Pip y yo nos casamos en 2009. Habíamos conversado sobre intentar tener hijos luego de un año de matrimonio. Considerábamos que los hijos son una bendición de Dios (Sal 127:5) y queríamos tenerlos mientras aún fuéramos relativamente jóvenes y criarlos para que crecieran conociendo a Jesús (un testimonio de la bondad del propósito de Dios para los hijos). Con gran entusiasmo e ilusión, Pip escribió su primera carta para nuestro futuro bebé en nuestra luna de miel; también, comenzamos a recolectar ropita de bebé, pensando que, al ser jóvenes y al ver a los hijos como uno de los propósitos de Dios para el matrimonio, no había razón para que no nos embarazáramos rápidamente. Sin embargo, después de intentarlo por un año, comenzamos a preguntarnos si es que había un problema. Nos sometimos a todos los exámenes respectivos y el diagnóstico fue «esterilidad idiopática». Este diagnóstico solo aumentó la profunda sensación de dolor que ya habíamos comenzado a sentir al ser incapaces de concebir.
Este tipo de esterilidad es difícil de explicar. Es el dolor de la pérdida de una persona que nunca has conocido y por quien, sin embargo, has orado cada noche. Es la pérdida de una persona que, en tu mente, parece ser muy real; alguien a quien te has imaginado cuando observas la alegría de otros padres cuando juegan con sus hijos y les enseñan a confiar en el Señor Jesucristo.
Nos cuestionamos por qué Dios nos negaría tener hijos cuando nosotros estábamos comprometidos a criarlos para que amaran a Jesús, mientras que, al mismo tiempo, les daba hijos a padres que no conocen a Cristo y que no tienen intención de enseñarles sobre Jesús para que lo conozcan. Aunque podíamos alegrarnos junto a nuestros amigos casados que comenzaban a tener hijos, tal alegría se mezcló con una sensación insoportable de dolor. Incluso aquellos amigos que también estaban luchando con la esterilidad, finalmente quedaron embarazados (todo mientras nosotros esperábamos y anhelábamos que esa también fuera la respuesta a nuestra oración). Se sentía como si todos estuvieran en la carretera y nuestro automóvil se hubiese quedado sin gasolina, teniendo que salir hacia un costado mientras nuestros amigos casados nos pasaban a toda velocidad.
Pronto descubrimos un enorme vacío en las iglesias a las que asistíamos. Con excepción de unos pocos cristianos que nos apoyaban, las personas generalmente no hablaban sobre este problema a menos que nosotros iniciáramos la conversación. No parecía haber muchos cristianos jóvenes que hubiesen pensado en cómo servir a personas que luchaban con la esterilidad ni cristianos mayores que hablaran sobre su experiencia al respecto. Como resultado de esto, las personas a menudo no sabían qué decirnos. Es más, a veces solo eran completamente insensibles. Una vez, estaba conversando con un pastor que me preguntó si es que estábamos intentando tener hijos. Le respondí que estábamos confiando en Dios en eso. Luego este hombre me preguntó, «¿eres calvinista, cierto?». «Sí, lo soy», respondí. A lo que él me dijo, «bueno, ¡quizás si fueras más arminiano harías algo al respecto!».
En otra ocasión, después de una charla muy útil sobre esterilidad, la fecundación in vitro (FIV) y la adopción, un amigo (que sabía que mi esposa y yo estábamos experimentando con la FIV), en vez de preguntarme qué me pareció la charla y si es que fue difícil para nosotros escuchar todo lo que se expuso, me dijo, «realmente creo que deberían adoptar en vez de probar con la FIV, es mucho más ético». Afortunadamente, se dio cuenta de que había sido insensible y, al día siguiente, se acercó para pedirme perdón.
No es mi intención hacer sentir culpable a nadie al compartir estos ejemplos. Estoy seguro de que esas personas tenían buenas intenciones. Yo cometo errores al querer hacer algo con la mejor intención tanto como cualquiera. No obstante, lo que reflejan estos comentarios es una falta general de entendimiento sobre cómo la Palabra de Dios nos enseña a ver el sufrimiento y cómo, por lo tanto, nos enseña a servir a aquellos que están sufriendo de esta manera.
