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Por qué a veces la controversia es necesaria
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Por qué a veces la controversia es necesaria

Hace poco vi cómo una joven madre actuaba rápida y resueltamente para poner fin a una riña entre dos niños preescolares: procedió con rectitud y eficacia, luego se volvió a ellos y estableció la ley: «Nunca está bien pelear». Lo siento, mamá. Entiendo lo que tratas de hacer, pero tal instrucción moral no servirá cuando esos chicos crezcan y maduren. Su desafío será aprender cuándo está bien pelear, y de qué manera, tal como la Biblia lo ordena, pelear la buena batalla de la fe. ¿Qué hay de la iglesia? ¿Es correcto, alguna vez, que los cristianos y las iglesias se involucren en controversias? Obviamente, la respuesta es sí: a veces los creyentes se dividen por cuestiones serias e importantes, y en tales casos, las controversias son inevitables. La única forma de evitarlas por completo sería considerar que nada de lo que creemos es lo suficientemente importante como para defenderlo, y ninguna verdad tan valiosa como para ser intransable. Sabemos que a Cristo le preocupa profundamente la paz de su iglesia. Al orar por ella en Juan 17, pide que su rebaño sea protegido por el Padre y esté marcado por la unidad. Pero, como Cristo también aclara, su iglesia debe ser unificada y santificada en la verdad. En otras palabras, no hay una unidad genuina sin que haya unidad en la verdad revelada de Dios. El Nuevo Testamento no es evasivo ya que revela serias e importantes controversias dentro de las primeras congregaciones y aun entre los líderes cristianos. El apóstol Pablo entró en una polémica con los Gálatas para impedir que se transara con el evangelio (Gá 1:6–9); se involucró en una controversia moral al escribir a los Corintios (1 Co 5); y enfrentó a Pedro por la cuestión de los gentiles y la circuncisión (Gá 2:11–14). Judas hizo notar el desafío perpetuo de defender la verdad ante los enemigos (Jud 3) y Juan señaló una iglesia tan tibia y carente de compromiso con la verdad que ni siquiera podía suscitar una controversia (Ap 3:14-22). La historia de la iglesia también nos recuerda que la controversia es necesaria cuando la verdad del evangelio está en juego. Una y otra vez, enfrentamos momentos cruciales en que, si la verdad no es defendida, es negada. La iglesia tiene que observar derechamente lo que se enseña y decidir si la enseñanza es fiel a las Escrituras. Esto comúnmente produce controversia. Si la iglesia creyera que la controversia debe evitarse a toda costa, no tendríamos idea de lo que es el evangelio. Para nuestra vergüenza, a menudo la iglesia se ha dividido por las controversias equivocadas. Congregaciones y denominaciones se han dividido por asuntos que, a la luz de la Palabra de Dios, dan lo mismo. Además, algunas iglesias parecen alimentarse de la controversia teniendo en ellas miembros y líderes que son agentes de desunión. Esto es motivo de vergüenza y reproche para la iglesia, y la distrae de su tarea de predicar el evangelio y hacer discípulos. ¿Cómo, entonces, podemos saber si una controversia es correcta o no? La única forma de averiguarlo es yendo a la Escritura y evaluando la importancia de los temas que se debaten. Todos los asuntos relacionados con la verdad son importantes, pero no todos son igualmente importantes. Cuando se trata de doctrinas centrales y esenciales, no se pueden evitar las controversias sin traicionar el evangelio. Como advirtió Pablo a los Gálatas, una iglesia que no esté dispuesta a enfrentar controversias por doctrinas de importancia central estará, dentro de poco, predicando «otro evangelio». La iglesia ha tenido que enfrentar controversias por doctrinas tan centrales y esenciales como la plena deidad y humanidad de Cristo, la naturaleza de la Trinidad, la justificación exclusivamente por fe, y la veracidad de la Escritura. Si esas controversias se hubiesen evitado, el evangelio y la autoridad de las Escrituras se habrían perdido. Dichas controversias se centraron en doctrinas de importancia «primaria» —doctrinas sin las cuales la fe cristiana no puede existir—. Las doctrinas de importancia secundaria no tienen que ver con los aspectos fundamentales del evangelio ni su llamado al arrepentimiento y la fe, pero sí explican la separación de la iglesia en denominaciones. Las denominaciones han surgido a raíz de desacuerdos sobre el bautismo, el orden de la iglesia, y otros temas que, en la vida congregacional, son inevitables. En un tercer nivel encontramos controversias por temas que deberían ser tratados —e incluso debatidos— pero que no deberían dividir a los creyentes en diferentes congregaciones y denominaciones. Éstas deben desarrollar una madurez bíblica y espiritual para juzgar la importancia de los desacuerdos y saber cuándo la controversia está bien o mal. Así como los políticos son conocidos por instarse mutuamente a no desperdiciar las crisis, la iglesia no debería desperdiciar sus controversias. Una iglesia fiel debe hacer que sus controversias sean significativas. Cuando éstas surgen, deben llevar a la iglesia a Cristo y a las Escrituras mientras los creyentes procuran descubrir todo lo que la Biblia enseña. Las disputas y los debates deben poner a la iglesia de rodillas en oración a medida que los fieles buscan llegar a un acuerdo guiados por el Espíritu Santo. La controversia, correctamente manejada, servirá para advertir a la iglesia de los peligros de la apatía doctrinal y la necesidad de la humildad personal. Por último, las controversias deberían llevar a la iglesia a orar por esa unidad que Cristo sólo llevará a cabo cuando glorifique a su iglesia. Que así sea, Señor, ven pronto. Hasta entonces, no nos atrevamos a desperdiciar una controversia.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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El problema de postergar el matrimonio
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El problema de postergar el matrimonio

