volver
Photo of Cómo hacer de tu casa una base de operaciones para la misericordia
Cómo hacer de tu casa una base de operaciones para la misericordia
Photo of Cómo hacer de tu casa una base de operaciones para la misericordia

Cómo hacer de tu casa una base de operaciones para la misericordia

Hospitalidad

¿Puedo contarte un secreto vergonzoso? Cuando escucho que alguien toca la puerta, mi instinto es suspirar de frustración mientras numerosos pensamientos corren en mi cabeza. «No tengo ganas de invitar a pasar a nadie». «¡Tengo demasiadas cosas que hacer!». «Oh, no, mi casa es un desastre». «Ni siquiera reconozco a esta persona». «¿Qué es lo que querrá esta persona?». «Quizás sólo fingiré no estar en casa». Me siento aliviada cuando abro la puerta y veo que es una persona sosteniendo un paquete. ¡Sólo es el repartidor! Sonrío de oreja a oreja, le agradezco y firmo el recibo. Después, Andrew sugiere que invitemos a nuestros vecinos a la casa. Incrédula, me resisto. Disfruto de su compañía, pero acababan de venir hace poco. Él levanta una ceja y me recuerda que eso fue hace seis meses; probablemente, ya es tiempo de invitarlos a cenar de nuevo. Incluso en cuanto a las personas que más amo, lucho con buscar la hospitalidad proactivamente. Cuando las personas llegan sin avisar, la sensación que doy probablemente los hace sentir más como intrusos que como una interrupción bienvenida. Siento que mi hogar es como mi dominio. Quiero controlar cuándo y dónde busco a los demás. Quiero que las personas vengan a mi casa sólo cuando mi casa se ve bien, y no quiero tener la carga de limpiar cuando está hecha un desastre. Claramente, cuando se trata de lecciones sobre hospitalidad, soy el ejemplo de lo que no debe ser. Dado que esto es una gran debilidad en mí, pasé años socavando la significancia espiritual de la hospitalidad. No era más que una casilla que había que tachar y yo cumplía con mi «cuota» al recibir un grupo pequeño de la iglesia dos veces al mes. No obstante, a medida que estudiaba la Escritura, Dios me convenció. No sólo era llamada a crecer en esta práctica por el mero propósito de obedecer (Heb 13:2; 1P 4:9), sino que comencé a darme cuenta de cuán de la mano van la hospitalidad y la misericordia. Si nuestra misericordia tiene el propósito de reflejar al Dios que amamos, debemos esforzarnos por imitar las maneras en las que Él nos ha mostrado misericordia a nosotros. ¡Y Dios es hospitalario! Su hospitalidad se remonta a Génesis 1. Él creó un mundo hermoso y prolífico para que vivamos en él: un hogar que proveía abundantemente para cada necesidad. Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios y el pecado entró a la tierra, este hogar se rompió, lo que llevó a Dios a realizar su segundo gran acto de hospitalidad. Por misericordia, Jesús se humilló a sí mismo al venir a compartir un hogar con nosotros; el Creador del cielo y de la tierra bajó de su trono para habitar entre hombres ordinarios. Puesto que vivió entre nosotros en perfecta justicia, su muerte aseguró nuestro acceso a disfrutar un hogar eterno con Él. Aquellos que eran extraños y enemigos ahora tienen una invitación abierta para morar en su Reino. Él está preparando un banquete, una ciudad, un nuevo cielo y una nueva tierra (un nuevo hogar) donde nos recibirá por la eternidad. ¿Por qué? Porque Él es un Dios misericordiosamente hospitalario. Cuando abrimos nuestras vidas en hospitalidad, extendiendo nuestras manos de manera que consuelen a quienes están solos, provean a los afligidos, y conviertan a los extraños en amigos, estamos reflejando a Cristo. Cuando no nos limitamos a servir a las personas desde la distancia, sino que vamos un paso más allá para invitarlos a nuestras vidas, estamos imitando a nuestro Dios hospitalario que en humildad vino a nosotros y en gracia nos llevará de vuelta con Él. Imitar la hospitalidad de Dios significa más que organizar cenas para nuestros amigos y familia. Aunque la hospitalidad bíblica incluye la comunidad entre creyentes, también significa ser por naturaleza evangelistas y serviciales. Debe darle la bienvenida a los extraños y alcanzar a nuestras comunidades. Todos nosotros tenemos un vecino no creyente y abrir nuestros hogares pavimenta el camino para interacciones que van más profundo que una corta conversación en la entrada de la casa. En un mundo que es cada vez más individualista, el acto de invitar a otros a comer a nuestras mesas, desordenar nuestras casas y relajarnos en nuestros sofás ofrece el consuelo de la comunidad y crea un ambiente para mostrar misericordia. Nuestros vecinos luchan de maneras que desconocemos. Incluso si todo parece estar bien desde afuera, hay formas en las que pueden estar sufriendo debido a la enfermedad, a la soledad, a la pérdida, a la adicción o al abuso. Sin embargo, nunca sabremos las luchas que enfrentan si fallamos en acogerlos en nuestras vidas. Y si no sabemos, ¿cómo podemos mostrarles misericordia? Para amar a nuestros prójimos como Jesús nos ama a nosotros, tenemos que conocerlos verdaderamente. Asimismo debemos darle la bienvenida hospitalariamente a aquellos a quienes la sociedad pasa por alto o considera poco atractivos. Jesús dice en Lucas: «[...] Cuando ofrezcas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos a su vez también te conviden y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte [...]»(Lc 14:12-14). Cuando alcanzamos a aquellos que otros ignoran, estamos reflejando el corazón de Dios. Él busca a los marginados; a los olvidados; a los desplazados; a los socialmente raros; a los descartados; a los denigrados; a los despreciados. Él no muestra parcialidad y no se impresiona por el estatus, la apariencia o el carisma. Al contrario, Él ve y le importa el solitario y el excluido. ¿Haremos nosotros lo mismo?

