Ali estaba teniendo una noche difícil. Ya la habían disciplinado una vez por darle una bofetada a uno de los hijos del pastor, y acababa de hacerlo de nuevo, esta vez a su hermano. Su madre se sentía humillada y frustrada. Ali estaba enojada, avergonzada y desesperada mientras esperaba las consecuencias sentada en su cuarto.
Cuando su madre fue a hablar con ella, Ali dijo entre sollozos: «No merezco estar afuera con mis amigos».
¿Qué le habrías contestado?
Prácticamente todos los padres del planeta han tenido una conversación con sus hijos sobre lo impropio de golpear a otros. La pregunta que los padres cristianos enfrentan no es «¿Debería corregir esta conducta?»sino «¿Cómo el evangelio moldea la forma en que corrijo a mis hijos?»Quizás una pregunta más aguda sería «¿En qué se diferencia mi paternidad de la de mis vecinos mormones que viven al final de la calle?»
En el Nuevo Testamento, en uno de los únicos dos mandatos que hablan directamente de la paternidad, Pablo escribe: «Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor»(Efesios 6:4). Se han escrito libros enteros sobre este versículo: cómo los padres pueden evitar provocar a sus hijos y cómo debería ser la disciplina y la instrucción. Sin embargo, en todo nuestro análisis del versículo, quizás hemos pasado por alto la frase más importante: «del Señor». Esta frase habría escandalizado a los primeros lectores de Pablo porque los padres efesios criaban a sus hijos en la disciplina e instrucción de los filósofos griegos. A los padres cristianos, Pablo nos dice que debemos criar a nuestros hijos en la disciplina e instrucción del Señor. ¿En qué consiste eso?
En primer lugar, la paternidad «del Señor» depende de la gracia. Puesto que «la salvación es del Señor»(Jonás 2:9), sabemos que somos incapaces de transformar los corazones de nuestros hijos o hacerlos creer. Por lo tanto, en lugar de inquietarnos, manipular, preocuparnos, y exigir, los padres cristianos podemos descansar en la gracia de Dios, disfrutar de nuestros hijos, y renunciar a tratar de hacer lo que sólo el Espíritu puede hacer.
La paternidad cristiana, además, es transparente. Como cristianos, sabemos que somos pecadores. Cuando se trata de rectitud ante Dios, no somos superiores a nadie, ni siquiera nuestros hijos. Nunca deberíamos preguntarnos «¿Por qué mi hijo hace eso?». Sabemos la respuesta: él o ella es hijo(a) de pecadores. El evangelio nos dice que no estamos luchando contra nuestros hijos sino más bien al lado de ellos; estamos combatiendo el pecado juntos. No somos nosotros contra ellos sino padres e hijos contra el pecado y la incredulidad.
Los padres cristianos conocen la verdadera función de la ley de Dios en las vidas de sus hijos. La ley de Dios les hace conocer su necesidad de Cristo, enseña a los niños creyentes cómo responder a la gracia que han recibido, y les hace ser verdaderamente agradecidos de que Jesús la haya cumplido a la perfección. Sin embargo, no los hace buenos. En verdad, no puede hacerlos buenos, y debemos dejar de esperar que lo haga. Sólo la justicia de Cristo puede ganarse la bendita declaración: «Eres bueno».
Si nuestra paternidad es verdaderamente cristiana, ligada tanto a los indicativos como a los imperativos de la Palabra de Dios, entonces tendremos que orar. Tendremos que orar porque necesitaremos ayuda para conectar el evangelio con las vidas diarias de nuestros hijos. Ninguno de nosotros lo hace bien.
Los padres cristianos debemos huir del moralismo y la manipulación hacia la sangre y la justicia de nadie más que Cristo. Tenemos que entregarles el evangelio, con gracia pero persistentemente, para que sepan que hay un Dios que es tan bueno como dice ser. Ámalos, disciplínalos, y háblales de Jesús.
Y ahora, de regreso a nuestra escena inicial. Ali acababa de declarar: «No merezco estar con mis amigos». ¿Cómo el evangelio transformaría la respuesta de su mamá?
Aunque su mamá no estaba pensando en el evangelio ni quería usar parte de su tiempo con ella para corregirla o hablarle de Jesús, el Señor usó las palabras de Ali para ablandar su corazón.
«Tienes razón, Ali. No mereces estar con tus amigos. Pero yo tampoco. He estado enfadada y desconcertada. Tampoco merezco los buenos regalos de Dios. Sin embargo, Dios es tan bondadoso que no nos da lo que merecemos. En vez de eso, nos trata con misericordia. ¿Sabes qué es la misericordia, mi pequeña?»Ali negó con la cabeza.
«La misericordia es cuando Dios te da algo bueno mientras que deberías ser castigada. Y la gracia es cuando Dios sencillamente te colma de todo lo bueno que jamás podrás ganarte siendo lo suficientemente buena. Dios puede brindarnos gracia porque su Hijo nunca abofeteó a nadie. Puede ser misericordioso con nosotros porque su Hijo fue abofeteado en nuestro lugar. Jesús abrió el camino para que tú y yo experimentáramos la misericordia de Dios en vez de su juicio. ¿Verdad que es bueno?»
«Me estás haciendo llorar», susurró Ali entre lágrimas.
«Sí, la misericordia de Dios me estáhaciendo llorar a mí también», contestósu mamá. «Oremos juntas para que el Señor nos ayude a ambas a recordar su gracia esta noche».
Después de la disciplina y la oración, Ali abrazó a su mamá y dijo: «Mami, ahora sé que Dios realmente me ama».
La paternidad cristiana no es un nuevo método. Es compartir el evangelio que tú ya conoces.