1. La disciplina de la pureza
La sensualidad es el mayor obstáculo para la piedad entre los líderes cristianos. La caída del rey David no sólo debe instruirnos, ¡sino que también debe espantarla! Llénate de la Palabra de Dios (memoriza pasajes como 1 Tesalonicenses 4:3-8; Job 31:1; Proverbios 6:27; Efesios 5:3-7, y 2 Timoteo 2:22). Busca a alguien que te ayude a mantener tu alma fiel a Dios. Desarrolla la consciencia divina que sostuvo a José: «¿Cómo entonces podría yo hacer esta gran maldad y pecar contra Dios?» (Gn 39:9).
2. La disciplina de las relaciones
Para ser todo lo que Dios quiere que seas, ¡pon un poco de sudor santo en tus relaciones! Si estás casado, necesitas vivir Efesios 5:25-31. Para quienes son padres, Dios entrega un entrenamiento en una mordaz oración: «y ustedes, padres, no provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4). Las relaciones no son opcionales (Heb 10:25); nos capacitan tanto para desarrollarnos en lo que Dios quiere que seamos como para aprender a vivir la verdad de Dios de manera más eficaz.
3. La disciplina de la mente
El potencial de tener la mente de Cristo (1Co 2:16) presenta el escándalo de la iglesia actual: pastores que no piensan cristianamente, dejando a sus mentes sin disciplina. El apóstol Pablo entendió bien esto: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto mediten» (Fil 4:8). Nunca podrás tener una mente cristiana sin leer la Escritura regularmente, puesto que no puedes ser influenciado por lo que no conoces.
4. La disciplina de la devoción
Leer la Palabra de Dios es esencial, pero la meditación internaliza la Palabra y nos lleva a responder: «me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío» (Sal 40:8). Más allá de la obediencia a las instrucciones como las que se encuentran en Efesios 6:18-20, existen dos grandes razones adicionales para orar. Primero, mientras más exponemos nuestras vidas al sol candente de la vida justa de Cristo, más se grabará su imagen en nuestro carácter. En segundo lugar, la oración tuerce nuestras voluntades hacia la voluntad de Dios. Muchos pastores nunca han tenido un devocional efectivo, porque nunca se planifican para ello; nunca exponen sus vidas a esta luz pura en sus vidas.
5. La disciplina de la integridad
Es casi imposible exagerar la importancia de la integridad a una generación de líderes cristianos que se asemeja tanto al mundo en su conducta ética. Los beneficios de la integridad (carácter, una conciencia tranquila, una profunda intimidad con Dios) sostienen su importancia. Debemos dejar que la Palabra de Dios dicte nuestra conducta. Nuestras palabras y acciones deben ser intencionalmente verdaderas (Pr 12:22; Ef 4:15), respaldadas por la valentía de mantener nuestra palabra y defender nuestras convicciones (Sal 15:4).
6. La disciplina de la lengua
La verdadera prueba de la espiritualidad del predicador no es su habilidad para hablar; al contrario, es su habilidad de frenar su lengua (Stg 1:26). Ofrecida a Dios en el altar, la lengua tiene un maravilloso poder para el bien. Debe haber una devoción continua y la determinación de disciplinar nuestras lenguas.
7. La disciplina del trabajo
Conocemos a Dios, el Creador, como un trabajador en Génesis 1:1-2:2. Puesto que «Dios creó al hombre a imagen suya» (1:27), la manera en que trabajamos revelará cuánto permitimos que la imagen de Dios se desarrolle en nosotros. No existe distinción entre lo secular y lo sagrado; todo trabajo honesto debe hacerse para la gloria de Dios (1Co 10:31). Debemos recuperar la verdad bíblica de que nuestra vocación pastoral es un llamado divino y así ser liberados para hacerlo a fin de glorificar a Dios.
8. La disciplina de la perseverancia
Hebreos 12:1-3 presenta una imagen de perseverancia en cuatro mandamientos.
- ¡Despójate! «[…] Despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve […]» (v. 1).
- ¡Corre! «[…] Con paciencia la carrera que tenemos por delante […]» (v. 1).
- ¡Enfócate! «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe […]» (v. 2).
- ¡Considera! Debemos vivir nuestra vida considerando cómo Jesús vivió (v. 3).
9. La disciplina de la iglesia
No tienes que ir a la iglesia para ser cristiano; no tienes que irte de la casa para casarte. Sin embargo, en ambos casos, si no lo haces, ¡tienes una relación muy pobre! Como pastores, necesitamos recordarle a nuestro rebaño que nunca alcanzarán la madurez espiritual si no se comprometen con la iglesia local. Necesitamos animar a los cristianos a unirse a una iglesia y a participar incondicionalmente, dándole su tiempo, sus talentos y sus tesoros a Dios.
10. La disciplina de dar
Escapamos del poder del materialismo al dar desde un corazón que rebosa de la gracia de Dios, como los creyentes de Macedonia quienes «primeramente se dieron a sí mismos al Señor» (2Co 8:5). ¡Pastores, asegúrense de que le están dando a su iglesia local, a las misiones y a quienes están en necesidad! Dar desarma el poder del dinero y cosecha las bendiciones espirituales de Dios. Como Jesús dijo: «más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20:35).
Sólo por la gracia de Dios
A medida que sudamos las disciplinas de un pastor piadoso, recuerda, con Pablo, lo que nos da energía para ponerlas en práctica: «aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí» (1Co 15:10).