Era el día de preparación para el sábado, que estaba a punto de comenzar. Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea siguieron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Luego volvieron a casa y prepararon especias aromáticas y perfumes. Entonces descansaron el sábado, conforme al mandamiento (Lc 23:54-56).
Era el día más triste de todos. El Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros yacía frío en una tumba. ¿Qué harían ustedes si ven que aquel que resucitó muertos ahora está muerto?
Las mujeres que siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, después al Calvario y a la tumba no sólo sintieron pena, sino que también confusión. El hombre que ellas pensaron que sería el libertador estaba muerto. ¿Habían estado equivocadas todo ese tiempo?
«Acuérdate del sábado, para consagrarlo» (Éx 20:8). No tenían las respuestas a sus preguntas, pero tenían un mandamiento de Dios. «Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios…» (Éx 20:9-10). En consecuencia, las fieles mujeres hicieron lo que sus madres, sus padres y los israelitas habían hecho desde el tiempo de Moisés: guardaron el sábado.
Cuando un velo de oscuridad desciende sobre nosotros a través de la tragedia, de oraciones sin respuesta o de la decepción con Dios, podemos seguir el ejemplo de estas abatidas mujeres al caminar en obediencia.
La fe obedece cuando el camino no es plano
Los seguidores fieles obedecen cuando pareciera que no hubiera alternativas, cuando pareciera que no hubiera una salida de la prisión o cuando pareciera que no hubiera calma después de la tormenta. La fe no requiere que imaginemos cómo Dios va a resolver cualquier problema que enfrentemos.
Cuando somos tentados a hundirnos en la desesperación —como aconsejó memorablemente Elisabeth Elliot—, debemos «continuar con lo que sigue». Probablemente, no seremos capaces de discernir cómo Dios nos sacará del hoyo, pero no tenemos por qué saberlo. Simplemente, se nos ha dicho que lo obedezcamos en lo que sea que nos haya ordenado a hacer hoy.
Aunque las mujeres no sabían cómo Dios mantendría sus promesas, sí sabían que era necesario encargarse de un cuerpo muerto. Sin embargo, aun así, sus cuidados de la sepultura del quebrantado cuerpo de Jesús tenían que esperar. Ellas se acordaron del sábado y lo consagraron. Para ellas, «lo que seguía» era descansar.
Es fácil obedecer cuando podemos visualizar cómo Dios va a bendecir nuestra obediencia, pero es mucho más difícil cuando no vemos el propósito de ello. En tu momento más bajo, podría parecer que no hay forma en que puedan perseverar hasta el final del viaje en el que Dios los ha puesto. No obstante, todo lo que Dios requiere de nosotros es que sigamos poniendo un pie frente a otro a medida que andamos por el camino de la obediencia.
No tienen que saber adónde los lleva ese camino o cómo Dios los sustentará porque él sabe adónde los está llevando.
La obediencia descansa en la obra cumplida de Cristo
Si alguna vez existió un día en el que Dios parecía estar lejos de liberarnos, éste fue ese sombrío sábado. Tan sólo unos días antes, las multitudes habían aclamado, «…¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Lc 13:35). Ahora, ¿quién en su sano juicio podría llamar bendito a Jesús? No sólo estaba muerto, sino que también había sido colgado en un árbol. De acuerdo a la ley de Moisés, Jesús había muerto la muerte de los malditos (Dt 21:23).
Sin embargo, no todo era lo que parecía. Así como Dios había descansado del trabajo que había hecho en la creación, el Hijo de Dios descansó después de la obra hecha por nuestra redención. Dios descansó después de contemplar a su creación y la consideró buena. Su Hijo descansó después de tomar sobre sí mismo nuestra culpa, declarando, «todo se ha cumplido» (Jn 19:30).
Los rituales de descanso ese sábado podrían haberse visto normales como siempre, pero todo había cambiado. Dios había llevado a cabo la obra que su pueblo no podía realizar. Ahora podían descansar en la obra cumplida de Dios. Todos los sábados que habían guardado antes de ese día presagiaban el descanso espiritual que sólo podría ser de ellos cuando su pecado fuera liquidado. El sábado que guardaron ese día anticipó el reposo que nos espera a todos en la vida venidera (Heb 4:9-11).
No me siento triste cuando me imagino el día más triste de todos. Me inspiro en las mujeres que guardaron los mandamientos de Dios y honraron el sábado incluso cuando no podían entender cómo Dios podría cambiar su lamento en danza. Ellas no sabían que al otro lado del sábado no habría ningún cuerpo que necesite ser sepultado.