, el libro que nos han «robado»
Si yo fuera el enemigo de la iglesia, trataría de hacer desaparecer el Apocalipsis de Juan. Lo mismo diría de la Biblia entera, pero en un sentido especial querría esconder el último libro de ella.
¿Y por qué querría hacer esto? Porque es un libro que abre los ojos. El nombre mismo se traduce como «revelación», y lo que revela tiene el potencial de estimular esa fibra que, por diseño de Dios, hace perseverar a la iglesia aun en medio de las circunstancias más temibles y dolorosas que puedan rodearla (justamente, aquellas que Satanás usa con la esperanza de desalentarnos). El libro, por supuesto, aún está en nuestras biblias, pero partí diciendo que nos lo han «robado» porque, con una misteriosa eficacia, es como si lo hubieran puesto fuera de nuestro alcance: nos han enseñado a temerlo. Comúnmente hay personas que temen leer los juicios que describe, pero el temor que nos han inculcado es diferente: es un temor a no poder comprenderlo. ¿De dónde sale la idea de que es un libro sólo para los expertos? En gran medida, proviene de quienes han intentado explicar el libro y que, en el mundo del estudio bíblico, se conocen como «comentaristas». Hay comentaristas buenos y «menos buenos», pero no debería causarnos sorpresa que alguien haya descrito a estos últimos diciendo: «Aunque San Juan vio muchos monstruos extraños en su visión, no vio criaturas tan salvajes como algunos de sus propios comentaristas» (G.K. Chesterton, Orthodoxy). El Apocalipsis, sin embargo, fue escrito para revelar (no para esconder), y por lo tanto, la pregunta no es si en verdad revela, sino qué y cómo lo hace —muchas veces no encontramos las respuestas hasta que hacemos las preguntas correctas—. En otras palabras, ¿qué deberíamos (y no deberíamos) esperar de este libro? Recordemos que el Apocalipsis pertenece a la Biblia (¡aunque suene obvio!), y siendo así, tengamos presentes dos cosas: que su principal propósito es fortalecer la fe (no satisfacer nuestra curiosidad), y que proviene de un Dios cuyo plan es uno solo a lo largo de toda la Biblia. Los símbolos, por tanto, no son una especie de juego para hacerte adivinar personajes o fechas, sino que comunican un aspecto que no habías visto (y en ese sentido, revelan). Piensa, por ejemplo, en una bestia coronada que ataca a los creyentes (Ap 13:1-8): la imagen, por sí sola, busca despertar nuestra antipatía hacia ella, y por lo tanto, ya entendiste algo: que los hijos de Dios sufren una especie de hostilidad por parte de una autoridad que, inhumana por naturaleza, jamás será tu amiga. ¿No es esa la sensación que tienes cuando observas que, en la sociedad sin Dios, las estructuras de poder terminan jugando en contra de quienes promovemos los valores cristianos? El símbolo, entonces, confirma esta sensación, pero Dios, en su deseo de alimentar nuestra fe, revela también cuál es el destino de la bestia: ser destruida (Ap 19:11-21). ¿Necesitas, para ser alentado, saber exactamente qué gobernante de la historia encarnaría este símbolo? ¡No! Y tampoco es el objetivo. Los símbolos, contrario a lo que algunos piensan, no sirven únicamente para enmascarar información: en Apocalipsis revelan. Mencioné, además, que Apocalipsis proviene de un Dios cuyo plan es uno solo, y aunque esto también suene obvio, nos permite recordar una segunda guía: que el Apocalipsis es coherente con los libros bíblicos que lo anteceden. Sus visiones, a veces, dan origen a especulaciones incontrolables, pero si recordamos lo que Dios ya nos ha revelado (¡incluso, a veces, con los mismos símbolos!), interpretaremos el libro con mucha más seguridad. Hay una última cosa que quisiera mencionar para animarte a leerlo (porque ese es mi objetivo), y es que Juan «cuenta varias veces la misma historia». Nuestra tendencia, comúnmente, sería leer desde el capítulo 4 en adelante como si fuera una sola gran cadena de acontecimientos, pero ciertos elementos nos muestran que en realidad está retratando el mismo período varias veces seguidas (aunque de distintas maneras). Con más espacio, podríamos entrar en detalles, pero haremos algo mucho más entretenido: sólo mencionaré las divisiones para que lo compruebes personalmente: Introducción (cap. 1) Exhortaciones a las siete iglesias (caps. 2—3) Siete sellos (4:1—8:1) Siete trompetas (8:2—11:19) Siete historias simbólicas (caps. 12—14) Siete copas (caps. 15—16) Juicio sobre Babilonia (17:1—19:10) La batalla final (19:11-21) El reinado de los santos y el juicio final (20:1—21:8) La nueva Jerusalén (21:9—22:5) Exhortaciones y bendición final (22:6-21) Concéntrate en las siete secciones centrales. A medida que el libro avance, las recapitulaciones serán más breves y concentradas en el fin, pero si tienes en cuenta los momentos en que Juan «vuelve a cero», sé que notarás el efecto. ¿Debería esto sorprendernos? La verdad es que no del todo. En la literatura visionaria esto no era nuevo, y el propio libro de Daniel (que Juan usó como un referente) es un ejemplo más antiguo de esto (hay paralelos entre los capítulos, e incluso dentro de un mismo capítulo). Lee, entonces, el Apocalipsis. No dejes que te «roben» el libro, y en lugar de eso, compártelo con otros. Difundirlo forma parte de su objetivo (como Juan mismo lo entendió; cap. 10), y quienes llevan su contenido a la práctica cuentan con una promesa especial de bendición (1:3). Este es un mundo amenazante: ¿Quieres esperar a Jesús con la fuerza que nos da la certeza de su regreso victorioso? Lee el Apocalipsis. Dios lo concibió expresamente con ese fin.

