Es ese momento del año otra vez. Una temporada llena de fiestas, luces brillantes y entregas de regalos. Un momento de conciertos, obras de teatro e intercambio de galletas. Un tiempo de villancicos y buen ánimo. Durante las semanas que vienen, las personas que por lo general no hacen contacto visual con extraños dirán «Feliz Navidad» a cada persona con la que se crucen. Enviaremos por correo docenas de tarjetas con la foto anual de caras sonrientes y cantaremos fuerte nuestra versión favorita de la canción «Todo lo que quiero para Navidad eres tú».
En medio de toda esta alegría se encuentran aquellos para quienes la Navidad no está llena de este buen ánimo. Para algunos, las fiestas son francamente difíciles y un mes entero de festividades se siente como una eternidad. Esto es cierto para los que se sienten solos, aquellos que tienen su familia lejos o que no tienen a dónde ir en Navidad. Es cierto para aquellos que han sufrido una pérdida dolorosa reciente y no pueden imaginar la mesa de Navidad sin su ser querido. Las fiestas también son difíciles para aquellos que no pueden llegar a fin de mes y no soportan presentarse en la fiesta anual de la oficina con las manos vacías.
Por fuera puede parecer que todo el mundo está feliz y contento, pero la verdad es que las fiestas son difíciles para muchos.
¿El Evangelio tiene algo que decir a aquellos que están sufriendo en estas fiestas? Después de todo, ¿no se trata de eso la Navidad? ¿No es una celebración de la Luz del mundo que atraviesa la oscuridad de la humanidad caída? ¿No se trata de la paz que consume el caos? ¿No se trata de la esperanza para los desesperanzados?
Si bien tendemos a suavizar los bordes ásperos de la historia de Navidad, la encarnación está llena de circunstancias difíciles. Una adolescente pobre se entera de que dará a luz al Mesías por una concepción milagrosa y su prometido casi rompe su compromiso con ella, hasta que interviene un ángel. La joven pareja viaja a Belén para un censo obligatorio justo cuando ella está a punto de dar a luz y no pueden encontrar un lugar donde quedarse. Sin ninguna otra opción, ella da a luz entre los animales en un establo. Dios encarnado deja su glorioso trono en el cielo, toma carne humana y entra a un lugar lleno de olores de paja y sonidos de burros y ovejas. Al poco tiempo, deben huir a Egipto porque un lunático quiere matar al niño prometido. Los sonidos de aflicción hacen eco a través de Israel a medida que cada niño de menos de dos años es asesinado con la esperanza de encontrar y acabar con la vida de Aquel que liberaría a su pueblo.
El profeta Isaías describe la vida de este Dios-hombre como una llena de aflicción y sufrimiento:
Creció delante de Él como renuevo tierno,
Como raíz de tierra seca.
No tiene aspecto hermoso ni majestad
Para que lo miremos,
Ni apariencia para que lo deseemos.
Fue despreciado y desechado de los hombres,
Varón de dolores y experimentado en aflicción;
Y como uno de quien los hombres esconden el rostro,
Fue despreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades,
Y cargó con nuestros dolores.
Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado,
Por herido de Dios y afligido.
Pero Él fue herido por nuestras transgresiones,
Molido por nuestras iniquidades.
El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él,
Y por Sus heridas hemos sido sanados (Isaías 53:2-5).
Esto significa que tenemos un Salvador que conoce y entiende todas nuestras aflicciones porque Él es el Varón de dolores. Él no solo las conoce; Él vino a cargar con todo lo que
cargamos nosotros: toda la soledad, la pena y los recuerdos dolorosos. Los miedos de no tener lo suficiente. La vergüenza de lo que hemos hecho y de lo que se nos ha hecho. Y sobre todo, vino a llevarse la culpa de todo nuestro pecado. Jesucristo vivió la vida que no podríamos haber vivido y murió la muerte que nosotros merecíamos. Él fue traspasado, molido, castigado y herido por nosotros.
El Evangelio nos dice que nuestro Salvador vino por todas esas razones que hacen que la Navidad sea difícil para nosotros. Él vino a traer paz y sanidad, redención y esperanza. Esto significa que en medio de todo lo que es difícil, tenemos gozo en Jesucristo. Él es nuestro consuelo en un mundo lleno de aflicción. «[…] Y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is 9:6).
Cuando todos a nuestro alrededor están llenos de buen ánimo y es todo lo que podemos hacer para mantener a raya las lágrimas, Aquel a quien celebramos conoce cada una de esas lágrimas. Él sabe lo que es el duelo, soportar la tentación, enfrentar la pobreza, experimentar el rechazo. «Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado» (Heb 4:15). Jesucristo es Emanuel, Dios con nosotros, lo que significa que está presente con nosotros en todas nuestras pruebas y problemas. Está presente con nosotros en esta época de Navidad. Podemos clamar a Él y contarle todas las cosas que no podemos expresar en ningún otro lugar. Él escucha y sabe y te rodeará con su ayuda y su gracia.
Cuando las fiestas se vuelvan difíciles en esta época, orientemos nuestros corazones a la historia de la encarnación. Recordemos la historia de nuestro Salvador quien «el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró ser igual a Dios como algo a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:6-8). Nadie entiende la profundidad de nuestros dolores como el Varón de dolores. Y solo Él ha hecho algo al respecto.
Aunque la época de Navidad puede ser difícil, no está exenta de gozo. Que nuestras lágrimas se mezclen con canciones de gozo mientras celebramos el nacimiento de nuestro Salvador.