No son solo las personas fértiles las que son de poca ayuda con su forma de hablar. Durante los últimos seis años, hemos conocido algunas personas que han estado tan agobiadas por el dolor que provoca la permanente esterilidad que fallan en reconocer y en reflexionar en cómo Dios puede, en su control soberano sobre todas las cosas, tener un propósito con la esterilidad para el bien de ellos y para la gloria de sí mismo. Su dolor reduce su visión y los deja sin ver la gran necesidad de aquellos a su alrededor que se van al infierno sin el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; esto les impide que vean más allá de su propia pérdida personal. No me malinterpreten. Hay un momento cuando el dolor es apropiado e inevitable, en especial si consideramos que vivimos en un mundo caído. Sin embargo, si fallamos en poner nuestra confianza en Dios y en su bondad soberana, entonces no usaremos nuestro sufrimiento para los propósitos que Dios dispuso y fallaremos en usar esta oportunidad para fortalecer a otros cristianos.
Aun cuando hay personas que nos han preguntado cómo estamos y han orado por nosotros, el silencio general que existe en torno al tema destaca el hecho de que, para la mayoría, la esterilidad es una lucha silenciosa. A la luz de esto, pensé que sería útil compartir algunas lecciones que Pip y yo hemos aprendido en la escuela del sufrimiento con el fin de que aquellos que están luchando puedan glorificar a Dios con su esterilidad y aquellos que no están luchando puedan tener confianza para servir a los que sí.
Lección nº1: la esterilidad viene de la mano de un Padre que es demasiado sabio como para errar y que es demasiado amoroso como para ser cruel
La primera lección, y probablemente la más importante, que aprendimos en nuestra lucha con la esterilidad es lo fundamental que es tener una comprensión sólida de la providencia de Dios antes de enfrentar el sufrimiento, para que creamos y confiemos que, sea cual sea el sufrimiento por el que pasemos, Dios lo ha dispuesto con un propósito para su gloria y para nuestro bien. Después de haber vivido varios años tomándonos exámenes y de haber probado varios tratamientos para vencer la esterilidad, Pip y yo hemos fecundado seis embriones por medio de la FIV, pensando que seríamos felices con seis hijos. Sin embargo, una tras otra, las transferencias embrionarias fueron negativas. Recuerdo mi respuesta cuando vi que el resultado del análisis de sangre fue negativo después de nuestro quinto embrión. Estaba lleno de enojo. Me rehusaba a considerar la posibilidad de darme por vencido con la FIV. ¿Por qué Dios fallaría en responder nuestras oraciones de esta manera cuando mi deseo por tener hijos era uno bueno? En lo más profundo de mi ser, no estaba dispuesto a someterme a la voluntad buena y perfecta de Dios (Ro 12:2).
Mi esposa y yo leímos un libro sobre Job escrito por Christopher Ash llamado Out of the Storm: Grappling with God in the book of Job [Cómo salir de la tormenta: lidiando con Dios en el libro de Job] y encontramos que la lucha de Job con su sufrimiento era muy útil, pues nos recordaba que estábamos en una batalla espiritual[1]. Las palabras de Satanás en Job 1:9, «¿y acaso Job te honra sin recibir nada a cambio?» hacen público un desafío a Dios, pero también recuerdan la caracterización de un hombre verdaderamente sabio como uno que teme al Señor. En un sentido, el libro es una vindicación de Dios por medio de la fidelidad de su siervo Job. Al final, encontramos que se demostró que Satanás estaba equivocado porque Job mantuvo su integridad y nunca maldijo a Dios.
Dicho esto, debo decir que Job sí cuestionó a Dios. En muchos momentos, Job está enojado con Dios; es más, una pregunta clave en el libro de Job es: ¿son justos los caminos de Dios? (Job 9:22). Aun cuando Job cuestionó a Dios, él siempre sufrió en conversación con Dios; él llevó sus preguntas, su enojo y sus dudas a Dios; buscó liberación solamente en Él. Esto nos dio un ejemplo útil de cómo nuestro sufrimiento debe llevarnos a elevar nuestras peticiones a Dios en vez de alejarnos de Él.
