Todos somos adoradores empedernidos —simplemente, lo hacemos sin pensar—. Puesto que Dios nos creó para adorarlo a Él, hacerlo es parte de nuestra naturaleza y nos causa un enorme placer tanto a Él como a nosotros (Salmo 16:11; 149:4). El mundo está lleno de adoradores, y algunos de ellos realmente adoran a Dios. Sin embargo, la verdad es que la mayoría de nosotros adoramos ídolos.
Es fácil identificar los ídolos que existen fuera de nosotros —como las estatuas de Buda, los automóviles veloces o las casas hermosas—. Sin embargo, identificar los ídolos que residen en nuestro interior es un poco más complicado. Estos ídolos de nuestros corazones son los deseos, ideales o expectativas que adoramos, servimos, y anhelamos. Santiago 1 nos dice que estos deseos nos motivan a pecar, y en Santiago 4 vemos que nuestros deseos son la causa de los conflictos que hay en nuestras vidas. Nuestros deseos idólatras nos atraen hacia el pecado para que obtengamos lo que creemos que necesitamos para ser felices. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres por igual, todos somos guiados por nuestros deseos profundos —nuestros ídolos—.
Puesto que las mujeres han sido creadas con una vocación relacional específica —ser una ayuda para sus esposos (Génesis 2:18)—, es muy fácil que ellas idolatren y vivan para las relaciones con los hombres; que miren a los hombres como la fuente de su identidad y propósito. Muchas mujeres jóvenes, en particular, son tentadas a sentir que sólo valen si están en una relación con un hombre. Esta propensión a convertir a los hombres en ídolos se ve fácilmente en la vida familiar. ¿Cuántos conflictos han surgido porque los padres han restringido el contacto entre su hija y un chico sin el cual ella piensa que no puede vivir? Con frecuencia, la ropa que las chicas usan, las personas con quienes andan y las vías de comunicación que adoptan están intrínsecamente ligadas a la obtención o retención de la atención y la aprobación de los chicos. Aunque pretendan ser cristianas fieles, el dios que nuestras hijas adoran en la práctica es la popularidad entre ciertos chicos.
Por supuesto, el evangelio le ofrece a una mujer joven el antídoto máximo contra la adoración de la aceptación y la aprobación de cualquier ser humano. El antídoto es adorar a Aquel para cuya adoración fue creada: Jesucristo. Él, el hombre-Dios, puede llegar a darle identidad a medida que ella lo escucha llamándola a venir, adorarle y encontrar su vida en Él en lugar de hallarla en cualquier otro hombre (Colosenses 3:4). Él le da la bienvenida y le asegura que, aunque sea idólatra, también es amada y cálidamente recibida por el único Hombre cuya opinión realmente importa. No necesita aferrarse a ningún otro más que a Él porque en Él ella encuentra todo lo que necesita (Filipenses 4:19). Él es su Novio. Ella está vestida de su justicia (2 Corintios 5:21). Está completa en Él (Colosenses 2:10).
Las jóvenes, al igual que el resto de nosotros, fueron creadas para adorar. El canto de sirenas del mundo las tienta a pensar que encontrarán la satisfacción en la belleza externa, la popularidad, y el chico ideal, pero eso nunca ocurre —no importando cuánto vaya ella en pos de esos dioses y aun si se casa con el hombre perfecto—. Al igual que el resto de nosotros, ella jamás estará satisfecha con adorar y servir a la creación porque hay un Creador que ya ha reclamado su lugar como Esposo. Él no sólo se merece nuestra adoración, sino que es el único lo suficientemente grande como para cautivar nuestros corazones y convertir nuestra vana idolatría —nuestro correr tras el viento— en una adoración gozosa. Nuestras jóvenes necesitan ser deslumbradas por la belleza de su Rey Redentor. Necesitan una y otra vez oír su historia, su belleza, su amor y sus excelencias para que las imágenes que se sienten tentadas a adorar palidezcan en comparación.
Las hijas pueden empezar a aprender cómo identificar los ídolos de sus propias vidas cuando los padres y líderes admiten y confiesan transparentemente su propia lucha contra la idolatría. Cuando un papá confiesa que anhela un ascenso laboral más de lo que debería (y que se enfada cuando lo vuelven a pasar por alto) o una mamá admite que es adicta al ejercicio excesivo para sentirse satisfecha con su apariencia, una hija puede sentirse en libertad de admitir que está esclavizada a las opiniones de los chicos. Una joven que no se siente sola en esta lucha por dedicarse exclusivamente a Dios admitirá su idolatría con mayor libertad y escuchará con mayor atención cuando sus padres hablen desde corazones empapados de humildad. Y, por supuesto, los padres también pueden ayudar a sus hijas orando para que el Espíritu Santo haga que Jesús sea más hermoso que cualquier otro.
¿Hace cuánto que el corazón de tu hija se empapó en la verdad evangélica de este gran Ser que se entregó por ella para darle la libertad de adorarlo y de descansar en su amor acogedor? El antídoto contra la adoración idólatra no se encuentra en reglas que prohíben la idolatría. Las reglas no deslumbran ni cautivan. No pueden generar adoración. No tienen el poder suficiente como para transformar. ¿Cuál es, entonces, el antídoto? Es la gloria del Señor que se observa en el rostro de Jesucristo. «Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria» (2 Corintios 3:18; ver también 4:6).