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La vida es dura y el ministerio agrega una capa más de dificultad. Desde fuera, enfrentamos a un adversario real que se opone activamente a cada paso de progreso que damos. Desde el interior, nuestras propias almas claman por consuelo mientras ministramos a otros en necesidad. ¿Cómo podemos predicar cuando nosotros mismos estamos quebrantados? ¿Es siquiera posible? ¿Por qué Dios permitiría que nuestro servicio se dificulte más por las pruebas desgarradoras?

Estas preguntas se hicieron acuciantes en marzo de 2021, cuando nuestra hija de 19 años, Grace, falleció en un accidente automovilístico. Recibí el llamado que todo padre teme. Aunque tengo el consuelo de que ella conoció al Señor y está en su presencia, este fue un nuevo nivel de dificultad para nuestra familia. En ese momento, estaba comprometido con un ministerio bivocacional en Anchorage, Alaska. Misericordiosamente, se nos dio espacio para llorar y volver progresivamente al trabajo y al ministerio, pero la realidad es que no vuelves a la «normalidad» en un mes o dos. Más de tres años después, aún estoy sanando. No espero «superarlo» a este lado de la gloria.

Y, sin embargo, el llamado al ministerio aún arde en mi corazón. Dios nos ha llevado a West Tennessee y me ha encomendado al ministerio pastoral a tiempo completo. Estos últimos tres años, me he hecho regularmente la pregunta: ¿cómo puedo estar roto y aun así verter verdad y amor vivificantes en otros? El apóstol Pablo exploró esta pregunta en 2 Corintios. Pablo enfrentó acusadores en la comunidad de Corinto que afirmaban que las pruebas que él soportaba demostraban la debilidad de su Evangelio y de su apostolado.

En lugar de restarle importancia a su sufrimiento, Pablo respondió exponiéndolo. Él fue brutalmente honesto con ellos. Dijo que perdió la esperanza de seguir con vida cuando estaba en Asia (1:12-2:4); enfrentó tribulación en Macedonia (7:2-16); se angustió por los pecados de los corintios (1:12-2:4); lo trataron como un impostor y alguien insignificante (5:11-6:13), y soportó la prisión, el naufragio y las golpizas (casi hasta la muerte) con azotes, varas y piedras, frecuentes encuentros con peligros, trabajo físico, hambre, sed, noches sin dormir y ansiedad por todas las iglesias (11:16-33). De nuevo, él es brutalmente honesto sobre sus luchas. Incluso describió a una espina en la carne sin nombre que no se iba, a pesar de sus clamores desesperados por alivio (12:1-10). Dicho de manera simple, Pablo conocía el sufrimiento íntimamente. El cuarto capítulo de 2 Corintios me ha sido de especial ayuda.

Encontremos propósito en nuestro dolor

Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros. Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Llevamos siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque nosotros que vivimos, constantemente estamos siendo entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal. Así que en nosotros obra la muerte, pero en ustedes, la vida (2 Corintios 4:7-12).

¿Qué es el quebranto?

En su centro, el quebranto es el resultado de la presión ejercida sobre vasos de barro.

Los vasos se usaban para una variedad de propósitos en la vida del Medio Oriente. Si estos vasos no eran expuestos a tensión, podían durar miles de años (como las jarras en donde encontraron los rollos del mar Muerto). No obstante, si los sometías a mucha presión, se fracturaban y se rompían.

Nosotros somos los vasos de barro, y seríamos como cualquier otro vaso de barro si no fuera por este tesoro puesto dentro de nosotros. Este tesoro es el conocimiento y la presencia de Jesucristo viviendo en nosotros y el llamado a hacer su nombre famoso en el mundo (2Co 3:18; 4:5-6).

Pablo describe cuatro presiones que estos vasos experimentan:

  • Afligidos;
  • Perplejos;
  • Perseguidos;
  • Derribados.

Estas tensiones son amplias y cubren muchas categorías de dificultades.

Es importante saber que estos desafíos no son únicos para los cristianos. Son los dolores, los problemas y las pruebas comunes de la humanidad debido a la maldición del pecado. No son necesariamente provocados por un pecado específico, sino que son parte inherente de la condición humana. En otras palabras, arrepentirse no hará que estas presiones se vayan. El sufrimiento incluso puede ser un resultado de la obediencia. Podría impactarnos físicamente o no, pero en lo profundo, somos heridos, somos dolidos y somos quebrantados.