La adultez no es sólo un tema de edad; es un logro. A lo largo de la historia del ser humano, los jóvenes han aspirado a alcanzar la adultez y han trabajado duro para obtenerla. Tres señales universales de adultez en las sociedades humanas incluyen el matrimonio, la independencia económica y la preparación para la crianza. Sin embargo, en la actualidad, el concepto mismo de la adultez está en riesgo. Estudio tras estudio revela que los jóvenes están alcanzando la adultez, si es que la alcanzan, mucho después que generaciones previas. La edad promedio para contraer matrimonio en los jóvenes estadounidenses hace cincuenta años eran los veinte. Ahora, la tendencia se acerca más a los treinta. ¿Por qué es esto importante para todos nosotros? Una cultura estable y operativa necesita el establecimiento de matrimonios estables y la promoción de la familia. Sin matrimonios saludables ni vida de familia como fundamento, ninguna comunidad saludable y perdurable puede sobrevivir por mucho tiempo. Claramente, nuestra propia sociedad revela la postergación del matrimonio y sus consecuencias, pero no somos los únicos. Muchas naciones europeas muestran patrones de una adultez postergada, con inquietantes repercusiones económicas, políticas y sociales. Para los cristianos, sin embargo, el asunto nunca es algo meramente sociológico o económico. El tema principal es moral. Cuando la mayoría de nosotros piensa sobre la moralidad, lo primero que pensamos es en reglas y en mandamientos éticos, pero la cosmovisión cristiana nos recuerda que el primer asunto moral siempre tiene que ver con lo que el Creador espera de nosotros como sus criaturas humanas, las únicas que él hizo a su propia imagen. La Biblia ratifica el concepto de matrimonio como una expectativa primordial para la humanidad. Desde el segundo capítulo de la Biblia leemos: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser» (Gn 2:24). Ahora bien, la realidad es cada vez más extraña. En la sociedad, la convivencia sin el matrimonio se transforma cada vez más en la norma, pero incluso los críticos sociales seculares se dan cuenta de que la convivencia ya no termina en matrimonio en la mayoría de los casos. Andrew Cherlin de la Universidad John Hopkins dijo hace poco en la revista Time que gran parte de las relaciones de convivencia entre los jóvenes de Estados Unidos son relaciones a corto plazo. No es convivencia antes del matrimonio, sino que en vez del matrimonio. En el artículo de la revista Time también se apuntaba a otro preocupante patrón: los millennials están teniendo hijos fuera del matrimonio a un ritmo sorprendente. Además, hace muchísimos años, W. Bradford Wilcox, basándose en la investigación realizada por Robert Wuthnow, sostuvo que la postergación del matrimonio es el principal impulsor de la secularización. Esto va de la mano con el hecho de que la adolescencia extendida trae grandes efectos, que muchas veces pasan desapercibidos. La adultez está diseñada para responsabilidades adultas y, para la gran mayoría de los jóvenes, eso se traduce en el matrimonio y la paternidad. La extensión de la adolescencia a los veinte años (e incluso a los treinta) tiene una alta correlación con el ascenso de la secularidad y con bajos índices de asistencia a la iglesia. Los cristianos entendemos que fuimos creados hombres y mujeres para mostrar la gloria de Dios, que se nos concedió el don del matrimonio como el marco único para el cual Dios diseñó el regalo del sexo, y que nos ha dado el privilegio y el mandamiento de tener y criar hijos. Por estas razones y más, los cristianos debemos entender que, a menos que se nos dé el llamado al celibato, debemos honrar el matrimonio, buscar casarnos y avanzar hacia la paternidad y las responsabilidades completas de la adultez en la vida más temprano que tarde. Postergar la adultez no es consistente con nuestra visión bíblica de la vida y, para la mayoría de los jóvenes cristianos, el matrimonio debe ser una parte central de la planificación de la joven vida adulta y de la fidelidad a Cristo. Como esposo y esposa que alcanzan juntos la adultez, los jóvenes cristianos sirven como un testimonio del plan y del don de Dios ante un mundo confundido. Los cristianos entendemos que el sexo antes y fuera del matrimonio simplemente no es una opción. Convivir es inconsistente con obedecer a Cristo. Los hijos son regalos de Dios para ser recibidos y acogidos dentro del pacto matrimonial. Es revelador ver que las autoridades seculares de la cultura ahora estén expresando su preocupación ante la postergación del matrimonio entre los jóvenes. Si en la revista Time se expresa la preocupación debido a que los jóvenes estadounidenses no se están casando, los cristianos debemos estar doblemente preocupados. Los jóvenes, y eso incluye a los jóvenes cristianos, enfrentan algunos desafíos reales al avanzar hacia una completa adultez; sin duda los factores económicos son parte de ellos. Sin embargo, incluso los críticos sociales seculares entienden que un cambio en el matrimonio apunta a un cambio subyacente en la moralidad. La triste realidad es que las generaciones anteriores de jóvenes adultos, que enfrentaron desafíos económicos aún mayores, encontraron su camino hacia la adultez y el matrimonio. La iglesia cristiana debe animar a los jóvenes cristianos a ir tras la meta del matrimonio y debe ser clara sobre la necesidad de santidad y de obediencia a Cristo en cada etapa y en cada momento de la vida. Cuando el mundo a nuestro alrededor se esté rascando la cabeza, preguntándose qué pasó con el matrimonio, los cristianos pueden mostrar la gloria de Dios en el matrimonio y todo lo que Dios nos da en el pacto matrimonial. Debemos animar a los jóvenes cristianos a no postergar el matrimonio, pero tampoco a casarse apresuradamente, sino que hacer del matrimonio una prioridad en los críticos años de la joven adultez. Por esa causa, no hay tiempo que perder.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
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RESEÑA: CONTRACULTURA
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RESEÑA: CONTRACULTURA

