Cuando visito iglesias y les hablo a los niños, les hago dos preguntas:
En primer lugar, “¿cuántos de ustedes a veces creen que tienen que ser muy buenos para que Dios los ame?”. Tímidamente levantan sus manos y yo también la levanto junto a ellos.
En segundo lugar, “¿cuántos de ustedes a veces piensan que, si no son buenos, Dios dejará de amarlos?” Miran a su alrededor y nuevamente levantan sus manos.
Estos son niños de Escuela Dominical que conocen las historias de la Biblia. Niños que probablemente también sepan las respuestas correctas; sin embargo, de alguna forma, han pasado por alto la cosa más importante de todas: el tema central de la Biblia.
Son tal como la niña que yo alguna vez fui. Siendo niña, aunque era cristiana, crecí pensando que la Biblia estaba llena de reglas que tenía que cumplir (porque si no, Dios no me amaría) y de héroes que establecían ejemplos que debía seguir (porque si no, Dios no me amaría).
Traté de ser buena; de verdad traté. De hecho, era bastante buena siendo buena; sin embargo, no importando cuánto me esforzara, no siempre podía cumplir las reglas y, por lo tanto, sabía que Dios no estaba complacido conmigo.
Definitivamente, nunca podría haber sido tan valiente como Daniel. Recuerdo haber sido atormentada por una canción que cantábamos en la Escuela Dominical: “Atrévete a ser un Daniel”. Me atormentaba porque, por más que intentara imaginarme atreviéndome a ser como Daniel, arrojada a los leones sin importarme… No podía engañar a nadie. Sabía que en esa situación estaría demasiado asustada. Sabía que sólo diría: “¡Ok, sí, lo que digas! ¡Sólo no me arrojen a los leones! ¡No me saquen las uñas! ¡Deténganse!”.
Sabía que no estaba ni cerca de ser suficientemente valiente, fiel o buena.
¿Cómo Dios podría llegar a amarme? Tenía la certeza de que no lo haría.
Un domingo, no hace mucho, usé la Biblia para niños Historias de Jesús para leer la historia de Daniel y la noche de susto a unos niños de 6 años en una clase de la Escuela Dominical. Una pequeña niña en particular estaba sentada muy cerca de mí, tanto que casi se apoyaba en mi regazo. Su cara brillaba y escuchaba la historia con ansias, completamente cautivada. Casi no podía mantenerse sentada en el suelo e insistía en ponerse de rodillas para acercarse más y escuchar mejor la historia.
Al terminar la historia, no había otros profesores alrededor. Entré en pánico, activé mi piloto automático y me escuché a mí misma —¡qué horror!— preguntando, “¿qué podemos aprender de Daniel sobre cómo Dios quiere que vivamos?”.
Mientras decía esas palabras, fue como si literalmente le hubiese puesto un gran peso sobre los hombros a esa pequeña niña. Como si hubiese roto algún hechizo. La pequeña se desmoronó justo frente a mí, desplomándose físicamente e inclinando su cabeza. Nunca lo olvidaré.
Es la imagen de lo que le pasa a un niño cuando transformamos una historia en una lección moral.
Cuando estudiamos la historia de la Biblia como una lección moral, hacemos que se trate de nosotros. Sin embargo, la Biblia no se trata principalmente de nosotros y lo que se supone que debemos hacer. ¡Se trata de Dios y de lo que él ha hecho!
Cuando presentamos la historia como un lindo y bien compuesto paquetito, y contestamos todas las preguntas, no dejamos espacio para el misterio o el descubrimiento. No dejamos espacio para el niño ni para Dios.
Cuando decimos, “Entonces, de lo que se trata la historia es…”, o “el objetivo de la historia es…”, no estamos entendiendo nada. El poder de la historia no está en resumirla, o en estudiarla a fondo, o en reducirla a una idea abstracta. El poder de la historia no está en la lección, sino que en la historia misma.
Por esta razón escribí la Biblia para niños Historias de Jesús, para que los niños puedan conocer lo que yo antes no pude:
- Que la Biblia no se trata principalmente de mí y de lo que yo debiese hacer. Se trata de Dios y de lo que él ha hecho.
- Que la Biblia es ante todo una historia: la historia de cómo Dios ama a sus hijos y viene a rescatarlos.
- Que —a pesar de todo, pase lo que pase y cualquiera sea el costo— Dios jamás dejará de amar a sus hijos… con un maravilloso, incesante, inquebrantable, persistente y eterno amor.
- Que la Biblia, en síntesis, es una HISTORIA, no un libro de reglas, y que existe sólo UN HÉROE en la historia.
Escribí la Biblia para niños Historias de Jesús para que, en sus páginas, los niños puedan conocer al gran héroe y hacerse parte de su magnífica historia. Porque las reglas no te cambian, pero una historia, la historia de DIOS, sí lo hace.