¿Has escuchado alguna vez la voz de Dios?
¿Él ha dicho palabras que hayan fortalecido tu alma, que hayan transformado tu perspectiva o que hayan traído una paz duradera? Las palabras de Dios no son como las palabras humanas. Ellas nos cambian; dan fruto; no vuelven (ni pueden volver) vacías (Is 55:11). Dios con su palabra hizo que todo nuestro mundo existiera. Para Dios, hablar es igual que hacer.
En el sufrimiento, quizás más que en cualquier otro momento, necesitamos estar sensibles a la voz de Dios. De otra manera, seremos persuadidos por las voces que nos rodean y que nos tientan para desesperarnos en nuestro dolor, para hacernos creer que a Dios no le importa, a fin de concluir que la manera en que el mundo lidia con el sufrimiento es mejor que la manera de Dios. Estas voces en competencia, de Satanás y del mundo (o de nuestros amigos o inseguridades), pueden alejarnos del Señor, haciéndonos dudar de lo que Dios claramente ha dicho.
¿Quién tiene tu oído?
Satanás se acercó a Jesús al comienzo de su ministerio, tentándolo para que dudara de su identidad y pusiera la fiabilidad de Dios a prueba, insinuando que Dios no era fiel a la palabra que había dicho (Mt 3:17). A Satanás le encanta aprovecharse de nuestra vulnerabilidad, abalanzándose cuando nos sentimos solos y débiles.
Las personas en quienes confiamos también pueden, sin darse cuenta, alejarnos de la verdad. Podemos comenzar a dudar de lo que Dios nos ha mostrado cuando otros cuestionan lo que Él dijo o cuando ofrecen alguna «revelación» o entendimiento fresco que suplanta lo que Dios claramente ha dicho. En 1 Reyes 13, el Señor le dijo a un hombre de Dios que fuera directo a casa sin detenerse, pero él fue persuadido por un viejo profeta (que afirmaba escuchar a un ángel) a hacer lo opuesto de lo que Dios le había dicho. No sabemos por qué el viejo profeta mintió, pero las consecuencias fueron desastrosas. Cuando la Palabra de Dios para nosotros es clara, necesitamos obedecerla en lugar de depender de las opiniones de otros (incluso de aquellos que respetamos).
Las voces de nuestros temores e inseguridades están constantemente susurrándonos a nosotros también. Dios les dijo a los israelitas que si ellos eran desobedientes, Él enviaría cobardía a sus corazones. El sonido de una hoja moviéndose los haría fugarse y huirían como alguien que huye de la espada. Caerían aún cuando nadie los persiguiera (Lv 26:36). Esto es lo que ocurre cuando no confiamos en el Señor, cuando escuchamos a nuestros temores en lugar de escucharlo a Él. Cuando escuchamos sonidos aterradores, imaginamos lo peor, nuestros corazones se derriten y el pánico nos consume, aunque no tengamos nada que temer.
Todas esas voces pueden llenar nuestras mentes, ahogando la voz de Dios, redirigiendo nuestros pensamientos e intensificando nuestras inseguridades. Eso puede ocurrir incluso cuando las palabras que escuchamos no son inherentemente malvadas. Puesto que las voces que escuchamos inevitablemente nos formarán, necesitamos estar conscientes de su influencia. ¿Qué libros o artículos estamos leyendo? ¿Qué pódcast estamos escuchando? ¿Con qué amigos pasamos más tiempo? ¿A quién estamos siguiendo en las redes sociales y qué estamos viendo en las pantallas? Todas estas voces nos forman, tanto en maneras sutiles y obvias. Algunas nos inquietan y llenan de miedo; otras, nos hacen sentir con derecho y enojados, pero escuchar la voz de Dios nos llenará de fuerza y paz.
Conozco su voz
Cuando era una pequeña niña, vivía en una gran sala de hospital con otros niños y se me permitía ver a mis padres sólo los fines de semana. Pasé por cirugías importantes sola, constantemente asustada de lo que podría pasar, puesto que mis padres no podían estar conmigo antes de la cirugía. Pero las mañanas de los sábados, tan pronto como se les dejaba entrar a las visitas, mis padres venían al hospital. Recuerdo vívidamente escuchar la voz de mi madre en el pasillo. Aun antes de que pudiera discernir lo que decía, su voz me hacía sentir segura. Podía relajarme, confiada en que ella y mi padre cuidarían de mí.
De manera similar, escuchar la voz de Dios en mi sufrimiento me ha traído un consuelo que me ha envuelto. Sé que no estoy sola. Dios está cerca. Él cuidará de mí. Como toda oveja de Jesús, conozco su voz (Jn 10:27). Es inconfundible. Incluso si las ovejas no entienden todas las palabras, reconocen la voz tranquilizadora de su pastor y saben que están a salvo.
