Tengo una relación de amor y odio con el dinero. Me encantan las cosas buenas que el dinero puede lograr. Me encanta cómo puede usarse con el fin de proveer para mis necesidades y las necesidades de mi esposa e hijos. Me encanta cómo puede usarse para apoyar la obra de Dios en el mundo. Amo ser el contribuidor y el receptor de la generosidad económica; hay tanto gozo en dar con alegría y en recibir con gratitud. Sin embargo, detesto la manera en que el dinero puede mantenerme cautivo, la manera en que sutilmente promete lo que solo Dios puede entregar. Odio cómo rápidamente deja mis manos en un torrente sin fin de cuentas, pagos y gastos. El dinero es un gozo y el dinero es una carga.
En esta serie para hombres cristianos, estamos examinando la vida a través de la metáfora bíblica de una carrera. Cuando Pablo les escribió a los corintios, les preguntó: «¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio?». Luego entregó una aplicación obvia, una carga: «Corran de tal modo que ganen». Hemos estado aprendiendo que correr victoriosamente la carrera de la vida implica una amplia serie de habilidades y rasgos de carácter. Ahora le agregamos esto a nuestra creciente lista: si vas a correr para ganar, necesitas dominar tus finanzas.
Aquello que te pertenece
La cuenta bancaria podría estar a tu nombre, pero en realidad el dinero en ella no es tuyo. La escritura de tu casa podría tener impresos al principio tu nombre y apellidos, pero la casa no te pertenece realmente a ti. Llegaste a este mundo desnudo y con las manos vacías, y lo dejarás desnudo y con las manos vacías. Todo lo que disfrutas entre tu nacimiento y tu muerte es un regalo. Le pertenece a Dios, pero Él lo asignó a tu cuidado.
Esto se conoce como mayordomía. Dios es el creador de todo lo que existe y, por lo tanto, Dios es el dueño de todo lo que existe. «Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y los que en él habitan» (Sal 24:1). Él es dueño de tu casa, de tu automóvil, de tu dinero y de todo lo demás. Te relacionas con estas cosas como un mayordomo, como alguien a quien se le ha dado la responsabilidad de usarlos en nombre del dueño. Un mayordomo es un administrador, una persona responsable de la gestión hábil de los recursos.
Jesús ilustró el principio de la mayordomía en una de sus más conocidas parábolas, la que hoy conocemos como la parábola de los talentos. Él cuenta la historia de un amo que se va de viaje y que, antes de irse, distribuye su riqueza a sus siervos para que los custodien. A uno le da cinco talentos; a otro, dos; y al último, uno. Luego se va y los siervos se ponen a trabajar. Dos de ellos usan el dinero sabiamente y lo duplican; el otro lo entierra. Cuando el amo regresa, exige cuentas. Los dos que habían mostrado sabiduría son recompensados, mientras que quien fue austero e imprudente es reprendido. Jesús entrega esta aplicación: «Porque a todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mt 25:19).
Derechos y responsabilidades
Dios es dueño de todas las cosas y te las reparte para que puedas usarlas bien y con sabiduría. Todo el dinero es de Dios y, aunque Él tiene el derecho sobre el dinero, tú tienes responsabilidades. Él no rinde cuentas a nadie, pero tú le rindes cuentas a Él. Tienes la responsabilidad de no despilfarrar tu dinero, de no usarlo en maneras que no lleven a cabo los propósitos de Dios. Al contrario, eres responsable ante Dios de usar tu dinero de maneras que sean agradables a Él, de maneras que lleven a cabo su voluntad en la tierra. Dios da cada centavo en confianza para que lo administres y Él tiene el derecho de exigir cuentas de él.
Esta es una responsabilidad pesada y sagrada. Podrías pensar, entonces, que el único propósito noble para el dinero es darlo a las iglesias, a organizaciones benéficas y a los ministerios cristianos. Pero no es tan simple. Dios es un Padre amoroso que «[…] nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos» (1Ti 6:17). Él no equipara la mayordomía con la austeridad. Más bien, Él te instruye a encontrar un equilibrio apropiado entre lo que guardas y lo que das, entre lo que usas para propósitos de comodidad y lo que usas para propósitos del avance del Reino.
Dios aborda la relación de nuestro corazón con el dinero tanto negativa como positivamente. De manera negativa, Él te advierte que «la raíz de todos los males es el amor al dinero» (1Ti 6:10) e insiste que el dinero ofrece más de lo que puede entregar: «El que ama el dinero no se saciará de dinero, y el que ama la abundancia no se saciará de ganancias. También esto es vanidad» (Ec 5:10). Debes ser cuidadoso con el dinero y saber que tiene el poder de mantenerte cautivo.
