Solía pensar que la desconfianza en mí misma y mi inseguridad al escribir eran señales de mi profunda humildad. Esa angustiante desconfianza en mí misma se sentía como algo honorable y valiente. Me sentía humilde y modesta al estar tan atormentada por la incertidumbre de saber si era capaz o no de escribir. Casi podía escuchar la banda sonora y los violines, como si hubiera estado en páramos abiertos azotados por el viento. Sin embargo, eso es lo que sucede con el orgullo: se esconde.
Mientras más avanzo, más me doy cuenta de que es totalmente al revés. Desconfiar y estar inseguros de nosotros mismos no revela nuestra humildad; enmascara nuestro orgullo.
Cuando dudas de si puedes hacer algo, te estás mirando a ti mismo; las capacidades y los recursos que tienes. Estás completamente centrado en mirar hacia adentro. Esto es orgullo porque significa que piensas que todo se trata de ti.
No obstante, si te das cuenta de que no se trata de ti —que lo que sea que tengas es un don de Dios—, o si, en otras palabras, te haces a un lado, entonces puedes ser valiente. No habrá visión demasiado grande; ningún sueño demasiado osado; nada tan imposible para no atreverse a hacerlo.
Cuando Pedro miró a Jesús, caminó sobre el agua; pero cuando miró bajo sus propios pies, vio las olas y se hundió.
Puedes ser consciente de quién es Dios, o estarás demasiado consciente de ti mismo.
¿Qué hay del niñito de Juan 6 y la poca comida que tenía? Él podría haber mirado lo que tenía (insuficiente) y preocuparse (¿cómo podría alimentar a 5.000 personas?), o podía mirar a Jesús y darle a él lo que tenía.
¿Qué requiere más humildad?
Si crees, como Madeleine L’Engle, que escribir se trata más de confiar que de tener el control, serás más atrevido, más valiente, y más capaz de correr riesgos —y escribir te parecerá más un acto de fe—.
No se trata de ti y de lo que puedas hacer. Tú haces el trabajo duro de escribir, practicas tu arte, y te haces visible. Sin embargo, te conviertes en un siervo de la historia. La historia es más inteligente y más grande que tú. Tu trabajo es hacerte a un lado y dejar que la historia fluya.
Estoy aprendiendo que Dios quiere que sus hijos trabajen con libertad y gozo. Martín Lutero dijo: “Sé pecador y deja que tus pecados sean fuertes, pero haz que tu confianza en Cristo sea más fuerte”.
Así que continúo llegando a mi escritorio cada día; una pecadora luchando contra su inseguridad personal. Sin embargo, estoy aprendiendo a llamar al pecado por su nombre: orgullo.
Estoy aprendiendo que mi trabajo se trata simplemente de dar lo poco que tengo a Dios —mi insuficiencia— y dejarle a él lo imposible. Estoy aprendiendo a mantener mis ojos lejos de las olas y a fijarlos en él.
Estoy aprendiendo a dejar de preguntarme si soy una buena escritora, y a preguntarme, en cambio, “¿estoy contando una buena historia?”
La primera pregunta da lugar al orgullo, y la segunda, simplemente a una buena narración.