Entonces, ¿cómo reconocemos la voz de Dios?
A menudo, comienza al invitarlo a hablarnos, quizás cuando despertamos y particularmente al comienzo de nuestro tiempo en la Escritura. Podríamos decir con Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1S 3:9). Mientras la Escritura describe que Dios habla de diferentes maneras, la Biblia es la principal y más confiable forma en la que escuchamos de Él. Las palabras de la Escritura son las mismas palabras de Dios y forman el marco para todo lo que sabemos de Él.
¿Cómo suena Dios?
Cuando leemos la Biblia, estamos escuchando la voz de Dios, a menudo leemos y volvemos a leer hasta que el Espíritu nos da oídos para escuchar. Hasta que Dios abra nuestros oídos, las palabras pueden verse secas y sin vida. Pueden parecer conocimiento académico, no consuelo y sabiduría que da vida.
Sin embargo, mientras cavamos buscando el tesoro, llamando persistentemente hasta que escuchamos la voz de Dios, las mismas palabras cobran vida repentinamente. Nos inspiran, dejándonos en un asombro impresionante de Dios que levanta nuestra confianza en Él. Su voz disipa los temores más oscuros, revive nuestras almas cansadas, nos da sabiduría sobrenatural y nos asegura que viene algo mucho mejor.
Al leer la Escritura, no sólo escuchamos las palabras de Dios para nosotros, sino que también nos familiarizamos con el sonido de su voz. Comenzamos a comprender sus caminos. Dios no se limita a hablar a través de la Escritura, pero la Escritura sensibiliza nuestros oídos a cómo suena su voz. A medida que memorizamos la Escritura, su Palabra comienza a traspasar nuestras mentes. Podemos discernir la verdad de la falsedad, sabiendo que Dios nunca contradice lo que Él nos dice en la Biblia.
Al mismo tiempo, otras voces pueden animar nuestra fe también. Por ejemplo, sabemos que «los cielos proclaman la gloria de Dios», y toda la naturaleza le canta alabanza (Sal 19:1). Los predicadores fieles proclaman la Palabra de Dios, que entonces se enraíza en nuestros corazones. Los amigos comparten pepitas de lo que Dios les ha mostrado, y nuestros espíritus y fe son fortalecidos.
A veces Dios habla directamente a nuestro ser interior sin un intermediario. Aunque Dios habla predominantemente por medio de la Escritura, lo he sentido hablarme dos veces en palabras que no eran directamente de la Biblia. Ambas fueron durante momentos de sufrimiento e incertidumbre, e inmediatamente después sentí un cambio tangible. Mientras consideraba las palabras que creía que eran de Dios, las puse a prueba con la Escritura y le pedí confirmación. Después del encuentro, quedé con una paz inexplicable, una maravilla más profunda y confianza en Dios.
Deja que su voz sea lo primero
Cuando estoy ansiosa, mi mente naturalmente corre hacia cientos de direcciones diferentes, buscando respuestas y soluciones que puedo producir en mis propias fuerzas. Es difícil estar quieta ante Dios. Sin embargo, ahí es cuando más necesito estar quieta. Necesito estar lo suficientemente tranquila para escuchar la voz de Dios y saber que Él está cerca. Debo escoger abrir la Biblia y leer, aun cuando todo en mí pelea contra ello. En la confusión, quiero ruido y distracción para ahogarme en mi dolor, por lo que la quietud debe ser una elección intencional, un cambio deliberado para escuchar a Dios. Rara vez ocurre cuando estoy navegando en mi teléfono, pues me detengo en lo que sea que capture mi atención.
Cuando quieras escuchar la voz de Dios inconfundiblemente, te animo a leer tu Biblia y a pedirle que te hable a través de ella. Aquieta tu corazón y sométete a su Palabra. Escucha su voz cantar sobre ti como su amado (Sof 3:17). Permite que la primera voz que escuches sea la suya, a medida que declaras con David: «por la mañana hazme oír tu misericordia, porque en ti confío» (Sal 143:8).
Vaneetha Rendall Risner © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Vaneetha Rendall Risner
Vaneetha Rendall Risner es escritora independiente y contribuidora regular para Desiring God. Ella publica en su blog danceintherain.com, aunque no le gusta la lluvia y no tiene ritmo. Vaneetha está casada con Joel y tienen dos hijas, Katie y Kristi. Ella y Joel viven en Raleigh, Carolina del Norte. Vaneetha es autora del libro The Scars That Have Shaped Me: How God Meets Us in Suffering [Las cicatrices que me han formado: cómo Dios nos sostiene en el sufrimiento]