Vivo en California del Sur. Casi es verano y aparece un conocido problema: la falta de modestia al vestirnos. Hebreos 4:15 nos dice que nuestro Salvador fue tentado “en todo” al igual que nosotros, pero sin haber pecado. ¿Querrá esto decir que Jesús fue tentado a ser poco modesto, pero no pecó?
Permíteme explicar a qué me refiero con “modestia”. En el caso de los cristianos, es simplemente negarse a presumir de algo, por amor a Dios y a nuestro prójimo. Jesús se rehusó a hacer alarde de su poder. Cuando Satanás lo tentó, él se negó a presumir de su capacidad para convertir piedras en pan o para tirarse desde una torre alta (Mt 4:1-11). Cuando sus acusadores lo atacaron, “ni siquiera abrió su boca” (Is 53:7). Cuando enfrentó la humillación y el insoportable dolor de la cruz, se abstuvo de rogarle a su Padre que le enviara una multitud de ángeles, que estaban esperando para librarlo (Mt 25:53). Jesús no se jactó de su poder ni de su autoridad porque él amaba a su prójimo: la novia, la iglesia.
Por otro lado, la falta de modestia fluye de corazones jactanciosos. Quizás hemos entrenado duro en el gimnasio o hemos comprado un par de jeans caros; tal vez, queremos probar cuán libres somos para vestirnos de la forma que queremos sin importar cuán insinuante sea. Cuando nos jactamos, estamos fallando en el amor a nuestros hermanos y hermanas que podrían ser tentados a desear, a codiciar o a imitar un pecado. La presunción es un fruto del orgullo y del amor al yo. La falta de modestia demuestra una fría indiferencia con respecto a la iglesia.
Sin embargo, la belleza del evangelio consiste en que, mientras nos convence de que somos, de alguna forma, jactanciosos indiferentes, también nos asegura que somos amados y que ya no necesitamos presumir más para obtener la aprobación de otros. ¡El historial de nuestro Redentor Modesto es nuestro!: nuestra identidad no se encuentra en la aprobación, en la envidia o en desear a otros, sino que en la vida, muerte y resurrección de Cristo. Él nos amó y rehusó jactarse de lo que él es para que así podamos pertenecerle. Podemos ser liberados de nuestra necesidad de demostrar que tenemos un buen cuerpo o un buen guardarropa, ¡porque hemos sido colmados de su amor!
Sin duda, es posible que, en esta cultura promiscua, mujeres (y hombres) necesiten orientación sobre cómo vestirse modestamente, y no hay nada malo con hacerlo. Es sólo que el poder transformador que cambia a un jactancioso para que sea un siervo no viene de reglas sobre camisas o faldas; más bien, viene al recordar el evangelio y al buscar mostrar a Jesús.