Descubrimos que lo que capacitaba a Job para aferrarse fuertemente a su integridad y a dirigir su enojo a Dios era su convicción inquebrantable de que Dios es absolutamente soberano. Puesto que Job reconocía que el Dios que una vez lo cubrió con bendición protectora es el mismo Dios que ahora lo rodea con problemas de los que aparentemente no existe escapatoria (Job 1:10, 3:23). Esto se refleja en la declaración de humilde sumisión que hace, «“[…] si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos recibir también lo malo?” A pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra» (Job 2:10).
La certeza de Job es que la providencia soberana de Dios sobre las calamidades que le han ocurrido es lo que lo capacita para aferrarse fuertemente a su integridad en medio de tan horrible sufrimiento.
La tentación es pensar que Dios no es bueno o que no se preocupa o que no está escuchando. En medio de tal tentación, es fácil manejar y tomar los asuntos en nuestras propias manos al poner nuestra esperanza en la fecundación in vitro en vez de en Dios. Como resultado, algunos se han apresurado en tomar decisiones que comprometen su integridad que los han dejado con una conciencia llena de culpa. No obstante, Dios nos ha dado a conocer su bondad, para que podamos confiar en Él. Mientras que Dios le reveló su grandeza a Job a través de lo incomparable de su obra de creación y sustento, a nosotros nos ha entregado una revelación más completa al llevar a cabo nuestra salvación en el momento más oscuro de la historia, la cruz de Cristo (Hch 2:23). En medio de nuestros sentimientos de enojo y de decepción, la respuesta de Job debe ser también nuestra respuesta. Al mirar a la cruz, se nos garantiza que «[…]Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman […]» (Ro 8:28, cf. Sal 57:1-2). Como dice Arthur Pink, «si realmente creemos que “todas las cosas” son para la gloria de Dios y son hechas por su voluntad invencible y perfecta, entonces debo recibir sumisa y, también, agradecidamente lo que sea que él me ordene y me envíe»[2].
En El Dios que no entiendo, Christopher Wright explica:
La fe busca entender y la fe edifica sobre el entendimiento donde se la concede, aunque la fe no depende en última instancia de la comprensión. Esto no es decir, por supuesto, que la fe sea intrínsecamente irracional (todo lo contrario), sino que la fe nos lleva al ámbito donde las explicaciones nos fallan, por el momento[3].
A Job nunca se le explicó por qué le aconteció tan terrible tragedia. Sin embargo, la meta principal no es proporcionarnos todas las respuestas, sino que animarnos a confiar en Dios aun cuando no podemos entender el propósito de nuestro sufrimiento. Esta es la confianza que Job quiere que abracemos. Como dice John Walton en su comentario de Job, «esta sabiduría no alivia nuestro sufrimiento, pero nos ayudará a evitar los pensamientos insensatos que podrían llevarnos a rechazar a Dios cuando más lo necesitamos»[4].
Uno de los versículos favoritos de Pip en medio de nuestra lucha con la esterilidad era 1 Timoteo 6:6-7, que hace eco de Job 1:21: «Es cierto que con la verdadera religión se obtienen grandes ganancias, pero solo si uno está satisfecho con lo que tiene. Porque nada trajimos a este mundo, y nada podemos llevarnos». Ambos descubrimos que una convicción firme sobre la buena providencia de Dios nos dio un sentido de contentamiento y paz a lo largo de nuestra lucha (en un nivel más profundo, sabíamos que nuestras vidas estaban seguras en las manos de aquel quien nos hizo y que nos ha redimido). Arthur Pink reflexiona que «la fe… soporta los desengaños, las dificultades y todos los pesares de la vida, reconociendo que todo viene de la mano de aquel que es infinitamente sabio [como] para errar e infinitamente [amoroso como] para ser cruel»[5].
Así fue la respuesta de John Brown de Haddington, y su esposa, Janet:
[…] quien sabía bien el dolor que se presenta en la muerte de un hijo. «A menudo el ángel de la muerte visitaba su techo y ya se había llevado a seis de sus hijos en primera infancia». Solo dos de sus hijos sobrevivieron para llegar a la adultez. A pesar de estas desagradables providencias, Brown pudo escribir:Sigamos esperando en Dios en el camino de sus juicios; en la paciencia que tienen nuestras almas; viendo la mano del Señor en todo lo que encontramos, humillándonos bajo humildes providencias; en duelo, pero nunca murmurando con quejas bajo su mano e incluso observando cómo las más diminutas circunstancias de nuestras vidas están dirigidas por las providencias prevalecedoras de Dios[6].
