Puesto que doscientas mil[1] personas han pasado a la eternidad y doscientas mil familias sienten el aguijón de perder a seres queridos, la incómoda oración de Moisés presiona sobre nosotros: «Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Sal 90:12).
Enséñanos, Señor, a ver estas doscientas mil muertes como un anuncio de la nuestra. Enséñanos a sentir que nuestras vidas, cuán largas sean, son «como un sueño; son como la hierba […] se marchita y se seca» (Sal 90:5-6). Y hazlo para que podamos tener un corazón de sabiduría. Para que así podamos darnos a nosotros mismos, mientras el vapor de la vida aún persiste, a la única obra que entrará en la eternidad.
Al otro lado del coronavirus, las personas más sabias no serán quienes hayan diversificado sus carteras financieras, tampoco quienes se hayan abastecido de mascarillas y papel higiénico en preparación de una potencial segunda ola, sino que aquellos que han aprendido a decir de corazón: «Solo una vida, pronto pasado será; solo lo hecho por Cristo permanecerá».
«Confirma la obra de nuestras manos»
Como criaturas que tenemos eternidad en nuestros corazones (Ec 3:11), somos lentos para aprender la lección de que la vida es un vapor. La vida en el momento se siente sólida y segura, y a menudo nosotros actuamos como si pudiera durar para siempre. Por eso, rara vez vemos la obra de nuestras vidas a la luz vigorizante de la brevedad de la vida.
Sin embargo, las calamidades acercan a la muerte. Los meses anteriores han agudizado las palabras del Salmo 90 con un enfoque desagradable: «Haces que el hombre vuelva a ser polvo, y dices: “Vuelvan, hijos de los hombres” […] Tú los has barrido como un torrente […] Porque por tu furor han declinado todos nuestros días; acabamos nuestros años como un suspiro» (Sal 90:3, 5, 9). Después de más de 50 000[2] muertes solo en Estados Unidos (y en solo un mes y medio), las palabras de C.S. Lewis sobre la Segunda Guerra Mundial son verdad hoy:
La guerra no crea, en absoluto, ninguna situación nueva; simplemente agrava la situación permanente de los humanos, de tal modo que ya no podemos ignorarla. La existencia humana siempre se ha vivido al borde del precipicio («Aprender en tiempos de guerra»).
Siempre hemos vivido al borde de un precipicio listo para desmoronarse bajo nuestros pies. La destrucción provocada por el coronavirus es meramente un anticipo de lo que un día nos sucederá a nosotros y a todo lo que apreciamos. Naciones y economías, salud y relaciones sucumbirán finalmente ante los estragos del tiempo. La polilla y el óxido destruirán el tesoro que pensamos tener seguro. La vida misma, que brota verde por la mañana, se marchitará por la tarde.
No me sorprende que Moisés termine sus reflexiones sobre la muerte con una desesperada oración: «Y sea la gracia del Señor nuestro Dios sobre nosotros. Confirma, pues, sobre nosotros la obra de nuestras manos; sí, la obra de nuestras manos confirma» (Sal 90:17). Solo Dios puede tomar esta semilla moribunda llamada vida y hacer que dé fruto que permanece para la eternidad.
Trabajo en el Señor
Cuando el debido tiempo llegó, Dios respondió la oración de Moisés. Aquel que es «desde la eternidad hasta la eternidad» (Sal 90:2) descendió al tiempo y se vistió con tierra. Él probó la maldición de una vida acortada y regresó al polvo como todos los hijos de Adán.
Pero, entonces, este hombre resucitó como la primicia de una nueva creación libre de maldición (1Co 15:20, 23). Ahora, en Cristo Jesús, nuestras vidas y nuestro trabajo no son eliminados, sino que establecidos: «Por tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano» (1Co 15:58).
Fuera del Señor, nuestros trabajos más impresionantes son grandes nadas: civilizaciones construidas en las orillas del tiempo, con la marea rápidamente subiendo. Carreras, cuentas corrientes, reputaciones, legados y familias, si son construidas en nuestro nombre en lugar de en el de Cristo, deben desaparecer en el tiempo. Podrían escapar de virus, incendios e inundaciones y quizás incluso nuestras pequeñas vidas podrían durar más tiempo, pero llegará el día en el que «la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas» y toda obra fuera de Cristo será «destruída» (2P 3:10-11).
Sin embargo, en el Señor, ningún trabajo es en vano. Nuestra fuerza podría ser reducida, nuestras vidas breves y nuestra reputación insignificante, pero si dedicamos nuestros días a vivir «en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de Él a Dios el Padre» (Col 3:17), entonces Dios mismo confirmará la obra de nuestras manos.
