Hijos pródigos: la herida abierta de muchos padres cristianos.
Un hijo, ya sea adolescente o adulto, encarna la peor pesadilla de sus padres al trazar un rumbo lejos de Dios. Podría ser un pródigo que quiere agradar a los demás, cuya buena apariencia oculta un corazón impío. Podría ser un pródigo quejumbroso, que le levanta despreocupadamente el dedo del medio a las expectativas y se siente víctima de cada circunstancia. Sin embargo, existe un denominador común que une a la mayoría de sus padres: como cristianos, cargan con el peso único de la vergüenza.
Detente y reflexiona en la última línea. Deja que la ironía atraiga tu curiosidad. Los padres cristianos de hijos pródigos a menudo cargan con una vergüenza peculiar debido a la incredulidad de sus hijos. Suena contraintuitivo, ¿no es así? Creemos que Cristo cargó nuestra vergüenza (Heb 12:2); el Evangelio nos quita las cadenas de la desgracia pecaminosa (Ro 5:5) y «[…] todo el que cree en Él no será avergonzado» (Ro 10:11). Entonces, ¿por qué los padres cristianos llevan la carga tan pesada de la vergüenza?
El problema no es Dios; es su pueblo.
¿Qué puede hacer la iglesia?
Sabemos que la iglesia está particularmente calificada para ayudar a los padres que sufren. Tan solo observa nuestros recursos: el Evangelio, la comunidad y la oración. Sin embargo, cuando un padre se desangra por su hijo o hija descarriado, la iglesia puede ser rápida para juzgar y lenta para vendar las heridas. Podemos infligir vergüenza en lugar de demolerla. Como resultado, los padres buscan ayuda en otros lados, sintiendo intuitivamente que su iglesia no es un lugar de gracia.
Para ser justos, no es fácil para los cristianos saber qué hacer. Estamos confundidos respecto a cómo cuidar, a qué decir, a quién involucrar y cuándo (o si es que deberíamos) explorar la culpabilidad de los padres. Generalmente, somos bien intencionados, pero estamos mal informados. Queremos llevar las cargas e inspirar esperanza, pero no tenemos las habilidades. Entonces, ¿cómo le hablamos a la vergüenza? ¿Qué pueden hacer las iglesias para transformarse en un lugar donde las familias puedan sanar y a dónde los hijos pródigos puedan regresar? A continuación, te comparto cuatro pensamientos.
1. Enfrentemos nuestro temor
Katy creció en un hogar cristiano, asistió a una escuela cristiana, participó en un grupo de jóvenes y grabó un álbum cristiano en su adolescencia. Cuando ella cantaba, las personas lloraban. Sin embargo, Kathy tenía otros deseos. Se fue de casa para ir a Hollywood y grabó el éxito subido de tono: «I Kissed a Girl [Besé a una chica]».
Adivinaron. Estoy hablando de la superestrella Katy Perry.
Mary Hudson, la mamá de Katy, dijo hace poco: «recibo mucha mala onda. Las personas me preguntan: “¿cómo pudiste tener una hija así?”». Esa pregunta merece nuestra atención por dos razones. En primer lugar, es una pregunta que afecta profundamente y que a menudo se les hace a los padres de hijos pródigos. En segundo lugar, la pregunta revela el inquietante temor arraigado en la iglesia: «¿podría yo tener una hija como esa?».
Los hijos rebeldes gatillan ansiedades serias en los cristianos. Respondemos jugando al juego de la comparación: examinamos a los hijos pródigos y a sus padres para encontrar las diferencias entre nosotros y ellos; entre nuestros hijos y sus hijos. Para calmar nuestra propia preocupación, queremos encontrar algo que lo explique, algo a lo que culpar. Una vez consolados, nos sentimos superiores y hablamos como uno de los amigos de Job, de quienes él dijo: «[…] quieren darse importancia a costa mía, y valerse de mi humillación para atacarme» (Job 19:5, NVI).
No obstante, la comparación crea una cultura insensible donde la sospecha triunfa sobre la compasión, la especulación reemplaza la intercesión y el juicio suplanta la paciencia. Todos los cristianos son llamados a sufrir. Para algunos, el dolor proviene de un hijo pródigo. Debemos normalizar esto si la iglesia realmente va a ser un lugar de gracia.
2. Ofrezcamos un lugar seguro
¿Amas a un alma descarriada? Si es así, oro para que disfrutes de un lugar seguro: uno con oídos atentos, con grandes corazones y conversaciones tranquilas; donde amigos cargan el dolor, refrenan el juicio, protegen la confidencialidad y enfrentan la vergüenza con la esperanza del Evangelio.
No me malinterpretes. Un lugar seguro no es para desahogarse sin responsabilidad y de manera impía ni para asumir que toda persona rebelde que sufre es una víctima. La historia de un padre farisaico con un adolescente fugitivo es atemporal. Pero la mayoría de los padres de hijos errantes van a la iglesia asumiendo que, al menos en algún nivel, tienen la culpa. Y esa culpa acechante es una tremenda distracción para encontrar verdadera esperanza.