Nadie tiene esta confianza inquebrantable en el propósito de la soberanía de Dios más que Jesucristo en el Huerto de Getsemaní. Él no se alejó de Dios, sino que dirigió sus temores directamente a Él. Aunque le suplicó a su Padre que pasara la copa de la ira que estaba a punto de ser derramada sobre Él en la cruz, Él, sin embargo, renunció a sí mismo en humilde sumisión a Dios, diciendo «[…] no se cumpla mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22:42). Él pudo decir firmemente esto porque creía lo que dice tan preciosamente el himno de Samuel Rodigast:
Cualquier cosa que mi Dios ordene es justo:
Podrían tomar mi lugar;
Aunque la pena, la necesidad o la muerte sean mías;
Aun así no soy abandonado.
El cuidado de mi Padre me rodea allí;
Me sostiene para que no caiga:
Así que a Él le dejo todo[7].
Debido a la fidelidad de Dios, no somos abandonados por Dios. Es más, en Cristo, Dios sufrió con nosotros y por nosotros. Esto permite que Samuel Rutherford, un pastor y teólogo escocés le dijera lo siguiente a una madre en duelo por medio de una carta:
Estaba ciertamente apenado cuando la dejé, especialmente porque su pesar era mucho después de la muerte de su hija; sin embargo, estoy seguro de que sabes que el extremo más pesado de la cruz de Cristo que usted merecía llevar está sobre su fuerte Salvador… sea valiente. Cuando se canse, Él la sostendrá tanto a usted como a su carga (Sal 55:22). En un poco tiempo más, verá la salvación de Dios[8].
A medida que miramos a la cruz, se nos recuerda que la manera en la que Dios está obrando en el mundo tiene forma de la cruz. Se nos recuerda que Dios está a menudo más cerca cuando parece estar más ausente. Se nos recuerda que Dios se revela a sí mismo más completamente en el sufrimiento. Y se nos recuerda que Dios disfraza sus victorias en derrota. Así que podemos decir junto a Pablo, «[…] porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Co 12:10) y podemos aferrarnos a la promesa de Jesús: «Dichosos los que lloran, porque serán consolados» (Mt 5:4). Recuerdo que Pip me decía en broma, «hay una espina en mi útero y le he pedido tres veces a Dios que me la quite». Y aun cuando Dios decidió no quitarnos nuestra espina inmediatamente, sin duda hemos llegado a descubrir que la fuerza de Dios es suficiente para nosotros en nuestra debilidad.
Ocurrió una transformación en nuestro matrimonio a medida que esta realidad, que tiene forma de cruz, se clavaba más profundamente en nuestros corazones. Un día Pip llegó a casa desde un curso vespertino del seminario desafiada por 1 Tesalonicenses 5:18, que dice que debemos dar «gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús». Ella dijo, «no creo que hayamos estado dándole gracias a Dios por la esterilidad. ¿Por qué no comenzamos agradeciéndole por este regalo y todo lo que Dios ha hecho por nosotros por medio de esto?». Me animó tanto (había mucho por lo que dar gracias a Dios). Por ejemplo, recuerdo que alguien nos preguntó cómo la esterilidad había impactado nuestro matrimonio. Para mi alegría, Pip dijo que ella pensaba que nos había unido mucho más.