David Platt está preocupado. Cualquiera que haya conocido a este hombre y a su mensaje apasionado no le sorprenderá esta afirmación; sin embargo, la forma precisa de la preocupación de Platt en este libro podría ser una sorpresa para algunos. En Contracultura, Platt presenta un enfoque más comprensivo y definido de la pasión por el Evangelio de lo que ha demostrado en sus previos escritos, dentro de los cuales está Radical. En su nuevo libro, él mantiene un enfoque muy claro del Evangelio, mientras levanta su preocupación por la falta de entusiasmo entre muchos cristianos jóvenes (evangélicos jóvenes, aunque no exclusivamente) respecto a una serie de problemas sociales que se abordan directamente en la Escritura y, por lo tanto, dan cuenta directamente de las afirmaciones de Cristo. Como escribe Platt: «En asuntos populares, como la pobreza y la esclavitud, donde es probable que nos aplaudan por nuestro trabajo social, somos rápidos para ponernos de pie y hablar sin rodeos. Sin embargo, en asuntos controversiales tales como la homosexualidad y el aborto, donde es probable que como creyentes seamos criticados por involucrarnos en esos temas, nos contentamos con permanecer sentados sin hablar». En este libro, David Platt con decisión no se sienta ni se queda en silencio. Él aborda una serie de preocupaciones que van desde la pobreza hasta la esclavitud sexual, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el racismo, la pornografía y la inmigración. En el camino, él también lidia con la persecución, los huérfanos y el aborto. En su libro más popular hasta ahora, Radical, Platt describe y aviva un cristianismo apasionado, dirigido por el Evangelio, que se ha apoderado de su corazón y que desesperadamente quiere ver que se transmita a otros (especialmente, al gran número de evangélicos jóvenes que fueron atraídos a él y a su mensaje). Y muchos lo fueron. Debido a esto, es muy importante que Contracultura no ande con rodeos. Presenta una examinación bíblica muy directa de cada problema. En cada caso, Platt construye su argumento directamente desde la Escritura y desde los recursos más fuertes para el argumento moral cristiano. Su causa es moral, pero su fundamento es consistentemente bíblico y teológico. En cada página, es evidente que Platt ha tratado más estos problemas que el promedio de pastores evangélicos. En primer lugar, Platt los discute de maneras que demuestran su propia lucha personal para definir el alcance de estos problemas, dentro de los cuales se encuentra el inevitable sufrimiento una vez que alguien entiende la escala exacta de la humanidad involucrada. En segundo lugar, su enfoque tiene la característica de que no permite escape donde la Escritura no permite escape. En ese sentido, este nuevo libro en lo profundo es aún más contracultural de lo que pueda sugerir su título. Los problemas que Platt aborda comprenden muchas preocupaciones por lo que hacer un resumen es bastante difícil. Es particularmente emotivo cuando escribe sobre el aborto y la esclavitud sexual y entiende que una preocupación común por el Evangelio debe llevar a todas