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La reciente portada de la revista Washingtonian llamó mi atención. El título de la portada anunciaba: «mujeres poderosas», y mostraba fotos de muchas damas talentosas. Sin embargo, mientras exploraba la portada, noté que había un «trabajo» que no estaba en la lista de senadoras, CEO y dueñas de pequeñas empresas: la dueña de casa. 

La omisión me recordó la distinción entre una teología cristiana de la femineidad y la visión secular de ella. Nuestra cultura estima el «poder», pero no estima el servicio. No obstante, la teología cristiana de la femineidad (al igual que la imagen bíblica de la masculinidad, del matrimonio y de la familia) trastoca nuestras expectativas. En el Reino de Cristo, el servicio es exaltado, la formación abnegada de los hijos honra a Dios y el autosacrificio no es nada menos que divino.

No es así en el mundo, y en nuestro mundo. Para muchos, la familia es una idea secundaria en la era actual hiperacelerada, ambiciosa de construir una marca personal. Sin embargo, en la Escritura, la familia es la primera institución. Creada en Génesis 2, es el escenario en el que el hermoso diseño de Dios de hombres y mujeres se pone en práctica, un drama que fluye melifluamente a medida que hombres y mujeres desempeñan sus roles.

Afortunadamente, la nuestra no es la primera generación en conocer estas verdades despreciadas. Martín Lutero y Juan Calvino representan a dos teólogos de la Reforma, aquel movimiento de antaño impulsado por la Biblia, que promovieron la visión de Dios por la familia y llevaron a muchos a hacer lo mismo. En este corto ensayo, observaremos sus sobresalientes contribuciones teológicas sobre estos asuntos, explorándolas como un llamado a abrazar todo lo que enseña la Escritura.

«Obras doradas y nobles»: Martín Lutero sobre la vocación

La comprensión moderna del trabajo funciona así: descubrimos primero qué es lo que más queremos y luego hacemos un ránking de las vocaciones según corresponda. A su propia y singular manera, el pensamiento secular, neomarxista y feminista nos dice que estimemos el poder, la influencia política y el dinero. Por lo tanto, los trabajos que ofrecen poder, influencia política y dinero se consideran mejores y aquellos que no, tienen poco o ningún valor.

Esto es precisamente lo opuesto de cómo Lutero (1483-1546) vio el trabajo. Como un teólogo protestante maduro —¡el primerísimo de todos!—, volvió a enmarcar el trabajo como un llamado o una vocación. En la teología católica, el trabajo espiritual era valorado por sobre las realidades comunes y corrientes. El cura era el que estaba más cerca de Dios y, por lo tanto, los trabajos que él realizaba importaban más. Pero en la Escritura, Lutero encontró la reluciente verdad doctrinal de que toda vida debe vivirse coram deo, para Dios (1Co 10:31). En consecuencia, Lutero dijo de los hombres y las mujeres cristianas que «aún sus obras aparentemente comunes y corrientes son una adoración a Dios y una obediencia que bien lo complace». Esto es cierto del trabajo doméstico, que podría no tener «apariencia de santidad […] y sin embargo, estas obras en conexión con el hogar son más deseables que todas las obras de todos los monjes y monjas. ¡Que siempre sean tan laboriosas e impresionantes!»1.

La teología rara vez ha presentado una recuperación mayor de la verdad que esta. La comprensión de Lutero, una comprensión bíblica, encanta toda la vida cristiana. ¿Puedes imaginarte un pensamiento más liberador que este? Piensa en un campesino que por mucho ha trabajado una tierra ingrata o una mujer de cuna humilde en el siglo xvi que había dado a luz a nueve hijos con poco elogio o recompensa. El cuerpo de ambos estaba adolorido; se dedicaron a sus tareas diarias, pero con poco sentido de gozo; se esforzaron en el anonimato, en la incertidumbre y, a veces, en la humillación.

