Nota de la autora: no he sido mamá de acogida, por lo que mi comprensión de los desafíos que esto conlleva viene de observar y escuchar a mis amigos que sí lo son. Cada familia de acogida y cada situación es diferente, por lo que mis comentarios y observaciones están basados en generalizaciones. Si quieres más información sobre cómo ser una familia de acogida, puedes visitar www.movac.cl (en Chile) o acudir a la agencia gubernamental de tu país que supervisa el servicio de protección al menor.
Hace cinco meses, me convertí en la orgullosa mamá de un hermoso niño de seis años. Estoy tan feliz de que mi hijo esté finalmente en casa conmigo y de que el proceso de adopción haya finalizado. Sin embargo, la verdad es que la familia que Dios ha unido para mí (mi hijo y yo) fue creada a partir del dolor profundo: de la ruptura de otra familia. El pecado y el abuso destrozó la familia biológica de mi hijo. Cuando los tribunales decidieron que era demasiado peligroso que mi hijo permaneciera con su familia biológica, significó un tipo de muerte para aquella familia, pues ya no existía como tal. Sacaron a los niños y los enviaron para que otras familias los acogieran, lo cual es doloroso y desgarrador. Aun cuando estoy tan contenta de que mi hijo sea mío, es devastador ver que su primera familia fue destrozada.
Hoy, y si las restricciones sanitarias de la pandemia lo permiten, puedo ir a buscarlo a la escuela, darle un gran abrazo, decirle cuán orgullosa estoy de él y llevarlo a una salida especial después de clases (una actividad que podré repetir en los años que vendrán). A medida que construimos nuestra pequeña familia, creando recuerdos y tradiciones familiares, puedo mirar hacia el futuro y ver toda una vida con él. Sí, la adopción es hermosa y estoy muy agradecida por ella.
Aunque la adopción sí es hermosa y está llena de esperanza y redención, quiero tomar un momento para honrar a las familias de acogida y explicar por qué son una verdadera muestra del amor de Dios por nosotros.
Volvamos al quebranto que perpetúa la ruptura o la muerte de una familia. Cada niño que es alejado de sus padres biológicos experimenta una profunda pérdida, incluso aquellos que son separados de sus padres al nacer; incluso aquellos que han sufrido un abuso horrible y, por su propia seguridad, necesitan ser alejados de su familia. Cuando un niño es separado de su familia, experimenta una profunda pérdida y al poder ser adoptados, surge la esperanza y comienza un proceso de restauración a partir de esa pérdida. Las familias adoptivas enfrentan una batalla cuesta arriba, pues crean una familia mientras abordan y sanan el trauma. Sin embargo, como una mamá adoptiva, tengo consuelo al saber que todo este esfuerzo para ayudar a mi hijo a que sane, significa que puedo tener la esperanza de verlo como un adulto emocionalmente saludable.
No obstante, para las familias de acogida es un poco diferente. Cuando una familia decide acoger a un niño, recibirlo y hacerlo uno más de los suyos por un tiempo, se están abriendo a la pérdida. Básicamente, están diciendo que están dispuestos a tomar el dolor de perder un hijo en el futuro, para que el niño pueda tener una familia estable por ahora. Están dispuestos a que su familia sienta la pérdida o incluso la ruptura de lo que su familia ha llegado a ser por acoger al niño con el fin de que pueda estar seguro.
Una mamá de acogida me explicó con lágrimas en sus ojos que sintió como si se hubiera muerto su hijo cuando él debió partir. Ella sabía que ahora él estaba seguro con su familia adoptiva, pero para ella y su familia, fue difícil aceptar que el pequeño niño que había llenado su hogar de alegría y risas, se había ido. Ella, su esposo y sus tres hijos adolescentes habían acogido a un pequeño niño de 4 años y lo hicieron parte de su familia por un año y medio. Navidades, cumpleaños, vacaciones; sus recuerdos estaban empapados de la presencia del pequeño niño. Cada vez que le leían una historia a la hora de dormir, o le daban un beso en alguna heridita, o lo abrazaban para ver una película, estaban creando un espacio sagrado para él en sus corazones. Hasta que, de pronto, llegó aquella llamada telefónica en la cual les notificaron que su hijo de acogida se iría para siempre. A algunas familias de acogida se les permite mantener contacto en el tiempo con los niños, pero a muchas otras no. Y aunque están felices de que sus hijos finalmente están con sus familias para siempre, el dolor es real. Puede sentirse como un tipo de muerte. Estas familias entran al dolor y al sufrimiento del niño, crean un espacio donde el niño puede sanar y lo hacen sabiendo que tendrán que decir adiós. Voluntariamente, aceptan un tiempo de muerte para que el niño pueda vivir.
La maravillosa verdad es que el amor de Jesús es exactamente eso. Él entró en nuestro sufrimiento con el fin de darnos vida. Él voluntariamente tomó nuestra muerte, sabiendo que sería doloroso, pues era la única manera de darnos vida. En Juan 15, Jesús dijo que no hay un amor mayor que este, que alguien dé la vida por otra persona. Como cristianos, seguimos a Jesús, tomando nuestra cruz y buscando vivir cómo Él nos ha llamado a vivir. Vivimos para dar nuestras vidas por otros, siendo sacrificios vivos para Dios. Y quienes han decidido ser una familia de acogida están viviendo esto cada día mientras aman a un niño que no es suyo como si lo fuera.