Cuando escuches de los labios de los padres las palabras descarriado o rebelde, escucha dolor. Duélete con ellos (Ro 12:15). ¡No seas un solucionador! Confíale cualquier descubrimiento de culpabilidad a Dios y al tiempo. Esa no es la prioridad inmediata. Mientras más comprendemos la gracia, nuestra preocupación irá de identificar su pecado a compadecernos con su sufrimiento. A medida que cambiamos nuestra postura de corazones que disciernen a corazones que entregan amor, el lugar seguro se expande y los corazones se abren de par en par.
3. Etiquetemos el legalismo
Una de las cepas del legalismo menos detectadas en la iglesia contemporánea es la falsa esperanza de «la crianza determinista». Este dogma tácito pero profundamente sentido asume que la fidelidad de los padres determina la salud espiritual de sus hijos: «si yo obedezco la Biblia, disciplino consistentemente y promuevo el catecismo, entonces a mis hijos les irá bien en la tierra y estarán en el cielo». Ningún padre lo diría, pero realmente es «justificación por crianza». Tal legalismo pasa desapercibido en una confianza de que Dios recompensa a los padres fieles con hijos obedientes y convertidos, y lo hace en proporción a lo que merecemos. Podemos asumir equivocadamente: «si he trabajado duro, ¡entonces merezco mucho!».
También lo damos vuelta. Si el evangelio del determinismo es cierto, un hijo descarriado revela el fracaso de los padres. Si un hijo se descontrola, los padres solo están cosechando lo que sembraron.
No estoy sugiriendo que nuestra crianza no importe. La crianza piadosa influencia a los hijos de manera positiva y la mala crianza lo hace negativamente. No obstante, la palabra clave aquí es influencia. Demasiados cristianos confunden inconscientemente la influencia con el poder determinante. Esta suposición saca a Dios, al quebranto del mundo y a la voluntad humana de la ecuación. No somos dueños de nuestros propios destinos ni del de nuestros hijos.
Dios es el Padre perfecto y Él aún tiene hijos pródigos (Ro 3:23; Lc 15:11-32). ¿Qué nos hace pensar que esto nunca podría ser parte de nuestra historia?
4. Celebremos a quien carga con la vergüenza
Cuando los padres de hijos pródigos aparecen en un evento de la iglesia, la vergüenza acompaña. Este invisible compañero les susurra en su interior lo deficientes que son como padres en comparación al otro grupo dorado que se reunió. Las familias felices pueden provocar remordimientos de culpa que los convencen de que nadie se puede identificar con su circo en casa. Este compañero los incita a enfocarse en su interior, en sus fallas, o en su exterior, en sus circunstancias.
La vergüenza crece a través de esta distracción. Se alimenta de cómo nos sentimos cuando miramos hacia la dirección equivocada. Una de mis hijas solía correr con su cabeza hacia abajo, nunca miraba hacia dónde iba. Después de un par de chichones y moretones, aprendió la valiosa lección: la mejor forma de avanzar es levantar la mirada.
Para sofocar a la vergüenza, debemos ayudar a los padres dolidos a levantar la mirada hacia Jesús, «[…] quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza […]» (Heb 12:2). Las palabras soportó la cruz nos llevan de vuelta a las horas más deshonrosas de la historia humana. Jesús tuvo amigos, pero ninguno permaneció con Él. Uno lo traicionó; otro lo negó. ¿Sus seguidores? Una semana cantaban: «¡Hosanna!» y la próxima gritaban: «¡crucifíquenlo!». Él era completamente inocente; sin embargo, fue despreciado como el peor de los pecadores.
Jesús conocía la vergüenza profunda, pero el sorpresivo vuelco viene en su respuesta: Él la despreció.
Cristo despreció la culpa porque Él vio más allá de ella. La vergüenza es dolorosa, pero no tenía poder para definir a Cristo. La vergüenza no podía cambiar la identidad de Dios ni controlar su futuro. La vergüenza no tenía voz para influenciar a Jesús, no tenía capacidad de adjudicarle indignidad y deshonra. Porque Jesús vio gozo más allá de la vergüenza.
Si amas a un hijo pródigo, debes aprender a odiar la vergüenza. Cristo clavó nuestra vergüenza en la cruz. En su lugar, Él nos imputa sus antecedentes de perfecta justicia. Cuando Dios nos ve a nosotros, Él no ve nuestras fallas en la crianza. Él no navega en los canales sin filtro de feas acusaciones y lamentos que hay en las redes sociales. Dios ve a su Hijo en lugar de vernos a nosotros. Nosotros debemos mirar a Cristo también. Porque quien ama a un alma descarriada, un cambio de mirada es el único enlace para presentar sanidad y esperanza futura.
¿Cómo puede ser la iglesia?
La iglesia tiene una oportunidad. Los padres de hijos pródigos vienen a nosotros con heridas sensibles. ¿Qué pasaría si recibieran una cariñosa invitación a un grupo liderado por una pareja que ha andado por el mismo camino? ¿Qué pasaría si escucharan sermones con aplicaciones para almas descarriadas? ¿Qué sucedería si la iglesia se identificara con su vergüenza y se fueran diciendo: «no soy un caso atípico. Me entienden. Jesús puede ayudar»? ¿Qué pasaría si, para ellos, la iglesia se convierte en un lugar de gracia?
Dave Harvey © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto.