Entretanto, nuestra sociedad define quebranto como «un estado de dolor emocional que impide a alguien llevar una vida normal y saludable1». En esto reside la oportunidad y la paradoja del ministerio del Evangelio.

El mundo espera que el quebranto detenga la vida. Sin embargo, por medio de Cristo, el quebranto puede usarse para traer vida.

Vasos perdurables

Lo que notamos sobre estos vasos de barro es que no exhiben un comportamiento típico. De hecho, por cada palabra que Pablo usa con el fin de definir la tensión puesta sobre estos vasos, encontramos una resiliencia sorprendente.

  • Afligidos, pero no agobiados;
  • Perplejos, pero no desesperados;
  • Perseguidos, pero no abandonados;
  • Derribados, pero no destruidos.

Cuando los vasos de barro experimentan el sufrimiento y aun así permanecen con fe y esperanza en el Señor, demuestran algo único. Encontramos que su durabilidad no tiene nada que ver con la calidad de la vasija y todo que ver con la calidad de su carga.

Un propósito redentor en nuestro dolor

Quiero ser cuidadoso sobre cómo uso la palabra «propósito» aquí. No hay manera en que pueda conocer el alcance de los propósitos de Dios detrás de todo el quebranto en mi vida, mucho menos en la tuya. Nuestro Dios es inescrutable, y también lo son sus caminos. No obstante, Pablo encuentra un propósito redentor detrás del quebranto en su vida y extiende este propósito a nuestras vidas también. Es una cosa (no la totalidad de las cosas) lo que Dios busca hacer en nuestro quebranto, y es glorioso.

Dos veces en 2 Corintios 4:10-11, Pablo dice que estamos sufriendo «[…] para que también la vida de Jesús se manifieste […]». Pablo encontró un propósito en su quebranto: mostrar la presencia de Cristo para que, a través del dolor de Pablo, otros pudieran cobrar vida por medio del mensaje validado del Evangelio.

Cuando Dios te llamó al ministerio, Él no sólo llamó a tu boca a predicar ni confiscó parte de tu tiempo los domingos. Nuestro llamado al ministerio implica la totalidad de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, de nuestras familias y de nuestros planes. No estoy sugiriendo que sea impropio tener una vida fuera del ministerio, sólo que encontrarás que nuestro buen Dios tocará y formará esos aspectos de tu vida por el alto llamado del ministerio del Evangelio.

Entender cómo Dios redime el sufrimiento cambia completamente nuestra perspectiva. La crisis de salud que estás enfrentando y que crees que está perjudicando tu ministerio puede ser redimido para impulsarlo. Lo mismo es cierto de la crisis que estás enfrentando con tu esposa e hijos, una lucha con la depresión, con el estrés en el trabajo, con la oposición, con la pérdida, con las dudas e incluso, a veces, con el silencio de Dios: todo puede ser redimido para magnificar el nombre de Cristo.

Pero esto sólo es verdad cuando dependemos del poder de Cristo en nosotros para superar estas tormentas. No estoy diciendo que no sintamos dolor, ni mucho menos. Estoy diciendo que hay un poder para perseverar en la esperanza del Evangelio si dependemos de Él.

Como mencioné anteriormente, nuestra hija mayor, Grace, falleció el 18 de marzo de 2021. Iba conduciendo para visitar una posible escuela de posgrado en Indiana. Estaba lloviendo. De alguna manera, perdió el control y chocó contra un camión estacionado fuera de un área de descanso. Quedó inconsciente inmediatamente, pero se fracturó el cráneo. Hubo sangrado interno en su cerebro y falleció mientras intentaban revivirla. Estábamos viviendo en Alaska en ese tiempo y no supimos nada del accidente antes de que muriera. Recibí una llamada del doctor que intentó salvar su vida. Puedes imaginarte la impresión. Recuerdo haberme postrado a orar y recitar las palabras de Job, que Dios había dado y había quitado, y pedí su fuerza.

Perder a Grace sigue siendo una de mis luchas más grandes. Y sin embargo, el Señor me ha dado una fuerza y una esperanza que desafía mis propias expectativas.

