Las palabras y las frases van y vienen. Tanto dentro como fuera de la iglesia, a menudo se levantan por un tiempo, y luego silenciosamente decaen y caen en desuso. Para los diccionarios, es una tradición anual anunciar las nuevas palabras que se han agregado al igual que las anticuadas que se van quitando. En la actualidad, repetidamente he escuchado la palabra «autocuidado» o sus muchos sinónimos. He escuchado usarla en contextos de iglesia y seculares. He visto cristianos y no cristianos por igual elogiarla y lamentarla, describirla como la clave para la salud o despotricar contra ella por ser un frívolo desperdicio. He escuchado que muchos se preguntan: ¿deben los cristianos enfatizar el autocuidado?
Como a menudo sucede, pienso que la respuesta es tanto «sí» como «no». Existe un sentido en el que el autocuidado es una de las responsabilidades más básicas ante Dios y nuestros hermanos. Sin embargo, existe otro sentido en el que puede estar en directa oposición a nuestras responsabilidades más básicas ante Dios y el hombre. Las definiciones y las proporciones marcan toda la diferencia.
Un principio básico de la cosmovisión de los cristianos es que debemos cuidar. Cuidar es proveer «lo necesario para la salud, el bienestar, el mantenimiento y la protección de alguien o de algo». Desde el principio, se les encargó a los seres humanos el cuidado de la creación de Dios y de todo lo que hay en ella. Aunque los «algo» son importantes, tenemos una responsabilidad especial hacia los «alguien», puesto que ellos son quienes portan la imagen de Dios. Vemos de igual manera la provisión de cuidado como algo esencial en la Ley del Antiguo Testamento y en la iglesia del Nuevo Testamento. Vemos el cuidado como algo esencial para la familia y para las relaciones sociales. El deber de cuidar está estrechamente ligado con el segundo gran mandamiento: «ama a tu prójimo como a ti mismo».
Sin embargo, muy vinculado con esto está también la aceptación en cierto nivel del autocuidado. Después de todo, no debemos amar a nuestros prójimos en lugar de nosotros mismos sino que como a nosotros mismos. Necesitamos ser cuidadosos aquí. Naturalmente nos obsesionamos con nosotros mismos y tendemos a ponernos por sobre otros, a pesar del llamado de la Biblia a negarnos a nosotros mismos radicalmente. No veo que este mandamiento nos esté llamando a la obsesión con nosotros mismos. Sin embargo, aún mantengo que existe una forma apropiada de autocuidado.
La Biblia deja en claro que somos más que un mero cuerpo y una simple alma, sino una unidad misteriosa de ambos (y mucho más). Sabemos que existen fuertes lazos entre nuestra salud física y emocional o entre nuestro bienestar emocional y espiritual. Rápidamente, descubrimos que tenemos mayor cantidad y calidad de cuidado para entregar a otros cuando nos hemos cuidado a nosotros mismos. Esto tiene sentido, puesto que nuestro cuidado fluye de nuestro mismo ser. Lo que expresamos externamente es un reflejo de lo que está sucediendo internamente. Cuando nos autocuidamos, estamos cuidando lo más básico que Dios nos da para cuidar de otros.
Por consiguiente, extendemos el cuidado por otros de mejor manera cuando hemos cuidado de nuestra propia salud física (¿cómo podemos seguir caminando el segundo kilómetro con alguien cuando estamos tan fuera de forma que jadeamos después de los primeros pasos?); cuando hemos cuidado de nuestra propia salud mental (si somos trabajólicos y no hemos cumplido con el sabbat, lo que nos lleva a un profundo agotamiento, ¿cómo podemos llevar las cargas de otra persona?; cuando hemos cuidado de nuestra propia salud espiritual (si nos hemos enfriado y distanciado de Dios, ¿qué esperanza y ayuda podemos ofrecer a un creyente indeciso?); cuando hemos cuidado nuestra salud relacional (un hermano nace para la adversidad, pero si descuidamos nuestras amistades, ¿cómo podemos saber y preocuparnos por la tristeza o el dolor de otra persona?). En muchísimas maneras, el cuidado que le ofrecemos a otros fluye del cuidado que hemos hecho de nosotros mismos. No fue aparte de, sino que debido al amor de Jesús por otros que a veces él se apartaba de ellos para pasar tiempo con sus amigos y con su Padre.
No se requiere gran conocimiento de uno mismo para saber que en la mayoría de los casos, nuestra tentación es amarnos demasiado a nosotros mismos, no demasiado poco. En la mayoría de los casos, nuestro desafío es amar radicalmente a otros más de lo que nos amamos egoístamente a nosotros. Existe un equilibrio que necesitamos mantener, y aunque sería tonto asignar estándares o proporciones exactas, me parece que este autocuidado debe ser suficiente para equiparnos para cuidar apropiada y diligentemente a otros, pero no tanto como para que se transforme en una obsesión con nosotros mismos o en el descuido de los demás. Este tipo de autocuidado debe ser dirigido no solo para la realización personal, sino que también para el cumplimiento de nuestro deber dado por Dios hacia los demás.
Debemos cuidar de otros porque el cuidado es amor, el cuidado es esencial para nuestro llamado dado por Dios como humanos y como cristianos. Sin embargo, no podemos cuidar adecuadamente a otros a menos que nos cuidemos a nosotros mismos. Descansamos, leemos y tenemos retiros para poder cuidar más y mejor. Construimos hábitos y patrones que nos convierten en siervos más fieles. A veces nos ponemos a nosotros antes que a otros en nuestras agendas para poner a otros antes que nosotros en nuestras vidas. El autocuidado es un medio necesario para proteger y fomentar nuestro cuidado hacia los demás.