Pero aquí llegó el advenedizo Lutero desde Wittenberg. Aquí llegó una voz de liberación, revitalización y emoción. ¿Tanto lío para andar por los campos llenos de barro? ¿Tanto dolor para administrar el hogar? ¿Todos los desafíos, pruebas y dificultades para criar hijos? En la teología de Lutero, tal esfuerzo rebosaba de belleza y resplandecía con gloria. Todo importaba; le importaba a Dios. Dios lo vio. Dios lo amó. Dios lo recompensará en el último día.

De semejante fundamento, Lutero entrenó a su ojo cuidadosamente en la crianza de los hijos:

Asimismo, una esposa debe considerar sus deberes bajo la misma luz, mientras amamanta al niño, lo mece y lo baña, y cuida de él de otras maneras; y a medida que se ocupa de otros deberes y presta ayuda y obediencia a su marido. Estas son las obras verdaderamente nobles y doradas. […] Ahora dime, cuando un padre se adelanta y lava pañales o realiza cualquier otra tarea humilde por su hijo, y alguien lo ridiculiza como un necio afeminado, aún así ese padre está actuando en el espíritu recién descrito y en la fe cristiana, mi querido amigo, dime: ¿cuál de los dos está ridiculizando más al otro? Dios, junto a todos sus ángeles y criaturas están sonriendo, no porque ese padre lave pañales, sino porque lo está haciendo en la fe cristiana2.

Las madres tienen la habilidad de dar a luz y alimentar a sus hijos, y esto señalaba una parte clave del llamado en sus vidas. Todo el trabajo doméstico de una mujer —que incluye «ayuda y obediencia» a su marido por 1 Pedro 3:1—honra al Señor de una manera profunda. Lutero usó una palabra característicamente colorida para resumir semejante inversión: «dorada», lo llamó. Qué palabra más hermosa para describir un llamado verdaderamente espiritual: el llamado de una esposa y una madre cristiana. Cada minuto de la crianza de sus hijos contaba frente al Señor. Esos momentos aparentemente humillantes brillaron con honor eterno.

Hay mucho que procesar en esta formulación de la femineidad. En primer lugar, Lutero, al igual que nosotros, sabía que la vida de una madre implicaba más que ese trabajo. En segundo lugar, gustosamente confesamos que existen muchas maneras para que una mujer piadosa pueda glorificar al Señor (ya sea que esté casada o soltera). No obstante, Lutero vio gran valor en la maternidad, un rol que es más que un llamado temporal durante los pequeños años, puesto que es verdaderamente una forma de vida, así como lo es la paternidad. Tercero, notamos que Lutero presentaba tanto al padre como a la madre ayudando a los hijos. La verdad es que Lutero enseñó que el padre debe proveer para su familia, pero claramente creía que el padre debía bendecir a su esposa al criar bien a sus hijos (en cumplimiento con 1 Timoteo 3:1-7).

«Él está muy complacido con ellas»: Calvino sobre la familia

Juan Calvino (1509-1564) estaba de acuerdo con Lutero. Lo estaba en medio del desacuerdo. Mucho antes de que las varias olas de feminismo rompieran en Occidente, Calvino notó desde su púlpito genovés que algunos despreciaban la vocación femenina. Fueron «necios» por hacerlo. Él escribió:

Sin duda, hay muchos necios que cuando hablan de las labores de la rueca [deberes], de cuidar a sus hijos, se burlarán de ellas y las despreciarán. Pero ¿entonces qué? ¿Qué dice el Juez celestial? Que está complacido con ellas, las acepta y las toma en cuenta. Entonces, permitan que las mujeres aprendan a regocijarse cuando hagan sus deberes y, aunque el mundo los desprecie, que este consuelo endulce todo el respeto que puedan tener en ese sentido, y decir: «Dios me ve aquí y sus ángeles son testigos suficientes de mis obras, aunque el mundo no las apruebe3».