Esto se hizo muy claro para mí una semana después del funeral de Grace. Estábamos en Phoenix donde nuestros otros tres hijos estaban nadando en un campeonato regional. Durante el viaje, nuestro hijo menor, Micah, comenzó a tener dolores de estómago muy fuertes, se debilitó mucho y apenas podía caminar. Una enfermera que estaba en el lugar lo examinó y pensó que podía ser apendicitis, así que lo llevamos rápidamente al hospital en medio de la noche. En nuestro subconsciente, estábamos recordando a otro nadador que conocíamos, que había sufrido un caso muy grave de apendicitis y estuvo cerca de morir después de que su apéndice se reventara. 

Por supuesto, nuestras emociones ya estaban a flor de piel y todo tipo de escenarios pasaron por mi mente. Cuando llegamos, una enfermera nos encontró en la entrada y nos dijo que sólo una persona podía acompañar a Micah en la sala de emergencias debido a las restricciones por el COVID. Intenté explicarle nuestras circunstancias y le supliqué que me permitieran ir junto a mi esposa, pero la respuesta fue no. Sentaron a Micah en una silla de ruedas y lo ingresaron. Tuve que esperar afuera en la vereda, desde donde los veía en la sala de espera a través de una ventana. 

Mientras estaba sentado ahí, descendí a un lugar muy oscuro. Sentía un profundo enojo, dolor y desesperanza. Estaba al borde del quebranto.

Por la gracia de Dios, después de un par de horas, me informaron que Micah sólo estaba sufriendo una migraña abdominal y que medicamentos básicos y descanso lo ayudarían a recuperar su salud. Estaba animado, pero también muy consternado por lo que había pasado esa noche en mi corazón. Mientras oraba al día siguiente, le pregunté a Dios: ¿por qué Él permitiría que esto ocurriera justo después de la muerte de Grace? ¿Por qué me permitiría tocar fondo?

Mientras luchaba en oración, me di cuenta de que el Señor me había permitido ver los límites de la fuerza que Él me dio para soportar la muerte de Grace. Él no me había llamado a soportar la pérdida Micah, pero me había permitido un destello de la fragilidad de este vaso, el vaso que es James Keen. Asimismo me permitió ver que la esperanza y la creencia que mantenía a pesar del fallecimiento de Grace estaban más allá de mí. Era su gracia sustentándome. En ese momento, la presencia de Dios era profundamente tangible.

Cómo predicar desde el quebranto

Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por tanto hablé», nosotros también creemos, por lo cual también hablamos, sabiendo que Aquel que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará junto con ustedes. Porque todo esto es por amor a ustedes, para que la gracia que se está extendiendo por medio de muchos, haga que las acciones de gracias abunden para la gloria de Dios (2 Corintios 4:13-15).

¿Cómo predicamos y ministramos desde una posición de quebranto? El llamado al ministerio no es algo que podamos dejar de lado cuando enfrentamos el sufrimiento. Ciertamente, hay momentos en los que hay que dar un paso atrás, descansar, reagrupar, procesar y orar. No obstante, cualquiera sea la forma que adopte nuestro ministerio, no hay precedente bíblico para que un ministro fiel se dé por vencido cuando la dificultad aparezca.

Pablo nos da una guía para predicar desde esta postura de quebranto, pero antes de que exponga eso, hablemos sobre tres respuestas dañinas al quebranto.

Tres respuestas dañinas al quebranto

1. Ceder y caer en pecado

Esto debe ser obvio, pero vale la pena repetirlo. Santiago promete una bendición divina por perseverar en la prueba y una maldición por ceder y caer en pecado (Stg 1:12-15). La respuesta incorrecta es permitirle a Satanás que anote una victoria: otro hombre caído por la causa de Cristo. Las pruebas y el quebranto no deberían sorprendernos. Cristo nunca ha enmarcado la vida cristiana como algo diferente a tomar una cruz.

Cuando vacilamos, nuestro Señor siempre tiene un lugar para los redimidos arrepentidos a su servicio (Lc 22:32). 

