¿Recuerdas haber visto el siguiente comercial publicitario? Un hombre vestido para ir al trabajo va corriendo a toda velocidad detrás de un bus tratando desesperadamente de detenerlo antes de que se marche sin él. En un instante, es transportado a una playa donde se encuentra con su yo del futuro corriendo bajo el sol matutino. Su yo del futuro lo mira y le pregunta: «¿aún estás en ese ajetreo competitivo de tu vida?», «¡oye, tú eres yo!» —contesta él. Su yo del futuro está jubilado, saludable y libre. «La jubilación me sienta bien». «¿Jubilación?» —pregunta— «¿está realmente a mi alcance?». Y su yo le responde: «Freedom 55 [Libertad 55]».
Freedom 55 era una compañía de planificación financiera que te ofrecía una atractiva promesa: trabaja por 30 años, retírate a los 55, y luego goza de una larga y cómoda jubilación. Pero también ofrecía toda una filosofía de vida: la verdadera libertad se encuentra en el tiempo libre. La buena vida es una vida libre: libre de niños, de expectativas y de vocación. Muchos viven con esta motivación, este destino, este cielo en la tierra. La Biblia ofrece algo mucho mejor; algo mucho más desafiante, pero con abundante satisfacción.
¿Leíste los cuatro primeros artículos de esta serie? Puedes encontrarlos aquí: Envejecer con gracia, A mayor edad, mayor dolor, A mayor edad, mayor gozo y A mayor edad, mayor responsabilidad.
Pablo, el veterano experimentado, le escribe al joven Timoteo: «[…] Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad. Porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura» (1Ti 4:7-8). La piedad es el objetivo de vida de todo cristiano porque es la única promesa para esta vida y para la venidera. De manera misteriosa pero segura, la piedad que logramos en esta vida se extiende hasta la eternidad. Ningún plan de jubilación puede igualarse a esa promesa. El sueño de la jubilación solo sirve para esta vida porque no tiene nada que ofrecernos cuando llega la muerte. Nos ayuda a acumular lo suficiente para tener una jubilación libre de preocupaciones, pero nos deja en la miseria para lo que sigue a continuación. Solo la piedad puede acumular tesoros en una cuenta que la muerte no puede tocar. La filosofía de Freedom 55 es la mundanalidad, una manera de pensar desconectada de la sabiduría de Dios.
La piedad debe ser nuestro deseo y objetivo desde el momento de nuestra conversión hasta nuestra muerte. En el entretanto, la mundanalidad siempre será nuestra tentación. No importa qué edad tengamos ni cuánto hayamos avanzado en el tiempo, debemos buscar la piedad y evitar la mundanalidad incesantemente. Del mismo modo que un atleta disciplina su cuerpo y mente, igual como se dedica a buscar la excelencia, nosotros los cristianos debemos disciplinarnos y dedicarnos a la búsqueda de la piedad. Debemos entrenarnos y exigirnos a nosotros mismos hasta que completemos la carrera. Si en algún momento aflojamos el paso en nuestra búsqueda de la piedad, ahora o en la vejez, estaremos negando la conexión entre el presente y la eternidad. Negaremos la resurrección.
A medida que nos entrenemos en piedad, inevitablemente enfrentaremos tentaciones hechas a la medida para cada etapa de la vida. La mundanalidad se manifestará de diferentes maneras y tendremos que escoger. Al llegar al último artículo de esta serie, quiero compartir algo de sabiduría que nos ayude a evitar las tentaciones humanas que llegan con la vejez. No he corrido lo suficiente en mi carrera hacia esta sabiduría, así que leí una media docena de libros escritos por corredores veteranos, cristianos que escriben desde la perspectiva de la vejez. A medida que leía, me iba preguntando: ¿cuáles son las decisiones que tendremos que tomar a medida que envejecemos? ¿Qué opciones nos conducirán a envejecer bien? ¿Qué decisiones necesitamos tomar ahora mismo? Lo que sigue a continuación, es lo que aprendí.
Escoge el fervor en lugar de la apatía
A medida que envejecemos, enfrentamos una tentación cada vez mayor de caer en la apatía. Cuando somos jóvenes, estamos llenos de fervor; nos entusiasmamos fácilmente con ideas, deseos y causas. Tenemos energía y entusiasmo en abundancia. Pero al envejecer, al acumular responsabilidades y experimentar dolor, enfrentamos una creciente apatía y una decreciente pasión por Dios. Romanos 12:11 ofrece un desafío total y permanente: «No sean perezosos en lo que requiere diligencia. Sean fervientes en espíritu, sirviendo al Señor». En las palabras de J.C. Ryle, el fervor es «un deseo ardiente de agradar a Dios, de hacer su voluntad y de proclamar su gloria en el mundo de todas las formas posibles»[1]. Es una devoción inquebrantable a Dios.
