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Soy un pastor que enseña, escribe y edita para vivir. En la semana, paso la mayor parte de mi tiempo de trabajo frente a una pantalla. Nadie me paga por levantar, cavar, cargar, empujar o siquiera moverme (aparte de mis dedos). Mi trabajo no es para nada exigente físicamente, aunque a menudo es lo suficientemente exigente a nivel emocional como para que feliz lo cambiara por un trabajo manual.

¡No es que quiera tener un trabajo físico a tiempo completo! Disfruto leer, investigar, pensar, hacer lluvia de ideas, escribir y editar. Sin embargo, he aprendido que no puedo asumir esas tareas sedentarias de la mejor manera cuando toda mi vida es sedentaria. Mi cerebro se beneficia del movimiento corporal.

A medida que envejezco, siento más y más tangiblemente cuánto mejor me siento después de hacer ejercicio. En particular, pareciera que pienso con mayor claridad, con menos esfuerzo, más creativa y enfocadamente, y con más resistencia mental. Sobre todo, cuando ejercito regularmente, siento que tengo más energía, no sólo para seguir moviéndome, sino que para pensar y trabajar duro con mi mente. He escuchado a otros decir lo mismo.

No obstante, ¿esto es algo que sólo está en nuestras mentes o hay alguna base biológica conocida para esto? ¿Podríamos entender mejor esta claridad mental percibida?

Construye y acondiciona el cerebro

Hace un par de años, encontré un libro escrito por un profesor de psiquiatría de Harvard Medical School, John Ratey. Pasó la mayor parte de su carrera investigando sobre el TDAH y coescribió algunos de los textos claves en este campo. Como exatleta y corredor amateur, se dio cuenta a lo largo de los años cuán maravillosa «medicina» parecía ser el ejercicio para sus pacientes. Finalmente, reunió sus descubrimientos en el libro que publicó el 2008: Spark: The Revolutionary New Science of Exercise and the Brain [Spark: la nueva y revolucionaria ciencia del ejercicio y el cerebro].

Ahora, si suena demasiado bueno para ser cierto (que el ejercicio, demostrablemente, mejora la función del cerebro) recuerda la receta: ejercicio. Aparentemente, muchas personas quieren sólo tomar una píldora. Pocos quieren ejercitar. La receta podría ser simple, pero no es fácil.

Así es como Ratey comienza el libro: 

Todos sabemos que el ejercicio nos hace sentir mejor, pero la mayoría de nosotros no tiene idea de por qué. Asumimos que es porque estamos quemando el estrés o reduciendo la tensión muscular o elevando las endorfinas, y lo dejamos ahí. Pero la verdadera razón por la que nos sentimos tan bien cuando nuestra sangre bombea es que provoca el funcionamiento cerebral de la mejor manera, y en mi opinión, este beneficio de la actividad física es muchísimo más importante (y fascinante) que lo que hace por el cuerpo. Construir músculos y acondicionar el corazón y los pulmones son esencialmente efectos secundarios. A menudo, les digo a mis pacientes que el punto del ejercicio es construir y acondicionar el cerebro1. (Énfasis añadido).

¿Cuántos de nosotros hemos comenzado a realizar un régimen nuevo de ejercicios porque nos sentimos con sobrepeso y fuera de forma o porque el doctor nos confrontó con las métricas? Queremos bajar nuestros números de colesterol, bajar el número en la balanza, vivir más o vernos mejor. Todos estos beneficios, por muy motivadores que puedan ser para millones, son, en el mejor de los casos, efectos secundarios del ejercicio regular, dice Ratey. El punto del ejercicio, en nuestras vidas modernas sedentarias, es construir y acondicionar nuestros cerebros.

Él continúa: «para mantener a nuestros cerebros en el clímax de su desempeño, nuestros cuerpos necesitan trabajar duro2». «El cerebro responde como lo hacen los músculos, creciendo con el uso, marchitándose con la inactividad3» —y el movimiento activa el cerebro—. Y Ratey explica cómo es que el ejercicio mejora el aprendizaje, lo cual es importante para nosotros como cristianos que buscamos el amor de nuestro Señor con el corazón, el alma, las fuerzas y la mente.

