El mes pasado[1] hice el borrador de un artículo respecto a cómo las familias modernas se benificiarían de llevar más de la educación y el trabajo de vuelta al hogar. Decía algo así:
En el transcurso de un par de generaciones, la vida moderna se ha fracturado cada vez más: los diversos aspectos de nuestras vidas se han desintegrado y sentimos que somos tironeados en diferentes direcciones. Las familias modernas se dispersan durante el día a sus distintos lugares de trabajo y de formación, y vuelven a reunirse en la noche para dormir y entretenerse. En nuestra vida moderna, el hogar es simplemente el lugar donde nos recuperamos de todo el trabajo y el aprendizaje realizado en otro lado.
Eso nos deja sintiéndonos como si el tiempo no nos perteneciera (nuestros días principalmente son organizados por nuestros empleadores y nuestras escuelas; el tiempo familiar es simplemente el que sobró). Nuestra vida moderna fracturada debilita los vínculos entre esposos y esposas, padres e hijos, porque no «hacemos» nada productivo en casa que nos vincule.
En generaciones anteriores, el hogar era el lugar que mantenía todo junto: el hogar era donde se criaban, educaban y entrenaban a los hijos; donde se cuidaban a los ancianos; donde se cultivaba, cosechaba y cocinaba la comida; el hogar era donde se hacían negocios y se recibía dinero. Las esferas del hogar y el trabajo, lo doméstico y lo económico, estaban mucho más integrados. Gran parte de la vida se llevaba a cabo en casa y más o menos juntos.
En el transcurso de solo un par de semanas, mis palabras han pasado de moda. Las familias a lo largo del mundo han llevado la educación de sus hijos y su propio trabajo de vuelta al hogar, no por decisión propia, sino que por la amenaza de la COVID-19.
Es tentador ver esta situación simplemente de manera negativa; como un inconveniente terrible para nuestro diario vivir. Nos hemos acostumbrado a que nuestros hogares, escuelas y lugares de trabajo estén en esferas diferentes. Sin embargo, ¿qué pasaría si tomamos esta oportunidad para ver las cosas desde un ángulo distinto? ¿Cómo podría este momento en la historia ayudarnos a reevaluar la manera en la que vivimos, trabajamos y criamos a nuestros hijos? ¿Cuáles serían los beneficios para nuestras familias de aprender y trabajar juntos en casa?
Creo firmemente que llevar la educación y el trabajo de vuelta a casa puede ayudarnos a vivir nuestro llamado dado por Dios como familias. Esta serie de artículos comenzará al centrarse en dos partes de este llamado: padres como educadores y niños como aprendices.
Padres como educadores
En nuestro mundo moderno, hemos externalizado en gran medida la educación de nuestros hijos a las escuelas y a los tutores privados. Un amigo doctor expresó esta expectativa moderna de la siguiente manera: «si tu hijo está enfermo, lo llevas al doctor; si tu hijo necesita aprender algo, ¡lo llevas al profesor!».
A lo largo del tiempo, la competencia de las escuelas ha crecido más y más; han asumido gradualmente más y más influencia sobre la vida de nuestros hogares. Al haber pasado ya seis horas en la escuela, la tarde de un niño más grande ya está gobernada por ella, gracias a las tareas. Los fines de semana también son un blanco legítimo, puesto que algunas escuelas requieren la participación de los niños en deportes y otras actividades. Las escuelas también se han hecho cargo de la enseñanza de valores y de la celebración de los eventos familiares, como el Día de la Madre.
Es un círculo vicioso: cuando los padres no enseñan, las escuelas intervienen; sin embargo, mientras más escuelas se hacen cargo, menos padres se predisponen a enseñar.
Sin embargo, de acuerdo con la Biblia, son los padres, no las escuelas, quienes cargan con la principal responsabilidad de la educación de sus hijos. Los padres son los primeros y más importantes educadores de sus hijos. El libro completo de Proverbios toma la forma de instrucción parental:
Oigan, hijos, la instrucción de un padre,
Y presten atención para que ganen entendimiento,
Porque les doy buena enseñanza;
No abandonen mi instrucción.
Cuando yo fui hijo para mi padre,
Tierno y único a los ojos de mi madre,
Entonces él me enseñaba y me decía:
«Retenga tu corazón mis palabras,
Guarda mis mandamientos y vivirás.
Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia;
No te olvides ni te apartes de las palabras de mi boca […]» (Pr 4:1-5).