El progreso del peregrino (1678) escrito por John Bunyan es un cuento de un hombre que se llama Cristiano que tiene un largo viaje espiritual hacia la Ciudad Celestial de Dios. Al final de la historia, Cristiano y Esperanza llegaron a ver las puertas del cielo, pero había un río profundo sin puente. Los dos tratan de caminar a través de las aguas, pero Cristiano comienza a hundirse:
[Cristiano:] «¡Ay!, amigo mío, me han rodeado los dolores de la muerte…»
[Esperanza:] «Estas aflicciones y molestias por las cuales estás pasando en estas aguas no son señal alguna de que Dios te haya abandonado, sino que son enviadas para probarte y ver si te acuerdas de lo mucho que anteriormente has recibido de sus bondades y si confías en él tus aflicciones… Confía, hermano mío; Jesucristo te sana». Al oír esto Cristiano, prorrumpió en un grito: «Sí, ya lo veo y oigo que me dice: “cuando pasares por las aguas yo seré contigo, y cuando por los ríos no te anegarán» [Is 43:2]». Con estas frases se animaban mutuamente, y el enemigo nada podía contra ellos, pues quedó como encadenado hasta que hubieron pasado el río[9].
Lección nº2: Dios es nuestro bien y nuestra porción
Ligada a la pregunta sobre la aparente ausencia de Dios en nuestra angustia se encuentra otra pregunta sobre la bondad de Dios. Esto es importante porque no nos someteremos a la provisión de Dios, atribuyéndole a Él la gloria que le pertenece en esos tiempos, si no estamos completamente convencidos de que —sin importar los sufrimientos que podamos enfrentar— Dios es bueno; y como tal, su intención siempre es nuestro bien.
Es fácil dudar de la bondad de Dios cuando lo que más desean se les ha negado incluso cuando oran con todo el corazón por ello. Pip y yo leímos el devocional sobre el Salmo 84:11 de John Piper, que dice, «[Dios] no niega nada bueno a aquellos que caminan en rectitud». Fue fácil para nosotros pensar que los hijos eran algo bueno que Dios nos estaba negando. Sin embargo, Piper continuó reflexionando en el Salmo 73, que dice, «para mí el bien es estar cerca de Dios […]» (v.28). Qué gran recordatorio fue este: Dios no nos negó nada bueno, puesto que se acerca a nosotros por medio de su Hijo. Dios es la fuente de la vida, de la alegría y de la salvación. Al quitarnos por un tiempo el don de tener hijos, Él nos ha dado una mayor apreciación de su suficiencia. Como tal, nuestro sufrimiento volteó nuestra mirada de las cosas mundanas y las fijó en nuestra esperanza en el cielo donde Dios habita (Sal 27:13-14; Ro 8:18; Heb 6:19; 1P 1:3-5), al saber que «la tierra no tiene pena que el cielo no pueda sanar»[10]. Aprendimos a orar con el salmista que «[el] Señor, [es nuestra] porción y [nuestra] copa; [Él es] quien ha afirmado [nuestra] suerte» (Sal 16:5). Aunque Él podría haber decidido negarnos tener hijos, Él no se ha negado a sí mismo. Con esto en mente, podemos glorificar a Dios con nuestra esterilidad, sabiendo que para aquellos que confían en Cristo, sea lo que sea que Él nos quite, Dios (la fuente de todo lo que es bueno) nunca nos dejará ni nos abandonará (Ro 8:31-39; Heb 13:5).
Lección nº3: podemos consolar a otros con el consuelo que hemos recibido
Cuando llegamos a confiar que Dios es bueno y que todo lo que hace es para su gloria y nuestro bien, podemos entonces comenzar a pensar sobre cómo podemos usar nuestro sufrimiento como una oportunidad para glorificar a Dios al animar a otros con lo que Dios nos ha enseñado a través de nuestra esterilidad. Richard Baxter dijo una vez, «el sufrimiento quita el cerrojo de la puerta del corazón para que así la Palabra entre con mayor facilidad»[11]. He visto esto en acción a medida que Dios ha quitado todos los pilares mundanos y nos lleva de vuelta a su Palabra y sus promesas. Ha sido desde esta humilde posición que Pip y yo hemos sido capaces de ver más fácilmente los inmensos montes de la gracia de Dios y de su provisión por nosotros en Jesucristo. Y es desde ese punto de vista que Dios nos ha consolado. Pablo dice, «alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren» (2Co 1:3-4). A medida que Dios nos enseñaba estas preciosas verdades, estábamos llenos de entusiasmo para compartirlas. Él también nos dio compasión y empatía por otros que luchan con la esterilidad. Esta es una de las mayores bendiciones para la cual Dios ha salvado a la familia cristiana. De muchas maneras, la comunidad cristiana es un estanque del consuelo de Dios para su pueblo y por medio de ellos también. El reformador inglés, Hugh Latimer, conocía bien esta verdad:
Poco antes de ser martirizado por su fe en 1555, él envió una carta de despedida a sus compañeros de sufrimiento en la que escribió, «aunque les espera un tiempo tormentoso y terrible, no irán solos; muchos pasan por el mismo camino; su compañía podría provocar que ustedes tengan más valentía y más alegría»[12].
