Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden? (Mateo 7:11)
Es muy reconfortante que Dios sea el Creador auto-existente de todas las cosas. Significa que nada ocurre fuera de su voluntad soberana —ni siquiera las tragedias más grandes—. De este modo, sabemos que Él puede hacer que todas las cosas cooperen para el bien de los que le aman (Romanos 8:28). Sin embargo, el Señor no es simplemente capaz sino que también está deseoso de guiar cada adversidad hacia nuestro bien. Él no es el Alá del Islam, un ser distante, impersonal y unitario que se contenta con estar separado de su pueblo y gobernar única y arbitrariamente por medio de decretos. En vez de eso, Él es el Creador personal y trino que se acerca a su pueblo y tiene un propósito que gobierna cada uno de sus decretos. Esto se aplica a cada una de las tres personas de la Trinidad, pero lo vemos particularmente en la revelación del Padre, el cual, por medio de su Espíritu, nos da fe en su Hijo y nos adopta como hijos también (Juan 1:1-18).
Según la Pregunta y Respuesta Nº26 del Catecismo de Heidelberg, el evangelio revela a Dios como «un Padre fiel». Muchos pasajes del Nuevo Testamento, incluyendo Mateo 7:7-11, enseñan esta verdad. Jesús apela a nuestro sentido innato de lo que debería ser la paternidad con el objeto de revelar claramente la clase de Padre que Dios verdaderamente es. Aunque nacemos en Adán y estamos inclinados al mal, entendemos que los padres buenos deberían dar «dádivas» [regalos] a sus hijos. Además, quienes somos padres, a pesar de nuestra maldad y las formas en que pecamos contra nuestros hijos y sus madres, seguimos dando dádivas a nuestros hijos e hijas. Si nosotros, a pesar de nuestro pecado, queremos bendecir a nuestras familias y hacer lo correcto en ellas, ¿cuánto más nuestro Padre perfectamente bueno querrá bendecirnos?
No obstante, un hecho importante es que Dios se revela como Padre dentro de ciertos límites. Dicho en forma simple, el Padre no llama «hijos» a todas las personas. Esto puede ser difícil de aceptar, pero es bíblico. Ciertamente, Dios es el Creador de todos —«nosotros somos linaje suyo» (Hechos 17:28)— pero, en la Escritura, la verdadera paternidad es mucho más que la simple producción de una descendencia. La paternidad divina tiene como consecuencia el hecho de que compartimos ciertos aspectos del carácter y la voluntad de Dios, amando lo que Él ama. Jesús nos dice exactamente eso en Juan 8:39-47, cuando corrige a sus adversarios por decir que tenían a Dios como Padre. La oposición a la obra de Cristo demostraba que eran pecadores impenitentes completamente reñidos con lo que Dios ama. El padre de ellos era el Diablo y no el Padre del Señor Jesucristo. A menos que Dios intervenga soberanamente para adoptarnos en Cristo, nuestro padre es el Diablo.
De cara a Dios
El consuelo del evangelio no se encuentra en que hayamos nacido como hijos de Dios, sino en que Dios, viendo que todos somos hijos del Diablo, elige no obstante adoptar una parte de la humanidad como hijos suyos en Cristo. Es un claro privilegio llamar a Dios «Padre» y saber que Él vela por el bienestar de su pueblo. Nunca reduzcamos el valor de esa gracia asumiendo que Él es igualmente Padre de todas las personas, incluyendo las que lo aborrecen.
Pasajes para continuar estudiando
1 Crónicas 22:6-10
Mateo 3:1-12
Filipenses 2:14-15
1 Juan 3:1-3