Si eres un usuario frecuente de las redes sociales, quizás hayas visto el video musical de Colbie Caillat de su canción “Try”, en el que confronta las expectativas de belleza de la sociedad para las mujeres. El video, donde aparece la cantante y varias otras mujeres diferentes quitándose el maquillaje, terminando la canción completamente naturales, alcanzó una difusión masiva desde que se lanzó y ya tiene más de 13 millones de visitas.
La canción de Colbie Caillat ha tocado un tema sensible para muchas mujeres que luchan con cumplir las expectativas de verse como la sociedad estipula. Este no es un problema nuevo. La revista de divulgación psicológica Psychology Today hizo una comparación de los resultados de encuestas sobre cómo se sentían las personas respecto a sus cuerpos y a su apariencia en general en los años 1972 y 1985. Entre esos años, la cantidad de mujeres insatisfechas con sus cuerpos aumentó en más de un 50 por ciento. Aunque no he podido encontrar una actualización de estas encuestas en particular, varios estudios confirman que la tendencia ha continuado. En nuestra cultura centrada en la apariencia, donde la juventud y la belleza exterior son buscadas con ansiedad, esta progresiva insatisfacción es una de las fuentes más grandes de estrés.
Los pilares de la economía estadounidense son los productos de belleza personal tales como maquillaje, perfumes, jabones, desodorantes, ropa y sesiones de spa. Debido a que las mujeres son las principales compradoras de estos productos, la publicidad está dirigida a ellas. El único propósito de la publicidad es, por supuesto, vender.
La publicidad debe convencer al consumidor, en este caso a la mujer, de su necesidad. Para esto, primero deben persuadirla de que es insuficiente y de que está incompleta sin un producto en particular. La publicidad saca partido, contribuye y refuerza la pobre imagen que las mujeres tienen de sí mismas. Como resultado, la mente —y la billetera— de la mujer son víctimas de sentimientos poderosos y perturbadores de insuficiencia. Ella compra belleza en forma de gel de ducha, compra atención en forma de perfume, compra romance en forma de shampoo.
Si la publicidad tiene razón, las manchas en la piel, las puntas partidas, el cabello blanco y la celulitis son destinos “peores que la muerte”. Hace unos años, las mujeres, conscientes de su apariencia, no se preocupaban de las manchas en la piel porque, si las tenían o siquiera sabían lo que eran, no eran bombardeadas con advertencias sobre ellas. Madurar era parte de la vida, nada de lo cual avergonzarse, e incluso muchas veces era un símbolo de honor. En muchas culturas, el cabello canoso aún se considera como una señal de sabiduría.
Ya no basta que las mujeres laven y peinen su cabello: ahora se espera que se pongan acondicionador; que se lo tiñan; que se hagan la permanente si es que tienen el cabello liso y que se lo alisen si es que lo tienen crespo; que se pongan gel; y que se lo corten a la moda. La mujer ha sido recreada a la imagen del dios de los medios de comunicación.
Cirugías faciales, implantes mamarios, y otras cirugías cosméticas que no se relacionan con accidentes, a menudo delatan una triste inseguridad que continuará molestando a una mujer después de que se haya hecho el procedimiento. La mujer que no puede aceptar los rasgos que Dios le ha dado, no entiende que Dios anhela que cultive su mujer interior. Al enfocarse en la apariencia y la imagen en vez del carácter y el espíritu, muchas mujeres viven en un mundo de superficialidad que en última instancia condena su autoestima porque la belleza, como ellos la definen incorrectamente (en términos externos), inevitablemente desaparecerá.
La imagen que tenemos de nosotros mismos debe estar basada en lo que la Palabra de Dios dice que es verdad sobre nosotros. El mundo te asigna un valor dependiendo de cómo luces o te desempeñas. Dios dice que tú eres valiosa sin importar los estándares de la sociedad.
Recuérdate a ti misma las verdades básicas de tu identidad personal. La raíz de tu identidad está en Cristo y en lo que él ha hecho de ti, no en tu apariencia externa ni tu desempeño. Repítete el hecho de que la parte más importante de tu vida es la parte que sólo Dios ve: su preocupación más profunda es tu interior. La verdadera belleza es la interna, y no disminuye sino que aumenta a medida que envejeces y que tu relación con Dios se perfecciona.