Una vuelta por Pinterest es suficiente para convencerte de que la comida es una parte importante de la temporada de festividades. El festín siempre ha sido un aspecto importante de la celebración y continuará siéndolo. Sin embargo, muchos de nosotros tenemos una relación de amor y odio con la comida. Podemos abordar el asunto de la comida desde muchos ángulos, porque la Biblia en realidad tiene mucho que decir sobre este tema. No obstante, hoy quiero hablar sobre el asunto de la gloria. La esencia de la palabra gloria es «peso». Glorificar algo es darle peso o importancia. Glorifico (o doy peso) a mis libros favoritos al elogiarlos frente a otros. Glorifico a mi esposo al considerar su contribución como la más importante. Glorifico a mis problemas cuando hablo de ellos con tanta frecuencia que se convierten en mi enfoque principal. Me glorifico a mí misma cuando trato mis fracasos y mis éxitos como sumamente significativos. Glorificar algo es darle peso, importancia y valor supremo.
Así que permíteme hacer la pregunta: ¿le estamos dando demasiada gloria a la comida?
La Biblia nos da el concepto general de que la comida es un símbolo de una realidad mayor. Nuestra necesidad de sustento diario, todos los sabores deliciosos, la satisfacción de un estómago lleno después del hambre, todo apunta a Jesús, nuestro Pan de Vida, nuestra Agua Viva, nuestro Vino Nuevo, nuestra plenitud de gozo y satisfacción completa.
Existen dos maneras en las que podemos elevar el símbolo por sobre la Sustancia: celebrando el placer de la comida por sobre Cristo o celebrar el poder de la comida por sobre Cristo. La primera considera a la comida como la fuente fundamental de satisfacción; la última, como el sanador definitivo.
La Fuente fundamental de satisfacción
En Éxodo 16, los israelitas ya habían pasado cincuenta días desde su milagrosa liberación de Egipto. Se quejaron con Moisés mientras estaban apunto de quedarse sin comida: «Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos. Pues nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud» (Ex 16:3).
Cuando se les presentó la oportunidad de tener comida mientras eran esclavos o de tener a Dios en el desierto, ellos escogieron la comida. Asumieron que la comida era más necesaria que Dios mismo. Sin embargo, a pesar de que Israel tenía puesta su fe en el lugar incorrecto, ¡Dios responde misericordiosamente al hacer llover pan del cielo! En Deuteronomio 8:3, se explica la razón que Dios tuvo para hacerlo:
Él [Dios] te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor.
La comida no es una necesidad fundamental; es un símbolo de lo que realmente necesitamos: la Palabra de Dios, Cristo mismo. La comida puede satisfacer temporalmente nuestra hambre, pero solo Jesús puede llevar el peso completo de nuestros deseos y necesidades. Saborear algo dulce puede darnos un placer momentáneo, pero solo la dulzura de Jesús permanece y deleita el alma.
El Sanador definitivo
Cientos de años después del milagro del maná, Daniel y sus amigos habían sido llevados esclavos por Nabucodonosor a Babilonia. Estos cuatro hombres jóvenes son escogidos para ser educados y finalmente entrar al servicio del rey de Babilonia. Durante ese tiempo, se les dio una porción de la comida y del vino escogidos del rey.
Sin embargo, este es un problema para los jóvenes israelitas. En Levítico 11, Dios había delimitado ciertos animales como limpios e inmundos para su pueblo. La distinción de la comida era para apartar a los israelitas de todos los otros pueblos, para hacerlos diferentes (o santos) como Dios mismo es apartado y santo.
Daniel, al haber dispuesto en su corazón mantenerse santo mientras estuviera en Babilonia, decide no contaminarse con la comida escogida del rey y pidió permiso para comer vegetales (Dn 1:8). Aunque el oficial estaba preocupado de que perdiera peso y se debilitara, vemos el resultado en el versículo 15: «Después de los diez días el aspecto de ellos parecía mejor y estaban más rollizos que todos los jóvenes que habían estado comiendo los manjares del rey».
La pregunta es, ¿a qué le daremos crédito por esta asombrosa transformación? En nuestra cultura actual obsesionada con la comida y la salud, es tentador concluir que fueron los vegetales lo que los convirtió en hombres fuertes y saludables. Sin embargo, una interpretación más adecuada del capítulo 1 de Daniel es darle crédito a Dios. Daniel dio un paso de fe porque quería honrar a Dios en una tierra extranjera, y Dios respondió a su fe al otorgarle los resultados que él necesitaba.
Ciertos alimentos podrían tener la capacidad de hacernos sentir bien temporalmente, pero solo Dios tiene el poder de mantenernos saludables y fuertes. La comida saludable no es el salvador de nuestros cuerpos; Dios lo es. Solo Él sustenta nuestra vida; solo Él trae salud.
Lo fundamental
En relación a la comida en la actualidad, no existe escasez de opiniones sobre cómo matar los antojos y finalmente cultivar el dominio propio. Hay mucho debate sobre qué y cómo comer. Puede ser que no estemos discutiendo sobre si comemos carne sacrificada a los ídolos o no, pero a pesar de ello, las palabras de Pablo a los corintios deben darle forma a nuestros pensamientos:
Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios (1Co 10:31).
Lo fundamental es esto: en toda tu alimentación, como sea que la lleves a cabo, dale la gloria a Dios como la Fuente fundamental de satisfacción y el Sanador definitivo.
Niégate a permitir que la comida obtenga la gloria al excederte. Si estás tentando a comer más de lo que debes, pídele a Dios que te recuerde que Él es como una buena comida, que satisface el alma y alegra el corazón. Pídele que mantenga tus ojos en Él en el tiempo de festividades. ¡Deja que los sabores deleitables de una cena de Navidad despierten tu corazón para saborear y ver que el Señor es bueno! Glorifica a Dios mientras comes.
Niégate a permitir que la comida obtenga gloria al sobreenfatizar su poder. Sí, me siento mucho mejor comiendo una dieta bien balanceada que pasteles y dulces todo el día, y debo comer de una manera que me permita servir a Dios mejor. Sin embargo, solo Dios tiene el poder sobre mi salud. Él decide cuántos latidos tiene permitido latir mi corazón. Él ha contado mis días y le dice a mi cuerpo cuándo detenerse. Solo Dios da vida, y es Dios quien la quita. Pídele que te ayude a mantener la comida en su lugar al entregarle a Él el peso de gloria por tu vida, tu salud y tu vitalidad.
Mientras nos sentamos en la mesa de amigos y familia en tiempo de festividades, comamos y bebamos para la gloria de Dios, hablando altamente de Él por sobre todo lo demás.
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