Hace un par de días, me senté y me hice el tiempo para leer La santidad de Dios de R.C. Sproul. Este es uno de esos libros que, si yo fuera más organizado, agendaría para leer cada año. Aunque el Dr. Sproul escribió buenísimos libros en su vida, realmente creo que este es el mejor.
A continuación, les comparto algunas de mis citas favoritas, solo unas pocas de las muchas (¡de muchas!) que subrayé cuando lo leí:
Usualmente tenemos sentimientos mezclados acerca de lo santo. Hay un sentido en el cual, a la vez que somos atraídos por ello, también lo repudiamos. Algo nos atrae y al mismo tiempo queremos alejarnos. Pareciera que no podemos decidir qué escoger. Parte de nosotros anhela lo santo y otra parte lo desprecia. No podemos vivir ni con, ni sin ello.
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En las Sagradas Escrituras solo una vez un atributo de Dios se eleva al tercer grado. Solo una vez encontramos una característica de Dios mencionada tres veces en sucesión. La Biblia dice que Dios es santo, santo, santo. No que él es santo o aun santo, santo. Él es santo, santo, santo. La Biblia nunca dice que Dios es amor, amor, amor; o misericordia, misericordia, misericordia; o ira, ira, ira; o justicia, justicia, justicia. Dice que él es santo, santo, santo; que toda la tierra está llena de su gloria.
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Isaías ben-Amoz era hombre de integridad, un hombre completo. Sus contemporáneos lo consideraban el hombre más recto de la nación y lo respetaban como un modelo de virtud. Pero cuando tuvo la repentina visión del Dios santo, en ese instante toda su autoestima fue sacudida. En un segundo su desnudez se descubrió ante la mirada de la norma más absoluta de santidad. Comparado con otros mortales, él podía sostener una alta opinión de sí mismo. Pero en el instante que él se midió con la norma suprema, él fue deshecho —moral y espiritualmente devastado. Fue desintegrado, desarticulado. Su sentido de integridad se derrumbó.
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Es peligroso asumir que por el hecho de ser atraído hacia el estudio de la santidad una persona es santa. Hay una ironía aquí. Estoy seguro que la razón por la cual anhelo aprender de la santidad es precisamente porque no soy santo. Yo soy hombre profano, y es más el tiempo que paso fuera del templo y de la presencia íntima de Dios que dentro de ellas. Sin embargo, he degustado suficiente de la majestad de Dios para anhelar más. Conozco lo que es ser perdonado y enviado a una misión. Mi alma clama por más. Mi alma necesita más.
La santidad de Dios. R.C. Sproul. Publicaciones Faro de Gracia, 269 páginas.
Este reseña fue originalmente publicada en Tim Challies

