Nota del editor: este artículo forma parte de la serie «Cómo ayudar a tu iglesia local», publicada originalmente en Desiring God.
[…] Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella […] para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable (Efesios 5:25-27).
Imagina que ves a una novia temprano en la mañana el día de su boda, y ella es un desastre.
Tiene tantos detalles que atender (especialmente, alistarse), que puso su alarma muy temprano, se levantó de la cama y se fue directo al vestíbulo del hotel para tomar un café. Está segura de que no se encontrará con ningún invitado a la boda a esta hora de la mañana. ¿Por qué alguno de ellos estaría despierto? Tomaría una taza de café, volvería inmediatamente a su habitación y pasaría la mayor parte del día preparándose para la boda.
Pero digamos que alguien más se ha levantado temprano: tú. Tú lo estás para leer y meditar en la Palabra de Dios, disfrutando del vestíbulo vacío del hotel. Escuchas el sonido del ascensor y te preguntas quién más podría estar despierto antes que el sol. La puerta se abre.
Su cabello es un desastre. Tiene sueño en sus ojos y marcas de la almohada en su rostro. Incluso lleva puesto el viejo y cómodo (muy modesto) pijama con el que debió haber dormido. Sin joyas, sin maquillaje, sin adorno, sin estilo. No estaba lista para una boda.
Al principio, apenas la reconoces. Ella sonríe extrañamente, dándose cuenta de su error de cálculo, agarra una taza de café y se dirige rápidamente de regreso a su habitación.
No te dejes engañar
Ahora, ¿cuán necio sería, por no decir insignificante e irreverente, que pases la mañana contándole a tu cónyuge y a otros invitados a la boda cuán fea es la novia? Demasiado pronto, esta conversación resultará muy miope, porque la rápida impresión que te dejó verla brevemente como un desastre esa mañana se quedará muy por debajo con su imagen al final del día. La boda aún está por venir. Y la novia que viste brevemente esa mañana aún no había entrado en su proceso completo de preparación para la boda. Pronto aparecerá radiante.
Cuando tu cónyuge, tú y los otros invitados lleguen a la ceremonia más tarde ese día; cuando la congregación se pare y mire hacia atrás, y las puertas se abran de golpe, ahí estará ella en su gloria: impresionante. No se verá igual como se veía antes de su embellecimiento. Y si has pasado todo el día hablando de sus manchas y arrugas, perderás credibilidad ante cualquiera que haya escuchado tu necedad (sin mencionar cómo tu calumnia sobre la novia podría hacer surgir la ira del novio).
Su esplendor, su majestad
Viene el día cuando Jesús presentará a su novia a sí mismo radiante en la cena de bodas del Cordero y, en ese día, muchos necios perderán toda credibilidad y su necedad absoluta será expuesta. En ese día, algunos de sus cínicos y críticos más ruidosos, muertos en sus pecados, serán enviados al infierno. Otros, verdaderos creyentes aunque tristemente engañados e inmaduros, verán su heno y paja siendo expuestos al fuego. Su necedad se hará manifiesta. Su trabajo se quemará, sufrirán pérdida y gran vergüenza, incluso mientras podrían ser salvados por medio del fuego (1Co 3:12-15).
La iglesia, por supuesto, tiene sus manchas y arrugas por ahora. El apóstol lo reconoce (Ef 5:27), así que nosotros también podemos hacerlo. Es más, el Novio mismo lo sabe mejor que nadie. Él murió por más que sólo su imperfección; él murió por sus pecados. Como en ese asombroso retrato de Ezequiel 16, Jesús la encontró dada por muerta, revolcándose en su sangre, y dijo: «¡vive!». Tan grave era su condición que requirió su propia vida para cubrir sus pecados y comprar su vida.
No, Jesús no es un esposo ingenuo. Él conoce bien (mucho mejor que cualquier mofador o profesor hastiado) cuán pecadora, rebelde, desesperada y defectuosa era, y aún es su novia. Aun así, Él la amó y la quiere. Eso es: Él nos amó, mientras aún éramos pecadores (Ro 5:8). Él nutre y cuida a su iglesia. Él la está santificando, hermoseando, vistiéndola con esplendor. Él no la dejará como un desastre matutino.
Sí, la iglesia tiene sus manchas y arrugas, y peor que eso. No obstante, Jesús la está limpiando al lavarla por medio del ministerio de su Palabra y la está alistando para estar presentable para sí mismo radiante, con todo el mundo de ángeles e incrédulos observando. Pronto su novia será impresionante en su santidad, sin imperfección, sin mancha ni arruga ni ninguna cosa parecida. Y la belleza de su esplendor acentuará su majestad. En ese día, la novia será «la gloria de Cristo» (2Co 8:23).