María de Betania, sierva y amiga oportuna
«Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su ministerio…». Así dice Lucas 3:23, y todavía recuerdo el impacto que me produjo meditar en ello cuando yo mismo cumplí los treinta años. ¿Habría estado yo a la altura de su desafío? ¿Tendría yo siquiera un 1% de su integridad, claridad de misión y determinación?
Siempre es bueno, y especialmente cuando leemos la Biblia, intentar ponerse en los zapatos de los actores. Es fácil perderse en esa lectura distante y utilitaria que sólo busca una nueva regla o un pensamiento positivo para el día, pero la Biblia es el registro de acontecimientos vividos por personas reales. ¿Has imaginado, por ejemplo, cómo habrías vivido tú la última semana de la vida de Jesús? La Biblia nos cuenta que, pocos días antes de ir a la cruz, nuestro Señor fue invitado a Betania para cenar donde sus amigos Lázaro, Marta y María (Jn 12:1-8; Mt 26:6-13; Mr 14:3-9). Sería una de las últimas veces que los vería, y no es difícil imaginar que, para él, debió de ser una velada particularmente emotiva. Adicionalmente, sin embargo, él sabía que moriría con sufrimiento, y la pregunta es si acaso alguien más comprendía lo que él estaba viviendo. Se ha dicho que, en el fondo de cada ser humano, hay una incurable cuota de soledad —porque el resto jamás siente con exactitud lo mismo que uno—, y cuando pensamos en Jesús, esta idea parece cobrar una dimensión completamente nueva. ¿Acaso alguno de sus amigos estaba prestándole apoyo moral? A juzgar por el testimonio de los evangelistas, aun los discípulos más cercanos se hallaban en un profundo estado de negación: «¡No, Señor! ¿Cómo se te ocurre pensar así?» (Mt 16:21-23). A nadie le convenía que Jesús muriera (o eso creían ellos), y por lo tanto, a nadie se le habría ocurrido preparar a Jesús para un escenario cada vez más sombrío… A nadie, excepto a María. Lo que María hizo ese día nos desconcierta casi cada vez que lo leemos, y no es para menos si la imaginamos entrando al comedor, abriendo un carísimo frasco de perfume, derramándolo sobre los pies de Jesús y finalmente secando esos pies con sus cabellos a la vista de todos. Habría sido imposible que alguien no lo notara, considerando que, como dice Juan, «la casa se llenó de la fragancia del perfume» (Jn 12:3). ¿Dudarías tú del aprecio que María sentía por Jesús? Te animo a calcular la suma de dinero que acumulas a lo largo de todo un año, y luego a imaginar que la inviertes en comprarle un regalo a alguien. ¿Hay en tu vida alguna persona por la cual lo harías? Lo que María gastó en el perfume equivalía proporcionalmente a eso, y sin embargo, ella estimó que podía perfectamente desprenderse de tal suma si hacerlo le permitía, aunque fuese por una hora (quizás menos), agradecer y sostener a Jesús en su misión. Él era más importante que sus ahorros, y valía incluso más que preservar una reputación en una instancia social como esta (lavar los pies, para empezar, era labor de siervos, y el hecho mismo de que una mujer se soltara los cabellos en público iba contra las costumbres de la época). Judas, el traidor ambicioso, no tardó en evaluar los costos exactamente al revés, pero lo que para él fue un despilfarro, para Jesús fue un gesto completamente oportuno: «Déjala en paz (…). Ella ha estado guardando este perfume para el día de mi sepultura» (Jn 12:7). Los estudiosos de la Biblia suelen suponer que María no estaba haciendo una conexión consciente con la muerte de Jesús, pero aun si no lo hizo, al menos sabía que su gesto produciría un efecto físico y mental de refresco en él. Era una atención que, en un sentido, pretendía renovar sus fuerzas, y por lo tanto, mientras los discípulos sólo tenían ojos para un conquistador político victorioso, María estaba reconociendo la creciente carga que el Maestro llevaba en su condición humana. Jesús, por lo tanto, tenía muchísima razón en conectar este gesto con su pronta muerte. No sólo se trataba de una práctica que efectivamente se llevaba a cabo en algunos difuntos, sino que estaba en línea con los tenebrosos días que él estaba viviendo. En menos de una semana sus enemigos conseguirían asesinarlo, y por lo tanto, lejos de intentar desviarlo de su misión, la servicial amistad de María llegaba a tiempo como un regalo que le confirmaba y apoyaba en ella. Aunque sólo se tratase de un gesto. Para Jesús, sin embargo, esto sería digno de recordar, y en un acto sin paralelo, cristaliza la escena invitándonos a considerarla prácticamente como un prefacio inseparable de su propia obra por nosotros: «Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo» (Mr 14:9). La acción de María, así, nos deja un ejemplo de servicio sin reservas, pero como acabamos de ver también, es un modelo de la más alta amistad cristiana. Nuestros amigos, sin duda, necesitan contar con nosotros, pero el gesto de María enriquece nuestra visión del compañerismo. ¿Somos nosotros esa clase de amigos que, primero y por sobre todo, anima a otros a cumplir la misión (general o individual) que Dios nos ha encomendado? Muchas veces esa misión puede suponer un alto costo. ¿Somos acaso de los que disuadimos y hacemos tropezar? Lejos de desviar a otros, seamos de los que alientan y encauzan. Para Jesús, probablemente, esto fue una necesaria inyección de fuerzas, y para el resto de nosotros, lo será sin duda con mayor razón.

