volver

¿Qué les habrías dicho a las personas que más conoces y amas la noche en que ibas a ser traicionado?

En la noche del día más injusto que nadie sufrirá jamás, Jesús se sentó con sus discípulos, sabiendo que sería traicionado por alguien cercano a Él. Él sabía de qué manera sus amigos lo abandonarían dentro de un par de horas, permitiendo que fuera equivocadamente arrestado, injustamente condenado y brutalmente ejecutado: solo. ¿Qué les diría a estos hombres, hombres que había conocido y amado por años, hombres que iban a construir su iglesia y serían perseguidos por su nombre, pero hombres que, en esta noche, por medio del temor y la confusión, lo abandonarían?

Sus últimas palabras, ese horrible jueves, son palabras que necesitamos escuchar desesperadamente. «Crean», aun cuando la fe se sienta imposible y parece costarles todo. «Que se amen» aun cuando quieran alejarse. «Permanezcan en mi amor» al hacer diligente y persistentemente lo que les he pedido que hagan. «Confíen», aun cuando sus corazones comiencen a desfallecer. Y tengan paz, aun cuando sus vidas parezcan estar en guerra.

1. Lo que sea que venga: crean

Jesús dijo: «no se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en mí» (Jn 14:1). Y de nuevo: «se lo he dicho ahora [lo que va a pasar], antes que suceda, para que cuando suceda, crean» (Jn 14:29, [énfasis del autor]). Antes de dirigirse a su muerte, Él quería que ellos supieran que, sin importar los horrores que pudieran enfrentar y lo que sea que pudiera hacerles sentir de otra manera, se puede confiar en Dios, hasta, y a través, del amargo final.

Muchos de nosotros podríamos perdernos el poder soberano de estas palabras, porque pensamos que creer es fácil. Podríamos haber luchado intermitentemente con nuestras dudas, pero no hemos sido forzados, en los momentos de vida o muerte, a decidir si estamos verdaderamente listos para estar con Cristo, sea lo que sea que venga. Eso es lo que los hombres en esa habitación estaban a punto de enfrentar: no la libertad de la religión, no el derecho a reunirse y adorar; sólo el odio, la condenación y finalmente, la tortura. Cada hombre que escuchó a Jesús decir «crean en mí» al final murió por creer. 

Podríamos no tener que enfrentar lo que los discípulos sufrieron (algunos sí alrededor del mundo hoy), pero aún puede, a veces, ser profundamente difícil creer. Nuestro sufrimiento, de diversos tipos, puede proyectar sombras inquietantes sobre nuestros pensamientos acerca de Dios. Y no obstante, justo aquí, en los días más oscuros y más dolorosos de la historia, al saber que Él sufriría, al saber que ellos sufrirían al final, Jesús puede decirles: «no se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en mí».

Cualquiera sea la oscuridad que se encuentra delante de ti, esperada o no, Él les dice lo mismo a sus amigos hoy.

2. Que se amen unos a otros, especialmente cuando es difícil

Creer no será la única montaña que estos hombres enfrentarán. El mandato más repetido y memorable de esa noche nos podría sorprender:

Un mandamiento nuevo les doy: «que se amen los unos a los otros»; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros (Juan 13:34).

Él repite el mismo mensaje a lo largo de los tres capítulos (Jn 13:14; 15:12-13), llegando al resumen: «esto les mando: que se amen los unos a los otros» (Jn 15:17). Jesús estaba al borde de la ejecución, preparándose para ir a la guerra contra Satanás, el infierno y la muerte, y aun así pasó muchos de sus últimos días recordándoles a sus discípulos a amarse los unos a los otros. ¿Por qué? Porque Él sabía, de manera muy dolorosa y personal, cuánto les costaría ese amor —simplemente cuán difícil podría ser seguir amando a personas pecadoras—. 

Cuando Jesús se arrodilló para lavar sus pies esa noche, Él sabía qué horrores experimentarían esos pies a lo largo del camino del amor, atacados con piedras o peor, abandonados golpeados, desnudos en prisiones, colgados en cruces. Sí, Él iría a la cruz en su lugar, rescatándolos de la horrible ira que ellos merecían, pero su muerte no los libraría de la profunda agonía en este mundo. Mientras tomaba y llevaba la cruz que ellos no podían cargar, Él llamó a cada uno a que tomara la suya (Mt 16:24): una que ellos no podían llevar solos, pero una que, no obstante, llevarían, con su ayuda. 