Radicales normales
¿Qué significaría para nosotros esforzarnos en el Señor? Necesitamos hacernos esta pregunta una y otra vez a lo largo de nuestras vidas, no solo en medio de una pandemia. Sin embargo, momentos como este dejan claramente visibles las opciones frente a nosotros. Nuestros días están contados, la eternidad viene y el único esfuerzo que importa es el esfuerzo en el Señor. Entonces, ¿qué haremos?
Contar nuestros días llevará a muchas personas normales a dar algunos pasos radicales. Quizás era necesario el coronavirus para exponer cuántas trivialidades toman nuestro tiempo y para hacernos sentir la urgencia de alguna buena obra que hemos estado soñando hacer hace mucho. Tal vez ahora es el tiempo para ir hacia una adopción, comenzar un estudio bíblico para internos, soltar vínculos aquí con el fin de ir al extranjero, ponernos serios respecto al evangelismo.
Lo radical no necesita esperar hasta que la vida vuelva a la «normalidad». Lo que llamamos «vida normal», recuerda, es realmente la vida al borde de un precipicio; no es tan diferente a la vida actual como muchos de nosotros imaginamos. Algunos cristianos, con corazones llenos de sabiduría, han dado sus días para entregar comida fresca a sus prójimos (gratis). Otros han acogido niños que vienen de hogares que sufrían de abuso doméstico. Incluso algunos han dejado el retiro para volver a la UCI, donde sirven a los enfermos y a los que están muriendo.
La vida es demasiado corta y la eternidad demasiado larga, para no lanzarnos a algo que se siente grande, arriesgado y lleno de potencial para glorificar a Cristo.
Normales radicales
Sin embargo, la vida también es demasiado corta y la eternidad es demasiado larga para desperdiciar los momentos normales de cada día. Por lo que contar nuestros días no solo llevará a personas normales a dar algunos pasos radicales, sino que también nos llevará a dar radicalmente todo tipo de pasos normales. Nuestro trabajo no necesita ser grandioso para calificar como trabajo «en el Señor». El acto más pequeño, hecho por medio de Cristo y para Cristo, de ninguna manera perderá su recompensa (Mt 10:42).
Lewis, en el mismo discurso, continúa diciendo: «El trabajo de Beethoven y el trabajo de una asistenta se vuelven espirituales bajo las mismas precisas condiciones, que son las de ser ofrecidos a Dios, de haber sido hechos humildemente “como para el Señor”». Mucho de nuestro trabajo en el Señor será de la variedad de la asistenta: actos pequeños y necesarios de servicio que coinciden con los llamados que Dios nos da a nosotros, pero cada uno dedicado a Dios en fe.
Cocinaremos comidas para nuestras familias, escribiremos cartas a nuestros amigos, continuaremos con el encierro en nuestras iglesias, bendeciremos a nuestros hijos antes de ir a la cama: obediencia olvidada en momentos olvidados en lugares olvidados. Eso es, olvidados por nosotros; no por Dios. «Sabiendo que cualquier cosa buena que cada uno haga, esto recibirá del Señor» (Ef 6:8). Bajo Dios, incluso la obra más pequeña hecha en el Señor puede dejar una huella que durará más que los cielos.
Eternidad en el presente
En gracia incomparable, Dios nos da la dignidad de confirmar la obra de nuestras manos. Él toma estos «puñados de neblina» (como lo llama David Gibson) y crea algo que va mucho más allá del alcance de cualquier virus o calamidad. Pero solo mientras vivimos a la luz de la eternidad. Y eso comienza con vivir hoy a la luz de la eternidad.
Contar nuestros días comienza con contar este día: estas 24 horas irrepetibles dadas por Dios, llenas de oportunidades para trabajar en el Señor. Aún no hemos ganado un corazón de sabiduría hasta que la eternidad presione en el presente, enseñándonos a vivir el hoy a la luz de lo eterno. Importa poco el tipo de trabajo que tenemos en frente de nosotros hoy: radical o normal, agradable o amargo. Lo que importa es si es que lo hacemos en el Señor.
Si lo hacemos, entonces Dios mismo confirmará la obra de nuestras frágiles y moribundas manos. Sí, Él confirmará la obra de nuestras manos.
Scott Hubbard © 2020 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
[1] Nota del editor: esta cifra corresponde al número de personas contagiadas de COVID-19 hasta la fecha de publicación del artículo original en inglés (30 de abril, 2020). Actualmente, la cifra supera los trescientos mil contagiados.
[2] Nota del editor: esta cifra corresponde al número de personas fallecidas por COVID-19 en EE. UU. hasta la fecha de publicación del artículo original en inglés (30 de abril, 2020). Actualmente, la cifra supera las 89 000 muertes.