Si quieres saber cuán profunda es el carácter piadoso de alguien, observa cómo trata a los niños y a los ancianos.
Las personas que se encuentran en estos ambos extremos de la vida normalmente tienen enormes necesidades y limitadas capacidades. Estas cosas son parte intrínseca de esos grupos etarios y a menudo ponen su éxito diario y su continua dignidad continúa a merced de las personas que los rodean. El carácter piadoso es una nobleza centrada en una entrega constante (a menudo a un alto costo personal) a personas que no necesariamente podrían devolver el favor. Por lo tanto, realmente no importa lo que digamos sobre quienes somos como personas.
Cuando queremos ver un verdadero carácter piadoso, la amabilidad, la paciencia y el honor que mostramos a los niños y a los ancianos lo revelará. Y a esta prueba de carácter piadoso podemos agregarle nuestro trato con las viudas y los huérfanos (Stg 1:27), así como también con la clase de personas que Jesús mencionó como «los más pequeños» (Mt 25:31-46).
La gracia de Dios como la práctica común de la familia
Esto nos lleva al tema en cuestión: la gracia de Dios. Es fácil dar un asentimiento teórico a la realidad de la gracia de Dios, pero la prueba final de fuego que muestra si verdaderamente hemos permitido que su gracia se convierta en nuestro modo predeterminado de vivir es la manera en que tratamos a las personas en nuestra familia. La naturaleza del hogar puede albergar el disfrute de los mejores momentos o el sufrimiento de los peores. De este modo, la familia puede ser una oportunidad decisiva para nosotros en donde podemos pasar de vivir en la carne a vivir en el poder del Espíritu de Dios o también puede ser el lugar donde los problemas nos vencerán.
Si la gracia no aparece en el crisol de nuestra exigente dinámica familiar, no significa que el Evangelio no tenga poder, sino que nos estamos engañando a nosotros mismos al decir que hemos abrazado verdaderamente la obra transformadora de la gracia de Dios en lo profundo de nuestras vidas.
Podemos defender todo lo que queramos la gracia de Dios de la boca hacia afuera, pero si nuestros hijos prefieren que les lijen las encías en lugar de tener que sentarse a comer en la misma mesa con nosotros cada día y si nuestra esposa prefiere despertar sola en lugar de junto a nosotros cada mañana, entonces es muy probable que la gracia que decimos abrazar es meramente un play-back de lo verdadero. Para que todos se sientan mejor, los dos casos que mencioné solo eran los peores escenarios, pero la verdad es que existe todo tipo de cosas que podemos hacer (como que los miembros de nuestra familia deseen que no aparezcamos en las fotos de Navidad) y eso aún habla de la presencia mínima de la gracia de Dios en nuestras relaciones.
Gracia para la conversión y para todos los días
Entonces, ¿cómo es que esto le ocurre a los bien intencionados seguidores de Cristo? Para muchos seguidores de Cristo, sin darnos cuenta la gracia que abrazamos en la cruz se reduce a la obra redentora de Dios. Tendemos a limitar la gracia de Dios a su gracia «salvadora» (la experiencia de «perdido/encontrado»; de «estar cegado/ahora poder ver» que nos lleva de la muerte espiritual a la vida). Pero luego, por muchas razones (todas malas), continuamos para detener y suavizar la obra de la gracia de Dios y la cambiamos para hacer un arreglo con él que tiene que ver más con el desempeño. El tipo de arreglo sin sentido que resulta de un pensamiento que dice, «con todo lo que él ha hecho por mí, le debo muchísimo, tengo que pasar el resto de mi vida devolviéndole el favor». Esta manera de pensar no debería tener lugar en la aplicación del Evangelio, pero sin duda a menudo se deja caer en el niño holgazán que se encuentra en medio de nuestros corazones y se rehúsa a cambiar a de opinión.
Cuando esto sucede, no debería sorprendernos que nuestros hijos, que estamos intentando impactar con el Evangelio, encuentren que todos nuestros discursos sobre la gracia de Dios sean difíciles de creer en sus corazones y el desempeño espiritual que les exigimos resulta en un peso tremendo también. La generación en masa que está siendo criada en este momento actúa bajo la presuposición, «si funciona, entonces es verdad». Si nuestros niños no ven la gracia de Dios cambiando la forma en que lidiamos con ellos (en especial cuando ellos aprietan todos nuestros botones) es difícil para ellos asumir que hay muchísimo más que la genial canción que todos nos sabemos de memoria.
Confrontemos la crianza basada en el miedo
Si no es el cristianismo basado en el desempeño lo que impide que la gracia de Dios se gane nuestros corazones, entonces lo es un sospechoso hábito o una combinación de muchos. Probablemente, el que más prevalece es aquel que yo denomino «crianza basada en el miedo». Nos sentimos vencidos, abrumados y superados cuando nos enfrentamos a la crianza de nuestros hijos en medio de una sociedad que va en nuestra contra. El miedo debe simplemente llevarnos a poner nuestra confianza en Dios y no a agonizar por cualquiera de estas cosas, pero cuando nuestros hijos están involucrados, simplemente tendemos a hacer lo opuesto. Al segundo, nuestros miedos nos llevan a crear sistemas basados en el hombre que tienen rasgos evangélicos legítimos, pero que en realidad son solo adaptaciones de nuestros miedos que no tienen en cuenta el poderoso poder y presencia de Dios sosteniendonos en medio de todo. Hablamos de cosas como: el claustro, el manejo del pecado, el control de la imagen espiritual y la modificación de la conducta evangélica. Sustituimos el conocimiento que tenemos sobre Dios por la obra real de Dios en la vida de nuestros hijos. No debería sorprendernos, entonces, que no tengan una inclinación a tener una relación apasionada con Jesús.
Es la obra transformadora de la gracia de Dios mostrándose como amor, misericordia, amabilidad, comprensión, perdón, esperanza, libertad y tranquilidad (cuando nuestros hijos tienen su peor comportamiento) que indica si Jesús está manejando nuestra vida o simplemente es un copiloto.
Únete a Dios en el milagro de la crianza
La gracia en la cual Dios nos salvó es la misma gracia que él diseñó para lavarnos, para filtrarse a través de nosotros y finalmente para redefinirnos. Es por eso que la mejor publicidad para el Evangelio es una madre o un padre que no solo son guiados por la verdad de Dios, sino que son suavizados constantemente por su gracia. Así es cómo Dios lidia con nosotros (Jn 1:12). ¿Por qué no seguir su ejemplo? De hecho, esa es la esencia de la crianza basada en la gracia: simplemente trata a tus hijos de la manera en que Dios te trata a ti.
La crianza es nuestra oportunidad de tomar la mano de Dios y unirnos a él en un milagro. El impacto transformador de la gracia de Dios ocurre de mejor manera en nuestros hijos cuando ha ocurrido primero en nosotros.