Una noche, organizamos una reunión para apoyar a quienes están luchando con la esterilidad. Fuimos muy animados por una pareja que había luchado con esto por mucho más tiempo que nosotros. Habían postulado para adoptar, pero su postulación había sido rechazada porque no mostraban la desesperación usual que muchos otros candidatos mostraban en el proceso. Esas noticias habían sido devastadoras; sin embargo, la pareja nos contó esto con una sonrisa mientras reflexionaban en cómo este rechazo era una declaración del contentamiento que tenían en su relación con Cristo: una paz que el mundo no conoce ni entiende. Continuaron contándonos que estos dolores refinaron su fe, una verdad que se reflejó en sus planes en la obra misionera: vendieron su casa en otro país para pagar sus estudios teológicos. Ver tal alegría en medio de una prueba y tales prioridades en el Evangelio fue un consuelo real para nosotros mientras considerábamos la posibilidad de una vida sin hijos. Glorificamos a Dios cuando consolamos a otros con el consuelo que nosotros hemos recibido de Dios: pueden confiar en la Palabra de Dios en los momentos más oscuros de su lucha con la esterilidad.
Lección nº4: el llanto no debe dificultar la siembra
La cuarta lección que aprendimos fue que no debemos permitir que nuestro llanto nos impida glorificar a Dios por medio de la proclamación del Evangelio. Recuerdo que después de una de las transferencias embrionarias que nos hicimos, Pip planeó una comida en un buen restaurante para celebrar lo que pensamos que se transformaría en nuestro primer hijo. Luego, cuando recibimos la noticia de que nuestro embrión no se había implantado, Pip llamó al restaurante para cancelar la reserva. Lo que había sido tan prometedor, nos había dejado una profunda sensación de pérdida. Compartí mi tristeza sobre esto con uno de mis profesores del seminario y no pude evitar romper en llanto debido a la profunda pena que tenía. Una de las tentaciones cuando nuestras almas están abatidas es perder de vista nuestro lugar en el propósito de Dios y descuidamos nuestra gran responsabilidad: amar a nuestro prójimo al proclamar el Evangelio.
Recuerdo un sermón en el Día de la Madre que escuché hace un par de años sobre una teología bíblica de los hijos y la maternidad. Realmente ayudó a poner en perspectiva nuestra vida sin hijos. El mandato de la creación implicaba que Adán y Eva se multiplicaran teniendo hijos con el fin de llenar la tierra y someterla (Gn 1:28), pues todo estaría bajo el gobierno de Dios. En el Antiguo Testamento, los hijos eran evidencia de la bendición de Dios y la esterilidad, de la maldición de Dios (Dt 28:4; Sal 127:3-5). Esto se debía parcialmente al hecho de que los propósitos del pacto de Dios estaban relacionados con la nación física de Israel, para que así, a medida que Israel se multiplicaba, se evidenciaran los propósitos del pacto de Dios y su fama se expandiría a las naciones.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento, las bendiciones físicas ya no representaban bendición. Esto debido a que Jesús se hizo maldición por nosotros en la cruz, para que por medio de la fe en Él nosotros ahora nos convirtiéramos en los verdaderos hijos espirituales de Abraham y heredáramos las bendiciones de Abraham prometidas a las naciones (Ga 3:13-14; ver Ef 1:3). Si bien los hijos aún son una bendición física, ya no son una señal de la bendición del pacto y de la inclusión; ahora aquellos que no están con Cristo son maldecidos, en vez de los estériles.
