Cuando a los veinte años estuve sirviendo con Juventud con una Misión en un sector empobrecido de una inmensa ciudad de Asia, me encariñé con una familia cristiana que vivía cerca de nuestra casa base. Estos amados amigos aún viven en el mismo sector y hemos podido seguir en contacto por treinta y cinco años.
La vida para mis amigos siempre ha sido extraordinariamente difícil según los estándares Occidentales. Ahora, la pandemia del coronavirus, que ha llevado a un confinamiento en su nación, ha hecho que la vida sea extraordinariamente difícil según sus estándares. No pueden trabajar, lo que significa que no hay dinero; lo que significa que no hay comida ni medicamentos: nada. Quienes son parte de su red de relaciones, incluida su iglesia, comparten el mismo nivel de pobreza, por eso lo que hay no alcanza para todos. No existe ninguna bonificación gubernamental en camino hacia ellos. Estamos tratando de ayudarlos, pero su red de familia extendida y amigos es tan grande que sentimos que nuestra ayuda es de cinco panes y dos peces. Estamos orando a nuestro Señor para que la multiplique.
Mis amigos representan a cientos y cientos de millones de preciadas almas que viven en áreas del mundo donde la pandemia los está forzando a vivir situaciones imposibles. Muchos millones de esas almas son cristianas.
En esta pandemia mundial, Dios una vez más está emitiendo un llamado a los cristianos en todos lados, cualquiera sea la cantidad de medios que tengan para ayudar, a que se «ac[uerden] de los pobres» (Ga 2:10).
Acordémonos de los pobres
Cuando Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén para asegurarse de que el Evangelio que ellos les estaban predicando a los gentiles tuviera la aprobación de los «pilares» de la iglesia (entre ellos Jacobo, Pedro y Juan), ellos recibieron, junto con la bendición oficial, la petición de que «solo […] nos acordáramos de los pobres» (Ga 2:9-10).
Muchos académicos creen que «los pobres» en este contexto se refiere específicamente a los cristianos empobrecidos que vivían en Judea —aquellos cuya extrema situación Pablo buscó ayudar aliviar por medio de ofrendas económicas reunidas de las iglesias gentiles (Ro 15:25-26; 1Co 16:1-3)—. Sin embargo, de ser así, esta directriz sin duda no habría sido exclusiva para los cristianos pobres de Judea, incluso si eran los cristianos pobres más importantes y destacados del mundo en aquel tiempo.
Al contrario, este llamado demuestra que desde el mismo comienzo, la Iglesia cristiana completa fue instruida para estar conscientes de la grave situación de otros cristianos y para sentir cierta medida de responsabilidad por ellos, sin importar cuán geográfica y culturalmente lejanos pudieran estar o ser. Y desde el mismo ejemplo de Jesús, sabemos que la preocupación de los cristianos por los pobres también se extiende más allá de los límites de la iglesia hacia el mundo incrédulo.
De la riqueza a los harapos
La encarnación de Dios el Hijo es un ejemplo del corazón de Dios tremendamente influyente, que forma a la iglesia y al cristiano para ayudar al pobre. Es más, Pablo señaló este ejemplo cuando levantó fondos para los pobres de Judea: «Porque conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ustedes llegaran a ser ricos» (2Co 8:9). Las palabras de Pablo resaltan dos realidades: la primera es que ante Dios todos somos extremada y espiritualmente pobres y necesitados, y Dios se movió para satisfacer nuestra necesidad más profunda. La segunda es la disposición de Jesús a «despoj[arse] a sí mismo» (Fil 2:7), a identificarse con nuestra pobreza y a abordar nuestras más grandes necesidades para así modelarnos cómo debemos movernos para satisfacer las profundas necesidades espirituales y materiales de los creyentes y de los no creyentes.
Piensa en la vida completa de Jesús. Él nació y se crió en una familia pobre. Durante sus años como figura pública, Él y sus discípulos se rehusaron a monetizar su ministerio (Mt 10:8), viviendo de los regalos de caridad de sus partidarios (Lc 8:3). Él enseñó que quienes son «pobres» (Lc 6:20) y «pobres en espíritu» (Mt 5:3) son «bienaventurados» puesto que «de ellos es el reino de los cielos». Él sanó, liberó y realizó milagros para quienes eran destituidos, afligidos y necesitados en todo aspecto.
Jesús también dio regularmente a los pobres. Sabemos esto porque durante la Última Cena, cuando Jesús le dijo a Judas: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto», los otros discípulos asumieron que Judas, quien guardaba la bolsa con el dinero, podría ir a darle «algo a los pobres» (Jn 13:17-29). Los discípulos no habrían asumido esto si esta práctica no hubiera sido usual.
El cuidado de la Iglesia por los pobres
El principio de la iglesia primitiva muestra que el ejemplo de Jesús preocupándose por los pobres se había enraizado en la vida de los apóstoles y había dado forma a la cultura de la iglesia. Lo vemos en estos famosos versos:
Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno (Hch 2:44-45).