las personas dispuestas al Evangelio a entender estos problemas, aunque son dolorosos, no son problemas que los cristianos pueden evitar tanto en términos personales como en el compromiso público. En este sentido, uno de los regalos más grandes de David Platt en este libro es que comparte su propio modelo de compromiso público: un modelo honesto, humilde, cautivador y profundamente conviccional. Los lectores del libro podrían frustrarse por el hecho de que los problemas no pueden ser expuestos simplemente en una serie de consideraciones como si cada uno fuera acorde con el otro. En algunos casos, podrían estar disponibles algunos claros remedios en la cultura, al menos para mejorar los efectos del pecado. En otros casos, se torna cada vez más difícil saber lo que los cristianos fieles podrían hacer, pero Platt no permite un escape fácil. Al contrario, él llama a un estilo de vida simple, a identificarse con aquellos que están atrapados en sistemas de injusticia y a buscar usar todos los medios posibles para liberar a nuestros prójimos de la pobreza, de la opresión, de la esclavitud a la lujuria y de la avaricia. Notablemente, él también ofrece un capítulo sobre la libertad religiosa, entendiendo de que se experimenta una real amenaza a la libertad religiosa en esta generación que probablemente sea una señal de que vienen desafíos aún mayores. Para el crédito de Platt, él entiende que estos desafías no están atados a nuestra libertad de comprometernos públicamente con el problema, sino que, más importante aún, con nuestra capacidad de enseñar, de predicar y de compartir el Evangelio. David Platt comienza el libro en el Evangelio y ahí es donde yo terminaré esta reseña. Mientras que demasiados autores que son atractivos para los jóvenes evangélicos usan la palabra Evangelio en un sentido muy vago y generalizado (un sentido en el cual un ímpetu por el evangelismo y las misiones puede ser rápidamente transformado en un mero cambio cultural) David Platt es muy específico sobre lo que es el Evangelio. Lo define, el Evangelio es «la buena noticia de el Creador del universo, justo y lleno de gracia, ha considerado la situación sin esperanza de mujeres y hombres pecadores, y que ha enviado a su Hijo, Jesucristo, Dios encarnado, para que cargue en la cruz su ira por el pecado y que muestre su poder sobre el pecado en la resurrección, para que todos los que se arrepientan de sus pecados y pongan su fe en Jesús como Salvador y Señor sean reconciliados con Dios para siempre». Esa es una expresión agradablemente clara del Evangelio de Jesucristo, el Evangelio que a David Platt le apasiona tanto que sea compartido con todos los pueblos de la tierra. Solo podemos estar agradecidos de que en su nuevo rol como director del Consejo de Misiones Internacionales de la Convención Bautista del Sur de Estados Unidos, sus seguidores podrían ser transformados, por la gracia de Dios, en una poderosa fuerza para misiones que el mundo nunca ha visto. Eso, incluso más que la sabiduría contenida en este libro, representará la mayor amenaza contracultural que el mundo jamás haya visto.