¿Por qué no celebramos la Ascensión?
Quisiera hablar de una fecha que es como el «hijo del medio». Ubicada 40 días después del Domingo de Resurrección y 10 días antes de Pentecostés, la Ascensión de Jesús pasa casi completamente inadvertida entre las dos celebraciones que la rodean. ¿Por qué nos importa tan poco?
Podríamos «culpar» a Pentecostés —por su cercanía y espectacularidad—, pero reconozcamos, también, que la Ascensión en sí misma es una de especie de anticlímax: Jesucristo sube en una nube, pero lo siguiente que hace es desaparecer —nadie celebra la oscuridad que queda tras un evento de fuegos artificiales, ¿verdad?—. ¿Cuál es el punto, entonces, de festejarla? La Biblia dice que los discípulos, cuando supieron que Jesús se iría, se pusieron sumamente tristes (Jn 16:5-6), pero lo más curioso es que, cuando finalmente ascendió, volvieron a casa contentísimos (Lc 24:50-53). ¿A qué se debió este cambio? Todo indica que, para ellos, la Ascensión se convirtió de forma muy real en el comienzo de algo mucho más grande que lo visto hasta entonces: ¡Jesús estaba empezando a reinar! Él mismo les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18), y luego, cuando el Espíritu Santo descendió, los apóstoles no dudaron en conectar los dos hechos:A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen. (Hch 2:32-33)Esta conexión, sin embargo, a nosotros se nos escapa con demasiada frecuencia. Nos gusta pensar que el Espíritu ha sido derramado, pero pareciera que en la práctica perdemos de vista que quien actúa por medio de Él es el propio Cristo —exaltado a la derecha del Padre pero espiritualmente presente entre nosotros—. Con el paso de los años, me ha parecido cada vez más claro que tanto las iglesias como los creyentes individuales pierden mucho al olvidar la actual situación de Jesús. En los mejores casos se habla de Él como nuestro intercesor (Ro 8:34; 1 Jn 2:1), pero para el resto de las situaciones, es como si Jesús no contara. Es como si sólo estuviera en una especie de congelador esperando que el Padre nos lo reenvíe.
Entendamos la Ascensión como los apóstoles
Necesitamos reconsiderar la Ascensión. Jesús no envió al Espíritu para tomarse vacaciones, sino para multiplicar su presencia y actuar a una escala muchísimo más amplia —nada menos que el mundo entero—. Los cristianos, comprensiblemente, a veces tienen dificultades para pensar que Jesús ya está gobernando (claramente no toda la humanidad lo reconoce como rey), pero la Biblia aclara que esta etapa se desarrollará más bien como una especie de campaña militar en que Jesús tomará progresivamente posesión de lo que le pertenece por derecho. Satanás, en un sentido, sigue siendo el «dios de este mundo» (2 Co 4:4), pero lo grandioso es que Jesús debilitó su poder (Heb 2:14) y es capaz de añadir en cualquier momento nuevos creyentes a su propio reino. Por eso dijimos que Jesús envió al Espíritu. Muchos lo conciben ante todo como una especie de fuerza que nos convierte en superhéroes, pero primordialmente no es otra cosa que la presencia de Jesús extendida. Geográficamente ilimitada. Reclamando cada rincón del mundo cada vez que una nueva persona oye la Palabra y admite para sí que lo correcto es obedecer. A eso se refieren los apóstoles cuando, citando el Salmo 110, dicen cosas como: «Cristo debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies» (1 Co 15:25). La terminología, sin duda, es cruda, pero nuestra propia historia debería recordarnos que, antes de obedecer a Jesús, éramos exactamente eso —enemigos que debían someterse—. ¡Qué grande es el poder de su Palabra! Su gobierno, no obstante, se manifiesta también de otra forma, y podemos verla en uno de los textos más fascinantes que representan la secuela de la Ascensión: Apocalipsis 5-6. Allí, Jesús es retratado como un cordero que ha vuelto de la muerte y que, gozando del mismo honor que Dios, recibe de Él la autoridad para efectuar una importante misión: desatar juicios sobre la tierra rompiendo los siete sellos de un rollo-libro. Estos juicios son calamidades globales que ocurren en la época presente, pero aunque los creyentes habitan el mismo mundo, pueden tener la certeza de que dichas calamidades no están dirigidas a ellos sino que son una advertencia para quienes aún no aceptan el gobierno de Jesús. Jesús, por lo tanto, no gobierna solamente «en el papel». Su dominio, como dijimos, debe seguir creciendo, pero la oposición que aún existe no se debe a una falta de poder sino a la paciencia con que Dios ha decidido ejecutar su plan —rescatando así creyentes de toda época y extendiendo el plazo para la rendición pacífica de los seres humanos—.Celebremos la Ascensión de Jesús
¿No es esto, acaso, un excelente motivo para recordar y celebrar la Ascensión? Hoy en día es muy común encontrar iglesias y creyentes individuales que viven como si Satanás hubiese ganado la guerra y la iglesia no tuviese esperanza alguna de seguir creciendo. Quizás a ti también te ocurre. La Biblia, no obstante, existe para mostrarnos las cosas como realmente son, y mi oración al compartir este artículo es que cobres aliento al percibir la victoria de Jesús como quien contempla los primeros rayos del sol en la mañana. Cada vez más claros; cada vez más fuertes. ¿Celebrarás, entonces, la Ascensión? Te animo de corazón a hacerlo, pero más importante que eso, quiero alentarte a meditar en cómo el acontecimiento define la realidad de una manera radicalmente diferente —para el mundo entero, y estoy seguro de que para ti también—. Para seguir meditando: Mateo 28:16-20 • Hechos 1:1-11 • Filipenses 2:5-11 • Salmo 2 (Aunque algunas iglesias conmemoran esta fecha el domingo anterior a Pentecostés, oficialmente el Día de la Ascensión se celebra un jueves —es decir, 5 de mayo si pensamos en este 2016—)

