Estamos viviendo días de enorme conmoción en medio de una pandemia mundial. Las palabras a menudo usadas son «sin precedentes» e incluso ellas quedan cortas para expresar todo lo que está sucediendo. A medida que nos separamos de la familia y de los amigos, que se nos impide reunirnos como el pueblo del Señor, que experimentamos quizás una ruina económica o una enfermedad mental o física, que vemos aumentar los números de víctimas y tal vez la pérdida de seres queridos, podemos ser tentados a desesperarnos. Como el salmista, podríamos estar clamando:
Mi alma también está muy angustiada; y Tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? (Sal 6:3).
Estos son días difíciles, días largos, con continuos rumores de restricciones que continuarán por meses:
Y Tú, oh Señor, ¿hasta cuándo?
En medio de esta extrema incertidumbre, podemos, como pueblo bendecido de Dios, poner nuestra confianza en Aquel que conoce el fin desde el principio. Eclesiastés 3:11-12 lo dice de la siguiente manera:
Él ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus corazones, sin embargo el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin. Sé que no hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida.
Somos llamados a vivir con la eternidad en nuestros corazones, confiando en la soberanía de Dios. Nuestra salvación no se encuentra en nuestros ingresos, en nuestra educación, en nuestra salud ni siquiera en nuestra libertad. Como pueblo bendecido de Dios, nuestro destino eterno ha sido asegurado por la obra completa de Cristo. Estamos destinados al cielo y Jesús se ha adelantado para prepararnos un lugar a nosotros:
En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para ustedes (Jn 14:2).
No obstante, aunque nuestro destino eterno es seguro, aún vivimos con las consecuencias del pecado alrededor de nosotros, muy conscientes del «ahora, pero todavía no» de nuestra salvación. Esto a menudo puede llevar a que nos sintamos abrumados por las circunstancias de la vida y particularmente durante estos días «sin precedentes». Si bien, la Biblia habla sobre la esperanza futura, también habla a nuestra situación actual de dos maneras.
En primer lugar, debemos recordar. Mientras los israelitas entraban a la Tierra Prometida, se les dijo que tomaran doce piedras y las usaran para construir un monumento por la forma en que Dios los liberó de las aguas del Río Jordán, para que así:
[…] Cuando sus hijos pregunten: «¿Qué significan estas piedras para ustedes?», entonces les responderán: «Es que las aguas del Jordán quedaron cortadas delante del arca del pacto del Señor. Cuando esta pasó el Jordán, las aguas del Jordán quedaron cortadas». Así que estas piedras servirán como recuerdo a los israelitas para siempre (Jos 4:6-7).
Este recordatorio activo es transmitido al Nuevo Testamento. Mientras Cristo compartía su última cena con los discípulos, Él instauró la cena recordatoria que celebramos como comunión:
Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de mí» (Lc 22:19).
Y Pablo agrega:
Porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga (1Co 11:26).
La Cena del Señor es un banquete recordatorio por un tiempo limitado; cuando el Novio regrese, ya no será necesario recordar.
Recordar la muerte de Cristo por nuestra salvación debe provocar que nosotros también recordemos cuando Cristo nos llamó por primera vez por nuestro nombre, cuando nuestro estatus cambio de no bendecido a bendecido. Este es nuestro testimonio personal de la gracia de Dios. Yo tenía diez años; estaba recostada en mi cama un domingo por la tarde cuando pude ser plenamente consciente de mi lugar ante Dios. Sabía que si moría esa noche, mi crianza cristiana y mi corta edad no eran suficientes para salvarme. Solo la aceptación de lo que Cristo había hecho por mí podría liberarme de las consecuencias de mi pecado, para que así un día pueda ser presentada intachable ante Dios en el cielo. En tiempos en los que podría luchar con la seguridad, puedo mirar atrás a esa noche y a numerosos otros ejemplos de la fidelidad de Dios como monumentos personales de lo que Dios ha hecho por mí.
En segundo lugar, además de recordar, Dios le habla a nuestras circunstancias actuales por medio de la provisión a nuestras necesidades diarias. Mientras el pueblo de Israel vagaba en el desierto por cuarenta años, ellos tenían la esperanza de una Tierra Prometida. Ellos conocían la realidad de la liberación pasada, pero también conocían el consuelo de la provisión diaria por medio del regalo del maná y de las codornices. Los judíos no debían dudar de la fidelidad de Dios al acumular el maná y las codornices: para cada día se daba provisión. Jesús toca este tema en el Padre Nuestro: «Danos hoy el pan nuestro de cada día». Las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lam 3:22-23). Cuando vayamos a acostarnos en la noche, podemos agradecerle porque Él nos ha sostenido ese día y porque por su fidelidad, podemos confiar en Él al siguiente día, y al siguiente, y al siguiente, incluso en una pandemia.
Como pueblo de Dios, tenemos una sensación de vivir en tres zonas horarias: vivimos con un futuro eterno en nuestros corazones, con las bendiciones de la liberación pasada y con el sustento de la provisión presente. La bendición de Dios está sobre nosotros ahora y para siempre, no importa nuestra circunstancia personal o mundial. Y por eso, parece apropiado terminar con estas benditas palabras:
El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé paz (Nm 6:24).