Cómo el ejercicio mejora el aprendizaje

Como cristianos, nos consideramos discípulos, es decir, aprendices. Los no creyentes podrían estar contentos de dejar la búsqueda consciente del aprendizaje de sus días escolares; los cristianos no. El cristianismo es un movimiento de enseñanza, desde la Torá hasta los Salmos, los profetas, los apóstoles y Cristo mismo, el Sumo Maestro. Entonces, también, por consecuencia, el cristianismo es un movimiento de aprendizaje; en Cristo, no somos más que aprendices toda la vida. La función del cerebro me importa grandemente no sólo como profesor y editor, sino como cristiano. Por lo tanto, así es «cómo el ejercicio mejora el aprendizaje en tres niveles»:

Primero, optimiza tu cosmovisión para mejorar el sentido de alerta, atención y motivación; en segundo lugar, prepara y estimula a las neuronas a hacer sinapsis, lo cual es la base celular para registrar nueva información; y tercero, estimula el desarrollo de nuevas neuronas4.

En primer lugar, la cosmovisión no es un tema pequeño hoy en la era de lo aburrido y la distracción. Si puedo estar más alerta al mundo y a los demás, a textos mentalmente desafiantes y a secuencias de pensamiento, entonces me interesa. Estar alerta es una búsqueda cristiana profunda y una razón clave por la que muchos de nosotros aprobamos la cafeína, pero no la marihuana recreativa. Y en una época en la que tantos están distraídos tristes y trágicamente por los incesantes dispositivos y el espejismo de la multitarea, difícilmente podríamos enumerar muchos más beneficios valiosos que una mejor atención.

En segundo y tercer lugar, el esfuerzo moderado del cuerpo, y la resistencia en él (digamos, unos 20 minutos), produce una cascada de buenos efectos en el cerebro y el cuerpo, desde la neurogénesis (realmente, haciendo crecer las nuevas células cerebrales) hasta el fortalecimiento minucioso de «la base celular para registrar nueva información». Para ser claros, los cristianos nunca han tenido una razón bíblica para descuidar o para tomar a la ligera nuestras vidas «en el cuerpo» (2Co 5:10), pero hoy, con lo que hemos aprendido sobre la plasticidad cerebral y cómo ejercitar sirve al cerebro, tenemos menos y menos excusas.

Por lo tanto, los cuerpos activos, con su ritmo cardíaco y flujo sanguíneo aumentados, mejoran el aprendizaje. El ejercicio ayuda a desarrollar nuevas células cerebrales, desarrolla la sinapsis de esas células, y mejora nuestro enfoque y el entusiasmo por aprender. Los cristianos, de entre todas las personas, no querrían que tales descubrimientos se perdieran para nosotros.

Cómo funciona

Ahora, es una cosa escuchar que el movimiento corporal moderado mejora el aprendizaje, otra cosa muy distinta es escuchar específicamente sobre tres formas, y otra aún más distinta es aprender sobre cómo ocurre. A mí, detalles como este me motivan aún más, especialmente en esos momentos cuando soy feliz de permanecer sedentario y no dar el incómodo paso de superar la inercia.

Volvamos al psiquiatra de Harvard. Ratey escribe:

Salir a correr es como tomar un poco de Prozac y un poco de Ritalin porque, como las drogas, el ejercicio eleva… los neurotransmisores. Es una metáfora útil para transmitir la idea, pero la explicación más profunda es que el ejercicio equilibra neurotransmisores, junto con el resto de los neuroquímicos en el cerebro5.

Y podemos ir un paso más allá: 

El BDNF [Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro, (por sus siglas en inglés), que Ratey denomina «Crecimiento milagroso» para el cerebro»] se acumula en depósitos de reserva cerca de las sinapsis y se libera cuando hacemos que nuestra sangre bombee. En el proceso, un número de hormonas del cuerpo son llamadas a la acción para ayudar. …Durante el ejercicio, estos factores atraviesan la barrera hematoencefálica, una red de capilares con células densamente empaquetadas que filtran intrusos voluminosos como las bacterias. …Una vez dentro del cerebro, estos factores trabajan con el BDNF para acelerar la maquinaria molecular del aprendizaje. Asimismo, se producen dentro del cerebro y promueven la división de células madre, especialmente durante el ejercicio. …El cuerpo fue diseñado para ser presionado y al presionar nuestros cuerpos también presionamos a nuestros cerebros6.

