De joven, con frecuencia escuchaba a los adultos mayores hablar sobre sus cuerpos en deterioro y de su débil salud. Llegué a cansarme de escucharlos decir cómo sus fuerzas habían disminuido y cómo habían aumentado sus dolores y molestias. Insistían en que solían poder comer cualquier cosa que quisieran sin enfermarse, pero ahora, prácticamente, cualquier comida les provocaba indigestión. Mientras que antes podían dormir profundamente bajo cualquier circunstancia, ahora cualquier circunstancia inusual los mantenía despiertos toda la noche.
Estaba convencido de que todo esto era solo una queja holgazana. Sin embargo, cuando llegué a la mitad de mis 30, comencé a notar que no me recuperaba de una actividad tan rápido como lo hacía antes, que pasaba más y más noches mirando el techo, deseando quedarme dormido. Llegué a los 40 y descubrí que algunos de mis platos favoritos me hacían mal. Fue entonces que me di cuenta de que yo no iba a ser la excepción, sino que yo también iba a experimentar el prolongado deterioro de mi salud y la prolongada disminución de mis habilidades. Yo también iba a tener que esforzarme más para mantener mi salud.
Todo atleta pone en forma su cuerpo y mantiene su estado físico gracias a un régimen de entrenamiento riguroso. Si no lo hiciera, sus habilidades decaerían y pronto la competencia lo dejaría atrás. Aunque probablemente tú no seas un atleta, estás corriendo la carrera de la vida. A medida que corres, dependes de tu cuerpo y eres responsable de cuidarlo. Si vas a correr para ganar, necesitas cuidar tu salud.
Doblemente dueño
En nuestro último artículo, nos encontramos con el concepto de mayordomía en relación al dinero. Tu dinero le pertenece a Dios y Él te lo entrega como su representante. Él te llama a administrarlo fielmente. Como dueño, Dios tiene el derecho sobre tu dinero y, como mayordomo, tú eres responsable por tu dinero. Lo que es verdad sobre tus finanzas es verdad sobre tu cuerpo. Tu cuerpo también le pertenece a Dios. Es más, si eres cristiano tu cuerpo le pertenece doblemente a Dios.
Dios es dueño de tu cuerpo como su Creador. Él hizo a mano cada parte de tu ADN. David celebra el buen diseño de Dios en el Salmo 139, donde dice: «Porque Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien» (vv. 13-14). El cuerpo de David era, en realidad, posesión de Dios, cuidadosamente diseñado y deliberadamente asignado. Lo mismo es cierto para ti: Dios es dueño de tu cuerpo porque Él lo creó.
Dios también es dueño de tu cuerpo como su Salvador. Te revelaste contra Dios y pecaminosamente reclamaste tu cuerpo como si fuera tuyo. Decidiste negar el derecho de Dios sobre tu cuerpo y te impusiste para hacerlo tu propiedad. No obstante, Dios te trajo de vuelta de esa rebelión traicionera y, al aceptar su ofrecimiento de perdón y reconciliación, cediste todos tus derechos y restableciste su legítima propiedad. A su vez, Dios se estableció en tu interior. Por eso Pablo pregunta: «¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo […]» (1Co 6:19-20). Esta es la razón por la que él puede pedirte a ti y a cualquier otro cristiano «[…] que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes» (Ro 12:1). Presentar tu cuerpo como sacrificio vivo es presentar todo lo que tienes y todo lo que eres para su servicio y ponerlo todo bajo su autoridad.
Tu cuerpo no te pertenece. Tu cuerpo le pertenece a Dios, debes cuidarlo como Él exige y destinarlo a su servicio.
Lo que Dios espera
¿Qué espera Dios, el dueño de tu cuerpo, de ti como su mayordomo? Él espera que lo entregues, lo administres, lo nutras y lo uses.
Necesitas entregar tu cuerpo
Eres una persona completa: tu cuerpo y tu alma se entretejen cuidadosamente. Como vimos en Romanos 12, debes rendir todo lo que eres a Dios, sin retener nada. Tu cuerpo le pertenece a Dios y debes usarlo para sus propósitos. Por eso, Dios te llama a rendir tu cuerpo a Él, a dedicarlo a su servicio y a destinarlo a sus propósitos.
Necesitas administrar tu cuerpo
Al entregar tu cuerpo, reconoces que no te pertenece a ti sino a Dios. Así como eres responsable de administrar fielmente tu tiempo y tu dinero, eres responsable ante Dios de administrar fielmente el cuerpo que Él te ha dado. Debes usar tu cuerpo sabiamente, de maneras que le den la gloria a Dios. Después de todo, «[…] ustedes no se pertenecen a sí mismos […], porque han sido comprados por un precio. Por tanto glorifiquen a Dios en su cuerpo […]» (1Co 6:19-20).