2. Fingir que no estamos quebrantados

He sido testigo de una tendencia entre algunos ministros de fingir que la vida es mejor de lo que es. Las publicaciones en redes sociales de caras felices y reuniones familiares alegres no retratan adecuadamente las dificultades y los dolores que se llevan detrás de las sonrisas. A veces las canciones que cantamos no retratan la verdad sobre la vida cristiana. Muchos de ustedes reconocen esta frase: «no hay mal que por bien no venga». No encuentro que esto sea consistentemente cierto en mi vida. Depende de a qué me ha llamado Dios cada día y cómo responda a ese llamado.

No estamos manejando honestamente la Palabra ni presentando claramente la verdad si pretendemos que la vida cristiana es siempre brillante y reluciente. Aunque nunca predicaríamos el evangelio de la prosperidad, podemos promocionarlo sin querer por la forma en que retratamos nuestras vidas, especialmente durante las pruebas.

Se necesita cierto grado de honestidad y transparencia por parte de los ministros del Evangelio. Me tomó varios años aprender que la percepción de mi congregación sobre mi vida difería de la realidad. Veían al pastor que aparecía en la iglesia temprano con sus hijos a cuestas, todos vestidos y listos para empezar. Me vieron preparado para las actividades del día, pero no vieron las horas de preparación, la dificultad que enfrentamos como familia o incluso el drama ocasional en el auto de camino a la iglesia. Pensaron que nuestra vida era diferente a la de ellos. No pensaron que teníamos fracasos pasados que habíamos superado por medio de Cristo. Como resultado, cuando enfrentaban problemas reales de la vida, se cuestionaban si es que el Evangelio que les predicaba podría superar la dificultad y la oscuridad de la vida «real».

Experimentamos un pequeño avance cuando comenzamos a ser más transparentes en dosis y contextos apropiados. Así es cómo ministraba Pablo. Él no tenía miedo de ser real sobre su sufrimiento, sus debilidades y su pasado, para poder magnificar el poder vencedor de Cristo.

3. Permitir que nuestro quebranto defina nuestra vida y ministerio

Hay un extremo opuesto al error de fingir que no estamos rotos. Algunos se revuelcan en sus pruebas y las mencionan cada vez que ven la opresión. Es una oportunidad para llamar la atención, lo que es un fin en sí mismo o quizás una esperanza fugaz de que otro reconocimiento traiga un grado de alivio al dolor. Cuando estamos en este estado, el dolor domina nuestro campo de visión en lugar del propósito y la fuerza de Cristo. El quebranto nos define y fluye en nuestro ministerio. Si no podemos ver más allá de nuestro dolor, tampoco lo harán aquellos a quienes ministramos.

Recuerda la idea central de nuestro texto. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo (2Co 4:5). Somos atribulados, pero no destrozados ni quedamos sin esperanza de sobrevivir. Nuestro quebranto es redimido cuando encontramos nuestra fuerza en Cristo y esa fortaleza nos permite vivir más allá de nosotros mismos y ministrar a otros.

Es importante reconocer que la razón para buscar atención puede ser una falta de madurez espiritual o puede ser un clamor por ayuda. Si encuentras que estás luchando, ya sea que lo expreses o lo suprimas, hay infinita esperanza y fortaleza para ti en Cristo, su Palabra y su Espíritu. Te animo a alcanzar a aquellos que han lidiado con adversidad con la gracia y fuerza obvias de Cristo.

Creí, por tanto hablé

En 2 Corintios 4:13, Pablo cita el Salmo 116:10, que dice: «yo creía, aun cuando decía: “estoy muy afligido”». El escritor del Salmo 116 es desconocido. Tenía una gran carga, la cual describía cómo vivir las tristezas de la muerte, los dolores del infierno y una gran confusión en el alma (116:3). No obstante, desde una posición de quebranto, el salmista «creyó» y predicó la fidelidad de Dios.

Pablo se identifica con la paradójica audacia del salmista: un reconocimiento abierto del horrible dolor junto al claro pronunciamiento de la fe en Cristo. Jesús es Aquel que tiene el poder para mantener unidos a estos vasos de barro fracturados, haciendo brillar la luz de su presencia a través de las grietas que se extienden.

Pablo va más allá en el siguiente versículo, hablando sobre la resurrección de Jesucristo y la promesa de nuestra futura resurrección. La fe de Pablo es aún más cristalina que la del salmista, puesto que él puede mirar a la cruz, a la tumba vacía y a la promesa viva de un Salvador que espera la palabra de su Padre para venir y reunir a sus hijos, para reemplazar nuestras vasijas débiles con cuerpos gloriosos adecuados para la eternidad y para enjugar cada lágrima.