Ahora, no te equivoques, las observaciones antes mencionadas no son explícitamente cristianas. En el mejor de los casos, se encuentran en gran medida en el ámbito de lo que podríamos llamar «revelación natural». ¿Cómo, entonces, podríamos reflexionar como cristianos sobre estos descubrimientos bastante recientes en neurología y su relación con Dios y su llamado sobre nosotros en Cristo?

Entrena para servir a la piedad

«Pues, aunque el ejercicio físico trae algún provecho», dice Pablo, al mismo tiempo que enfatiza que «la devoción es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera.» (1Ti 4:8, [NVI]). «Trae algún provecho» es una frase hecha cuidadosamente. Sin duda, muchos en los días de Pablo, por no mencionar los nuestros, tenían al cuerpo humano en muy alta estima. Necesitaban escuchar que el ejercicio corporal trae algún provecho, no mucho. Sin embargo, otros —quizás especialmente los cristianos que han sido despertados a un provecho mucho más grande de santidad— necesitaban abrir sus mentes otra vez a la afirmación de Pablo de que el ejercicio traía algo de provecho en lo absoluto.

Aun cuando afirmamos, y buscamos celebrar, el provecho mucho mayor de la piedad, podríamos preguntarnos a nosotros mismos, de forma práctica: «¿qué provecho tangible veo, y pongo en práctica, en el entrenamiento físico?». Y para aquellos de nosotros que encontramos provecho en el ejercicio, también podríamos preguntarnos: «¿simplemente quiero perder grasa, verme mejor y vivir más en este mundo caído? ¿O puedo encontrar un provecho en el entrenamiento físico que sirva a la piedad y, entre otras cosas, al funcionamiento de mi cerebro en el servicio de Cristo y su llamado?». 

Dicho de otra manera, ¿mi vida cristiana (mi santidad) podría verse comprometida porque fallé en amar a mi Señor con toda mi mente? ¿He fallado en «abrazar el pensamiento serio como un medio de conocer y amar a Dios y a las personas», como John Piper suplica en el libro Piense7? Este artículo, en relación con el ejercicio, podría no alcanzar el nivel de «súplica», pero estoy flameando una pequeña bandera para que los lectores consideren, quizás por primera vez, cómo el ejercicio moderado y regular puede ser un medio de construir y acondicionar tu cerebro para el pensamiento serio —serio en el sentido de energía, enfoque, claridad y resistencia—. Serio al servicio de Cristo y al gozo cristiano.

En su artículo, «Religious Life of Theological Students» [La vida religiosa de los estudiantes cristianos], B. B. Wardield plantea lo que parece ser un dilema excluyente para algunos: ¿estudio u oración? Warfield responde con un memorable «ambos»: ¿qué tal «diez horas de rodillas leyendo libros»?

Hoy, sólo podríamos agregar: «¿y qué tal después de veinte minutos de ejercicio moderado?».

Publicado originalmente en Desiring God. Usado con permiso.
  1. Ratey, John J. (2013). Spark: The Revolutionary New Science of Exercise and the Brain [Spark: la nueva y revolucionaria ciencia del ejercicio y el cerebro].[Little, Brown Spark] p. 3.
  2. Ratey. Spark. p. 4.
  3. Ratey. Spark. p. 5.
  4. Ratey. Spark. p. 53.
  5. Ratey. Spark. p. 38.
  6. Ratey. Spark. pp. 51-53.
  7. Piper, John. (2011). Piense: la vida intelectual y el amor de Dios. [Tyndale House Publishers] p. 187.
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David Mathis

David Mathis es director ejecutivo de Desiring God y es pastor de Cities Church en Minneapolis. Es esposo, padre y autor de Hábitos de gracia: disfrutando a Jesús a través de las disciplinas espirituales.
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