Usa tus fortalezas

Si eres como yo, probablemente encuentres intimidante alcanzar a personas que apenas conoces. Nos preocupa que sea incómodo; ¡y podría serlo! Pero la Escritura nos instruye a mostrar hospitalidad a los extraños (Heb 13:2) y con seriedad nos advierte que no cumplir con hacerlo es el equivalente a no recibir a Cristo (Mt 25:44-45). Saber esto significa que no me puedo esconder detrás de mi excusa mantenida por mucho tiempo de que «la hospitalidad no es mi don»; al contrario, me empuja a depender desesperadamente de Cristo a medida que busco crecer en una gracia muy antinatural. Y Él me ha ayudado. Aun cuando todavía lucho con la debilidad y el pecado, Él me está transformando fielmente. Por su gracia, he crecido en hospitalidad. Ahora, en lugar de temer el golpe en la puerta, comencé a esperarlo con entusiasmo. Justo ayer un niño del vecindario tocó mi puerta y me preguntó si podía usar nuestro nuevo aro de baloncesto, y le contesté que nos encantaría que lo usara cuando quisiera. Es sólo algo pequeño, pero ojalá, con el tiempo, este niño sepa que nuestra casa es un lugar donde él es bienvenido. Aunque Dios llama y capacita a todos los creyentes a practicar la hospitalidad, es útil recordar que los detalles no necesitan verse iguales, Él nos ha dotado de diferentes maneras. Mi suegra muestra su hospitalidad al invitar y alimentar personas por montones. Si no tienes dónde pasar las festividades, recibirás una invitación a su casa. Mi hermana muestra hospitalidad al organizar citas de juego en el vecindario, al cuidar los hijos de sus amigas espontáneamente y al invitar a los vecinos a tomar un café. Linda cocina una comida excepcional; Robin te invita a usar su piscina, y Ana te dejará quedarte hasta tarde (yo, por otro lado, no pude resistir comprar un tapete de entrada que dice: «¡Pasa! Por favor, quédate hasta las 9»). Ya sea que tu fortaleza resida en una alta capacidad de acoger a muchos, mostrar servicio espontáneo, compartir cenas caseras o seas como yo y consideres una gran victoria recordar ofrecer un vaso de agua a una visita, todos podemos esforzarnos para bendecir a otros con un hogar acogedor. A mayor escala, existen oportunidades únicas a largo plazo para mostrar hospitalidad. Algunos de ustedes abrirán sus casas para estudiantes de intercambio o para padres que están envejeciendo. Otros acogerán a niños en familias de acogida o a adultos que se están recuperando de una adicción. Conozco a una familia de siete miembros que recibió a una familia de cinco para vivir con ellos por un año en su modesta casa de estilo Cape Cod después de que quedaran sin hogar. Ya sea que recibamos al triste o al enfermo, al solitario o al extraño, existe todo tipo de formas para usar nuestros hogares como lugares de consuelo y ministerio a otros. 

Este artículo es una adaptación de Go and Do Likewise: A Call to Follow Jesus in a Life of Mercy and Mission [Ve y haz tú lo mismo: un llamado a seguir a Jesús en una vida de misericordia y misión] escrito por Amy DiMarcangelo.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.