En el artículo anterior, sugerí que la situación actual (donde muchas personas han tenido que llevar la educación y el trabajo de vuelta a sus hogares) en realidad podría ayudar a nuestras familias a vivir su llamado dado por Dios. Sugerí que los padres deben ver este tiempo como una oportunidad para reclamar su rol como los principales educadores de sus hijos.
En este artículo, cambiaremos del mundo de la educación al mundo del trabajo. En los tiempos bíblicos, estas dos cosas estaban inseparablemente conectadas: la relación entre profesor y estudiante era más parecida a la de un comerciante con su aprendiz. Los profesores que encontramos en la Biblia no están en una sala de clases, sino que afuera en el mundo, con los estudiantes a su lado, enseñándoles no solo con palabras, sino que por medio de demostraciones. Sus clases no apuntan tanto a llenar mentes, sino que a capacitar manos competentes. Un maestro comerciante entrena a su aprendiz hasta que se convierta en un colega confiable y, finalmente, en un digno sucesor.
Jesús, el Maestro, describe el proceso de aprendizaje de esta manera: «Los alumnos no son superiores a su maestro, pero el alumno que complete su entrenamiento se volverá como su maestro» (Lc 6:40, NTV).
Si los padres son los principales educadores de sus hijos, entonces también es cierto decir que los hijos son los principales aprendices de sus padres.
¿Qué es el trabajo de todas formas?
En nuestra economía moderna, «el trabajo» normalmente solo se refiere al trabajo que una persona calificada realiza y a la cual se le paga por hacerlo. Sin embargo, la Biblia tiene una visión mucho más extensa: el trabajo es cualquier cosa que exprese nuestra vocación humana como portadores de la imagen de Dios. Dios creó a la humanidad para glorificarlo al trabajar en su creación, usando sus recursos para obtener comida, techo y vestimenta, al cuidar de su prójimo que también porta la imagen de Dios y, finalmente, al llenar la creación con una nueva generación de portadores de su imagen para que sigan llevando a cabo esta esencial tarea humana.
El factor que complica esto es que a veces se nos paga por esas cosas y a veces no. Normalmente, cuando hacemos estas cosas para otros, nos pagan, pero cuando las hacemos para nuestra propia familia, no es así. Desde nuestra perspectiva, existe una diferencia sustancial entre el trabajo remunerado y no remunerado (¡solo uno de ellos paga las cuentas!), pero a la vista de Dios, son igualmente valiosos.
En este artículo, usaré una definición más amplia del trabajo que incluye cosas que hacemos (ya sea para nuestra propia familia o para otros) como:
- cocinar
- jardinear
- limpiar y cuidar de la casa
- hacer ropa y otros productos
- diseñar y crear cosas
- agregar belleza a nuestro ambiente
- servir a otros al preocuparse de sus cuerpos, mentes y espíritus
- cuidar y educar a sus hijos
- estudiar y enseñar a otros sobre el mundo de Dios
- comunicar la verdad por medio de palabras e imágenes
Cuando el trabajo se fue del hogar
Este artículo, trata sobre los beneficios para las familias de traer el trabajo de vuelta al hogar. Digo «de vuelta» al hogar porque en la mayoría de la historia humana, ahí fue donde gran parte del trabajo productivo se llevó a cabo. Eso solo cambió con la Revolución Industrial y el paso al siglo XVIII, cuando las personas comenzaron a dejar sus granjas, sus negocios y tiendas en casa con el fin de trabajar para otros en fábricas y corporaciones. Esto ha creado una separación casi completa entre el trabajo y el hogar para la mayoría de las personas.
Nancy Pearcy explica cómo esto impactó a las familias:
Cuando el trabajo y el hogar fueron separados con fuerza, el efecto en la familia fue el aislamiento de sus miembros, tanto física como psicológicamente. Mientras antes un padre trabajaba como cabeza de un productivo hogar, ahora él carga con la responsabilidad de ganarse la vida solo … Mientras antes una madre compartía la tarea de educar a sus hijos con su esposo y algún familiar, ahora ella carga con la mayor responsabilidad de criar a sus hijos sola. Mientras antes los niños experimentaban una asimilación gradual de las responsabilidades adultas por medio del entrenamiento en un negocio familiar, ahora crecen aislados del mundo adulto y solo tienen una vaga noción de lo que sus padres [y madres] hacen.
La salida del trabajo (así como también de la educación y del cuidado de los niños) del hogar moderno ha interrumpido el proceso antiguo del aprendizaje del niño hacia la vida adulta y el trabajo. Es mucho más probable que muchos niños modernos sean disciplinados por sus profesores de la escuela, por sus pares o por los medios de comunicación que consumen que por sus padres.