Contracultura: una llamada compasiva a la contracultura en un mundo de pobreza, matrimonios del mismo sexo, racismo, esclavitud sexual, inmigración, persecución, aborto, huérfanos y pornografía. David Platt. Tyndale House Publishers, 320 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.
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Cultivemos la paciencia con urgencia
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Cultivemos la paciencia con urgencia

La mayoría de nosotros reconoce que la paciencia es una de las virtudes cardinales cristianas —solo que no tenemos ningún apuro en obtenerla—. Otros solo la definen como el tiempo que nos toma obtener lo que queremos. Como el célebre comentario que hizo una vez Margaret Thatcher: «yo soy extraordinariamente paciente, siempre y cuando, al final, todo salga según yo quiera». En la sociedad acelerada y en la cultura egocéntrica de hoy, la paciencia está desapareciendo rápidamente, incluso entre los cristianos. La paciencia no es opcional para los cristianos. Repetidamente, el apóstol Pablo les mandaba a los cristianos que fueran pacientes los unos con los otros. Es más, esta es una prueba crucial de autenticidad cristiana, pues el verdadero carácter cristiano, la evidencia misma de la regeneración, se ve en la paciencia auténtica. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo les enseñó a los cristianos de Éfeso que «[...] vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados. Que vivan con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4:1-3). En un contexto similar, el apóstol llamó a los cristianos de Colosas a que se «revistieran» con estas virtudes: «tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col 3:12). Nuevamente, Pablo ilustra la necesidad que tenían de paciencia al señalar el conflicto dentro de la comunidad cristiana. Según Pablo, si un cristiano tiene una queja contra otra persona, debe responder con paciencia y con disposición a sufrir pérdidas en lugar de perjudicar la reputación de la iglesia. La enseñanza a los cristianos de Tesalónica respecto a esto era absolutamente clara: «[...] Vivan en paz los unos con los otros» (1Ts 5:13). Para alcanzar esta paz, Pablo les enseñó a que «[...] sean pacientes con todos» (1Ts 5:14): un gran desafío. Más importante aún, la paciencia debe ser una virtud que todo líder cristiano debe tener. Cuando Pablo le escribió a Timoteo, su joven ahijado en el ministerio, estableció un ejemplo: «El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe reprender tiernamente a los que se oponen [...]» (2Ti 2:24-25). La paciencia en la Biblia se entiende como una virtud que se cimienta en la totalidad de la verdad cristiana. La paciencia comienza con la afirmación de que Dios es soberano y de que está en control de la historia del ser humano, obrando en las vidas humanas. Teniendo la eternidad como horizonte, el tiempo adquiere un significado completamente nuevo. El cristiano entiende que la satisfacción completa nunca podrá alcanzarse en esta vida; es por eso que mira hacia la consumación de todas las cosas en la era que está por venir. Además, sabemos que nuestra santificación no se completará en esta vida y, de este modo, los cristianos debemos vernos entre nosotros como pecadores salvos por gracia, en quienes el Espíritu Santo está obrando, al llamarnos para ser como Cristo. Cuando consideramos el mandamiento bíblico de ser pacientes los unos con los otros, debemos recordar las muchas expresiones de paciencia reveladas en la Palabra de Dios que son vitales para la comprensión del cristiano. En primer lugar, debemos entender que la paciencia es tanto un mandato como un don de Dios. Como con todas las virtudes cristianas, estamos obligados por el mandato de Dios a mostrar el fruto del Espíritu, del cual la paciencia es una parte fundamental. La Biblia no describe la paciencia como un mero consentimiento o una espera fácil del tiempo adecuado. Al contrario, la paciencia es una virtud cristiana viva y enérgica, que está profundamente cimentada en una confianza absoluta en la soberanía de Dios y en la promesa de perfeccionar todas las cosas de una manera que demuestre su gloria de la forma más completa. Puesto que es un mandato, la paciencia es una responsabilidad para los cristianos; al mismo tiempo, es un don divino. Los cristianos en sí mismos no son capaces de demostrar la verdadera paciencia como un fruto del Espíritu. Agustín de Hipona, el gran