De manera positiva, promete gozo a quienes no se aferran al dinero y dan con generosidad. Salomón observa: «Hay quien reparte, y le es añadido más, y hay quien retiene lo que es justo, solo para venir a menos. El alma generosa será prosperada, y el que riega será también regado» (Pr 11:24-25). Asimismo hay gozo más allá de esta vida, porque aun cuando no puedas llevarte la riqueza contigo, puedes, en un sentido, enviarla con anticipación (como Randy Alcorn tanto le gusta decir). «Vendan sus posesiones y den limosnas; háganse bolsas que no se deterioran, un tesoro en los cielos que no se agota, donde no se acerca ningún ladrón ni la polilla destruye» (Lc 12:33). Quienes tienen riquezas deben «[…] ha[cer] bien, […] se[r] ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida» (1Ti 6:18-19).
Dios te ha dado dinero para que puedas usarlo en su mundo y para sus propósitos. Esto implicará la gestión financiera diaria de pagar cuentas, comprar alimentos y ahorrar para la jubilación. De igual manera, implicará dar generosamente a la iglesia y a los creyentes que tienen necesidades. Implicará una consciencia constante de que el dinero es un maravilloso siervo, pero un terrible amo, que todo le pertenece a Dios y que debe usarse para darle gloria a Él.
¡Hazlo ahora!
Si vas a dominar tus finanzas, necesitas tomar medidas. Estos son algunos lugares donde comenzar:
Lee un buen libro sobre el dinero
Por alguna razón, a pocos se nos enseña administración financiera en la escuela, en la iglesia o incluso en casa de nuestros padres. Afortunadamente, podemos beneficiarnos de libros excelentes que explican la visión de Dios sobre el dinero. Podrías comenzar con Managing God’s Money [Cómo administrar el dinero de Dios] escrito por Randy Alcorn, uno de mis favoritos y un excelente manual sobre el tema.
Haz un presupuesto
Pocas cosas marcan una diferencia tan grande en tu administración diligente del dinero que hacer un presupuesto constantemente. Hay cientos de maneras de hacerlo, pero el principio importante es este: da cuentas de cada centavo. Un buen presupuesto te forzará a entender cómo gastas tu dinero y a dar cuentas cuando lo gastes mal. Cuando se trata de presupuestar, lo que hagas es mucho más importante que cómo lo hagas.
Disfruta tu dinero
Si bien Dios te llama a ser un mayordomo fiel de tu dinero, Dios se complace cuando lo disfrutas. Como Salomón dijo: «[…] todo hombre a quien Dios ha dado riquezas y bienes, lo ha capacitado también para comer de ellos, para recibir su recompensa y regocijarse en su trabajo: esto es don de Dios» (Ec 5:19). Puedes comprar cosas para tu comodidad y viajar a lugares tranquilos. A veces la manera más sabia de gastar el dinero es hacer algo que te trae gozo y bendición.
Haz preguntas
Considera las cuatro preguntas que John Wesley hizo para cada gasto: al gastar este dinero, ¿estoy actuando como si fuera el dueño o como un administrador del Señor? ¿Qué pasaje de la Escritura dice que debo gastar este dinero de esta manera? ¿Puedo ofrecer esta compra como un sacrificio al Señor? ¿El Señor me recompensará por este gasto en la resurrección de los justos?
Planifica tu generosidad
Muchas personas hacen un plan para aumentar sus ahorros de jubilación o la cantidad que están ahorrando para comprar un nuevo automóvil. Pocas personas planifican para aumentar su generosidad a la obra de Dios. Considera cómo darás el próximo año más de lo que lo hiciste este año. ¿Por qué no planificar agregar un pequeño porcentaje cada año? Si das $200 al mes este año, planifica cómo puedes dar $220 al mes el próximo año. Si das $1500 al mes este año, esfuérzate para subirlo a $1600 el próximo. No permitas que tu ingreso y gastos crezcan sin que también crezca tu generosidad.
¡Corre para ganar!
Tú, al igual que yo, podrías tener una relación de amor y odio con el dinero. Podrías amar todo lo bueno que hace y tenerle pavor a todo el mal que provoca. Ayuda saber que la mano de Dios está detrás de nuestro dinero: «No sea que digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza”. Pero acuérdate del Señor tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas […]» (Dt 8:17-18). Tu dinero en realidad es dinero de Dios y, por medio del Espíritu Santo, Él te equipa para usarlo bien, para administrarlo fielmente a fin de que un día escuches las palabras del amo agradecido: «Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mt 25:23). Mientras tanto, si vas a correr para ganar, debes dominar tus finanzas.
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