Súplica a los cristianos
Si conoces esta historia (la historia de largo alcance de la iglesia) y si te consideras a ti mismo como uno de sus salvos, parte de su novia, ¿cuán increíblemente necio sería fijarse en sus manchas efímeras y ser constantemente ruidoso sobre sus imperfecciones temporales?
Esta no es una súplica para ignorar o reprimir los pecados de una iglesia local particular ni líderes específicos que son culpables ni tampoco para pretender que la iglesia universal ya llegó a su esplendor. No lo ha hecho. Tiene arrugas y cosas mucho peores.
Sin embargo, esta es una súplica a los cristianos profesantes para que recuerden su historia, nuestra historia y su largo alcance, y obtengan perspectiva y sabiduría. Recuerden a nuestro Novio y su incesante gracia embellecedora. Recuerda que Él está construyendo su iglesia de maneras inesperadas y deleitables. Recuerda cómo la santifica y la limpia a través de medios comunes y poco espectaculares. Con cada nuevo día, reunión dominical y comida en su mesa, Él la está preparando. Y su día está por llegar.
Podemos ser honestos sobre imperfecciones específicas sin insultar al Esposo que la ama y la está limpiando. Y aquellos que afirman amar a este Novio querrán tener especial cuidado con la manera en la que hablan sobre su novia, sobre qué tipo de actitud cultivan hacia ella y cuán dispuestos están para edificarla en lugar de destruirla.
¿Cómo hablas de ella?
Pregúntate, hermano o hermana en Cristo: ¿cómo hablo sobre mi iglesia y otras? ¿Qué revelan mis palabras sobre mi patrón de pensamientos y actitudes profundamente arraigadas hacia la novia de Jesús? ¿He abierto una brecha, en mi propia alma, entre Jesús y su novia? ¿Mis palabras están intentando hacer compañía a tal miseria? ¿Rumio los errores y alimento pensamientos y sentimientos amargos hacia la iglesia y otros cristianos?
Específicamente, podrías preguntarte: ¿amo genuinamente a mi iglesia local con la lealtad, el afecto y la acción del amor como el de Cristo? ¿Mi corazón está siendo formado por el propio corazón de Jesús hacia ella? ¿Confío en que Dios ha puesto a estas personas particulares en mi vida, tan incómodas como puedan ser, para mi bien y el de ellas en una comunidad pactual? ¿Me inclino a servir a mi iglesia local con mis capacidades y recursos o estoy aquí principalmente para consumir y criticar? ¿Reconozco y recibo que todos nosotros que afirmamos estar en Cristo somos miembros indispensables de su cuerpo, equipados con capacidades naturales y cultivadas por el mismo Espíritu de Dios para la edificación mutua y de su iglesia (1Co 12:7)?
Recordar la historia de la iglesia, y su Novio, afectará cómo pensamos, sentimos y hablamos de la iglesia, tanto local como universal. Pero es especialmente significativa la perspectiva, la esperanza y el amor que llevamos a nuestras congregaciones locales. El mundo tiene su forma de orientar, pensar y hablar sobre la iglesia de Cristo. Sin vigilancia, la era presente tendrá su influencia en nosotros. En el mundo, mientras estamos aquí, adoptaremos sutilmente su perspectiva.
Esperanza más allá de la burla
Si reconoces a Jesús, busca honrar a su novia con tus pensamientos y tus palabras. Asume que la primera impresión que tienes de ella a través de los medios populares y los despotriques de los mofadores está distorsionada e incompleta (y que pasa por alto los miles y miles de pastores y congregaciones saludables, vivificantes, sacrificiales y santos). Ten cuidado de hablar en términos generales de «la iglesia». Usemos calificativos cuidadosos y busquemos cultivar la esperanza cuando discutamos fallas o expresemos críticas.
Es fácil ser un crítico. En especial hoy. Estamos saturados de ejemplos en línea y en la vida real. No requiere una habilidad ni capacidad especial para ser un crítico. Muchos de nosotros estamos siendo entrenados en una burla de clase mundial sólo por medio del aire que respiramos. Pero lo que es inusual, lo que es contracultural, es la esperanza bien fundada.
La iglesia tiene sus manchas y arrugas. Las tiene. Pero la hora aún es temprana. Su preparación total no está completa. Su esplendor nupcial aún está por llegar. Cuando ella se encuentre con su Señor cara a cara, estará impresionante: tan increíblemente hermosa como Él quiere que esté.