Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día trece:
…Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes (1 Pedro 5:5).
La humildad no se da fácil ni naturalmente en los pecadores como tú y como yo. Nos tenemos en muy alta estima a nosotros mismos, a nuestras virtudes, a nuestras tendencias y a nuestra capacidad de resistir el pecado. Sin embargo, una y otra vez, la Biblia nos dice que Dios tiene un afecto especial por quienes son humildes. Dios le da la espalda a los orgullosos y no escatima su gracia con aquellos que son humildes. De hecho, Dios se opondrá activamente a los orgullosos de la misma manera en que bendecirá a los humildes. Pocas cosas nos exponen como nuestra incapacidad de alejarnos del pecado y como nuestra falta de deseo por hacer lo que es correcto. Por lo tanto, pocas cosas nos ofrecen una mejor oportunidad para volver al Señor en humilde dependencia.
Dios está activamente con los humildes. Dios desea verter sus bendiciones en los humildes. Mientras buscas dejar el pecado de la inmoralidad sexual, y buscas vestirte de la virtud de la integridad sexual, debes humillarte ante Dios. Hazlo admitiendo tus tendencias a pecar y hazlo reconociendo libremente tu incapacidad ante Dios. Haz esto, sobre todo, mirando a Cristo, «el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».
Padre, confieso humildemente que no puedo ganar esta batalla por mí mismo. Soy demasiado débil. Soy demasiado pecador. Tiendo demasiado a lo que es malo. Así que, tanto como puedo, me humillo ante ti. Te pido que me recuerdes cuán humilde debo ser. Te pido que me recuerdes a mi humilde Salvador, que se hizo carne por mí, que obedeció la ley por mí, que fue a la cruz por mí, que sangró y murió para que yo tenga vida.