Una nueva oportunidad
Trabajar desde casa con los hijos alrededor sin duda tiene sus desafíos. Por supuesto, habrá muchos momentos en los que necesitaremos que los niños estén ocupados con alguien o con algo más mientras trabajamos un poco sin interrupción. (En otro artículo, he argumentado que no es posible ni deseable darle a los hijos toda la atención todo el tiempo).
Sin embargo, quizás podemos ver nuestra situación actual como una oportunidad para tratar a nuestros hijos como aprendices, al menos, en parte del tiempo. Algunos tipos de trabajos pagados simplemente no pueden realizarse desde casa y hay otros trabajos que en su mayoría se realizan en una computadora por lo que es difícil de enseñar. No obstante, aún podemos desarrollar un modo de pensar que incluya el «modelo de aprendizaje»: podemos comenzar buscando maneras de incluir a nuestros hijos en el trabajo que hacemos (nuestro trabajo en toda su variedad sea remunerado o no).
En primer lugar, podemos permitir que vean lo que hacemos. Podemos explicar lo que estamos haciendo y cómo expresa nuestra vocación dada por Dios; cómo transforma la creación de Dios y sirve a nuestro prójimo. Podemos permitir que nuestros hijos nos hagan preguntas sobre nuestro trabajo e incluso contribuyan con ideas y sugerencias. Si no podemos realizar nuestro trabajo remunerado desde casa, podemos mostrarles a nuestros hijos algunas fotografías y videos del trabajo que hacemos: en un tiempo «normal», podríamos llevarlos a nuestros lugares de trabajo.
En segundo lugar, podemos permitirles a nuestros hijos que se unan a nuestro trabajo. Podemos trabajar juntos en una tarea física o establecer tareas similares para que ellos hagan de acuerdo a sus edades y habilidades. Por ejemplo, si estamos diseñando o escribiendo algo en el computador, podemos pasarles un pedazo de papel y darles un desafío similar. Si tu trabajo implica ayudar a otros, podemos dejar que nuestros hijos encuentren sus propias formas de servir a la familia, a los amigos y al prójimo. Con el fin de que nuestros hijos se conviertan en aprendices, necesitamos darles la oportunidad de trabajar al lado de nosotros, copiando y practicando con nuestra ayuda y guía.
A veces encuentro que es estresante tener tres hijos ayudándome a la vez, en especial en la cocina. Por lo que hace poco comencé un sistema de distribución de tareas básico, donde cada hijo tiene una noche asignada de la semana en la que me ayuda a preparar la cena.
A mis hijos también les encanta ayudar a mi esposo a lavar el automóvil. Les da un gran sentido de logro y colaboración, y les da toda una tarde digna de diversión, ¡sin gastar un solo centavo!
En tercer lugar, podemos permitirles a nuestros hijos hacer algún trabajo sin nuestra ayuda. Una vez que pensemos que nuestros hijos tienen las habilidades básicas necesarias, podemos dejarlos hacer cosas solos. Podríamos comenzar dándoles una tarea, equipados con algunas instrucciones, luego irnos silenciosamente para dejar que lo intenten. Los niños aman dominar una nueva habilidad y ser útiles en casa. En palabras de uno de nuestros hijos: «¡siempre sabe mejor cuando lo haces tú mismo!».
Al tener de vuelta la educación y el trabajo en el hogar (al menos por un tiempo más largo), perseveremos en los desafíos al saber que nuestro confinamiento puede resultar ser una bendición disfrazada.
En las últimas décadas, nos hemos acostumbrado a enviar a nuestros hijos a otro lugar para que otros les enseñen y los entrenen. Nuestras familias han entregado muchas de sus responsabilidades tradicionales a las escuelas, a los gobiernos y a las corporaciones. Esto ha debilitado los vínculos familiares, especialmente entre padres e hijos.
Sin embargo, en estos extraordinarios días, tenemos una oportunidad única de recuperar lo que hemos perdido. Tenemos la oportunidad de fortalecer a nuestras familias al retomar las responsabilidades dadas por Dios que tenemos los unos con los otros. Los padres pueden reclamar su rol como los principales educadores de sus hijos y los hijos pueden aprender una vez más a trabajar junto a sus padres como sus aprendices principales.
Tomemos esta oportunidad de transformar nuestros hogares de lugares de mero consumo y recreación en lugares fructíferos de aprendizaje y productividad. Que nuestros hogares estén llenos de vida compartida, donde el cuidado de los hijos, la educación y el trabajo se entrelazan y superponen y donde la próxima generación pueda crecer para compartir nuestra vocación por el bien de nuestro mundo, de nuestro prójimo, y para la gloria de Dios.