El potencial del Evangelio aumenta en las festividades. Entre las reuniones familiares y las celebraciones sociales, a menudo nos encontramos con más tiempo para pasar juntos sin prisas con familiares y amigos. ¿Cómo pasamos estos tiempos juntos, listos para compartir la esperanza que está en nosotros o listos para sacar de los bolsillos nuestros celulares?
Mucho antes de la era digital, al preparar los corazones para este potencial misional, Charles Spurgeon predicó un sermón a fin de preparar a su creciente iglesia para la venida de la temporada navideña. La mañana del domingo 21 de diciembre de 1856 su mensaje, Yendo a casa, animó a cada miembro de su congregación a buscar humilde, sabia y apropiadamente oportunidades para compartir su testimonio personal con sus familias y amigos.
Heraldos de Londres
El sermón fue apremiante y oportuno.
Spurgeon tenía solo diecinueve años cuando se convirtió en el pastor principal de la iglesia New Park Street en abril de 1854. Entonces, el total de la membresía superaba por poco las doscientas treinta personas. Dos años y medio después, mientras se preparaba para entregar su sermón de Navidad, la membresía explotaba, pues en el año que se aproximaba alcanzaría los cuatro mil cuatrocientos miembros. En el centro de este crecimiento explosivo estaba el gran número de nuevos cristianos convertidos transformados bajo el ministerio de su púlpito y pocos de esos nuevos creyentes tenían alguna experiencia en organizar el tiempo de Navidad con propósitos del Evangelio.
Para la ocasión, Spurgeon escogió un texto inesperado: Marcos 5:1-20, el dramático registro de la sanación que Jesús hizo del endemoniado gadareno.
Se procuró recogerle para sosegarle —dijo Spurgeon de la transformación demoníaca—, pero ningún hombre pudo hacerlo. Era peor que las bestias salvajes; nadie podría hacer nada para aplacarle. Su naturaleza brutal no se rendía ante ningún mortal. Era una miseria humana para sí mismo, pues de noche y de día corría por las montañas, gritando y aullando temerariamente, hiriéndose con afiladas piedras y torturando su pobre cuerpo de la manera más horrible.
Spurgeon se limitó a la orden divina de Cristo: «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti» (Mr 5:19).
El Evangelio de Jesucristo puede domesticar al pecador más feroz y luego envíarlo a esparcir la buena noticia con su familia, que podría ver su cambio radical. El mismo Evangelio dador de gozo estaba cambiando vidas en Londres y el tiempo había llegado para que esos nuevos cristianos volvieran a casa para testificar el poder del Evangelio en sus propias vidas.
Vete a tu casa y cuenta
Este imperativo: «vete a tu casa» se convirtió en el llamado de Spurgeon a su abundante congregación de Londres.
En el sermón, Spurgeon desarrolló quince puntos relevantes que cada cristiano debe abordar durante las festividades y que he resumido con subtítulos para que puedas echarle un vistazo (a continuación hay citas directas de Spurgeon).
1. Ve tu comisión del Evangelio a la luz de tu liberación personal
Agradecido por su libertador, le rogaba al Señor le dejase estar con Él.
«Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti».
2. Abraza la Navidad como la principal época para compartir el Evangelio
La verdadera religión no rompe los lazos de las relaciones familiares. Rara vez invade esta santa y divina institución llamada hogar. No separa a los hombres de sus familias ni les transforma en extraños entre los de su sangre…
El cristianismo hace de un marido, un mejor marido y de una esposa, una mejor esposa. No me libera de mis deberes como hijo, sino que me hace un mejor hijo y a mis padres, mejores padres. En lugar de debilitar mi amor, me da una buena razón para mi afecto, y aquel hombre que antes amé como mi padre, le amo ahora como mi hermano y compañero en el servicio de Cristo. A esa mujer que he reverenciado como mi madre, ahora la amo como mi hermana en el pacto de la gracia, para compartir la eternidad juntos…
De mi parte desearía que hubieran veinte días de Navidad en el año. No es muy frecuente que los muchachos puedan reunirse como una familia feliz… lo aprecio como una institución familiar. Es uno de los días más brillantes de Inglaterra, el gran sabbat del año. El arado descansa entonces en el granero, en las oficinas se acalla el bullicio [de] los días de trabajo…
3. Apunta a compartir la historia de la gracia de Dios en tu vida
Esta es una historia sobre la experiencia personal. «Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti».
