Cada día estamos construyendo la casa en la que viviremos en nuestra vejez. Algunos estamos edificando un hermoso palacio; otros están construyendo una oscura prisión. ¿Cuál estás edificando tú?
Quizás estés construyendo una casa hermosa y cómoda para el largo invierno de tu vejez. La estás decorando con buen gusto, llenándola de adornos diseñados para traer placer y gozo en días venideros, con obras de gratitud y gracia, acciones de generosidad y amor desinteresado. En cada muralla estás colgando cuadros significativos y hermosos de cálidas amistades en Cristo, de relaciones de mentorías y discipulados, de hijos y nietos que conocen y aman al Señor. Desde allí te contemplan y te confortan, te alegran y te alientan. Has almacenado muchas reservas de piedad y gracia para estar bien alimentado y poder seguir fiel en los días de cansancio. Has extraído grandes provisiones de la Palabra de Dios para atizar el fuego y mantenerlo ardiendo intensamente durante los largos días y noches invernales. Has preparado una cama cómoda donde podrás reposar y descansar. En los últimos momentos de tu vida, mirarás desde allí esos adornos, esos cuadros, una vida de tesoros preciosos, y sabrás que has tenido una vida significativa.
Quizás estés construyendo una casa que será parecida a una fría y oscura prisión para el largo invierno de tu vejez. La estás decorando con fealdad y mal gusto, con logros sin sentido, malas acciones y obras egoístas. Estás cubriendo las murallas con cuadros grotescos de amistades dañinas, de relaciones quebradas, de hijos y nietos caprichosos y rebeldes. Te miran para atormentarte, condenarte y llenarte de miedo y dolor. Has almacenado una reserva tan escasa de provisiones para alimentarte en los días de cansancio que estarás masticando resentimiento, remordimiento y mil vicios inútiles. Has extraído tan poco de la Palabra de Dios para atizar el fuego que las llamas se apagarán, tendrás frío y te sentirás desdichado. Has preparado un lecho de espinas, donde yacerás tratando desesperadamente de descansar. En los últimos momentos de tu vida, mirarás desde tu lecho de dolor y verás esos horribles adornos, esos oscuros cuadros, una vida de remordimientos acumulados, y sabrás que has desperdiciado tu vida.
¿Cuál de estas casas estás construyendo? ¿Estás edificando un palacio o una prisión? ¿Un lugar de gozo, comodidad y seguridad o un lugar de dolor, tristeza y peligro? Cada día estás agregando nuevos ladrillos a tu casa. La has estado decorando desde tu niñez. Cada día que pasa, agregas nuevos adornos y los estás acumulando —o no— para los días que vendrán. A medida que el invierno de tu vida se acerca, te irás estableciendo en la casa que estás edificando. Por eso te vuelvo a preguntar: ¿cuál de estas casas estás construyendo[1]?
Un temor profundo, un anhelo profundo
Aprendí a temer algunos comportamientos desde mi niñez. Vi a personas que se comportaban de una determinada manera, vi las consecuencias de sus actos y decidí que yo nunca haría esas cosas. Decidí que no sería como esas personas.
De niño, vi a algunos abusar del alcohol. Vi la total embriaguez en toda su fealdad, en toda su vergüenza. La vi en personas a quienes yo amaba, personas de mi familia extendida. Vi cómo se comportaban, cómo otros los trataban y cómo sus reputaciones se derrumbaban. Aun cuando era solo un niño y luego un adolescente, crecí tan receloso del alcohol que nunca me atrajo. Ni siquiera hoy bebo y no es porque tenga alguna razón bíblica en contra del alcohol. Simplemente, no me interesa. Nunca me ha interesado.
Desde mi niñez, también aprendí a temer envejecer mal. Vi ancianos comportarse de manera vergonzosa y mostrar muy poco de la dignidad que debe estar asociada con la vejez. Vi a ancianas resentidas sin que parecieran tener un propósito real en sus vidas. Vi a ancianos borrachos, pervertidos y llenos de resentimiento en contra de Dios. Por supuesto, también vi buenos ejemplos de queridos ancianos y ancianas que se amaron el uno al otro, que amaron a Jesús más que a cualquier otra cosa, que fueron ejemplos de piedad y gracia. A algunos los conocí personalmente y a otros a través de sus libros o biografías. Desarrollé un temor a envejecer mal y un anhelo por envejecer bien.
Aún siendo joven resolví envejecer con gracia. No sería un anciano con un comportamiento vergonzoso ni tampoco borracho ni resentido ni sin propósito. Resolví que en mi vejez sería digno y piadoso, sería un ejemplo de carácter y viviría con determinación hasta el final. Ya en ese entonces, entendí que esta resolución debería moldear la totalidad de mi vida. No podría tener una vida disoluta y a la vez esperar que Dios me concediera el don de la piedad el día que cumpliera 65 años. No podría llevar una vida apática o displicente y a la vez esperar tener una vejez plena, con significado. Si yo quería ser piadoso, entonces necesitaba aprender a hacerlo de inmediato. Si quería que esos días tuvieran propósito, entonces necesitaba que todos mis días tuvieran propósito. Por todas estas razones, y muchas otras, el tema de envejecer es especialmente valioso para mí.
Envejecimiento y vejez
Es importante distinguir el envejecimiento de la vejez. La vejez es un estado, mientras que el envejecimiento es un proceso; un proceso durante el cual hacemos sólidas y pequeñas inversiones que determinan nuestro estado final. El objetivo de este artículo, y el de los que seguirán, es destacar la importancia de envejecer: la realidad universal permanente de que desde el momento en que nacemos, estamos envejeciendo, que desde que damos nuestro primer aliento estamos avanzando hacia el último, que cada decisión que tomamos, es la culminación del anciano o anciana que seremos. Envejecer es el guion en el epitafio[2], esa pequeña línea que a medida que avanza de izquierda a derecha, desde el gozo del nacimiento hasta el dolor de la muerte, encapsula la totalidad de una vida. El envejecimiento trae mucho dolor y mucho gozo, y entre medio de ambos se encuentran todas las responsabilidades que elegimos abrazar o ignorar.
Muchas lágrimas me han acompañado escribiendo todo esto, lágrimas que me han sorprendido y que a la vez me han mostrado lo importante que es este tema para mí, que ha sido como una canción sonando en el trasfondo de mi vida, que aún sigue siendo un deseo profundo. Son lágrimas de dolor por las oportunidades desperdiciadas, lágrimas de gozo por las evidencias de gracia inmerecida, lágrimas de esperanza de que Dios conceda mis peticiones. Hay pocos anhelos en mi corazón más profundos que el que Dios me permita vivir una vejez digna, piadosa y significativa.
Por medio de varios artículos quiero explorar qué dice la Biblia sobre el envejecimiento. Principalmente, quiero animarlos a ustedes y a mí mismo a envejecer con gracia, con sabiduría y con la determinación de que sea para la gloria de Dios.
Artículos de la serie:
Este recurso fue publicado originalmente en Tim Challies. Traducción: Marcela Basualto
[1] Inspirado en Week-day Religion [Religión para todos los días] escrito por J. R. Miller.
[2] N. del T.: el escritor está haciendo alusión al poema de Linda Ellis, El guion. Es el guion entre la fecha de nacimiento y la fecha de fallecimiento en una lápida.