El pastor tiene la difícil tarea de ser una persona que no discute y que sabe cómo formular buenos argumentos. Él debe ser valiente por la verdad y un pacificador, un hombre que sostiene la verdad sin ser conflictivo. O como el apóstol Pablo le dice a Timoteo: «El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe reprender tiernamente a los que se oponen» (2Ti 2:24-25a).
No debemos malinterpretar el mandamiento contra ser rencilloso. Claramente, tanto por precepto como por ejemplo, Pablo no imaginó al pastor ideal como un capellán amable, suave, pasivo en cierta forma, universalmente agradable y levemente espiritual. Después de todo, en la misma oración en la que él le exige a Timoteo que no sea rencilloso, él también enfatiza que hay mal en el mundo y que el pastor debe corregir a sus oponentes.
No toda controversia es mala. Las epístolas pastorales están llenas de advertencias contra los falsos maestros (1Ti 6:3; 2Ti 2:17-18). Al centro del pastoreo fiel se encuentra el ministerio de la exhortación y reprensión (Tit 1:9; 2:15). La doctrina no es el problema; el desacuerdo ni siquiera lo es. Hay cosas por las que vale la pena luchar; hay rencillas que buscar. Quedarse fuera de la pelea no es siempre la mejor parte de la valentía.
Un tiempo para la paz
Pero a menudo lo es.
En Tito 3, Pablo instruye a los pastores a evitar cuatro tipos de disputas: «controversias necias, genealogías, contiendas y discusiones acerca de la ley» (v. 9). No sabemos exactamente lo que Pablo tenía en mente con cada una de esas categorías, pero podemos reconstruir una idea general.
- Las controversias necias involucran mitos ridículos e irreverentes (1Ti 4:7), disputas sobre el folklore judío (Tit 1:14) y relatos contradictorios de la supuesta ciencia (1Ti 6:20).
- La prohibición de las genealogías no significa que sea incorrecto seguirle el rastro a tu árbol genealógico, sino que es incorrecto si lo estás haciendo para demostrar un motivo de orgullo o especular sobre tu pasado (1Ti 1:4-6).
- Las contiendas, probablemente, tienen que ver con personas divisivas a quienes les encantan las preguntas más que las respuestas (Tit 3:10-11).
- Finalmente, las disputas sobre la ley que deben evitarse son aquellas «sin provecho y sin valor» (v. 9).
Es difícil leer las epístolas pastorales sin notar dos exhortaciones mayores para el ministerio de los aprendices de Pablo: (1) el pastor no debe temerle a las batallas, y (2) no deben gustarles mucho. La mayoría de los ministros en la amplia tradición reformada creerán firmemente en proteger el buen depósito de la fe (2Ti 2:14); y eso está bien. Demasiado a menudo, dejamos pasar el tema igualmente importante de que el pastor que ama la controversia constante es un pastor que probablemente no ama bien a su congregación.
Lo evitable
Las epístolas pastorales constantemente advierten sobre un anhelo poco saludable por las rencillas (1Ti 1:4-6; 4:7; 6:4, 20; 2Ti 2:14, 16, 23; 4:4; Tit 1:14; 3:9-11). Aunque no conozcamos con precisión cuáles eran los problemas en Éfeso y Creta, muchas palabras y frases clave nos dan una buena idea de qué evitar. Las controversias necias involucran «genealogías interminables», «especulaciones», «palabrerías», «vanas discusiones», debates que son «irreverentes» y «ridículas», discusiones sin provecho y «discusiones sobre palabras». Estas son «sin valor» en el mejor caso y, en el peor, conducirán a las personas a «más y más impiedad».
Podríamos resumir diciendo que las rencillas que debemos evitar tienen una o más de estas características:
- No tienen respuestas reales: esto es, la controversia es completamente especulativa. No hay manera posible en que se pueda obtener una respuesta, o ni siquiera es claro que les importe llegar a una conclusión a quienes están involucrados en la discusión.
- No tiene sentido real: las rencillas estúpidas producen más controversia que ayuda. Provocan envidia, difamación y desconfianza (1Ti 6:4). Son riñas ridículas, peleas sobre palabras cuando ningún asunto doctrinal importante está en riesgo (2Ti 2:14, 23).
- No hay descanso real: hay algunos pastores que solo saben funcionar en tiempos de guerra; nunca han aprendido cómo liderar a las personas en paz. El pastor que entra a cada sermón, a cada reunión de ancianos y a cada jaleo de Internet con una granada amarrada a su pecho es un peligro para sí mismo y para otros.
- El real ganador es quien dice «la verdad», no la verdad. Lo que todas las controversias necias tienen en común es que el argumento se trata menos de la verdad y de la piedad y más de ser aclamado como un campeón piadoso de la verdad. Antes de entrar en polémica, haríamos bien en hacernos preguntas como:
- «¿Es mi principal motivación impresionar a mis amigos o hacer que la Palabra de Dios sea digna de admiración?».
- «¿Quiero molestar o avergonzar a mis enemigos o quiero persuadirlos?».
- «Si la verdad triunfa, ¿me importa quién se lleva el crédito?».
Cuando las controversias inflan en lugar de construir, la Biblia las llama «vanas» o «irreverentes». Una vez que la batalla haya terminado, nadie está más cerca de Dios o de la piedad. La iglesia no es más santa ni más feliz. En las controversias necias, el resultado final es que te sientes mejor respecto a ti mismo y (esperas) que otros se sientan mejor respecto a ti.
Sin duda, este no es el punto de toda controversia. «Vuelve otra vez a la batalla» es un llamamiento necesario para el ministro del Evangelio. El cargo de pastor no es para pastores que quieren mantener su uniforme limpio. Sin embargo, eso no significa que debamos ser los que lanzamos la mugre. Se requiere valentía, no un espíritu rencilloso.