Considero que es el privilegio más grande, el mayor acto de la providencia de Dios, haber crecido en un hogar cristiano. Considero que es una responsabilidad no pequeña garantizar que mis hijos crezcan en un hogar claramente cristiano. Por lo tanto, es mi más sincero deseo y mi más segura esperanza que mis nietos tengan este mismo privilegio.
¿Cuáles son los beneficios de pertenecer a este grupo tan bendecido? Quizás existen muchos que podemos enumerar y solo en la eternidad los contaremos por completo. Sin embargo, estos resuenan hoy en mi corazón.
El privilegio de la oración. Nacer en un hogar cristiano es nacer en una casa de oración. Antes de que yo incluso existiera, mis padres oraban por mí. Desde el momento en que fui concebido, ellos oraron por mí en particular. Desde el momento en que me pusieron nombre, ellos oraron por mí, por mi nombre. Desde el momento en que nací, oraron sobre mí, por mí y conmigo. Solo he conocido una vida de oración, porque nací de personas que oran.
El privilegio de la Escritura. Nacer en un hogar cristiano es nacer en una casa gobernada por la Biblia. Tan pronto como pude escuchar, escuché la Palabra de Dios. Tan pronto como pude ver, vi a mis padres estudiarla. Tan pronto como pude entender, ellos comenzaron a leérmela. Tan pronto como fui capaz de memorizar, ellos me llevaron a guardarla en mi corazón. Tan pronto como aprendí a leer, me enseñaron la disciplina de la devoción diaria. Solo he conocido una vida guiada por la Biblia, porque nací de personas que vivían bajo la Biblia.
El privilegio del Evangelio. Nacer en un hogar cristiano es nacer en una casa que declara el Evangelio. Desde mis primeros días me contaron del gran Salvador y me convencieron de mi necesidad de Él. Tan pronto como pude aprender nombres, conocí el nombre de Jesús. Tan pronto como pude comprender mi necesidad de perdón, me hablaron del perdonador. Tan pronto como fui capacitado para expresar fe, expresé mi fe en Jesús. Solo he imaginado una vida sometida a Jesús, porque nací de personas que pertenecían a Jesús.
El privilegio de la comunidad. Nacer en un hogar cristiano es nacer en una comunidad de creyentes. Gran parte de mis primeros recuerdos son de iglesias y de adoración cristiana, de canciones, de sermones y de sacramentos. Aquellos santos me amaron como si fuera su propio hijo y aún me aman hoy. Oraron por mí antes de haber nacido, me bautizaron después de que nací, me contaron mi necesidad de Jesús y de volver a nacer. Puede ser que no se necesite un pueblo para criar a un niño, pero sin duda se necesita una iglesia. Solo he vivido en comunidad cristiana, porque nací de personas comprometidas con el compañerismo cristiano.
El privilegio de la piedad. Nacer en un hogar cristiano es nacer ante ejemplos de piedad. Nací de nuevos creyentes, pero unos sinceros y motivados. Ellos sabían que su tarea no solo era describir su fe con palabras, sino que exponerla con sus vidas. Mientras yo crecía bajo su cuidado, ellos crecían bajo el cuidado de Dios. Vi cómo daban muerte al pecado, vi cómo vivían para la rectitud, vi cómo servían siendo ejemplos de sabiduría y de carácter cristiano. Solo he vivido rodeado por ejemplos de piedad, porque nací de personas que eran ejemplos de piedad.
De estas maneras y de muchas otras, he experimentado la gracia de Dios y he disfrutado de un privilegio incalculable. Es mi esperanza, oración y confianza que mis hijos y mis nietos puedan decir lo mismo.