Este artículo forma parte de la serie Pasajes difíciles publicado originalmente en Crossway.
Lee el pasaje
14 ¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. 15 La oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados.
16 Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho.
Los ancianos deben orar
Santiago dice que una persona enferma debe llamar a los ancianos de la iglesia para que vayan a orar por él. El hecho de que los ancianos deban ser convocados a la casa del enfermo indica que probablemente está demasiado enfermo para salir de su hogar con facilidad. Fíjate también que los ancianos deben orar «sobre1» él (v. 14), posiblemente insinuando que la persona enferma está postrada en cama. Vale la pena notar que Santiago asume que habrá una pluralidad de ancianos en la congregación local. El modelo moderno de un pastor «llanero solitario» se aleja del modelo bíblico del liderazgo plural de ancianos.
Santiago instruye a los ancianos de la iglesia a «ungir» a la persona enferma con aceite «en el nombre del Señor» (v. 14). A lo largo de los siglos, los cristianos han luchado por entender y aplicar estos versículos. La iglesia romana desarrolló la práctica de «la extremaunción», con la cual se creía que los pecados remanentes de un moribundo eran limpiados a través del sacramento administrado por el sacerdote. En parte, en reacción a este error, otros cristianos insisten en que el aceite aquí era meramente una forma de medicina antigua. Aun cuando es cierto que el aceite se usaba para limpiar heridas en el primer siglo (cf. Lucas 10:34), el aceite no tenía una aplicación médica para todas las enfermedades conocidas en ese tiempo.
El paralelo bíblico más cercano que encontramos a las instrucciones de Santiago es el ministerio de los discípulos en Marcos 6. Ahí Jesús envía a los discípulos en grupos de dos a predicar y a hacer milagros a lo largo de Israel. En Marcos 6:13 leemos: «[…] ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban». El aceite, tanto ahí como en Santiago 5:14, parece haber sido un medio visible y simbólico de apartar a la persona enferma para la intervención milagrosa de Dios (similar a la manera en que muchos cristianos modernos ponen manos sobre el hombro de la persona por quien están orando). Santiago no enfatiza la unción como un acto imperativo en sí mismo, sino que la especifica como algo que se hace «en el nombre del Señor» (v. 14); esto es, como una acción realizada mientras invocan al Señor en fe para sanar.
En el versículo 15, Santiago les asegura a sus lectores: «la oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará. […]». Este versículo ha generado consternación para muchos intérpretes. Algunos entienden el versículo de manera escatológica. Esto es, sin importar cómo termine cualquier enfermedad, el Señor ha asegurado a su pueblo que Él los salvará al final y los resucitará en el último día. Aun cuando es teológicamente cierto, esta interpretación no respeta adecuadamente el contexto inmediato, lo que favorece la interpretación de que Santiago se está refiriendo a la sanidad temporal.
Otros intérpretes han considerado que esta promesa es una referencia a la dispensación especial de fe que sólo se da ocasionalmente. En otras palabras, existen momentos de oración por el enfermo en los que a uno se le dará una «oración de fe» que demostrará ser sobrenaturalmente efectiva. De nuevo, esta interpretación tropieza sobre una lectura más natural de «oración de fe», que entiende la frase como una referencia a la «oración ofrecida en fe» u «oración que cree».
¿Todas las enfermedades deben ser sanadas?
Una forma distorsionada de cristianismo argumenta que los cristianos siempre deben esperar ser sanados de la enfermedad en su vida. El argumento dice que si uno no es sanado, entonces a esa persona le falta fe. Leído de manera aislada, Santiago 5:15 podría parecer apoyar esta interpretación, pero otros pasajes de la Escritura dejan en claro que los enfermos y quienes sufren no siempre serán sanados —incluso cuando se hace la petición con fe pura (¡incluso apostólica!)— (cf. 2 Corintios 12:8-9). El 100 % de la tasa de mortalidad de la humanidad da testimonio del hecho de que todos nosotros finalmente sucumbiremos ante la enfermedad, las dolencias y la vejez.
La afirmación de que «la oración de fe restaurará al enfermo» es mejor entendida como una afirmación promisoria que no enumera necesariamente las excepciones. Encontramos muchos paralelos en el ministerio de Jesús (p. ej.: «pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá», Mr 7:7-8). Semejantes invitaciones son hechas memorables al enfocar la atención en la misericordiosa invitación de Dios y en nuestra expectativa legítima de respuesta.