El fervor de la vejez comienza con el fervor de hoy, porque el fervor provoca un fuego tan grande que nunca se consumirá. Genera el entusiasmo por el Señor que nos sostendrá en, lo que Salomón denomina, los muchos «días de tinieblas» que vendrán (Ec 11:8). J. I. Packer dijo: «El desafío que enfrentamos no es dejar que [el deterioro de la salud] nos haga bajar el ritmo espiritual, sino que cultivemos el máximo de fervor para la etapa final de nuestra vida terrenal terrenal»[2]. La autocomplacencia en nuestra juventud nos conducirá a la apatía en nuestra vejez. Es mucho mejor estar lleno de entusiasmo espiritual en nuestra juventud, pues fomentará el fervor hasta el final. En nuestra búsqueda de la piedad, debemos correr nuestra carrera a toda velocidad. Piper nos ofrece este desafío: «Saber que tenemos una herencia eterna e infinitamente más satisfactoria en Dios justo en el horizonte de la vida, nos llena de fervor en los pocos años que nos quedan aquí para pasarlos ofreciendo sacrificios de amor y no acumulando comodidades para nosotros mismos mismos»[3]. El fervor de nuestros últimos días comienza con el fervor de nuestros primeros días. Escoge el fervor hoy.
Escoge la disciplina en lugar de la autocomplacencia
Si la apatía y el fervor se refieren a la motivación, la autocomplacencia y la disciplina se refieren a la acción. Específicamente, hablan de la acción de dar muerte al pecado y vivir para la justicia. En 1 Corintios 9:24-27, Pablo nos da la metáfora de una carrera y nos advierte del alto costo de la inacción:
¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Por tanto, de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado.
Pablo luchaba contra la autocomplacencia y buscaba la autodisciplina para que ningún pecado se arraigara en su vida y lo avergonzara.
Entre más envejecemos, más necesitamos resistir la tentación de caer en la autocomplacencia y disciplinarnos para deshacernos del pecado y vestirnos de rectitud. Necesitamos disciplinar nuestros cuerpos para asegurarnos de comportarnos con dominio propio en lugar de con lujuria. Necesitamos disciplinar nuestras mentes para asegurarnos de no acoger malos pensamientos. Necesitamos disciplinar nuestra imaginación para asegurarnos de que disfrutamos de lo bueno y nos neguemos a fantasear con lo que Dios prohíbe. Necesitamos disciplinar nuestras bocas para asegurarnos de que solo pronunciemos palabras edificantes. Necesitamos disciplinar nuestro tiempo para asegurarnos de que usemos cada momento de manera eficaz. En todo aspecto, debemos ser disciplinados en nuestra búsqueda de Dios, debemos crear hábitos de santidad. No debemos sucumbir a la liviandad de la autocomplacencia.
Escoge el aprendizaje en lugar del estancamiento
Otra tentación del envejecimiento es caer en el estancamiento, especialmente en lo que se refiere a aprender. A los jóvenes les falta conocimiento y sabiduría, por eso sus días están llenos de aprendizaje. Sin embargo, a medida que envejecemos, podríamos llegar a creer que ya hemos aprendido lo suficiente para llegar hasta el final. No obstante, la vida cristiana es una constante renovación mental que depende de la acumulación del conocimiento de Dios que tenemos en su Palabra. Debemos continuar aprendiendo hasta que nuestras mentes hayan sido totalmente purificadas de pecado y estén llenas de rectitud. «No se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto» (Ro 12:2). La transformación total y final de nuestras mentes ocurrirá solo cuando estemos en la presencia de Cristo. Hasta entonces, aún habrá pecado que debemos limpiar, sabiduría que practicar y verdad que gozar. Donald y George Sweeting señalan que una característica de aquellos que llegan bien a la meta, es que tienen un espíritu susceptible de ser enseñado durante la vida. «“Enseñable” significa que mantienen una postura humilde y que están abiertos a aceptar correcciones a mitad de camino. Los que llegan bien a la meta nunca dejan de aceptarlas. Son aprendices de por vida. Aprenden de la lectura, de la observación y al escuchar a otros y de la vida misma. Eso es lo que no les permite estancarse estancarse»[4].
Aprendemos no solo para nuestra propia santificación, sino también para el beneficio de otros. Cuando compartimos lo que aprendemos con los que nos rodean, ellos también son edificados en la fe. No podemos dejar de aprender mientras aún haya verdad que enseñar. «Acuérdate de los días pasados; considera los años de todas las generaciones. Pregunta a tu padre, y él te lo hará saber; a tus ancianos, y ellos te lo dirán» (Dt 32:7). Lo que aprendemos, debemos transmitirlo. Debemos convertirnos en aprendices ahora para que no nos estanquemos en nuestro aprendizaje en nuestros días finales.
Escoge la participación en lugar del aislamiento
También debemos resistir caer en la tentación de aislarnos, especialmente de la comunidad de la iglesia. Al contrario, debemos buscar y seguir involucrándonos en la iglesia todo lo que podamos y mientras podamos. En medio de una sociedad que honra la juventud y menosprecia la edad, Dios nos da la certeza de que la edad nos da sabiduría. Y, también Él nos da la responsabilidad de bendecir a otros con esa sabiduría. Hay lugar para gente de todas las edades en la iglesia local. Cuando Pablo le escribe a la congregación en Filipos, se dirige a jóvenes y ancianos por igual cuando dice: «Solamente compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo, de modo que ya sea que vaya a verlos, o que permanezca ausente, pueda oír que ustedes están firmes en un mismo espíritu, luchando unánimes por la fe del evangelio» (Fil 1:27). En la comunidad de cristianos, nos unimos para resistir los embates del diablo. Los jóvenes necesitan a las personas mayores así como las personas mayores a los jóvenes.