No tienes que empezar a arreglar tu casa y dejar la predicación para lo último. Eso no es lo que el Señor te manda a hacer. No debes empezar a tocar temas doctrinales y extenderte sobre ellos. No trates de traer a las personas a tus puntos de vista y sentimientos particulares. No debes ir a tu casa con doctrinas domingueras que has aprendido recientemente y tratar de enseñarlas a tus amigos y la familia. Eso sí, has de ir a tu casa y decir, no lo que has creído, sino lo que has sentido, lo que sabes que realmente es tuyo. No se trata de las cosas que has leído ni de la conversión de los pecadores en la congregación, sino de lo que el Señor ha hecho por ti. Y recuerda bien esto: la historia que cuenta el hombre acerca de sí mismo resulta ser siempre la más interesante…
Vete a tu casa, joven, y relata la historia del pobre pecador. Vete a tu casa, joven mujer, abre tu diario y cuenta a tus amigos la historia de la gracia. Háblales de las poderosas cosas que Dios ha hecho por mediación de su soberano e inmerecido amor. Alrededor de la chimenea de tu hogar, refiere la crónica de la gracia del Salvador.
4. Usa tu historia para edificar a otros creyentes
Una joven fue a casa de sus padres. Cuando la madre vio el cambio que se había operado en ella, exclamó:
—¡Vaya!, si el ministro de Dios hubiera querido regalarme lo mejor de Londres, no lo hubiera apreciado tanto como este cambio en mi hija.
Es hermoso que te hayas convertido y vivas en el temor de Dios. ¡Ve y cuéntaselo a tu padre y a tu hermana, quien te ha estado enviando tantas cartas!
¿Puedes imaginar la escena, cuando el hombre que vivía entre las tumbas volvió a la casa de los suyos? Este individuo había estado sumamente trastornado. ¡Imagino lo que ocurrió cuando fue a su casa y tocó la puerta, diciendo quién era! Esa pobre familia exclamaría:
—¡Oh, no, otra vez está aquí!
¡Me imagino a su madre corriendo por toda la casa y cerrando las puertas, porque su hijo loco había vuelto! ¡Y también a los pequeños llorando porque se acordaban de que se hería con piedras! ¿Podéis imaginar el gozo de esta gente cuando este hombre dijo:
—Mamá, Jesucristo me ha sanado, déjame entrar, ya no soy un lunático…?
5. Cuando compartas con los perdidos, espera tensión y ora por recepción
Oigo a algunos de vosotros decir: «¡ah, Señor, Dios quisiera que pudiera ir a mi casa! Pero cuando voy a mi hogar, me meto en el peor de los lugares, pues allí nadie conoce a Dios, y nunca me han enseñado nada que tenga que ver con el cielo».
Ve a tu casa, y cuéntales lo que ha pasado contigo; no tanto para alegrarles, pues estarán muy enojados, sino para la salvación de sus almas. Espero que cuando les comentes la historia de lo que Dios ha hecho por ti, ellos sean guiados por el Espíritu Santo para desear también la misma misericordia.
6. Mantente alerta a las oportunidades para compartir tu historia uno a uno
No digas esta historia de tu salvación a tus amigos cuando estén todos juntos, porque se reirán de ti. Háblales uno por uno, cuando estén solos, y te oirán con actitud respetuosa… Hay personas que no se conmueven ante un sermón y sin embargo, una charla personal con los versículos adecuados les llega al corazón. Tú puedes ser el medio que Dios utilice para traer una persona a Cristo.
7. No esperes que compartir el Evangelio sea fácil, en especial con aquellos que te conocen por más tiempo
Soy consciente de que muchos miembros de mi congregación dirán: «podría relatar esa historia a cualquiera, mas no a mis amigos. Iría a su oficina y compartiría con usted algo que he leído en la Palabra de Dios, pero no podría decírselo a mi padre ni a mi madre ni a mis hermanos o hermanas».
8. Supera el miedo para honrar el amor de tu Salvador por ti
¡Oh!, yo sé que le amáis, si es que primero habéis sentido su amor. No podéis pensar en Getsemaní y en su sudor de sangre, en Gabata y su espalda destrozada por el látigo romano ni en el Calvario y sus manos y pies atravesados sin amarle. Este es un argumento poderoso, para ir a vuestras casas y contar esta historia… Si Cristo ha hecho mucho por ti, debes decirlo.
9. Comparte tu historia con una gratitud hacia Dios
La historia de este pobre hombre que vivía entre las tumbas era una historia agradecida… Sé que lo era, porque el hombre se fue a Decápolis a contar y publicar cuán grandes cosas había hecho Dios con él… Ninguna historia es más digna de oír que una historia de gratitud.
10. Comparte tu historia con humildad; no con condescendencia
Debe ser un relato narrado por un pobre pecador, que siente que no se merece lo que ha recibido… ¡Oh!, cuando narramos la historia de nuestra propia conversión, hemos de hacerlo con profunda pena, recordando cómo éramos antes. Luego, con gran gozo y gratitud, pensemos en lo poco que merecíamos la gracia de Dios… Entonces, las lágrimas comenzaron a fluir de mis ojos y aquellos oyentes que antes sacudían sus cabezas, ahora estaban entusiasmados y escuchaban atentos. Estaban oyendo algo auténtico que el predicador sentía en sí mismo.