Desde las conversiones en masa emergieron nuevas comunidades de cristianos y con ello todo tipo de necesidades. Probablemente, muchos ya eran pobres cuando se convirtieron y otros podrían haber enfrentado de pronto dificultades económicas, ya que seguir a Jesús les costó el apoyo de sus familias u otras fuentes de ingreso. Cualquiera sean los motivos, la iglesia se movilizó rápidamente para cubrir esas necesidades para que así «no [hubiera], pues, ningún necesitado entre ellos» (Hch 4:34).
La controversia en relación el abandono de las viudas helenistas en Hechos 6:1-6 nos da un panorama útil de cómo ellos abordaron esta situación. Sin descuidar la predicación de la «palabra de Dios», esos primeros cristianos crearon nuevas estructuras y sistemas sociales para satisfacer las necesidades básicas de las personas y para asegurarse de que los pobres fueran recordados.
La historia cristiana está repleta de ejemplos de cristianos que sirvieron a los pobres y a los enfermos (sí, con algunas fallas deslumbrantes también). El gran número de personas, de iglesias y de obras benéficas cristianas que corren al frente de la crisis y de los problemas crónicos para satisfacer tanto las necesidades de cristianos como de no cristianos demuestra que lo que Jesús y los apóstoles moldearon y enseñaron continúa viviendo en la Iglesia viva alrededor del mundo. Millones de cristianos continúan «acordándose de los pobres».
Acordarnos revela nuestro tesoro
Ahora, a medida que la pandemia del coronavirus toma fuerza, particularmente en el hemisferio sur, donde los países no tienen ni cerca de la riqueza y de la infraestructura de las naciones más industrializadas, Dios nos está llamando a los cristianos a recordar a los pobres (a todos los que están en necesidad, con una responsabilidad particular por los creyentes pobres).
Esta crisis no es como una hambruna, un tsunami o un huracán ni siquiera como el VIH/SIDA o el ébola. Es una crisis de salud mundial con una crisis económica mundial por sobre ella (y la segunda crisis podría podría costar más vidas que la primera en los países más pobres). Estas crisis son distintas a las crisis regionalmente contenidas que ocurren en lugares lejanos del mundo, porque ahora somos llamados a acordarnos de los pobres mientras nosotros mismos lidiamos con varias consecuencias de la crisis. Esto significa que este es un tiempo real para evaluar nuestros tesoros. ¿Dónde acumulas tu tesoro? ¿Dónde está nuestro corazón (Mt 6:16-21)?
Este es un tiempo para acordarnos de los pobres. Es parte de lo que significa ser cristiano. Este es nuestro llamado y nuestro gozo. Debemos acordarnos de los pobres entre nosotros, aquellos en nuestras iglesias locales que han sido despedidos o suspendidos temporalmente y se encuentran en necesidad económica repentina u otro tipo de necesidad. Debemos acordarnos de los pobres en nuestras ciudades o regiones que son particularmente vulnerables. Debemos recordar a los pobres en países empobrecidos que están en un riesgo mayor a una escala mayor. Esas necesidades son abrumadoras, pero no podemos permitirnos a nosotros mismos paralizarnos debido al sorprendente tamaño de las necesidades y retirarnos a Netflix mientras ellos perecen.
Notarás una visible falta de recomendaciones específicas para saber dónde dar y qué hacer. Eso se debe a que cada uno de nosotros tiene situaciones únicas, necesidades únicas justo frente a nosotros, y llamados únicos de Dios en relación a dónde Él quiere que nosotros demos y sirvamos. Sin embargo, también, nuestro Señor tiende a usar nuestro discernimiento e investigación lleno de oración para ayudarnos más completamente a comprometernos con el acto de acordarnos. Mientras más comprometidos estemos, más probable veremos y sentiremos el tesoro que tienen nuestros corazones.
La generosidad nacida de la aflicción
Mientras terminaba de escribir este artículo, recibí un mensaje de mi querida amiga de esa empobrecida región de esa inmensa ciudad al otro lado del mundo. Mientras leía el mensaje, fui humillado.
Ella confesaba el pecado de perder la paciencia con alguien (conociendo la naturaleza estresante y dolorosa de la situación, mi respuesta probablemente hubiera sido peor). Ella también compartió su profunda confianza en Jesús para proveer para sus necesidades. Me contó de oportunidades que había tenido para orar con sus vecinos y compartir palabras de esperanza del Evangelio con ellos y ella había estado intentado cubrir las necesidades materiales de otras personas a su alrededor que también están en una situación desesperada. Como los antiguos macedonios: «En medio de una gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en la riqueza de su liberalidad» (2Co 8:2).
Ella continúa con la gran tradición de su Señor y de siglos de testimonio cristiano. Si ella puede acordarse de los pobres, yo también. Todos podemos.