Ya han pasado varios años desde que comencé a reunirme regularmente con algunos cristianos que viven en este sector. La idea era leer buenos libros y luego juntarnos una vez por semana para hablar de ellos. Todos los viernes a las 6 de la mañana (!) nos reuniríamos en una cafetería local para pasar tiempo disectando y digiriendo libros clásicos. Fue en este esfuerzo que me encontré por primera vez a Dietrich Bonhoeffer. El costo del discipulado fue el segundo libro que leímos juntos, avanzando semana tras semana, capítulo por capítulo. Como muchos, antes y después, llegué a conocer al hombre por medio de la que generalmente se considera su más grande obra.
De manera interesante, esta es una de dos extensas biografías de Bonhoeffer que se publicarán este año. Metaxas deja la vara alta con su libro Bonhoeffer: Pastor, mártir, profeta, espía. Aunque quizás no sea una de las tres o cuatro mejores biografías que leas en tu vida, es, sin embargo, un esfuerzo muy serio y con muchos elementos que lo respaldan. Es perfectamente posible que, si yo hiciera mi lista de diez biografías favoritas, ésta se encontraría en algún lugar de ella.
Bonhoeffer me parece una figura fascinante. Es posible que yo tenga una predisposición en su favor producto de mi fascinación con el período de la historia en que vivió, y aun más, el período de la historia en que murió. Aunque tuvo un ministerio bastante largo previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue durante ese gran conflicto que mostró su valía —que dejó su huella en la historia—. Fue durante la guerra que mostró que estaba dispuesto a pasar miserias y llegar incluso a la muerte por causa de lo que creía. Aunque no estoy completamente seguro de que califica para la etiqueta de «mártir» (puesto que fue asesinado más por sus decisiones políticas que por sus creencias religiosas —aunque concedo que su fe informaba su política—), con todo, fue una figura inspiradora que predicó el evangelio sin temores ni vergüenzas aun en la hora más negra de su nación.
Hay unas cuantas cosas de Bonhoeffer que me llamaron la atención al leer este relato de su vida.
Llegué a pensar que, aunque la teología de Bonhoeffer a veces era un poco dudosa —y algunas veces ligeramente exagerada—, parece claro que fue el hombre correcto en el momento correcto. Metaxas hace un muy buen trabajo al explicar el contexto cultural y religioso en que Bonhoeffer creció y ministró. Con un trasfondo así, era casi inevitable que algunas de sus creencias nos parecieran extrañas; y sin embargo, es difícil ver cómo podría haber llegado a otras creencias. Fue un producto de su época, de su cultura y de su iglesia. Hay algunos que sólo pueden ver aquello en que Bonhoeffer se equivocó, pero la lectura que hacen no es justa con el contexto total. A juzgar por todo lo que pude ver en este libro, Bonhoeffer conocía y atesoraba el evangelio. Y, lo que es más, lo compartía sin pedir disculpas en una época en que hacerlo era entrar en desacuerdo con la nación, su iglesia y su gobierno.
Me di cuenta, también, de cuán en serio Bonhoeffer tomaba la vida y cuán radicalmente entregado estaba a su Salvador. Amaba profundamente al Señor y lo honraba con toda su vida. Como muchos cristianos grandes, se hallaba totalmente comprometido a honrar a Dios de una forma holística. Tenía una fe profundamente personal, una fe que lo llevaba a entregarse a extensos períodos de estudio bíblico personal, meditación y oración. Sin embargo, también tenía una fe pública, una fe que se deleitaba en la comunidad cristiana y estaba comprometida con ella. No se me ocurren muchos cristianos grandes que no hayan tenido una devoción incondicional.
Vi, además, cuán pastoral era el corazón de Bonhoeffer. Aun en sus últimos días actuó como pastor, enseñando a otros y predicando el evangelio. En sus últimos momentos, cuando no podía hacer otra cosa, predicó el evangelio a través de su silenciosa sumisión a la voluntad del Padre, yendo a la horca sin lucha ni amargura. Sabía que estaría con el Señor y ese era exactamente el lugar donde quería estar. Al dejar a sus amigos, mientras la Gestapo se lo llevaba, les dijo: «Este es el fin. Para mí, el comienzo de la vida».
Las únicas cosas realmente negativas que diría de esta biografía de Bonhoeffer (y aun así, con cierta vacilación) son las siguientes: que a veces el autor utiliza expresiones coloquiales que parecen extrañamente fuera de lugar en una biografía formal; y que, ocasionalmente, el autor descansa en citas extensas cuando parece que una cita más breve podría bastar. Sin embargo, en su defensa, esta no es una biografía en que el lector esté obligado a conocer el asunto sólo o primordialmente a través de estas largas citas. Los libros y cartas de Bonhoeffer están muy presentes, por supuesto, pero no constituyen la esencia del libro. Y estoy seguro de que es mejor así.
He dicho a menudo que hay dos clases de biografías: aquellas en que sientes que te has informado sobre el asunto y las que te han hacen sentir como si en verdad lo hubieses conocido. Las grandes biografías son estas últimas y Bonhoeffer se cuenta entre ellas. Al terminar de leerla conocerás los eventos de la vida de Bonhoeffer, pero, aun mejor, sentirás como si hubieses estado cara a cara con el hombre mismo. Es el sello de una buena biografía, y es, prácticamente, la mejor alabanza que puedo ofrecer. Esta es realmente una buena biografía de cuya lectura sacarás provecho. Y eso es exactamente lo que te sugiero; puede ser, sencillamente, la mejor biografía que leas este año.