Por supuesto, la sumisión a la voluntad de Dios debe sustentar cada petición cristiana y a veces los autores de la Escritura hacen ese entendimiento explícito (p. ej.: «si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad», 1Jn 5:14). En general, es el Dios soberano, y nadie más, quien determinará las respuestas a nuestras oraciones.
A medida que Santiago concluye su discusión sobre la oración por los enfermos, él asevera: «si [la persona enferma] ha cometido pecados le serán perdonados» (Stg 5:15b). Aquí se nos recuerda que la Escritura testifica que algunas enfermedades, incluso la muerte, vienen sobre los creyentes como resultado de la disciplina paternal de Dios (Hch 5:1-11; 1Co 11:30). Sin embargo, los pastores deben ser cautelosos de no establecer siempre una correspondencia directa entre la enfermedad y el pecado, como lo hicieron los oponentes fariseos de Jesús (Jn 9:34). La mayoría de la enfermedad humana, aunque no está fuera de la voluntad divina de Dios, es simplemente resultado de vivir en un mundo roto.
Confiesa tus pecados
Después de señalar que el pecado no confesado podría resultar en una enfermedad física (v. 15b), Santiago llega a la conclusión («por tanto», v. 16) de que todos los creyentes deben confesar regularmente sus pecados (e, implícitamente, arrepentirse de sus pecados). Aunque la confesión a Dios es la forma más necesaria de confesión (Sal 51:4), cualquier arrepentimiento genuino hacia Dios será reflejado en las relaciones dentro de la comunidad cristiana. Los creyentes no sólo deben confesar sus pecados a aquellos a quienes han ofendido (Lc 19:8); también deben confesar sus «pecados secretos» de orgullo, lujuria, resentimiento y avaricia a un creyente o a varios creyentes confiables. Semejante confesión, nos dice Santiago, resultará en sanidad espiritual, si es que no física (Stg 5:16a).
En la última parte del versículo 16, Santiago va desde el sujeto que recibe la oración por sanidad espiritual/física al asunto de la oración efectiva más general. Específicamente, Santiago resalta que uno puede esperar que un tremendo poder divino se desate por medio de la oración de una «persona justa». En un sentido, todos los cristianos somos «justos» (dikaios) en el sentido de que somos justificados ante Dios. No obstante, la palabra griega dikaios también puede referirse a un comportamiento práctico y visiblemente piadoso (p. ej.: Mateo 1:19), como parece ser aquí. En otras palabras, aquellos que caminan de cerca con el Señor pueden esperar ver una respuesta poderosa a sus peticiones (cf. Mateo 17:19-20; 1 Juan 3:22).
Dios es el Sanador
Esta sección final de Santiago es el pasaje del que recibo más preguntas de los estudiantes. Las personas quieren saber: «¿qué se supone que debemos hacer respecto a estas instrucciones de ungir con aceite?». En la iglesia donde sirvo, cuando alguien le pide al pastor que vaya a orar por ellos, buscamos tener dos o más ancianos presentes. Uno de nosotros lleva una pequeña botella de vidrio de aceite de oliva. Primero conversamos con el miembro de la iglesia y su familia, preguntándoles cómo están y escuchando cuidadosamente. Luego les pedimos permiso para leer la Escritura, y uno de nosotros lee Santiago 5:13-18 y otro pasaje. Entonces, les preguntamos si alguien quiere decir o compartir algo más. A continuación, explicamos: «tengo esta pequeña botella de aceite de oliva. En obediencia a la Escritura, tomaré una gota de este aceite con mi dedo y lo pondré en tu frente. Este aceite no es mágico. Nosotros, como iglesia, te apartamos simbólicamente ante Dios. Le estamos pidiendo que intervenga y te sane».
En esta última porción de su carta, Santiago también nos desafía a abrazar la práctica de la confesión de pecados a otros cristianos. Demasiado a menudo pensamos: «confieso mis pecados a Dios. ¿Confesarlo a otros? ¡No necesito hacer eso!». Sin embargo, como vemos en 5:16, la Escritura nos instruye a confesar nuestros pecados y a orar los unos por los otros (aparentemente, con respecto a aquellos pecados y luchas) con el maravilloso ánimo: «de que podrías ser sanado». Es un don de sanación que una de las personas santas de Dios te mire a los ojos y te diga: «Cristo murió por ese pecado. Jesús te perdona. Voy a orar para que Dios te capacite para no caer en ese pecado nuevamente».