«Que se amen los unos a los otros». El mandamiento no es simplemente una petición para mantener la paz, como la que los padres darían a sus hijos peleadores. El mandamiento es un clamor del alma en las líneas de la batalla más grande jamás librada. La manera en que nos amamos los unos a los otros no es casual ni periférica al universo, sino que está al mismo centro de lo que Dios quiere decirle al mundo. «En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:35) [énfasis del autor].

3. Permanezcan en mis mandamientos

Jesús sí dijo: «crean», incluso en el valle de sombra de muerte, pero Él no sólo dijo que «crean». Él los exhortó a recordar y hacer todo lo que Él les había dicho que hicieran, incluyendo su mandamiento a amarse unos a otros. Si su fe iba a sobrevivir el peligroso camino que venía por delante, ellos tenían que estar totalmente comprometidos a lo que sea que Él les hubiera mandado. «Si ustedes me aman», Él les dice, «guardarán mis mandamientos. […] Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando» (Jn 14:15; 15:14) [énfasis del autor].

Como estaba por dejar este mundo, Él miró a sus discípulos a los ojos y les dijo que obedecieran. Él nos dice lo mismo a nosotros cuando enfrentamos nuestras propias tribulaciones. «[…] Permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15:9-10). El secreto para permanecer firmes a través de circunstancias terribles es permanecer en Cristo al confiar y guardar su Palabra.

La fuerza que necesitamos para seguir y dar fruto, especialmente en el sufrimiento, fluye del amor de Dios por nosotros —y nosotros permanecemos en ese amor al hacer caso a su voz—. Jesús dice: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer» (Jn 15:5). Si intentamos navegar la oscuridad sin escuchar a Cristo, vacilaremos, fallaremos y no lograremos nada, pero con Él, podemos hacer y soportar todas las cosas: una promesa a la que Jesús mismo se aferró en oración mientras iba a la cruz (Mr 14:36).

4. Confíen en medio de cualquier tormenta

Esa noche de jueves era todo menos pacífica. La guerra por el cosmos, apenas disimulada durante la mayor parte de la historia humana, ahora irrumpía en Jerusalén, y los discípulos quedaron atrapados en el epicentro del conflicto.

Y sin embargo, Jesús aún podía decir: «la paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo» (Jn 14:27). Estos hombres no tenían razones terrenales para tener paz, y sin embargo, se les había dado paz nacida de la perfecta sabiduría y de la autoridad todopoderosa de Dios mismo. Jesús no sólo les dio paz; Él les dio su paz.

Mientras ofrecía paz, no le restó importancia a las aflicciones que enfrentarían. «Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia» (Jn 15:19). El mundo los odiará. También ustedes beberán la copa amarga del sufrimiento (Mt 20:23), «los entregarán a tribulación, y los matarán, y serán odiados de todas las naciones por causa de mi nombre» (Mt 24:9). Sin embargo, «no se turbe su corazón».

Sólo un Dios en completo control de todas las cosas puede ofrecer paz en días como estos; en días como los nuestros.

Jesús dice: «estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo» (Jn 16:33). Cuando la vida comienza a abrumarlos, recuerden todo lo que Cristo venció por ustedes y tengan paz. Crean en todo lo que Él es para ustedes. Ámense unos a otros persistentemente. Y permanezcan en su gran amor, un amor expuesto en cada doloroso paso que Él dio para tenerlos.

Marshall Segal © 2020 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Marshall Segal
Marshall Segal
Photo of Marshall Segal

Marshall Segal

Marshall Segal es escritor y director editorial de desiringGod.org. Es autor de Soltero por ahora: la búsqueda del gozo en la soltería y el noviazgo (2018). Se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Faye, tienen dos hijos y viven en Minneapolis.
Otras entradas de Marshall Segal
Los planes sin amigos fracasarán
 
Este año ten relaciones amorosas de manera diferente
 
Ir a la iglesia para recibir
 
Cuando una pareja cristiana peca sexualmente