A lo largo de la historia de Abraham (Gn 12:1-4), vemos la belleza del llamado que Dios nos hace como personas por nombre (Jn 10:3). Esto cambia nuestro estatus de no bendecidos a bendecidos. Ser llamados por nombre nos da un nivel especial de intimidad. Recordamos la escena de una angustiada María Magdalena sollozando afuera de la tumba de su Maestro. Cuando el Cristo resucitado se le aparece, ella lo confunde con un cuidador del huerto, hasta que Él la llama por su nombre, y entonces ella se desborda de gozo (Jn 20:16).
En estos inciertos días de la pandemia de la COVID-19 con tristezas nacionales y personales, con presión mental y restricciones físicas, podemos encontrar consuelo en la seguridad de un Salvador que nos conoce por nombre. Ser bendecidos es disfrutar de esa relación con Dios por medio del sacrificio de su Hijo. Y Dios no se detiene ahí, Él también nos pone en relaciones con otros creyentes.
Aunque muchos de nosotros estamos impedidos de reunirnos en el Día del Señor como normalmente lo hacíamos, ahora es un buen tiempo para aferrarnos a la promesa que dice: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18:20). También podemos regocijarnos en la tecnología que permite expresiones virtuales de la iglesia, mientras esperamos el día en el que podremos reunirnos una vez más. Mientras tanto, necesitamos continuar viviendo como el pueblo bendecido de Dios.
Como hijos de Dios somos llamados a vivir distintivamente. El propósito de la Ley dada a Moisés era moldear al pueblo de Dios para que fuera una nación intrínsecamente diferente a las naciones adoradoras de ídolos que lo rodeaban. Debían vivir de una manera que reflejara el carácter de Dios, que ejemplificara la santidad de Dios y que apreciara la justicia y la liberación que ellos habían recibido:
La justicia, y solo la justicia buscarás, para que vivas y poseas la tierra que el Señor tu Dios te da (Dt 16:20).
Vivir de manera diferente significa ser inconfundible en adoración (Ex 20:3-11), mostrando respeto los unos por los otros (Ex 20:12-17), considerando a los extranjeros que viven entre ellos (Lv 19:34), cuidando de los pobres (Lv 19:9-10) y siendo dignos guardianes de la tierra que Dios les ha dado (Ex 23:11). El pueblo de Dios viviendo a la manera de Dios.
Solamente sé fuerte y muy valiente; cuídate de cumplir toda la ley que Moisés mi siervo te mandó; no te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vaya (Jos 1:7).
Y esas características distintivas deben aplicarse al pueblo de Dios de cualquier edad. Nosotros también somos llamados a vivir vidas santas, como nos animan Pablo y Pedro a hacer:
[…] presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios […] (Ro 12:1b-2). […] ¡Qué clase de personas no deben ser ustedes en santa conducta y en piedad (2P 3:11).
Además de vivir distintivamente, también debemos vivir enraizados en la Palabra de Dios, tanto individual como comunitariamente. La palabra «bendecido» se usa más frecuentemente en el libro de los Salmos donde se repiten dos frases: «Cuán bienaventurado es aquel [hombre] […]» (Sal 64:5) y «Cuán bienaventurados son los que […]» (Sal 84:4); ambas frases son usadas para describir a aquellos que encuentran deleite en la Palabra del Señor:
¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, […] sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! (Sal 1:1-2).
¡Cuán bienaventurados son los de camino perfecto, los que andan en la ley del Señor! ¡Cuán bienaventurados son los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón lo buscan! (Sal 119:1-2).
Hace un par de años, visité un emplazamiento de un fuerte romano mientras se realizaba una excavación arqueológica. Uno de los voluntarios sacó un artefacto desde la tierra; encantado por su descubrimiento, lo sostuvo en alto, antes de que nos lo trajera para que pudiéramos verlo. Él se había tomado el tiempo de extraer cuidadosamente un tesoro escondido por 2 000 años. De manera similar, la Biblia también es una fuente de tesoros esperando ser descubierta cuando nos tomamos el tiempo para hacerlo.
Como pueblo de Dios, somos aún más bendecidos por el acceso que tenemos al trono de la gracia por medio de la oración. Cuando Jesús murió, la cortina que separaba el lugar santísimo dentro del templo, fue rasgada en dos de arriba hacia abajo. El lugar más santo de todos, que simbolizaba la presencia de Dios entre su pueblo, y al que originalmente solo podía ingresar el sumo sacerdote una vez al año, ahora había sido abierto para todos. Y por tanto, ahora, como nos anima el escritor de Hebreos:
Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (Heb 4:16).
Cuando enseñaba a niños, tenía una sala de clases con una puerta externa. Al final de cada día, cuando veía al padre de un niño, le decía al niño que se fuera a casa. Era un gozo ver a esos padres agachándose al nivel del niño y abriendo sus brazos para que el niño corriera a ellos. Nuestro Padre celestial de igual forma espera para recibirnos a medida que corremos a Él en oración.
Lucas concluye su Evangelio al relatar cómo los temerosos discípulos estaban encerrados cuando el Cristo resucitado apareció: «[…] alzando sus manos los bendijo». La bendición que había estado sobre el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, ahora Él la extendía sobre el pueblo de Dios del Nuevo Pacto, la Iglesia. Como Lucas continúa relatando la historia en el libro de Hechos (Hch 2:4), los discípulos recibieron el poder del Espíritu Santo para proclamar la buena noticia del Cristo resucitado. Por medio de Cristo, la bendición de una relación restaurada con Dios se extiende a todas las naciones.
Incluso en estos días de ansiedad, podemos continuar conociendo la preciosidad de la bendición de Dios sobre nosotros. Animémonos unos a otros para vivir vidas distintivas y llenas de adoración, en comunión con Dios en oración, enriquecidos por su Palabra y llenos del poder de su Espíritu que mora en nosotros.
Este recurso fue publicado originalmente en Morning by Morning.