Nuestro rescate aún no ha llegado, pero Pablo está diciendo «yo creo», y proclama el nombre y el mensaje de Cristo desde la confusión. No tenemos que esperar a que pase la tormenta, a que el dolor disminuya o a que las respuestas se clarifiquen antes de que podamos proclamar nuestra confianza en nuestro Libertador. Hay un tremendo poder en una vasija de barro maltratada que aún se aferra a las promesas y extiende la luz del conocimiento de Cristo a otros.

Promesa en nuestro dolor

Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:16-18).

No nos damos por vencidos. Este es el punto principal de 2 Corintios 4:16. Todo lo demás en los versículos 17 al 18 provee el fundamento para esta resiliencia. Sí, nuestros vasos de barro están siendo maltratados, a veces incluso diariamente. Pero nuestro hombre interior, por medio de la unión y la comunión con Cristo, puede encontrar fuerza renovada para afrontar la angustia. ¿Cómo?

Este es un tema digno de un tratamiento más profundo del que yo puedo entregar aquí. Durante las temporadas especialmente oscuras de la vida, las disciplinas normales y esenciales de la oración, del estudio bíblico, de la meditación y de la comunión inicialmente podrían parecer inadecuadas. No obstante, he encontrado la necesidad de enfocar, intensificar y ajustar estas disciplinas. Mis oraciones tomaron la forma de lamentación, tan acertadamente abordado por Mark Vroegop en Nubes oscuras, misericordias profundas. La cruz y el sufrimiento de los santos monopolizaron mis estudios.

Para la comunión, busqué creyentes que soportaron tragedias similares y escuché lo que tenían que decir. Hay una conexión y comparación única que puede existir entre los hermanos y hermanas que han sido llamados a cargar la misma cruz. También leí un par de biografías de santos de días antiguos que soportaron las mismas aflicciones2.

Mis meditaciones se enfocaron en las promesas de Dios. Aun cuando su cumplimiento total está en el futuro, hay una fortaleza presente que fluye de saber que nuestro dolor tiene propósito y proveerá para nosotros una gran y perdurable gloria. A través del poder de la resurrección que Cristo imparte a nuestras vasijas maltratadas y por medio de la promesa de la plenitud de ese poder que se hará realidad en ese gran día, podemos soportar la hora. De hecho, nuestro quebranto presente es pequeño y pasajero en comparación con lo que viene después. A medida que fijamos nuestra esperanza y mirada en el Reino invisible, en donde mora nuestro Señor, nos damos cuenta de que las cosas más robustas, las cosas mejores, las cosas restauradas, aún están por venir.

Finalmente, encontré una fuerza sorprendente cuando salí a hacer el duro pero buen trabajo del ministerio. Mis mecanismos de autoprotección se activaron a veces y me hicieron excesivamente cauteloso sobre volver a involucrarme después de la tragedia. Sin duda, necesitaba espacio para sanar, pero llega un momento en el que tenía que volver a pararme. Este es el punto de Pablo. No te rindas. Cuando estamos dispuestos a conectar con otros por medio de la predicación de la Palabra, Dios derrama una abundancia especial de gracia que nos sostiene y ministra gracia a quienes nos rodean. Quienes somos quebrantados recibimos consuelo para consolar (2Co 1:3-4).

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de 9Marks.
  1. N. del T.: definición extraída del diccionario de definiciones Cambridge en inglés. Se tradujo la definición para mantener el sentido del artículo.
  2. A Book of comfort [Un libro de consuelo] de J.R. Miller; God’s Light on Dark Clouds [La luz de Dios en las nubes oscuras] de Theodore Cuyler; The Empty Crib [La cuna vacía] de Cuyler, y el volúmen 10 de The Works of Thomas Smyth [Las obras de Thomas Smith] donde da un discurso extendido sobre la muerte, enfocándose en la muerte de los hijos. La recomendación de leer estas biografías vino de Tim Challies, quien enfrentó una tragedia similar cuando su esposa Aileen y él perdieron a su hijo, Nick.
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James Keen
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James Keen

James Keen es pastor de Huntingdon Missionary Baptist Church en Huntingdon, Tennessee.