obispo del siglo cuarto, advirtió que los cristianos debemos evitar la «falsa paciencia que viene del orgullo». Agustín era duro con aquellos que atribuían la paciencia simplemente a «la fuerza de la voluntad humana». Ciertamente, debemos tener la voluntad de ser pacientes, pero la paciencia como una virtud genuina solo se desarrolla en aquellos que han sido redimidos por Cristo y en quienes el Espíritu Santo desarrolla su fruto. En segundo lugar, la paciencia está cimentada en nuestra comprensión de que somos pecadores redimidos. Una vez que reconocemos nuestra debilidad y que adquirimos bastante conciencia de nuestras fallas, también debemos lidiar con otros cristianos orgullosos, faltos de humildad. El cristiano no tiene excusas para responder a otros creyentes con un espíritu de arrogancia, altivez o superioridad. Al contrario, debemos seguir el ejemplo de Cristo y responder con verdadera humildad tanto a Dios como a nuestros hermanos en la fe. Como mencioné anteriormente, la paciencia es una prueba crucial del carácter del cristiano, basada en aceptar que podemos estar equivocados. Nuestro error puede estar en nuestro carácter más que en nuestra convicción. Cuando los cristianos se ven envueltos en conflictos, es posible que se equivoquen aun teniendo la razón. Este es un buen recordatorio mientras cumplimos nuestro deber de contender por la fe que fue dada a los santos una vez y para siempre. En tercer lugar, la comprensión cristiana de la paciencia se basa en que sabemos que Dios está potencialmente obrando en las personas. Como Pablo le enseñó a Timoteo, el siervo de Dios debe ser amable con todos, mostrando paciencia incluso al corregir a quienes se nos oponen. «Debe reprender tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad» (2Ti 2:25-26). El lenguaje extraordinariamente fuerte que Pablo usa indica la gravedad del desacuerdo entre cristianos. Cuando él habla de corregir a quienes han sido cautivados por el diablo para hacer su voluntad, podemos asegurar que está hablando de asuntos ciertamente muy graves. Pablo basa la paciencia en la clara afirmación de que Dios puede estar obrando en aquellos con los que no estamos de acuerdo o con los que estamos en conflicto. Nuevamente, la doctrina bíblica de la santificación nos ayuda a comprender el proceso de maduración del cristiano. Este viene como un proceso, por medio del cual Dios moldea a un pecador redimido a la imagen de Cristo. Teniendo esto en mente, debemos responderles a nuestros hermanos como a personas que, como nosotros, son pecadores salvos por gracia. Por lo tanto, debemos mostrarnos gracia los unos a los otros y debemos mostrar la integridad de nuestras vidas cristianas con paciencia verdadera. Incluso a medida que buscamos convencer, instruir e incluso corregir, debemos recordar que solo Dios puede alcanzar el corazón del ser humano y que debemos seguir confiando en que Dios está obrando en aquellos que son partícipes de su gracia. En cuarto lugar, la paciencia está arraigada en nuestra comprensión del tiempo y de la eternidad. No esperamos alcanzar nuestras mayores satisfacciones en esta vida. En lo que respecta a nuestros hermanos en la fe, sabemos que, como nosotros, serán completamente santificados y glorificados solo cuando llegue el momento. Como Juan Calvino comentó, la inmortalidad es «la madre de la paciencia». Este es un recordatorio bueno y saludable, porque incluso como cristianos somos llamados a aceptar toda la verdad: alcanzar la unidad completa solo cuando Cristo venga a buscar a su iglesia y estemos reunidos ante el trono de Dios por la eternidad. La paciencia debe ser uno de los sellos de los hogares cristianos a medida que cada miembro de la familia muestra paciencia al enfrentarse a otro. Esposos y esposas deben ser pacientes entre ellos, igualmente como los padres debemos ser pacientes con nuestros hijos. En la familia de la fe, la paciencia, comúnmente la virtud más escasa, se convierte en una prueba de autenticidad y en una necesidad para el orden correcto del hogar, de la iglesia y de la comunión cristiana. Habiendo dicho esto, la iglesia debe obedecer el mandamiento de Dios de buscar y mostrar paciencia cristiana auténtica —y rápido—.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
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El enemigo de mi enemigo… ¿es mi amigo?
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El enemigo de mi enemigo… ¿es mi amigo?