Puesto que Dios no anula nuestros dones en la vejez, tampoco nos niega nuestra responsabilidad de usarlos para beneficio de los demás. Quizás Pablo estaba consciente de la tentación de aislarnos cuando escribió: «No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos» (Gá 6:9). Por supuesto, es posible que tengamos que disminuir nuestro servicio o traspasar nuestros ministerios. En lugar del ministerio público de la predicación, quizás tengamos que dedicarnos al ministerio silencioso de la oración. Pero retirarnos totalmente del servicio cristiano o dejar de usar los dones del Espíritu no es más que desobediencia. Dirigiéndose a los cristianos ancianos, Packer advirtió que los dones espirituales no se marchitan con la edad, sino que se atrofian por el desuso. Debemos ejercitar nuestros dones cuando somos jóvenes y continuar ejercitándolos lo mejor que podamos por todo el tiempo que nos sea posible.
Escoge la esperanza en lugar de la desesperación
Finalmente, a medida que envejecemos, experimentaremos la tentación de caer en la desesperación, la tentación de abandonar todo. Nos protegemos buscando la esperanza. En su segunda carta a los corintios, Pablo estaba muy consciente de su edad avanzada y de su salud más deteriorada. Él sabía que su «[…] hombre exterior va decayendo […]» (2Co 4:16), pero se mantenía confiado e inquebrantable. No había desfallecido y estaba convencido de que no lo haría (v. 16a). Packer nos muestra que Pablo basaba su esperanza en cuatro grandes verdades: él tiene un cuerpo perfeccionado esperándolo en el cielo (5:1); este cuerpo perfeccionado lo recibirá en un lugar perfeccionado que es mucho mejor (5:3-5); cuando reciba su cuerpo estará en casa con Cristo (5:6-9); Cristo lo declarará un creyente fiel y, por gracia, recibirá su justa recompensa (5:10-11). Pablo está armado con la verdad y esta verdad es la que le da la esperanza suficiente para sostenerlo en todo dolor, trauma y tentación de caer en la desesperación. «Siempre fue el plan [de Dios]», dijo Packer, «que nosotros, sus criaturas racionales encarnadas, viviéramos en este mundo esperando y preparándonos para algo mucho mejor de lo que ya conocemos»[5].
Como cristianos, podemos confiar en que hemos:
[nacido] de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes.
Mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo (1 Pedro 1:3-5).
Nuestra esperanza es una esperanza viva porque servimos a un Salvador vivo. Y este Salvador nos está protegiendo por medio de la fe, guardándonos de caer, así como también está evitando que nuestra herencia eterna no se desvanezca. Hasta entonces, nuestra esperanza está en el Dios que le prometió a Isaías:
Aun hasta su vejez, yo seré el mismo,
Y hasta sus años avanzados, yo los sostendré.
Yo lo he hecho, y yo los cargaré;
Yo los sostendré, y yo los libraré. (Isaías 46:4).
Incluso hasta la vejez.
Conclusión
Todos estamos envejeciendo. Estamos avanzando en el tiempo hasta que lleguemos al fin de nuestros días. Hemos visto que a mayor edad, mayor dolor, pero también mayor gozo, especialmente, a los que están en Cristo. Dios nos dice que a mayor edad, mayor responsabilidad y que en toda edad deberemos huir de la tentación de caer en la mundanalidad, escogiendo en su lugar hacer lo que lo honra y lo glorifica. Hemos aprendido que para envejecer con gracia debemos hacerlo en Cristo y para Cristo.
Al concluir esta serie, me gustaría que prestáramos atención a lo que el rey David escribió en su vejez en el Salmo 92. David estaba débil, angustiado y lleno de dolor. Sin embargo, él proclamó su esperanza:
El justo florecerá como la palma,
crecerá como cedro en el Líbano.
Plantados en la casa del Señor,
florecerán en los atrios de nuestro Dios.
Aun en la vejez darán fruto;
estarán vigorosos y muy verdes,
para anunciar cuán recto es el Señor;
Él es mi Roca, y que en Él no hay injusticia. (Salmo 92:12-15)
¿Darás fruto hasta la vejez? Cuando estés viviendo tus últimos días, cuando estés más cansado que nunca, ¿serás capaz de declarar: «¡El Señor es recto! ¡Él es mi roca!»? Mi oración es que así sea.
Artículos de la serie:
Este recurso fue publicado originalmente en Tim Challies. Traducción: Marcela Basualto
[1] N. del T.: traducción propia.
[2] N. del T.: traducción propia.
[3] N. del T.: traducción propia.
[4] N. del T.: traducción propia.
[5] N. del T.: traducción propia.