«Hay una mujer que siempre está cansada, porque vive una vida que mucho le demanda…».
Clementine Churchill
Recuerdo haber escuchado esta frase en el film The Darkest Hours [Las horas más oscuras] de la boca de la esposa de Churchill. Más tarde encontré que había sido tomada del epitafio de la mujer cansada. No lo pensé dos veces, lo que a manera de quintilla cómica se describía ahí, me identificaba. No estoy casada con un Primer Ministro como ella, sin embargo, el cansancio me embarga y pienso que el día debiera tener más de 24 horas. Debo estar haciendo algo mal porque por más que me organizo, no logro terminarlo todo. Es claro que necesito más tiempo. Siempre hay tanto por hacer, tanto por enfrentar, siempre hay más, más, y más. Y si esto es así, debe ser porque la vida que me tocó me demanda demasiado, ¿o no? Pero hay más.
El agobio no siempre termina al irme a dormir. Quizás si el sueño fuera más largo, hibernar sería la solución perfecta, al menos es lo que pienso. Seguramente así podría despertar con la energía necesaria para encarar los días subsecuentes. Estoy segura de que, incluso si fuese una broma, este dilema no lo estoy viviendo sola. Y de igual forma presiento que la causa de este cansancio no se deba únicamente al descuido de una rutina que me impide dormir temprano. Muchas veces, aunque suceda lo contrario, la fatiga no desaparece al despertar al día siguiente. Por lo tanto, creo que el problema va más allá de una respuesta fisiológica.
El Salmo 127:2 dice, «En vano madrugan ustedes, y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados». En el contexto de este pasaje se puede observar que Dios vela por la ciudad, por su pueblo. Y hoy en día, él sigue velando por nosotros. Por eso, aquellos que creen en él pueden descansar confiando que todo está en las manos del Creador. No hay nada que suceda fuera de su soberanía.
La Biblia usa este Salmo para mostrarnos la futilidad de los esfuerzos humanos. No es un regaño ni una burla, es más bien un recordatorio de que los planes son de él y que debido a eso no debemos afanarnos al punto del agotamiento. Clemmie Churchill vivía, según dice la frase, una vida que le demandaba mucho, pero, ¿no habrá sido que ella se exigía a sí misma con aquellos parámetros? Cuántas veces nos vamos a la cama pensando: me levantaré más temprano para hacer esto o aquello y así lograré lo que me he propuesto. Cuántas veces hacemos esto porque pensamos que nadie, ni siquiera Dios, va a hacerlo de la manera que uno espera. Cuántas veces incluso nos afanamos por nuestros planes, sin siquiera orar a Dios para buscar en él su sabiduría. Estamos tan enfocados en hacer y poco en escuchar, tan impulsados por lo que queremos lograr aunque esto no siempre sea lo que Dios busca para nosotros, su pueblo. Inevitablemente, esto nos lleva al estrés, a la ansiedad y al agotamiento, pero también saca a relucir nuestros corazones idólatras.
Somos nuestros propios ídolos, desbancando a Dios y poniéndonos nosotros la corona. Por alguna razón nos gusta llevar el mundo a cuestas, pero el peso es agotador. Definitivamente, hay cosas que debemos hacer, pero en el día a día muchas veces perdemos el foco de lo que estamos haciendo. Muchas veces, al leer nuestras Biblias vemos con desdén como el pueblo israelita fue mal agradecido por el maná provisto, siempre tratando de arreglar sus problemas por su cuenta aun después de los maravillosos milagros hechos por Dios. Vemos con desagrado como el mismo pueblo que eleva el llamado Cántico de Moisés al haber cruzado el Mar Rojo, cae después en la idolatría del becerro de oro. Pero nosotros hacemos lo mismo.
Nos enojamos cuando las cosas no funcionan como planeamos. Nos enfadamos cuando trabajamos arduo y las personas, las situaciones y las condiciones no cambian. Dejamos atrás a Dios y entonces nos esforzamos más para que todo salgan de acuerdo a nuestros planes. Recogemos más maná del que debiéramos porque quizás la provisión no esté ahí la mañana siguiente y después cuando se echa a perder caemos agotados y frustrados porque nuestro plan se ha arruinado. Francamente, nos olvidamos, tal como los israelitas, de confiar plenamente en Dios y de buscar su sabiduría y debido a esto no podemos descansar.
En el libro The Work of The Pastor [El trabajo del pastor], William Still dice: «No trates de hacer lo imposible. Conoce tus limitaciones y considera lo que Dios está tratando de hacer en el mundo y la parte en la que él desea que tú participes. La mayoría de las personas se agotan porque tratan de hacer lo que Dios nunca les pidió. Ellos se destruyen por una ambición pecaminosa tanto como el alcohólico o el drogadicto. La ambición es la que los empuja».
¿Cuál es tu ambición hoy en día? ¿Qué te está robando el sueño? Te invito a que junto conmigo entreguemos todo a Dios, pongamos nuestras cargas y nuestros deseos y planes en el altar. Recordemos que aun cuando quizás nuestros sueños se calcinen ahí, él proveerá de nuevos horizontes alineados a su voluntad, y por ende, con la providencia de su luz en nuestras vidas.
Volquémosnos a leer su Palabra, no con un afán justificador, sino con la humildad que dice: háblame Señor y yo te sigo. No como otra cosa por hacer, sino como el privilegio que esto implica. Oremos con ahínco para que nuestros corazones, mentes y almas estén cifrados en extender su Reino sin importar nuestros planes o nuestros sueños. Tomemos la liberadora posibilidad de sonreír a nuestros agobios con la confianza plena de que Dios da paz a los que en él esperan (Is 26:3).
Quizás el dicho de la esposa de Churchill diría: hay una mujer que cuando está cansada, recuerda que en Dios siempre hay esperanza.