Esta es la razón por la que el lenguaje de la multiplicación en el libro de Hechos se usa para describir el esparcimiento del Evangelio (Hch 6:7; 12:24); como personas que confían en el Evangelio ellos se convierten en verdaderos hijos de Abraham. Cuando salimos y hacemos discípulos de todas las naciones (Mt 28), el mandato de la creación de Dios se cumple cuando las personas de todo el mundo pasan a estar bajo el liderazgo de Cristo (Sal 8; 1Co 15:28; Heb 2:6-9).
Esta convicción nos ha ayudado a Pip y a mí a ver nuestra vida sin hijos a la luz del propósito del Evangelio de Dios para nosotros, lo que hizo que viéramos nuestra esterilidad como una oportunidad para proclamar más el Evangelio que si tuviéramos hijos. Tal punto de vista también transformó la forma en que entendemos tener hijos. La maternidad ya no es más una señal de la bendición del pacto, sino que una oportunidad para el ministerio del Evangelio, a medida que criamos a nuestros hijos en la instrucción del Señor. Estar agradecidos por el lugar que tenemos en la misión de Dios debe contrarrestar el silencio que tan frecuentemente acompaña a la esterilidad, a medida que declaramos la salvación de Dios en Cristo. Como dice el salmista, «quiero alabarte, Señor, con todo el corazón, y contar todas tus maravillas» (Sal 9:1). Así que, sea lo que sea que hagan, por favor, ¡no dejen que su lucha con la esterilidad impida que tomen parte en el plan supremo de Dios de glorificarse a sí mismo por medio de la proclamación del Evangelio! Como una vez dijo Matthew Henry, «el llanto no debe dificultar la siembra»[13].
Lección nº5: la Palabra es suficiente para servir a aquellos que sufren
La quinta lección que aprendimos es que cada cristiano está equipado por medio de la Palabra de Dios para servir a aquellos que están luchando con su esterilidad con el fin de que puedan glorificar a Dios con ella. Existe una tendencia a resistirse al ánimo y al apoyo que nos brindan aquellos que no luchan con la esterilidad porque pensamos que «ellos no entienden cómo es». Recuerdo que leí un artículo escrito por Marshall Segal, donde escribió:
El dolor se convierte en orgullo porque cree que nadie más puede entenderlo. Nadie siente lo que siento, por lo que el dolor se distancia de cualquiera que quiera tratar y hablar de ese sufrimiento[14].
No obstante, Segal continúa acertadamente diciendo que tal actitud sucumbe frente al truco de Satanás para que construyamos un muro que nos separa de la Palabra de Dios ministrada por otros. Por supuesto que la mayoría de las veces el resto no sabe lo que se siente estar en nuestros zapatos, tal como nosotros no sabemos lo que es estar en los suyos. No podemos caminar con los zapatos de todo el mundo, así que debes dejar de jugar el juego de «no sabes cómo es vivir esto», que está alimentado por el orgullo y la arrogancia de las circunstancias. Tal forma de pensar es totalmente no cristiana y está profundamente enraizada en un fundamental mal entendimiento de la providencia de Dios. La Santa Escritura es inspirada por nuestro Dios creador, que es omnisciente, lleno de amor, todopoderoso y que no solo es el autor de cada momento de nuestras vidas (entre ellos nuestro sufrimiento), sino que también vino a este mundo y sufrió en nuestro lugar. Se puede confiar en su Palabra para ministrarnos en nuestro dolor. Por esta razón, podemos recibir alegremente el ánimo de la Palabra de Dios por medio de otras personas, puesto que por medio de su Palabra «[…] el siervo de Dios [está] enteramente capacitado para toda buena obra» (2Ti 3:16-17). En este sentido, Dios puede ministrarnos del mismo modo por medio del amigo cristiano compasivo como del amigo cristiano empático. Sea cual sea la situación que estén viviendo, tengan confianza de que a medida que le comunican el Evangelio a sus amigos que están sufriendo, Dios «proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús» (Fil 4:19).
El club de la esterilidad: el club al que nadie quiere unirse, pero que Dios usa para producir personas piadosas para su gloria
Después de seis años de batallar con la esterilidad, y en nuestro intento final con la fecundación in vitro, ¡alabamos a Dios porque Pip quedó embarazada! Mientras reflexionamos en nuestro tiempo de esterilidad, Pip mencionó algo que comenzó a valorar: el club de la esterilidad es uno del que nadie quiere ser parte, pero produce algunas de las personas más piadosas del mundo. Las lecciones que aprendieron de la escuela del sufrimiento, al someterse humildemente a las buenas manos de la providencia de Dios, ha producido una fe refinada con fuego, que es más preciosa que el oro en aquellos que hemos conocido (1P 1:6-7).
