«La vida es una aventura arriesgada, y si no lo es, no es nada en lo absoluto» —Helen Keller.
Estas palabras llamaron mi atención mientras hojeaba las revistas de viajes que estaban en el bolsillo de atrás del asiento del avión. Me dirigía hacia Vietnam para unas cortas vacaciones antes de ir a trabajar a Hong Kong por dos semanas. Muy pocas personas dirían que mi vida no tiene suficientes «aventuras arriesgadas». Así que, ¿por qué esa afirmación me molestaba? ¿Por qué me dejó con un sentimiento desagradable en las profundidades de mi corazón?
Hace poco me di cuenta de una tendencia entre mis amigos solteros que tienen sobre treinta años. Memes sobre gastar dinero en viajes en vez de en casas; comentarios sobre esperar por el escape de esas próximas vacaciones; cuentas de Instagram que muestran las alegrías de una vida independiente para combatir el estado civil de «soltero o soltera» atascado en Facebook.
Tengo un miedo secreto de que la idolatría al matrimonio que la iglesia enfrentó hace 20 años ahora ha sido reemplazada por una idolatría a las experiencias. Si un ídolo es cualquier cosa que valoramos más que a Dios y a su gloria, es fácil ver cómo tomamos cosas buenas que vienen de Dios y las transformamos en abismos que roban nuestra identidad.
Si es cierto que «la vida es una aventura arriesgada, y si no lo es, no es nada en absoluto», entonces debemos pasar nuestras vidas buscando la aventura. Debemos estar descontentos con la rutina e insatisfechos con cualquier cosa que sea menos que algo emocionante. Tristemente, mientras esta perspectiva sobre la vida es tentadora, no es lo que Dios enseña en su Palabra.
Tómate un momento y completa la siguiente oración: «la vida es ________________, y si no lo es, no es nada en lo absoluto». ¿Cómo completarías esta oración?
La vida es una buena familia, un buen cónyuge, buenos hijos, y si no lo es, no es nada en lo absoluto.
La vida es éxito, y si no lo es, no es nada en lo absoluto.
La vida es disfrutar el momento de todos los placeres que puede ofrecer, y si no lo es, no es nada en lo absoluto.
Mientras observaba las palabras de esa revista de viajes y sentía que mi corazón luchaba con el concepto que me estaba presentando, me pregunté a mí misma cómo podría responder esa pregunta.
Podemos medir nuestras vidas por esos ídolos. Si hemos alcanzado el ídolo, debemos estar felices. Si no lo hemos alcanzado, debemos estar tristes. No estoy casada y no tengo hijos, por lo que el ídolo del matrimonio y de la familia podría definirme fácilmente (tengo una vida deficiente). He logrado tener una vida bastante aventurera, llena de muchos viajes, por lo que el ídolo de la aventura y el placer podría definirme fácilmente (tengo una vida completa).
Hoy te digo: ni el matrimonio, ni la familia, ni el éxito, ni la aventura es lo que define nuestras vidas. Nuestras vidas están definidas por Cristo. ¿Estamos viviendo vidas que son fieles a él, que lo honran y que proclaman su bondad? Podemos hacerlo con una familia o con una aventura, pero el propósito de nuestras vidas debe estar basado fuera de esos insignificantes aspectos de una «buena vida». Mi vida es mucho más de lo que muestra mi Instagram o de lo que afirma mi Facebook. En Cristo, soy más que un estado civil y puedo disfrutar de las vacaciones como buenos regalos de Dios sin convertirlos en el significado de mi vida.
¿Cómo completaría el apóstol Pablo la oración que mencioné más arriba? Él lo hizo en Filipenses 1:21:
«…Para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia». Asegurémonos que vivimos esta vida bien: para Cristo y su reino.