Un árbol no sobrevive el invierno sin raíces saludables; nosotros tampoco.
Recuerdo esa cruda mañana de febrero cuando mi esposo y yo cargábamos de cosas nuestro automóvil y conducíamos a través de un bosque expuesto en la Cordillera Azul para irnos a vivir al sótano de la casa de mis padres. Todo se sentía frío, incluso mi corazón. Semanas antes, a mi papá le habían diagnosticado un cáncer cerebral que avanzaba rápidamente y que aún nos tenía aturdidos.
Yo salía de su casa solo para correr enérgicamente a través de la extendida zona residencial de Ohio y regresaba a casa solo para sentir más invierno mientras veía cómo mi padre decaía. No podía escapar de ese momento. Había entrado en un invierno espiritual.
Un tiempo santo
Lo que no sabía entonces era que este era un invierno santo. Dios estaba haciendo algo por debajo que yo no podía ver.
Al principio de nuestros treinta, nuestros amigos estaban dando pasos activos para impactar al mundo para Dios: compartir el Evangelio con sus vecinos alrededor de una comida compartida, ir a las partes empobrecidas de la ciudad con martillos y oración y comenzar fundaciones para liberar a las mujeres de la esclavitud. Esto, mientras yo hacía una sopa de tomates y jugaba a los naipes en la cocina de mis padres, mirando a mi papi, que una vez fue fuerte.
Todo parecía tan injusto.
Cuando Dios me salvó a los quince años, respondí entregándome al evangelismo. Luego, en mi mejor momento, no pude aliviar el dolor del hombre que había criado a su pequeña hija para creer que la vida no tenía límites. Mi ofrenda ahora era una taza de sopa.
Sin embargo, fue en ese oscuro sótano de la casa de mis padres, escuchando a mi papá nerviosamente entretenerse en el piso de arriba, que comencé a ver el invierno como santo.
Un árbol en el frío
El Salmo 1 habla sobre el hombre que medita día y noche en el Señor:
Será como árbol
plantado junto a corrientes de agua,
Que da fruto a su tiempo
Y su hoja no se marchita;
En todo lo que hace, prospera (Sal 1:3).
El árbol caduco conoce las estaciones. Saca rápidamente espigas nacientes de vida y verdes hojas en primavera. Ellos y la fruta que los acompaña se despliegan bajo el calor del verano, exuberantes y vivos. En otoño, el verde musgoso resplandece en dorado, pero solo por instante antes de que el marrón se apodere y el invierno comience su ataque. Este árbol es desnudado en invierno, pero no está muerto. Inmóvil, con raíces descansando y esperando, creciendo muy lentamente.
El árbol prospera en invierno, cumpliendo su propósito dado por Dios. Aunque, para el ojo inconsciente, seguro parece estéril.
Sin poder reconocer la estación, podríamos solo ver esa esterilidad. Vemos una vida próspera en Dios semejante al opulento árbol al principio de la primavera, con hojas y fruta entrelazándose. Olvidamos que este florecimiento se presenta debido a la preparación que entrega el invierno.
Bienaventurados los que tienen sed
Ese santo invierno (cuando me sentía oculta, invisible para mis amigos que no estaban familiarizados con las largas horas de cuidados, pasando mis días sin logros visibles o fruto aparente) comencé a ver que podía cultivar una vida invisible y privada en Dios. Mis raíces aún estaban vivas, aunque ocultas.
En el sótano, temporadas bajo tierra de mi vida, su Palabra y su susurro se hicieron tangibles para mí. Lo quería, no para poder enseñarla o compartirla o sermonearla, sino porque estaba sedienta. Tan sedienta. Durante las noches agitadas de mi papi, necesitaba que Dios destacara una frase de su Palabra para sostener mi corazón de pequeña niña.
No estaba cambiando al mundo; estaba cambiando la ropa sucia de mis padres. Sin embargo, a través de eso, Dios estaba cambiándome. Con su Palabra abierta sobre el mostrador, él susurraba palabras de ánimo y promesa: «Aunque pase por el valle de sombra de muerte… mi copa está rebosando» (Sal 23:4-5).
El hombre bienaventurado, comparado con el árbol del Salmo 1, encontró su deleite meditando en Dios, día y noche (Sal 1:2-3). Meditar en la Palabra de Dios (cantarla, llorar sobre sus páginas, llevar mi corazón enojado para encontrar respuestas y pedir una ráfaga sorpresa de fuerzas de su Espíritu) tomó un nuevo significado mientras me adaptaba al invierno.
En invierno, me enamoré. Él se convirtió en mi deleite, porque él era todo lo que había. Su susurro, mi canción de invierno que le cantaba. Y esto era para su gloria.
Nuevas prácticas para cultivar raíces
Para aquellos que están en invierno (quizás en un invierno prolongado), les comparto algunos recordatorios que podrían ayudar a sustentar nuestras raíces:
1. Recibe tu tiempo
En lugar de dar tus energías deseando otro tiempo. La rendición, aunque es dolorosa, nos posiciona para recibir todo lo que Dios tiene preparado para ese tiempo en particular mucho mejor que si lucháramos contra él. Dios está siempre orientado hacia nuestro crecimiento, incluso en nuestro invierno. Esta es una verdad dada a nosotros en Juan 15.
2. Crea nuevos espacios
Encuentra áreas donde puedes enamorarte de Dios nuevamente. Aparentemente, períodos estériles podrían convencerte de que tus raíces están endurecidas. Aunque no necesariamente.
Las oportunidades frustradas son ocasiones frescas para ver a Dios a través de su Palabra en maneras que antes no habías tenido. Comienza un nuevo hábito de conectarte con su Palabra en medio de tus días frustrados. Escribe canciones a partir de su Palabra. Sal a caminar sin auriculares, orándole un verso de vuelta. Pídele a su Espíritu que dirija tus ojos hacia las maneras en las que él está obrando en las pequeñas áreas de tu vida. El invierno es un tiempo en el que el interior puede ser alimentado aun cuando lo que está afuera parece estéril.
3. No pierdas tu sueño por fruto
Nuestra cultura está orientada en gran medida hacia la acción. Sin embargo, los sueños en reposo no son sueños muertos; a menudo son más oportunidades para dialogar con Dios. Él te creó para que desearas el fruto y él desea fruto para ti (Jn 15:8). El invierno es un tiempo para llevar esos deseos a Dios en oración. El invierno también puede ser un tiempo donde los sueños son cultivados.
Agradecida por el invierno
Mi invierno aparentemente estéril comenzó incluso antes de que mi papá fuera diagnosticado, y duró años después de su muerte. Sin embargo, durante ese larguísimo período, tuve este solo verso en una tarjeta, pegada detrás del fregadero de mi cocina:
Te daré los tesoros ocultos, y las riquezas de los lugares secretos, para que sepas que soy yo, el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre (Is 45:3).
Ahora, durante una especie de primavera, veo que todo demostró ser verdad. Él cultivó mis raíces en invierno y me dio tesoros que aún producen fruto en mí. Esto no habría pasado sin mis inviernos.