No estamos viviendo una época de paz. Los cristianos que reflexionan deben sin duda estar conscientes de que hay un gran conflicto moral y espiritual gestándose a nuestro alrededor, con múltiples frentes de batalla y cuestiones de gran importancia en juego. El profeta Jeremías advirtió repetidas veces sobre aquellos que falsamente declaraban paz cuando no la había. La Biblia define la vida cristiana como una batalla espiritual, y los creyentes de esta generación enfrentan el hecho de que, en nuestra lucha actual, está en juego la existencia misma de la verdad.

Estar en guerra pone sobre la mesa un conjunto singular de desafíos morales, y las grandes batallas morales y culturales de nuestros tiempos no son la excepción. Aun los antiguos pensadores lo sabían, y comúnmente todavía se citan muchas de sus máximas de guerra. Entre las más populares, hay una que muchos de los antiguos conocían: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo».

Dicha máxima ha sobrevivido como un principio moderno de política exterior. Explica por qué los estados que han estado en guerra unos contra otros pueden, dentro de un muy corto plazo, aliarse contra un enemigo común. En la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética comenzó siendo aliada de la Alemania Nazi, y sin embargo, llegó al final de la guerra como un aliado clave de Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Cómo pudo suceder esto? Sucedió porque se unió al esfuerzo contra Hitler y se convirtió instantáneamente en «amiga» de norteamericanos y británicos. Sin embargo, cuando la gran guerra concluyó, los soviéticos entraron en una nueva fase de abierta hostilidad contra sus últimos aliados —conocida como la Guerra Fría—.