Necesitas nutrir tu cuerpo
Hay una unidad inseparable entre el cuerpo, la mente y el alma. Cuando descuidas tu cuerpo, a menudo encontrarás pesada tu alma y oscura tu mente. Sin embargo, cuando lo cuidas, tiendes a encontrar alegre tu alma e iluminada tu mente. Puedes ver más de esto en la oración de Juan por su amigo Gayo: «Amado, ruego que seas prosperado en todo así como prospera tu alma, y que tengas buena salud» (3Jn 2). Para que Gayo fuera lo más activo y efectivo posible en la obra de Dios, él debía tener un cuerpo y un alma saludables. Si anhelas cuidar tu alma y tu mente, debes alimentar tu cuerpo. Para honrar a Dios con todo lo que eres, debes comer bien, hacer ejercicio con frecuencia y descansar regularmente.
Necesitas usar tu cuerpo
La piedad interior debe manifestarse en actos exteriores de bondad. Santiago muestra la unidad de la fe y las obras con esta ilustración.
Si un hermano o hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de ustedes les dice: «vayan en paz, caliéntense y sáciense», pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta (Stg 2:15-17).
El amor de Dios en tu corazón debe mostrarse por medio de las obras de tus manos. Los jóvenes están en su mejor momento físico y cargan con el doble de la responsabilidad de usar esa fuerza para el bien de los demás. «La gloria de los jóvenes es su fuerza» —dice Salomón— «y la honra de los ancianos sus canas» (Pr 20:19).
En la actualidad, muchas personas se aferran a una enseñanza ancestral de gnosticismo. Creen que el alma tiene un gran significado mientras que el cuerpo es una mera vasija inútil para ser usada y maltratada. No obstante, como cristianos, vemos que hay una unidad mucho más grande que esta. Cuidar el cuerpo es cuidar del alma.
¡Hazlo ahora!
Con esto en mente, consideremos cómo puedes comenzar ahora mismo a cuidar de tu salud.
- Planifica estar en forma
Pablo advierte que «[…] aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera» (1Ti 4:8, NVI). Esta es una advertencia sobre descuidar la buena forma espiritual en favor de la buena forma física. Sin embargo, no menosprecia la importancia de estar en forma, pues Pablo aún reconoce que «trae algún provecho». Aunque sabemos que la fuerza física es efímera, que alcanza su punto máximo en los primeros años y que luego entra en un prolongado deterioro, también sabemos que nuestros cuerpos, mentes y espíritus funcionan mejor en un cuerpo que está en forma que en uno que no lo está. Planifica ponerte y permanecer en forma por medio de una alimentación sabia y moderada, y a través de ejercicio constante y enérgico.
- Cuídate de la pereza
En otro artículo, ya discutimos la plaga y el cautiverio de la pereza. Incluso un rápido estudio de la enseñanza bíblica sobre el tema mostrará que gran parte de nuestra vida no saludable es el resultado de la pereza, de rehusarnos a priorizar nuestros cuerpos. Cuídate de la pereza que te mantiene en el sofá cuando deberías estar activo.
- Cuídate de la glotonería
Se dice muy poco del pecado de la glotonería en nuestro tiempo. Muchos cristianos luchan correctamente para protegerse del orgullo, la lujuria y la codicia, pero no abordan su falta de dominio propio con la comida. Si te encuentras a ti mismo constantemente atraído hacia la despensa y el refrigerador, si te encuentras siempre en necesidad de cargarte sobre la mesa de postres, podría decir más de lo que piensas. Como escribió Jerry Bridges:
[…] la persona que consiente a su cuerpo en este aspecto, encontrará que le resulta cada vez más difícil modificar otros actos pecaminosos del cuerpo. El hábito de ceder invariablemente a los deseos de comida o bebida se extenderá a otras áreas también.
La comida es un gran regalo, pero es un dios terrible. Aprende a practicar el dominio propio con la comida y renuncia a cualquier señal de glotonería.
- Prepárate para el deterioro
La fuerza llega a su punto máximo a temprana edad y comienza su deterioro durante muchísimos años. A medida que tu cuerpo y quizás incluso tu mente se debilita, habrá muchas nuevas tentaciones para pecar. Lee Eclesiastes 12:1-8 como un destello de tu propia biografía y pregúntate: «¿qué me sostendrá en ese día?». La respuesta es simple: un carácter piadoso. Nada sino un carácter piadoso te sostendrá a medida que tu cuerpo se deteriora y tu mente se debilita. Aun cuando le prestes atención a tu salud física, no descuides tu bienestar espiritual.
¡Corre para ganar!
Existe una estrecha conexión entre el buen estado físico y el buen estado espiritual. De hecho, existe una estrecha conexión entre la salud física y todo otro tipo de salud (mental, emocional, relacional, etc.). Cuando tu cuerpo no es saludable y, especialmente, no es saludable debido al descuido, el resto de tu vida probablemente no estará en forma ni será fuerte. Haz una prioridad cuidar el cuerpo que Dios te ha dado. Debes saber que si vas a correr para ganar, debes cuidar tu salud.
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