Personalmente, no puedo expresar con palabras cuán agradecida estoy por la familia de acogida que amó a mi hijo mientras se resolvía su situación legal para poder traerlo a casa y adoptarlo. Incluso ahora, ya cinco meses viviendo juntos, mi hijo a menudo menciona a su mamá de acogida. Ella impactó su vida para siempre. Él no estuvo en una residencia donde hubiera tenido que competir con 30 otros niños para tener la atención de un adulto, sino que, en lugar de ello, él estaba a salvo y seguro con una familia que puso el bienestar de él por sobre la propia comodidad de la familia. Nunca podré agradecerles lo suficiente.
Las iglesias deben estar llenas de familias de acogida y las iglesias deben ser paraísos de apoyo para estas familias. Hay un dicho: «la iglesia es una familia que abraza a una familia que abraza a un niño» (en acogida o en adopción). Lo que estas familias hacen es radical: ellas ponen la necesidad de otro por sobre la suya y, a fin de hacerlo bien, necesitan tener a Jesús como su motivación, su consuelo y su roca. Lo cierto es que si tenemos una vida plena en Él, podemos dar nuestras vidas por otros. Si nuestras vidas están escondidas en Él, no hay razón para temer sacrificar nuestras vidas aquí por el bien de otros. Si Cristo dio su vida por mí, vivir es Cristo y morir es ganancia. Al ser familia de acogida, ellos ofrecen dar su vida y su comodidad, incluso morir un poco, para darle un lugar sólido y seguro a un niño. Esa es una de las mejores imágenes del Evangelio en acción.
Ahora me gustaría compartir contigo cuatro maneras en las que puedes ser parte de lo que Dios está haciendo por medio de las familias de acogida:
- Ora por las familias de acogida: ora por los padres y por cualquier otro niño en la casa. Cúbrelos en oración a medida que voluntariamente luchan día tras día para amar sacrificialmente a un niño a quien han recibido como si fuera suyo, aunque no lo sea. Ora por sabiduría mientras ayudan al niño a sanar su trauma. Ora por paciencia, por mucha paciencia, y luego ora por un poco más de paciencia. Ten a la familia en oración todo el tiempo que estén acogiendo al niño, y especialmente, ora por ellos cuando llegue el momento de entregarlo.
- Sirve a las familias de acogida: pregúntales cómo puedes servirlos. Podría implicar ser niñera o llevarles comida; tal vez podrías ayudar yendo a su casa para lavar los platos. Tener a un niño de acogida no es lo mismo que cuidar a un niño por un par de horas, tampoco es lo mismo que tener un niño que ha estado contigo desde su nacimiento. Existen desafíos especiales que vienen por cuidar a un niño de acogida. Las familias de acogida deben recibir amor y atención extra de sus comunidades mientras aprenden a ser familia de un niño que ha sido alejado de su familia biológica.
- Llora con los que lloran: cada familia de acogida reaccionará diferente cuando el niño sea llevado a su nueva familia. Sin embargo, muchos llorarán y Dios dice que debemos llorar con los que lloran. Da espacio (no consejos) a la familia para que experimente el dolor que podría sentir. Ellos no necesitan que minimices su dolor, solo está presente y sé susceptible. Familias de acogida me han dicho que se sienten muy solos en el tiempo de ajustarse a la vida sin el niño en su hogar. Sienten que los demás no entienden su dolor y que cuando intentan expresarlo, minimizan sus emociones al decir cosas como, «pero deberían estar contentos de que ahora el niño está con su familia para siempre» o «ustedes sabían que esto era parte del trato cuando decidieron ser una familia de acogida». No seas como los amigos de Job, solo está presente en su dolor y ve cómo puedes servirlos.
- Considera ser una familia de acogida: a una amiga que ha acogido varios niños le preguntaron: «¿cómo lidias con toda la tristeza de dejarlos ir después?». Ella respondió: «yo soy la adulta y tengo recursos emocionales para tomar esa tristeza a fin de que ellos, como niños, puedan estar seguros». Hay tantos niños que son alejados de situaciones precarias y puestos en «residencias» donde son vulnerables e invisibles. Hay muchos niños que están intentando lidiar con el dolor y el sufrimiento que ya han experimentado en sus cortas vidas y que necesitan desesperadamente un lugar seguro para hacerlo. Ser una familia de acogida significa darle a un niño un lugar en tu hogar y en tu corazón por un corto tiempo, para que puedan estar a salvo. No todos deben acoger niños, pero todo cristiano debe considerarlo y orar para ver si es algo que Dios quiere que haga. Ora, busca consejo y habla con familias de acogida que conoces para ver si es algo que puedes hacer.
No permitas que el miedo te detenga; más bien, ten tus ojos abiertos a lo que significa acoger a un niño. Recuerda que fue Jesús mismo quien abrió el camino mientras entró a nuestro sufrimiento para que pudiéramos tener vida. A la luz de esta vida que tenemos en Cristo, ahora ofrecemos nuestras vidas como sacrificios vivos, santos y agradables a Dios.