¡Qué asombroso! A veces pensamos en contextos como los de Calvino (la Europa del siglo xvi) en términos monolíticos. «Por supuesto, todos en ese entonces apoyaban ciegamente los roles de género», murmuramos. «Ahora somos iluminados». No es así. Claramente, muchos hablaron contra la feminidad bíblica. A muchos les disgustaba la visión contracultural de una madre y una ama de casa, una mujer enfocada en el bien de su familia, tanto en ese tiempo como ahora. No ocultaron su «desprecio» por tales mujeres, y ciertamente no ocultaron su desprecio por Calvino, el pastor teólogo que predicaba sin vacilar sobre tales «deberes». A pesar de la oposición, Calvino no dudó. Como Lutero, él presentó la reivindicación de semejante labor vocacional en términos teocéntricos. Aunque «el mundo no apruebe» tales deberes, «Dios me ve», él visualizó a una mujer piadosa diciéndose eso a sí misma.

Calvino no sólo habló de la femineidad bíblica. Él llamó a los hombres a un estándar más alto en el hogar. Los hombres servían, por el llamado de Dios, como «cabezas» del hogar (ver Efesios 5:22-33). Para honrar a Dios en este rol, ellos necesitaban instrucción:

Por lo tanto, lo que se debe notar aquí es que las cabezas de la familia deben esforzarse por ser instruidos en la Palabra de Dios si van a cumplir con su deber. Si son necios, si no conocen los principios básicos de la religión o de su fe y no conocen los mandamientos de Dios o cómo se debe ofrecer una oración a Él o cuál es el camino a la salvación, ¿cómo van a instruir a sus familias? Con mayor razón, entonces, aquellos que son esposos y tienen una familia, un hogar que gobernar, tienen que pensar: «debo establecer mi lección en su Palabra, a fin de que no sólo intente gobernarme a mí mismo en concordancia con su voluntad, sino que también debo llevar a ello, al mismo tiempo, a quienes están bajo mi autoridad y guía4».

La cabeza piadosa del hogar tenía que primero guiarse a sí mismo espiritualmente antes de que pudiera guiar a su esposa e hijos. Calvino no estableció un estándar imposible para los hombres cristianos. Al contrario, los llamó a «conocer los principios básicos de la religión» para que pudieran orar fielmente y enseñar verdaderamente. El esposo y padre no estaba aislado de sus amados. Él tenía «un hogar que gobernar», en el pensamiento de Calvino. Él tenía una esposa que pastorear. Él tenía hijos que entrenar. Él tenía una Palabra que aprender, estudiar, amar y obedecer.

Como Lutero, Calvino estimaba a los niños. Él llamó a los hombres en particular a invertir en ellos:

A menos que los hombres consideren a sus hijos como un regalo de Dios, ellos serán descuidados y reacios en proveer para su sustento, así como, por otro lado, este conocimiento contribuye en un grado muy eminente a animarlos a criar a su descendencia. Es más, el que, de ese modo, reflexiona en la bondad de Dios por darle hijos, con prontitud y con una mente dispuesta buscará la continuidad de la gracia de Dios, y aunque sólo tenga una pequeña herencia que dejarles, no se preocupará indebidamente de ello5.

Calvino conocía todo sobre las tentaciones que enfrentan los hombres. Él entendía que los padres tenían que batallar contra la carne a fin de priorizar su descendencia. Él sabía que a veces les costaría encontrar la voluntad de proveer para su familia. Él sabía que los hombres sentirían preocupación por las finanzas y así tenderían a veces a la tacañería. Aunque nunca aprobó el gasto imprudente, Calvino instó a los hombres bajo su cuidado pastoral a practicar la generosidad. Esta disposición surgió de una visión de la paternidad centrada en Dios. Dios Padre mostró mucha «bondad» y «gracia» a su pueblo; de este modo, los padres terrenales deben mostrar lo mismo a sus pequeñitos. 

Una reforma de la familia

Lutero y Calvino escribieron aproximadamente hace 500 años. Nos pueden parecer reliquias de un pasado distante. Pero, en realidad, vemos en sus teologías de la familia que ellos enfrentaron muchos de los mismos desafíos que nosotros. Las personas a su alrededor se volvieron con fuerza contra la concepción bíblica de la masculinidad, la femineidad, el matrimonio y la familia. Las personas despreciaron el diseño encantador de Dios para el hogar cristiano. Aunque debieron haber adorado a Dios por el orden doxológico de los sexos y la familia, optaron por no hacerlo. Hicieron lo opuesto, al igual que hoy.

