¿Qué nos silencia?
¿Por qué la franqueza humilde no es una parte regular de nuestra cultura de liderazgo ministerial? ¿Por qué no estamos más dispuestos a confesar el desánimo o la lucha espiritual? ¿Por qué nos sentamos en silencio a medida que vemos a otros líderes alejarse del tipo de persona que Dios los llama a ser? ¿Por qué muchos de nosotros estamos más a la defensiva en lugar de ser más accesibles? ¿Por qué parecemos estar más preocupados y movilizados por el pecado de otros en lugar de por el nuestro? ¿Qué silencia la franqueza humilde del Evangelio en nuestras comunidades de liderazgo? Bien, quiero sugerir un par de respuestas a estas preguntas. Mi esperanza es que esto impulse a un autoexamen y a una discusión comunitaria.
1. El orgullo de la madurez espiritual
El orgullo es un gran tema para todos los líderes del ministerio. El conocimiento nos afecta, la experiencia nos afecta, el éxito nos afecta, la posición nos afecta, la creciente notoriedad nos afecta, y al hacerlo, nos pone en un peligro espiritual. El orgullo es una tentación de la que cada comunidad de liderazgo debe estar consciente y atentos a él. Tristemente, demasiados líderes cambian a lo largo de la vida de su liderazgo ministerial. La actitud humilde, misericordiosa y servicial disminuye a medida que el conocimiento, el éxito y la prominencia aumentan. Lo escuchamos en la manera en que los líderes hablan sobre sí mismos, en cómo hablan de otros y cómo se relacionan con los demás.
Si el conocimiento, la experiencia, el éxito y la posición ministerial han comenzado a distorsionar el sentido de ti mismo, si han provocado que olvides quién eres realmente y cuál es tu necesidad diaria, no serás rápido para admitir tu pecado, tus debilidades y tus fracasos a ti mismo ni a otros. El orgullo y la confesión son enemigos. No trabajan en conjunto, sino que en constante oposición. Si el ministerio llegó a definirte, el Evangelio no lo ha hecho. Quizás muchos líderes guardan silencio porque han caído en el engaño de que en realidad no tienen nada que confesar o no ven dónde necesitan el amor o la ayuda pastoral de sus compañeros líderes.
2. La capacidad para minimizar el pecado
Es uno de los aspectos más poderosos del engaño aterrador y destructivo del pecado. Mientras el pecado esté dentro de nosotros, todos cargamos con la peligrosa capacidad de participar en nuestra propia ceguera espiritual. Debe ser una advertencia para todas las comunidades de liderazgo en cualquier lugar, que todos los miembros de su comunidad son tentados regularmente a pensar que su pecado es algo menos que pecado. Somos capaces de nombrar a nuestro enojo como celo por lo que es correcto; a nuestra impaciencia como un deseo de avanzar con la misión del Evangelio; al chisme como «compartir peticiones de oración». Estar hambriento de poder y control se reinterpreta como ejercer dones de liderazgo dados por Dios.
Cada comunidad de liderazgo necesita orar juntos por gracia para ver el pecado como algo oscuro, despreciable, destructivo y deshonroso ante Dios, tal como lo es en realidad. Cada comunidad de liderazgo necesita clamar regularmente por ayuda, admitiendo que el pecado no siempre se ve pecaminoso. Necesitamos buscar el rescate divino de nuestra capacidad de erigir argumentos autoexpiatorios para nuestra justicia que aplastan el dolor del Evangelio y la confesión humilde. Cualquier comunidad de líderes que ha llegado a estar cómoda individual y comunitariamente con minimizar el pecado está, debido a ello, en peligro espiritual real y presente.
3. El respeto que le deben tener los demás
Es mi tentación —si es que eres un líder, es tu tentación también— preocuparme demasiado por lo que mis compañeros líderes piensan de mí. Existen momentos en los que me preocupo más en mi corazón por la opinión de un colega ministro en particular de lo que ve mi Señor. Anhelo muchísimo ser respetado. Es mi gran deseo caer bien. Me preocupa demasiado que hablen bien de mí. Deseo demasiado que mis compañeros líderes afirmen mis ideas y le den peso a mis planes. Pongo mucha atención a cómo mis compañeros líderes me responden. Soy tentado en gran manera, como todo líder lo es en cierta forma, a preocuparme mucho por lo que otros piensan de mí.
Las relaciones equilibradas en una comunidad de liderazgo son algo complicado, por lo que necesitamos mucha gracia. Por un lado, estoy en una guerra espiritual cuerpo a cuerpo con mis compañeros líderes, por lo que necesitamos una relación de respeto y confianza. Por otro lado, no puedo permitir que su aceptación y respeto sea lo que controle la manera en que me relaciono con ellos. Si me importa demasiado lo que piensan de mí, expondré mis fortalezas mientras escondo mis debilidades y fracasos. Si los tengo en el lugar apropiado de mi corazón, los veré como herramientas de gracia dadas por Dios y seré libre para ser francos con ellos sobre mis problemas reales del corazón y de la vida. Cada comunidad de liderazgo necesita orar por gracia para equilibrar bien esto.
