Al comienzo de un nuevo año, nos llenamos de propósitos, metas que deseamos lograr, expectativas sobre cómo se desarrollará la vida en los días venideros. Y en esa espera por los sueños y objetivos a cristalizar, una luz se prende en nuestro interior: la esperanza.
Si tan sólo esa esperanza pudiese mantenerse firme, tal vez todo estaría bien. Pero al cabo de un tiempo, nos damos cuenta, de que no todos nuestros proyectos pueden alcanzarse. Que la vida, a pesar de nuestros reclamos, nos presenta situaciones difíciles que complican nuestros pasos. El enojo del jefe en el trabajo, la pataleta de los niños, la enfermedad inesperada y aún ese chocolate, encontrado «por casualidad», nos alejan una y otra vez de aquello que nos habíamos propuesto cumplir.
La luz que en algún momento iluminó nuestro sendero, con el pasar del tiempo ya no alcanza a disipar la niebla de incertidumbre que llega a abrumarnos. Culpamos entonces al mundo, a la vida y al gato si es necesario. Culpamos también a Dios, si somos sinceros, de no escuchar nuestras peticiones. Nos decimos, las circunstancias estaban en contra nuestra. Y empezamos a ver cuántos meses faltan para que este año termine y podamos empezar de nuevo.
Esa constante búsqueda por la felicidad, por el momento ideal, por lo que nos haga sonreír, nos mantiene ocupados. Pero si somos sinceros, la mayor parte del tiempo el ajetreo en el que comprometemos nuestra vida por alcanzar nuestros sueños no resulta ni en la paz ni en la satisfacción que tanto anhelamos.
¿Cuál es el sentido entonces de esperar por aquello que uno desea? Acaso, ¿no debemos soñar nada y simplemente alegrarnos por lo que llegue? ¿Qué pasa entonces con el “pide y se te dará” del que la Biblia nos habla? Para aquellos que, como yo, no les gusta esperar. Para aquellos que, como yo, se desesperan al sentir que aun al pedir lo justo esto no llega. Podríamos caer en la tentación de pensar que Dios es caprichoso y no concede los deseos de nuestro corazón. Podríamos dudar de su bondad, sobre todo en situaciones donde uno mismo o aquellos que amamos sufren.
Pero la verdad es que este razonamiento es dirigido por nuestro dolor. Puede ser el ideal de una casa que no se cristaliza, la aflicción ante la pérdida, la espera del hijo que no llega o el abandono de la pareja. Vivimos como diría Paul Tripp, bajo la mentalidad del “Aquí y el ahora”. Y la espera, no es algo que estemos dispuestos a pasar. Sobre todo si esa misma no viene: con un tiempo definido o con la garantía de que nuestra petición será respondida favorablemente.
Partimos sobre la premisa de que estamos a la par del Creador. Por tanto, si decidimos creer en él, entonces él debiera cumplir su parte del trato. Y esa es, la de cumplir nuestros deseos. En algún lugar nuestra teología se confunde y se nos olvida que el trato fue disparejo, que no traemos nada a la mesa de negociación y sin embargo Dios nos entregó su vida misma, para que tú y yo pudiéramos tener una eternidad perfecta a su lado. El “pide y se te dará” puede verse entonces bajo una luz diferente.
En Santiago 4:3, se explica: «…cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones». Y ¿cuáles son esas pasiones? ¿cuáles son nuestros grandes amores? ¿quién ocupa ese sitio prioritario en nuestra vida? Nos damos cuenta de nuestra condición y por tanto agradecemos la misericordia y la gracia de Dios. ¿O creemos que Él no nos oye porque no contesta lo que pedimos y por tanto no vale la pena pedir?
Mi nana murió una muerte lenta y dura. Mi madre, quien la cuidó, testifica de ello. En ocasiones nos preguntamos por qué una mujer que sufrió tanto en su vida tuvo que terminar de la manera que lo hizo. Con su mente perdida, su cuerpo encorvado e incapaz de llevar a cabo sus necesidades más básicas. Lo que es más, después de morir, sólo quedó registro de su vida en un papel: el certificado de defunción. Eso era todo. Quedarán las memorias, sí. Pero evidencia real, no. Aún, sin embargo, sabemos que para aquellos que hemos doblado nuestras rodillas a la inmensa misericordia de Dios, la muerte de mi nana se describe bien en el Salmo 103:15-17:
El hombre es como la hierba,
sus días florecen como la flor del campo:
sacudida por el viento,
desaparece sin dejar rastro alguno.Pero el amor del Señor es eterno
y siempre está con los que le temen;
su justicia está con los hijos de sus hijos,
En su amor Dios tuvo a bien aceptarle como hija, aun cuando para nosotros la evidencia de su existencia en esta tierra se reduzca a un papel. Ella está en una realidad permanente de gozo y amor ante el creador. Su espera en este mundo donde sufrió tantas cosas, no es ni siquiera un recuerdo para ella ante el gozo y el amor incomparable de Dios.
La espera va normalmente acompañada de sufrimiento. En diversas medidas todos hemos sentido ese aguijón al anhelar algo que aún no se completa. En mi caso, tiendo a ser obsesiva y cuando lo hago, no sólo pierdo tiempo, sino que me lleno de frustración. No es sino hasta que en su misericordia Dios levanta mi rostro, que veo mi necesidad de sostenerme en él aún más. Mientras mi dependencia hacia él incrementa, la espera ya no es tan dolorosa. C.S. Lewis explica esto con sencillez. Él dice: «Apunta al cielo y tendrás la tierra por añadidura. Apunta a la tierra y no tendrás ninguna de las dos cosas»[1].
Lo que es más, cuando dependo de Dios, la realidad de su presencia es más vívida. Y sus promesas de estar conmigo hasta el final y más allá, dan a la espera un propósito. La preparación en este mundo es la contemplación de una certeza incomparable al futuro a su lado. La espera aquí es con la consigna de entender que no hay nada más importante que él. Al aprender a depender de Dios día a día, podré soñar con libertad porque mis pensamientos estarán alineados con los de mi Señor. Aprenderé a desearle sólo a él y a gozarme en él porque su vida entregó por mí, y su amor incomparable me ha sido dado.
Sus bendiciones y regalos serán alegrías dadas por añadidura, y durante la espera y el sufrimiento descansaré en él y en la noción de que este mundo no es el destino final. Todo lo que ansío aquí no será nada comparado con lo que tendré allá. Paul Tripp dice: «El vivir en el mundo actual, está diseñado por Dios para producir tres cosas: Anhelo, preparación y esperanza, en vez de profundizar en mi interés por tenerlo todo ahora. Las desilusiones de este mundo tienen la intención de anhelar por lo que viene». [2]
Quizás tu espera haya sido más larga que la mía. Es muy probable que tu pesar sea más doloroso que cualquiera que yo haya sentido. Pero tanto en tu historia como en la mía, Dios es una constante que no varía. Si piensas que no puedes descansar para siempre en Él, descansa solo hoy día. Refréscate en su oasis hoy. Después de todo, cuando Dios alimentó a su pueblo en el desierto, el maná era cosa diaria. Ora sin cesar para que él satisfaga tu verdadera necesidad de él. Y cree verdaderamente, que él puede hacer más de lo que tú puedes imaginar.
En todas las buenas historias, el final es lo mejor y en nuestro caso, es verdaderamente glorioso. Por tanto: “…animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.” Heb 10:24-25 ¡Aleluya! ¡El día está cerca!