Nunca habrá un tiempo previo a la venida de Cristo cuando el hombre natural amará las cosas de Dios (1Co 2:14). En nuestro estado natural, todos rechazamos a Dios y a su sabiduría. No estimamos innatamente el consejo de Dios, tampoco abrazamos su orden con hambre en nuestra carne. Es más, ningún pecador no regenerado adoptará de buena gana la mente de un siervo, la misma mente de Cristo Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 10:28; Fil 2:5-11). Ninguno de nosotros conforma naturalmente la imagen de Cristo. Al contrario, anhelamos lo que el mundo anhela: queremos poder; la alabanza de los hombres; el dinero. No queremos vernos raros o extraños. Queremos ser cristianos, sí, pero enfrentamos la tentación interna de ser culturales. Ser culturales, después de todo, quita el escándalo del Evangelio y elimina el aguijón de nuestro testimonio.

Pero esta no es nuestra teología. Nuestra teología, como dijo elocuentemente Lutero, está formada por Cristo. «Crux sola est nostra theologia», escribió: «la cruz es nuestra teología». No sólo recordamos esta verdad bíblica cuando reflexionamos sobre la expiación o meditamos un alto nivel de soteriología o discutimos doctrina en un seminario doctoral. Recordamos la cruz cuando por milésima vez —diezmilésima vez— cambiamos otro pañal, lavamos otro plato, secamos otra lágrima, lideramos otro devocional familiar, despertamos otra vez en medio de la noche para sustentar vida, conversamos misericordiosamente sobre otro conflicto marital, conducimos por la mañana oscura a fin de proveer o despertamos muy temprano para alimentar nuestra alma a fin de alimentar a otros.

En toda esta labor, en todo este esfuerzo costoso, en todo este anonimato de autosacrificio, Dios está complacido. El Señor sonríe. El Señor es honrado; el diablo es burlado. Sólo la cruz es nuestra teología y las vidas compartidas de nuestras familias brillan de gloria, rebosan de honor y ofrecen una alabanza viva a nuestro Señor.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de 9Marks.

  1. Lutero, Martin. (1960) Luther’s Works, vol. 2, Lectures on Genesis, Chapters 6–14 [Obras de Lutero, vol. 2. Sermones sobre Génesis, capítulos 6 al 14] , ed. Jaroslav Pelikan (St. Louis: Concordia), p. 349. N. del T.: traducción propia.
  2. Lutero, Martín. «The Estate of Marriage, 1522» [El estado del matrimonio, 1522], en Luther’s Works [Las obras de Lutero], ed. Helmut T. Lehmann, vol. 45, Christian in Society II, ed. Walther I. Brandt (Minneapolis: Fortress, 1962), pp. 39-40. N. del T.: traducción propia.
  3. Calvino, Juan. «Sermon on 1 Timothy 2» [Sermón sobre 1 Timoteo 2]. En Sermons on the First Epistle of S. Paul to Timothy [Sermones sobre la Primera Epístola de San Pablo a Timoteo], accesible en http://www.truecovenanter.com/calvin/calvin_19_on_Timothy.html. N. del T.: traducción propia.
  4. Calvino, Juan. «Sermon on Genesis 18» [Sermón sobre Génesis 18]. En Sermons on Genesis [Sermones sobre Génesis], accesible en https://www.monergism.com/father%E2%80%99s-main-responsibility-genesis-1819. (Ver Sermons on Genesis, el volumen de Banner of Truth).
  5. Calvino, Juan. Commentary on the Book of Psalms [Comentario sobre el libro de los Salmos]. Edinburgh: Calvin Translation Society, pp. 1845-1849.
Photo of Owen Strachan
Owen Strachan
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Owen Strachan

Owen Strachan es un profesor de teología Midwestern Baptist Theological Seminary y es el autor de Reenchanting Humanity: A Theology of Mankind [Reencantemos a la humanidad: una teología de la humanidad]. Puedes encontrarlo en X como @ostrachan.