Lo llamamos rendición de cuentas. Desde el 2001, tuve el privilegio de juntarme cada viernes por la tarde con dos mujeres para animarnos mutuamente y orar juntas. Hicimos esto por muchos años y, hasta hoy, seguimos siendo buenas amigas. Las razones por las que comenzamos a juntarnos eran simples: éramos jóvenes cristianas que queríamos animarnos en nuestro caminar con Dios. Queríamos construir una amistad más profunda y más significativa con un par de mujeres. Éramos mujeres y nos encantaba tener cualquier excusa para pasar tiempo y comer juntas.
Era una amistad real. El propósito de nuestras reuniones eran simples, pero los beneficios eran infinitos y transformadores para la vida.
Para nuestra protección
Sabemos que todos hemos pecado y no alcanzamos la gloria de Dios. Cuando recién me convertí al cristianismo, confesé libremente mi pecado porque estaba sumamente consciente de la gracia y del perdón de Dios. Conocía las profundidades de mi corazón y lo que significó que se me perdonara tanto. Pero luego vino el conocimiento, que junto con los avances en piedad, puede llevar al orgullo (1Co 8:1). Mientras crecía en mi entendimiento de la Palabra de Dios, comencé a creer sutilmente que debería «saber más» en vez de pecar (como si la tentación a enojarme o a envidiar estuviera más allá de mí). La rendición de cuentas era un buen recordatorio de que estaba bien necesitar la gracia de Dios. Me recordó que soy una pecadora y que, gracias a Jesús, Dios es fiel para perdonar (1Jn 1:8-10).
La rendición de cuentas constante ha sido un medio de protección de Dios en mi vida. Hasta este día, aunque estoy mucho más avanzada en mi camino de lo que estaba hace una década, no creo que sea incapaz de pecar gravemente (1Co 10:12). Soy una nueva creación, y tengo el poder del Espíritu, pero no es una sorpresa que cuando quiero hacer el bien, el mal está más a la mano (Ro 7:21). Entender que todos jugamos en el mismo equipo (todos hemos pecado) significa que libremente podemos compartir con estas amigas confiables y cercanas. La rendición de cuentas nos permite confesar patrones de tentación y al hacer eso somos disuadidas de la transgresión real. Es bastante liberador tener buenas amigas con quienes compartir profundamente.
Cinco características
El punto que se encuentra tras la rendición de cuentas no es solo compartir sobre el pecado y escuchar las duras palabras de reprensión. Aunque las heridas que una amiga puede hacer son señal de su fidelidad, la rendición de cuentas también puede ser un tiempo de levantarnos mutuamente y de animarnos unas a otras en la bondad y en la gracia de Dios que encontramos en la cruz de Cristo. Mis amigas y yo nos recordamos las unas a las otras quiénes somos en Cristo: completamente aceptadas, hijas del Altísimo y perdonadas. Nos recordamos unas a otras que conocemos a Jesús, que él es nuestro y nosotras le pertenecemos a él y que podemos acercarnos a él y a su tono de gracia. En mi experiencia, hay cinco características que hacen particularmente vivificante la rendición de cuentas:
- Expresamos un amor genuino las unas por las otras porque Dios ha transformado nuestra amistad en hermandad. Fuimos fieles las unas a las otras (Jn 15.17; Ro 12.10).
- Cada semana teníamos la opción de extender gracia o juicio. Pudimos mostrar el amor y la gracia que Dios ya nos extendió por medio del juicio que Jesús recibió en la cruz (Ro 14:13).
- Cada una de nosotras tuvo la oportunidad de ser honesta, lo que no podríamos haber logrado si no hubiésemos establecido el hábito (Ef 4:25).
- Hubo momentos donde tuvimos que perdonar. A veces, la amistad honesta nos lleva a herirnos mutuamente. Además, cuando una persona estuvo atravesando un tiempo de lucha con la misma tentación, pudimos aprender a enfrentar esa lucha con nuestra amiga (Ro 12:16; Col 3:13).
- Llevábamos las cargas las unas de las otras en oración (Ga 6:2).
Más de Jesús
Finalmente, la rendición de cuentas puede ser un medio por el cual Dios nos atrae a sí mismo, a través de la amistad y de la comunión con otros. La autosuficiencia dice que no necesitamos a nadie más, pero la humildad grita pidiendo ayuda de aquellos que Dios ha puesto en nuestras vidas. Este hábito de compartir y orar con otros inevitablemente nos enseña cómo llevar nuestras preocupaciones al único que puede cargar completamente su peso y que nos ama con un amor que no falla (1P 5:7).
Misericordiosamente, Dios nos recuerda que aparte de él no podemos hacer nada. Y un gran medio de ese recordatorio son los hermanos y hermanas que él pone en nuestras vidas.