Como padres, queremos que nuestros hijos se «gradúen» de su niñez con el conocimiento, las habilidades y la sabiduría que necesitan para la vida como adultos. Sin embargo, por sobre eso, queremos equipar a nuestros hijos con el conocimiento de Dios y el lugar que ellos tienen en su mundo. El currículum que enseñamos abarca teología, habilidades para la vida y ética.
Cómo criar con las escuelas desde casa
Aunque los padres somos finalmente los responsables de la educación de nuestros hijos, podemos escoger involucrar a otras personas en su aprendizaje. Bajo circunstancias normales, nos asociamos con las escuelas de nuestros hijos; con profesores de música o entrenadores de algún deporte; con abuelos, tías y tíos; y con los líderes del ministerio de niños de la iglesia. Somos los principales educadores de nuestros hijos, pero no tenemos que enseñarles solos.
Sin embargo, ahora que muchos de estos proveedores externos están lejos, es tiempo de que los padres den un paso adelante. Gracias a internet, todavía tenemos acceso a bastantes recursos educacionales sobre materias que están fuera del área de nuestro dominio. Las escuelas de nuestros hijos también podrían entregarnos material para usar con ellos en casa (en nuestro caso, ¡casi demasiado!). Sin embargo, no importa cuánta «escuela en casa» externalicemos a otros, veamos este tiempo como una oportunidad para enseñarles a nuestros hijos las cosas que pensamos que ellos necesitan saber para la vida.
Podemos involucrarnos con los trabajos escolares de nuestros hijos: averigua qué están estudiando y conversa con ellos sobre eso.
Podemos enseñarles habilidades para la vida: cómo planificar comidas y cocinar, limpiar, coser, jardinear, mantener el automóvil y la casa, cuidar mascotas, hacer presupuestos y hacer inventarios de las provisiones para la casa.
También podemos tomar la oportunidad de aprender nuevas cosas juntos. Podemos tener una discusión familiar sobre qué habilidades nos gustaría aprender o qué queremos saber sobre el mundo y elaborar un plan para aprender juntos. Hacer preguntas como: «¿me pregunto por qué… o me pregunto cómo…?», es una buena manera de alentar una cultura familiar de curiosidad.
Este podría ser el tiempo perfecto para rellenar los vacíos en nuestra propia educación. ¿Hay algún libro que «debes leer» que aún no has leído? ¿Hay alguna habilidad básica para la vida que nunca dominaste? ¿Has estado esperando aprender o practicar alguna lengua extranjera? ¡Por qué no comenzar ahora y llevar contigo a tus hijos en este viaje!
Por ejemplo, recientemente le dije a nuestros hijos que quería aprender algunas habilidades de jardinería. Entonces, investigamos qué semillas podríamos plantar en esta temporada. Compramos las semillas y las plantamos según las instrucciones del paquete.
En los últimos meses, nuestro hijo mayor quería aprender cómo armar el cubo Rubik que le habían regalado. Así que buscamos juntos en internet la guía de solución y aprendimos cómo armarlo paso a paso.
Por último, podemos usar este tiempo para compartir nuestras cosas favoritas. Podemos mostrarles a nuestros hijos los libros, las series de televisión y las películas que han formado la manera en que vemos el mundo. Podemos pensar en las cosas que jugábamos, que leímos y que mirábamos en nuestra propia infancia y transmitirlos a la siguiente generación. Puedo recordar estar atrapada en casa durante las vacaciones escolares a fines de 1990 cuando ocurría la Guerra del Golfo. Nada más se transmitía en la televisión, ¡por lo que aprendimos a cómo jugar el antiguo juego de la payana[2]!
En un tiempo «normal», antes de la COVID-19, mi constante canción parecía ser: «lo siento, niños, no tenemos tiempo para eso». Cuando nuestros hijos querían jugar antes de la escuela o ir al parque después de la escuela, simplemente yo sentía que no podíamos hacer tiempo para nada. Casi cada hora del día parecía estar agendada, ya sea por la escuela misma o por las tareas relacionadas con la escuela que entraron sigilosamente en nuestra vida en el hogar. Sin embargo, ahora, ¡tenemos suficiente tiempo! Por tanto, usémoslo para reclamar nuestro rol como los principales educadores de nuestros hijos. Y, quién sabe, podríamos incluso divertirnos y aprender algo nuevo en el camino.