¿Podemos los cristianos sacar provecho de esta útil máxima de la política exterior mientras pensamos en nuestras luchas actuales? No es una pregunta simple. Por un lado, es inevitable —y aun indispensable— tener algún sentido de unidad contra un opositor común, pero por otro lado, la idea de que un enemigo común produce una unidad verdadera es —como aun la historia lo revela— una premisa falsa.

No debemos subestimar aquello de lo cual estamos en contra. Las luchas que enfrentamos del lado de la vida y la dignidad humana contra la cultura de la muerte y los grandes males del aborto, el infanticidio y la eutanasia, son luchas titánicas. Estamos en una gran batalla por defender la integridad del matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Enfrentamos una alianza cultural decidida a promover una revolución sexual que desatará un verdadero caos y perjudicará notablemente a individuos, familias y a la sociedad en general. Estamos luchando por defender al género como parte de la buena creación de Dios y para defender la existencia misma de un orden moral objetivo.

Más allá de todos estos desafíos, estamos involucrados en una gran batalla por defender la existencia de la verdad en sí, por defender la realidad y autoridad de la revelación de Dios en la Escritura, y por defender todo lo que la Biblia enseña. Hay un anti-sobrenaturalismo generalizado que busca negar cualquier afirmación de la existencia de Dios o de nuestra capacidad de conocerlo. La academia está dominada por las cosmovisiones naturalistas, y el nuevo ateísmo vende libros por millones. El liberalismo teológico hace su mejor esfuerzo por establecer la paz con los enemigos de la iglesia, pero los cristianos fieles no tienen forma de escapar de las batallas a las cuales está llamada esta generación de creyentes.

Por lo tanto, ¿son amigos nuestros los demás enemigos de nuestros enemigos? En cuanto a lo recién mencionado, mormones, católicos romanos, judíos ortodoxos y muchos otros comparten muchos de nuestros enemigos. Sin embargo, ¿hasta qué punto hay unidad entre nosotros?

Debemos pensar en esto con mucho cuidado y honestidad. En un sentido, podríamos juntarnos con quien sea —no importando su cosmovisión— para salvar gente de una vivienda en llamas. Ayudaríamos gustosamente a un ateo a salvar del peligro a un vecino o incluso a embellecer el vecindario. Estas acciones no exigen compartir una cosmovisión teológica.

En otro sentido, ciertamente vemos como aliados claves en la actual batalla cultural a todos aquellos que defienden la vida y la dignidad humana, el matrimonio, el género y la integridad de la familia. Nos escuchamos mutuamente, adquirimos argumentos los unos de los otros y nos sentimos agradecidos del apoyo que cada cual presta a nuestros intereses comunes. Incluso reconocemos que en nuestras cosmovisiones hay elementos comunes que explican nuestras convicciones comunes acerca de estas cuestiones. Sin embargo, nuestras cosmovisiones son en verdad completamente diferentes.

Con la Iglesia Católica Romana tenemos muchas convicciones en común, incluyendo convicciones morales sobre el matrimonio, la vida humana y la familia. Además de eso, sostenemos juntos las verdades de la Trinidad divina, la cristología ortodoxa, e igualmente otras doctrinas. Sin embargo, estamos en desacuerdo sobre aquello que reviste la máxima importancia: el evangelio de Jesucristo. Y esa diferencia suprema conduce también a otros desacuerdos vitales: la naturaleza y autoridad de la Biblia, la naturaleza del ministerio, el significado del bautismo y la Santa Cena, y toda una gama de cuestiones centrales para la fe cristiana.

Los cristianos definidos por la fe de los reformadores jamás deben olvidar que lo que obligó a los reformadores a romper con la Iglesia Católica Romana fue nada menos que la fidelidad al evangelio de Cristo. De nosotros se requiere la misma claridad y valentía.

En una época de conflicto cultural, el enemigo de nuestro enemigo puede muy bien ser nuestro amigo. Sin embargo, con la eternidad ante nuestros ojos, y estando en juego el evangelio, no debemos confundir al enemigo de nuestro enemigo con un amigo del evangelio de Jesucristo.

Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán