Y lo crucificaron. Repartieron su ropa, echando suertes para ver qué le tocaría a cada uno. (Marcos 15:24)
En el relato de la crucifixión, Marcos nos muestra un contraste desgarrador. Mientras Jesús está siendo crucificado de manera violenta e injusta, los soldados se reparten las sucias y ensangrentadas ropas que le han quitado. Están completamente ciegos a lo que ahí está ocurriendo. Delante de ellos está crucificado el Hijo de Dios, el Rey de Reyes, aquel por medio del cual todo ha sido creado, y sin embargo, están totalmente concentrados en ver cuánto les toca del botín. Sin duda esta imagen nos provoca un tremendo impacto y sentimiento de injusticia, pero la verdad es que la actitud de los soldados representa la de toda la humanidad.
Jesús ha entregado voluntariamente su vida por nosotros y está en esa cruz como la mayor demostración de amor que la historia haya visto jamás, pero simplemente no lo vemos. El único justo está entregando su vida, de forma totalmente inmerecida por los injustos, pero estamos ciegos frente a él y tenemos puesta la mirada y toda nuestra atención en nuestras pasiones y deseos. Esta realidad nos pone en ese grupo de soldados. Mientras el Hijo de Dios ha sido crucificado por nuestra causa, nosotros tenemos puesta la mirada en los trapos sucios. Esta es la realidad de toda la humanidad. Sin embargo muchas veces también vuelve a ser una realidad de los que dicen haber puesto su confianza en Jesús. Él está delante de nosotros en toda nuestra vida, pero seguimos poniendo los ojos en el botín. Vamos a la iglesia, participamos de estudios bíblicos, cantamos canciones, escuchamos sermones, leemos libros cristianos, pero sin afectar nuestras vidas de verdad, ya que nuestros ojos no están puestos en Jesús, sino en otras cosas. Somos consumidos por las preocupaciones, atraídos por falsas promesas de felicidad y satisfacción, y encantados por cosas que parecen únicas y valiosas, pero que frente a la belleza de Cristo no son más que unos trapos sucios.
Aun cuando muchas veces sonamos y parecemos cristianos en lo que hacemos y pensamos, la realidad es que no lo buscamos, ni miramos de verdad, sino que simplemente estamos a la espera de lo que de él podemos obtener.
El plan perfecto y misericordioso de Dios se ha cumplido y Jesús está recibiendo en esa escena el castigo por nuestros pecados. Quizás esto es algo que hemos escuchado en muchas oportunidades y conocemos de memoria, sin embargo, frente a esta realidad es que nos damos cuenta que necesitamos gritarla día a día a nuestros hermanos y a nosotros mismos para que no cometamos la locura de poner nuestra mirada en los trapos sucios, mientras delante de nosotros el Hijo de Dios ha sido crucificado en nuestro lugar y como dijo el autor de Hebreos: “Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.” (Heb. 12:2)