Contad vuestra historia como pecadores perdidos. No vayáis a vuestro hogar con un aire de superioridad diciendo: «aquí viene un santo a ver a estos pobres pecadores y a narrarles una bella historia»…
No cuentes tu historia como si estuvieras predicando ni como si fueras un catedrático. Habla como un hijo o como un amigo.
11. Comparte tu historia con sinceridad; no la adornes
No digas más de lo que sabes; no cuentes la historia de John Bunyan cuando debes contar la tuya. No le digas a tu madre que has sentido lo que solamente Rutherford sintió. Solo dile la verdad. Recuerda que una sola mosca en la leche es suficiente para estropearla y, una declaración falsa que hagas, puede echarlo todo a perder. Incluye en tu historia solamente la verdad.
12. Comparte tu historia en serio; no la tornes frívola
Hazles ver que crees genuinamente en lo que dices. Nunca hables sobre temas espirituales de forma liviana. No hagas juegos de palabras con los textos ni cites la Escritura para hacer bromas. Si lo haces, se reirán de los temas santos y no harás ningún bien a nadie…
Tal vez, cuando estés contando tu historia, uno de tus amigos dirá:
—¿Y eso qué?
Tu respuesta debe ser:
—Es posible que para ti no sea gran cosa, pero sí lo es para mí. Tú dices que arrepentirse no tiene mucha importancia, pero para mí sí la tiene. Es fundamental saber que somos pecadores y podemos confesarlo. ¿Dices que no es tan importante haber encontrado al Salvador?
—Si tú también lo hubieras encontrado no dirías que es cosa de poca importancia. Tú no das valor a estas cosas, pero yo me he quitado una gran carga de encima. Si tú hubieras sufrido y sentido la carga que yo sentí durante varios años, no pensarías que ser libre y emancipado por medio de Cristo es poca cosa.
13. No abandones tus devocionales personales durante Navidad
Cuando en el día de Navidad estés en casa, que nadie vea tu rostro sin que Dios lo haya visto primero. Levántate de mañana y conversa con Dios. Si tus amigos no son convertidos, intercede por ellos en oración… te gozarás de haber podido ser el instrumento utilizado por Dios para traerlos a la salvación.
14. Descansa en la ayuda del Espíritu Santo para compartir
No tengas miedo; solamente piensa en el bien que les puedes hacer. En Santiago 5:20, se nos dice: «sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados»… No tengas confianza en ti mismo, sino cree y descansa en la labor del Espíritu. Él te dará las palabras eficaces para testificar y las aplicará al corazón de los oyentes de forma que puedas ser un «ministro de la gracia de Dios» para cuantos te escuchan.
15. Recuerda, tu testimonio de Navidad es un anticipo de tu autobiografía eterna
Y cuando vayamos al cielo con ellos, ¿qué haremos? En primer lugar, nos dirigiremos al trono donde se sienta el Señor Jesús. Nos quitaremos nuestras coronas y las pondremos a sus pies, coronándole Señor de todo. Una vez hayamos hecho esto, ¿cuál será nuestra próxima ocupación? Les diremos a los benditos en los cielos lo que el Señor ha hecho por nosotros y cómo ha tenido compasión y misericordia. ¿Será narrada en el cielo una historia así? ¿Ha de ser la inspiración para el villancico de Navidad de los ángeles? Sin duda que lo será. Habrá sido previamente ensayado en la tierra. No os sonrojéis de decirlo de nuevo, pues el Señor Jesús lo dijo antes: «…y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido» (Lc 15:6). Así, pobre oveja, cuando estés en el redil, ¿no dirás de qué forma el gran Pastor te buscó y te encontró? ¿No te sentarás en los prados verdes de los cielos y contarás la historia de tu propia redención? ¿No hablarás con los demás redimidos, tus hermanos y hermanas en el Señor, para decirles cómo Dios te ha amado y cómo te ha llevado a ese lugar? Me dirás que la tuya sería una historia muy cortita. ¡Ah!, lo sería si la pudieras escribir ahora. Un pequeño librito puede contener toda tu biografía, pero allá arriba, cuando tu memoria sea ampliada, tus pasiones purificadas y tu entendimiento esclarecido, verás que aun un tratado en la tierra, será un enorme tomo en el cielo. Allí podrás contar una larga historia acerca de la gracia sustentadora de Dios. Creo que, por fin, después de estar mil años en el cielo, alguien elevará su voz para decir: «¡oh santos!, tengo algo más que compartir». Nuevamente, cada uno narrará su historia y les interrumpirás para decir: «¡oh, amados!, me he acordado de otro caso de la misericordia liberadora de Dios». Y así continuarán, dando temas para las canciones y sonetos celestiales.
Tony Reinke © 2015 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Tony Reinke