Teología Bíblica de la Guerra del Señor
INTRODUCCIÓN:
Sin lugar a dudas, uno de los rasgos que llegan a caracterizar la Biblia de manera sistemática es el tema recurrente de la lucha o sus diversos conceptos asociados. El Antiguo Testamento presenta, en concreto, escenas de guerra, pero lo significativo es el hecho de que ésta se halla muchas veces vinculada directamente a la acción de Dios. ¿Justificaría la Biblia, en tales casos, el uso de una frase como «guerra santa»? ¿Es posible emplearla sin caer en una contradicción? Muchos han evitado el uso de ella por medio de otros términos, pero lo cierto es que, independientemente de cuáles sean, esto no elimina el hecho de que a veces Dios parece no sólo aprobarla, sino incluso ordenarla y tomar parte en ella. Diversas alternativas se han expuesto para armonizar la yuxtaposición de estos dos términos, pero me ha parecido especialmente útil la propuesta de Peter Craigie, quien señala dos cosas fundamentales: En primer lugar, que Dios interviene en este mundo usando las actividades humanas existentes ⎯cualesquiera que sean⎯;[1] y en segundo, que la presentación de Dios como un guerrero no es otra cosa que lenguaje antropomórfico para expresar su acción a través de un pueblo[2] (o, agregaría yo, a través de los diversos elementos creados). La pregunta que queda, entonces, es a qué fin conduce esta clase de intervenciones, y este trabajo considerará, como trasfondo de lo que sigue, que lo que Dios está haciendo es extender su soberanía sobre la tierra abriéndose paso en medio de una oposición violenta y constante hacia ella (iniciada por Satanás pero llevada a cabo por sus agentes tanto espirituales como terrenales). Esa es la razón primordial por la cual los actos de Dios se manifiestan como una guerra, y las actividades bélicas dirigidas expresamente por Él se enmarcan de una forma u otra en este esquema. El siguiente estudio parte de la base de que la guerra per se no es una actividad recomendada para los seres humanos, y en línea con esto, veremos que, de hecho, el guerrero por excelencia es Dios.