Al principio de este artículo discutía un problema que presenciamos en la iglesia: el silencio de aquellos que luchan con la esterilidad. Pip y yo creemos que a medida que las personas llegan a ver incluso a la esterilidad como un don moldeado por la cruz y dado por su amoroso Padre celestial, ellas verán su destino como una obra refinadora de Dios que las llevará a romper el silencio, a comenzar a apoyar a que otros luchan y a proclamar la suficiencia de Cristo. A medida que los cristianos llegan a ver la suficiencia de la Palabra de Dios, se les dará también la confianza de ministrar el Evangelio del Mesías sufriente a quienes Él los ha enviado para consolar y salvar, y todo esto para la gloria de Dios.
Terminaré con una carta que un amigo del Dr. Robert Dabney le envió cuando él pasaba por un momento doloroso, pues había perdido dos hijos en menos de un mes. Esta carta nos recuerda que a medida que escuchamos y confiamos en el Evangelio, no importa cuán difícil sea la lucha, Dios obrará en nosotros lo que es grato para Él:
No hay duda de que la aflicción ahora parece algo muchísimo más intenso y real que en cualquier otro momento; los dolores de la vida humana son muchísimo más horribles y tremendos ahora de lo que te parecieron ser en otro momento. Sin embargo, el poder de la gracia es su maestro […]. Realmente espero y oro que Dios te dé gracia para ejercitar una fe que humillará, consolará y animará lo más íntimo de tu ser[15].
Reproducido de GoThereFor.com, publicado por Matthias Media (www.matthiasmedia.com). Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
[1]Estoy muy agradecido de las fantásticas clases de Paul Williamson en Moore College para entender la providencia de Dios en el libro de Job.
[2] A. Pink, Exposition of Hebrews [Una exposición sobre el libro de Hebreos], vol. 1, Baker Publishing Group, Grand Rapids, 2003, p. 112.
[3] C.J.H. Wright, El Dios que no entiendo: reflexiones y preguntas difíciles acerca de la fe, Editorial Vida, 2010, p. 20.
[4] J.H. Walton, Job [El libro de Job], Zondervan, Grand Rapids, 2012, p. 437.
[5] A.W. Pink, La soberanía de Dios, Verdaguer, Barcelona, 1995, p.17.
[6] J.W. Bruce III y E.J. Alexander, From Grief to Glory: Spiritual Journeys of Mourning Parents [Del dolor a la gloria: el viaje espiritual de padres en duelo], Crossway Books , Wheaton, 2002, p. 123.
[7] Traducción propia.
[8] J.W. Bruce III y E.J. Alexander, From Grief to Glory: Spiritual Journeys of Mourning Parents [Del dolor a la gloria: el viaje espiritual de padres en duelo], Crossway Books , Wheaton, 2002, p. 92.
[9] J. Bunyan, El peregrino: el viaje de Cristiano a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño, Editorial CLIE, Barcelona, 2008, pp. 169-170.
[10] «Come, Ye Disconsolate» [Venid, oh desconsolados] escrito por Thomas Moore, encontrado en Christian Reformed Church, The Psalter Hymnal Worship Edition [El himnario de alabanza salterio], Faith Alive Christian Resources, Grand Rapids, 1987.
[11] Citado en D.A. Carson, How Long O Lord [¿Cuánto tiempo, oh Señor?], Intervarsity Press, Leicester, 1991, p. 107.
[12] From Grief to Glory [Del dolor a la gloria], p. 15.
[13] Ibid., p. 77.
[14] M. Segal, «Pain: A secret garden of pride» [El dolor: el jardín secreto del orgullo], DesiringGod.org, 19 agosto del 2015 (consultado el 25 junio del 2016): www.desiringgod.org/articles/pain-a-secret-garden-of-pride
[15] From Grief to Glory [Del dolor a la gloria], p. 61.