4. La identidad en el ministerio
Si el liderazgo del ministerio es tu identidad, entonces Cristo no lo es, junto con ese catálogo de comodidades que cambia la vida y que son el resultado de su persona y obra. La identidad en el liderazgo del ministerio produce temor y ansiedad, y nunca producirá la humildad y el coraje que viene con la identidad en Cristo. Como líder, buscar significado, propósito y sentido interior de bienestar horizontalmente es pedirle a las personas, lugares y puestos que hagan por ti lo que sólo tu Mesías puede hacer. Esto producirá orgullo por el éxito o temor al fracaso, pero nunca el tipo de humildad y coraje de corazón que resulta en una accesibilidad humilde, dispuesta y sincera. El ministerio como fuente de identidad nunca resultará en relaciones saludables formadas por el Evangelio en tu comunidad de liderazgo, el tipo de relaciones en las cuales se fomenta la franqueza, la confesión recibida con gracia y el fortalecimiento de los vínculos de amor, aprecio, afecto, comprensión y respeto.
5. La duda funcional del Evangelio
Sí, es posible ser parte de una comunidad de liderazgo que tiene al Evangelio como su mensaje central y su difusión como su misión central, pero cuyos líderes estén en silencio por dudas del Evangelio. Demasiados líderes que luchan con problemas en sus corazones, vidas y relaciones tienen sus respuestas formadas más por un catálogo de dudosos «qué pasaría si…» que por las promesas que producen esperanza del Evangelio. Los líderes no pueden imaginar cómo su confesión resultará bien, por lo que se esconden detrás del silencio, de negaciones o de evasivas. En lugar de ser agradecidos por la gracia siempre presente que está en ellos en Cristo y la comunidad de la gracia que los rodea, dudan de la gracia rescatadora y perdonadora, y temen a las mismas personas encargadas de ser instrumentos de esa gracia.
El Evangelio está cargado de promesas de perdón y restauración. El Evangelio nos ofrece el consuelo de nuevos comienzos y de empezar de cero. El Evangelio nos promete que las cosas buenas que Dios nos llama a hacer producirán bien en nuestras vidas, incluso si ese bien parece diferente de lo que esperamos. El Evangelio nos recuerda que esa dificultad en las manos del Señor es una herramienta para rescatar, perdonar, transformar y entregar gracia. El Evangelio nos dice que Jesús estuvo a la altura en todos los aspectos porque nosotros no pudimos, y que Él tomó el rechazo del Padre para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. Esto es lo que cada comunidad de liderazgo necesita afirmar: salir del escondite produce bien, admitir lo que has negado produce bien, confesar el pecado produce bien, reconocer dónde eres débil produce bien, decir no al orgullo y clamar por ayuda, aun si en el camino hay ruinas, produce bien.
¿Permitiremos que la identidad y la posición ministerial se sobrepongan a la estima por un corazón humilde y limpio delante del Señor, y en relación con los demás líderes que Él ha puesto cerca de nosotros? ¿Tememos la pérdida de una posición de liderazgo más de lo que tememos darle espacio al pecado para que haga su obra maligna en nuestros corazones y vidas? ¿Realmente creemos que nuestro Redentor es amable, tierno, amoroso y bueno? ¿Realmente creemos que todos sus caminos son correctos y verdaderos? ¿Nos permitiremos pensar que su camino es más peligroso que el nuestro? ¿Dejaremos que las dudas funcionales del Evangelio nos callen cuando nuestro Señor nos está llamando a confesar y ser sanados?
Esto ha sido algo difícil y convincente de escribir. Me ha hecho examinar por qué me resulta difícil decir en algunos lugares: «estaba equivocado; por favor, perdóname». He necesitado preguntarme por qué a veces encuentro difícil reconocer mis debilidades y buscar ayuda. Y ha profundizado mi anhelo de estar en una comunidad robusta en el Evangelio con otros líderes, donde sabemos que somos amados y encontraremos gracia, donde sabemos que somos necesitados y donde la franqueza humilde es la cultura y no la excepción. Por eso, cada líder necesita gracia y esa gracia es nuestra, está operando ahora y es segura gracias a la vida, muerte y resurrección de nuestro líder, compañero y amigo: el Cordero, el Señor, el Salvador, Jesús. Es sólo por su poder que nuestros temores son silenciados y nuestras bocas son llenadas de humildad, esperanza, confesión y alabanza. Que descansemos en Él, y al descansar, salgamos del escondite y hablemos. Y al hablar, experimentemos las cosas buenas de Él que son muchísimo mejores que las cosas malas que tememos.