RESEÑA: EL CASO DE LA NAVIDAD

El caso de la Navidad: un periodista investiga la vida de un niño en el pesebre. Lee Strobel. Editorial Vida, 104 páginas.


RESEÑA: PECADOS RESPETABLES

- Impiedad
- Ansiedad y frustración
- Falta de contentamiento
- Ingratitud
- Orgullo
- Egoísmo
- Falta de dominio propio
- Impaciencia e irritabilidad
- Ira
- Las consecuencias de la ira
- El juzgar a los demás
- Envidia, celos y pecados similares
- Los pecados de la lengua
- Mundanalidad
No escribe, en todo caso, como si él hubiera superado estas cosas (y lo menciono por si a alguien le sirve de consuelo), sino como un cristiano más que debe superarse también y que, sin embargo, puede entregar en manos de sus lectores algunas herramientas eficaces.
Tal es el caso, por ejemplo, de los capítulos introductorios, que vienen a ser, en verdad, un marco teórico en donde se exponen los fundamentos del Evangelio y la forma en que éste hace necesaria y posible la erradicación del pecado en nuestras vidas. Es, a mi juicio, un libro que hacía falta y cuya lectura recomiendo de todo corazón, de buena gana y con suma urgencia.Pecados Respetables: confrontemos esos pecados que toleramos. Jerry Bridges. Editorial Mundo Hispano, 167 páginas.


RESEÑA: ESPERANZA SIN LÍMITES

Esperanza sin límites: cómo Dios alcanza y usa personas imperfectas. J.I. Packer y Carolyn Nystrom. Editorial Patmos, 167 páginas.


RESEÑA: ASÍ HABLABA JESÚS

Así hablaba Jesús: sus historias y oraciones. Eugene H. Peterson. Editorial Patmos, 287 páginas.


RESEÑA: CUANDO EL JUEGO TERMINA TODO REGRESA A LA CAJA

Cuando el juego termina todo regresa a la caja. John Ortberg. Editorial Vida, 273 páginas.


Teología bíblica de Jerusalén
INTRODUCCIÓN:
Para algunos, Jerusalén, la capital de Israel, no solo es una ciudad de importancia pasada: es también un escenario de relevancia futura. Se dice que Dios todavía no restaura a Israel como lo prometió, y por lo tanto, en un día que aún debemos esperar, el Mesías vendrá, se reunirá con su nación, pondrá su trono en la Jerusalén terrenal y gobernará al mundo entero. ¿Es esa, realmente, la expectativa que la Biblia desea crear? ¿Deberíamos reclamar Jerusalén para los judíos, y así, esperar el día en que peregrinemos a ella para gobernar junto al Mesías? El presente texto analizará cómo el concepto de una ciudad santa ha estado ligado al gobierno divino y si este permanece estático o demanda una interpretación evolutiva de sus elementos esenciales.
